◆ El pensamiento
gramsciano es la prueba del algodón del elitismo español, cuando la nueva
lógica del capitalismo moviliza la esfera cultural de un modo inaudito
Germán Cano / Se ha definido a Gramsci como
"genoma" de nuestro tiempo, pero hoy su figura, en primer lugar, es
algo así como el desfiladero necesario por el que ha de pasar cualquier
reflexión o práctica política que sea fiel a la tradición emancipatoria y a la
vez consciente de las derrotas de la Izquierda histórica a lo largo del siglo
pasado. Vázquez Montalbán acertó en llamarle la "otra mirada" de una
tradición, la plebeya, subalterna, que va más allá de la Izquierda y sus
delirios escatológicos.
Como sismólogo hipersensible de los corrimientos de tierra
de su tiempo --el fascismo--, él advirtió de la necesidad de complementar --no
sustituir-- la lectura economicista acerca de las situaciones de crisis con la
disputa cultural en torno a la significación social de los problemas. En la
medida en que Gramsci es la encrucijada en la que esta larga tradición
emancipatoria toma consciencia de sus bloqueos y se abre a un terreno de
reflexión históricamente nuevo, más permeable a los movimientos sociales, es
hoy el horizonte insuperable de cualquier proyecto político de transformación
que sea modesto y realista.