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Antonio Gramsci & Leon Trotsky ✆ Arton |
Matías Maiello & Emilio Albamonte
| Durante las últimas
décadas del siglo XX, la democracia capitalista como régimen político y como
ideología se extendió más que nunca. El fascismo y el stalinismo fueron pilares
fundamentales para que pudiera recrearse, y en particular este último al
obturar la idea de una democracia superior al parlamentarismo burgués: la democracia
soviética, la democracia obrera1.
Actualmente, a más de un lustro de iniciada la crisis
capitalista internacional, ante los ojos de millones se muestra, por sobre las
formas parlamentarias, la imposición despótica por parte de los gobiernos de
diferente signo de los intereses del capital. Las formas bonapartistas,
escudadas detrás de los discursos “securitarios”, intentan cerrar esta brecha
con mayores dosis de autoritarismo directamente proporcionales a los golpes de
la crisis en cada país. Sin embargo, la creencia en la democracia capitalista
como expresión de la soberanía popular sigue presentándose ante las grandes
mayorías como un máximo insípido de libertad al que se puede aspirar. De allí
el gran hándicap para la hegemonía burguesa en estos tiempos crecientemente
tormentosos.