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Luchas en México
✆ José Chávez Morado |
Víctor Flores Olea | En días pasados, tuve la suerte de que me
hiciera una entrevista el estudiante de postgrado Aldo Guevara, quien realiza
en el CEIICH de la UNAM una investigación que debe resultar extraordinariamente
interesante. El objetivo de la entrevista fue el de discutir algunas cuestiones
relacionadas con la presencia en México de Antonio Gramsci, el gran pensador
marxista y uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Una de las
conclusiones más obvias del intercambio es el de la muy frágil presencia de Gramsci
en México en las décadas de los 60, 70 y 80, tal vez en esta última ya con una
presencia mucho mayor, hasta el punto de que las ideas básicas del pensador
italiano habían penetrado probablemente hasta la dirección del Partido
Comunista Mexicano, y que no fueron ajenas a su conversión que lo acercaba al
eurocomunismo, y a su posterior disolución.
La coyuntura que abrió las puertas a este encuentro fue que
escribí en la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1959,
dos textos alusivos a Gramsci. El primero fue un artículo en que presentaba a
Gramsci sobre todo a partir de algunas ideas suyas sobre “el Príncipe de
Maquiavelo”, a quien considera, por una serie de razones, como un antecedente y
hasta un predecesor de los partidos políticos de la actualidad. Por supuesto,
tal es una cuestión que debía debatirse a fondo, ya que hoy “los partidos
políticos” han modificado sustancialmente su función y significado políticos.
Por supuesto, en ese artículo trató también de poner de relieve la importancia
que Antonio Gramsci, atribuye a los intelectuales y a la cultura en la
formación histórica de las sociedades y en su estructura y orientación
política.
En los fragmentos traducidos en aquella época procuro
rescatar algunas idea de Gramsci precisamente sobre la cultura y los
intelectuales, y mantener su perspectiva amplia sobre la política y las
transformaciones sociales, en las cuales ambas categorías desempeñan un papel
clave en la formación de las ideas y en su capacidad para configurar movimientos
sociales que resultan absolutamente claves en los enfrentamientos y transformaciones
históricas. Ideas y cultura que, cuando son profundas, no han sido nunca
coyunturales sino verdaderos elementos definitorios de cada sociedad.
Por supuesto, en la conversación se subrayó el carácter no
violento de las transformaciones revolucionarias propuestas por Gramsci (su
“guerra de posiciones”), en contraste con la “guerra revolucionaria” o ‘armada”
de Lenin (su “guerra de maniobras”, la primera orientada más, si posible, a las
transformaciones de los países avanzados de occidente y la segunda a los países
atrasados o con menor desarrollo relativo.
En la conversación se mencionó, por parte de Aldo Guevara,
que en América Latina Gramsci había entrado antes y en mayor abundancia en
Argentina, lo cual no es tan extraño si consideramos que los intelectuales y
políticos de ese país guardan vínculos abundantes con Italia y, en general, con
los países europeos. Aldo Guevara confirmaba al mismo tiempo su sólida
formación respecto al destino latinoamericano de Antonio Gramsci.
En el intercambio hubo también de reconocerse que, en
México, salvo excepciones como la señalada arriba, Gramsci fue logrando
paulatinamente una importante presencia sobre todo en medios académicos, con la
indirecta influencia política que estos fenómenos traen consigo necesariamente.
Yo mismo me preciaría de haber contribuido a lo anterior a través de escritos,
seminarios, conferencias y charlas universitarias, en que invariablemente he
puesto énfasis en la importancia teórica de Gramsci en el campo del marxismo, y
tal vez sobre todo en la importancia de sus análisis relativos a la llamada
sociedad de masas.
Si llevamos a cabo una interpretación seria de la obra de
Gramsci, al lado por ejemplo de la obra de algunos de los más destacados
teóricos integrantes de la llamada Escuela de Frankfurt, digamos Theodor
Adorno, Max Horkheimer o Herbert Marcuse, y otros distinguidos pensadores
marxistas de la segunda mitad del siglo XX, encontraremos no sólo un buen número
de afinidades sino tal vez algo más importante: el hecho de que la obra
gramsciana completa y llena el vacío y reproches que muchas veces se le ha
hecho a la obra de estos pensadores: el hecho de que la obra de Gramsci realiza
propuestas extraordinariamente importantes para infundirle sentido práctico a
la “crítica” política y social que comportan al más alto nivel las reflexiones
de los filósofos de Frankfurt, y la obra del propio Gramsci. Es decir, el
aspecto de la praxis, fundamental en el marxismo, es colmado también al más
alto nivel por las reflexiones gramscianas, que las piensa precisamente para
sociedades desarrolladas como las que tuvieron a la vista los filósofos de
Frankfurt.
Desearía culminar con un par de reflexiones: la calidad
humana e intelectual de Jaime García Terrés, quien como Jefe de Difusión
Cultural de la UNAM y Director General de la Revista de la propia Universidad
se mostró siempre extraordinariamente generoso y abierto para publicar textos
“socialmente ignorados”, como resultaba en la época la obra de Antonio Gramsci.
Al contrario, pensadores que se suponían marxistas no tuvieron la menor duda en
rechazar la publicación de la obra del marxista italiano aduciendo que se
trataba de un “revisionista”. No obstante el paso de los años prefiero
reservarme estos nombres, ya que pudiera ser demasiado penoso para sus
descendiente. Por lo demás, dire que ese calificativo de “revisionista” estaba
entonces de moda y era el primer argumento de que echaban mano los stalinianos.
Hoy, al paso de los años, sólo podemos sentir que Antonio
Gramsci no haya tenido mundialmente más seguidores teóricos y en la práctica,
porque entonces la visión del marxismo hoy sería muy diferente a la que
prevalece.
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