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Antonio Gramsci ✆ Marco Tonus |
José María Laso Prieto / En este año que concluye [1991] se celebra
el centenario del nacimiento del pensador Antonio Gramsci, el teórico marxista
en quien se conjugó el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la
voluntad. Sus escritos sobre el papel de lo ideológico en los procesos de
cambio social abren el camino a la reflexión sobre el papel
legitimador/transformador de los aparatos escolares. Sin embargo, Gramsci, a
causa de las duras condiciones de su vida política y carcelaria, no tuvo tiempo
ni oportunidad de desarrollar sistemáticamente sus concepciones pedagógicas.
Éstas se hallan implícitas en sus conceptos de hegemonía y revolución
cultural, y explícitas , aunque dispersas, en diversos textos de Cartas desde la Cárcel y en sus célebres Cuadernos de la Cárcel. Para Gramsci, el problema escolar se halla conectado con la
relación neurálgica que existe entre pedagogía y política, tal y como la
elaboró en su concepción central de hegemonía.
Así lo explicita, en uno de sus textos publicado en el
volumen El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, al
precisar que "este problema puede ser relacionado con el del planteamiento
moderno de la doctrina y de la práctica pedagógica, según la cual la relación
entre maestro y escolar es una relación activa, de interacciones recíprocas,
por las cuales todo maestro es al mismo tiempo alumno, y todo alumno maestro.
Pero la relación pedagógica no puede reducirse al ámbito de las interacciones específicamente escolásticas, por las cuales las nuevas generaciones entran en contacto con sus predecesores, cuyas experiencias y valores históricos necesarios absorben para madurar una personalidad propia, histórica y culturalmente superior. Esta relación existe en toda sociedad en su conjunto y para cada individuo con respecto a los demás, entre las clases intelectuales y las no intelectuales, entre los gobernantes y los gobernados, entre las élites y los seguidores, entre los dirigentes y los dirigidos, entre las vanguardias y los cuerpos de los ejércitos. Toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica y se verifica, no sólo en el interior de un país, entre las diferentes fuerzas que lo componen, sino en todo el campo internacional y mundial, entre grupos de civilización nacionales y continentales".
Pero la relación pedagógica no puede reducirse al ámbito de las interacciones específicamente escolásticas, por las cuales las nuevas generaciones entran en contacto con sus predecesores, cuyas experiencias y valores históricos necesarios absorben para madurar una personalidad propia, histórica y culturalmente superior. Esta relación existe en toda sociedad en su conjunto y para cada individuo con respecto a los demás, entre las clases intelectuales y las no intelectuales, entre los gobernantes y los gobernados, entre las élites y los seguidores, entre los dirigentes y los dirigidos, entre las vanguardias y los cuerpos de los ejércitos. Toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica y se verifica, no sólo en el interior de un país, entre las diferentes fuerzas que lo componen, sino en todo el campo internacional y mundial, entre grupos de civilización nacionales y continentales".
Educación de élites y educación de masas
Gramsci se planteaba también el problema de la educación
como un problema esencial en el proceso de elevación cultural del pueblo, que
en el período del "Risorgimento" —típico movimiento de élites— había
sido descuidado. Empero, para Gramsci, hacer política no era sólo educar a una
vanguardia sino tratar de elevar a las masas al nivel de una cultura integral.
Y así lo subraya con la siguiente matización:
"Crear una nueva cultura no significa hacer sólo individualmente descubrimientos originales, sino también, y especialmente, difundir críticamente verdades ya descubiertas,socializarlas, por así decirlo, y por lo tanto convertirlas en base de acciones vitales, elementos de coordinación y de orden intelectual y social. Que una masa de hombres sea conducida a considerar unitariamente el presente real es un hecho filosóficamente mucho más importante y original que el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se conserve como patrimonio de pequeños grupos intelectuales".
Hegemonía y escuela
La profesora Cristhine Buci Glusckmann, analizando tales
textos, considera que para Gramsci el sistema escolar es —como las demás
organizaciones culturales que actúan en la sociedad civil— uno de los factores
de hegemonía de una clase social y constituye el hilo conductor en la
elaboración de los Cuadernos de la Cárcel. Y es lógico que así sea, pues
la supremacía de una clase social no es sólo dominación sino —como hegemonía—
dirección intelectual y moral. Para imponerla no basta la coerción —de los
aparatos regresivos del Estado— sino que es preciso también el consenso o
consentimiento de las clases subalternas.
Para el logro de esa hegemonía, es fundamental la función
que desempeñan los intelectuales. Actuando como "funcionarios de las
superestructura" cimientan la unidad de la estructura y la
superestructura, que constituye un bloque histórico determinado, mediante la
elaboración y difusión de la ideología de la clase dominante dando lugar a su
hegemonía. De ahí la importancia de la educación, ya que ésta desempeña una
función esencial en la formación de los intelectuales del bloque emergente como
ya lo habían desempeñado en la gestación del bloque dominante. Con la
particularidad de que, para los intelectuales del nuevo bloque emergente, la
cultura constituye un integrante básico del socialismo, pues éste debe integrar
una concepción integral de la vida que comprenda no sólo la organización
política sino también la organización del saber a través de la actividad
cultural.
El hombre en la sociedad y en la escuela
Antes de iniciar, en 1929, una reflexión sistemática sobre
los problemas pedagógicos, Gramsci se había planteado —reflexionando sobre la
"filosofía de la praxis"— el problema de la naturaleza humana. Para
Gramsci no existe una "naturaleza humana universal" (concepto
metafísico) ni tampoco una individualidad preconstituida al proceso de
formación histórica de cada uno de los hombres. Preguntarse ¿qué es el
hombre? es preguntarse si el hombre puede modelar su propio destino. Es
decir, si puede crearse una vida propia. Según Gramsci, la respuesta es que
"el hombre es un proceso, el proceso de sus actos". O, dicho de otro
modo, el hombre es, sobre todo, espíritu, o sea, creación histórica, no
naturaleza. Aunque el hombre es un ser material, esta materialidad no puede
reducirse al significado que la materia tiene en las ciencias naturales o en
las metafísicas materialistas premarxistas. No existe, por lo tanto, una
naturaleza humana de base, determinada y fija ontológicamente en la variedad de
sus manifestaciones durante el conjunto de su historia sino que la naturaleza
humana es un continuo transformarse que se va determinando poco a poco a través
de la dialéctica de las relaciones sociales: la naturaleza humana es el
conjunto de las relaciones sociales que determina una conciencia históricamente
definida. Además, el conjunto de las relaciones sociales es contradictorio en
todo momento y se halla en continuo desarrollo, de forma que la naturaleza del
hombre no es algo homogéneo para todos los hombres y todos los tiempo.
Para Franco Lombardi. es ésta una historización de la
realidad humana en la que adquiere sentido y significado preciso la primitiva
observación gramsciana de que "el hombre es creación histórica, expresión
de las relaciones entre la voluntad humana —situada en la superestructura de
una formación económico-social— y la estructura económica de la sociedad. La
escuela o, más genéricamente, la educación desempeña una función muy importante
en el desarrollo de esas relaciones al asegurar la transmisión del acervo
cultural de una a otra generación" (Gramsci).
Educación y formación de la personalidad
La concepción que Gramsci tenía de la función de la
educación emerge así de todo el conjunto del pensamiento gramsciano y enlaza
estructuralmente con la "filosofía de la praxis", en cuanto que ésta
aspira a ser una reforma moral cuyo fin será elevar la conciencia crítica de
las clases populares para que los individuos que la constituyeron lleguen a
adquirir una concepción superior de la vida. En ese sentido, debe precisarse
que la característica educativa implícita en la "filosofía de la
praxis" (marxismo) se manifiesta, sobre todo, en el proceso de formación
de la personalidad. Para Gramsci, el hombre, que es el resultado de unas
condiciones de vida, es también el sujeto de una transformación determinada, ya
por un cambio del conjunto de las relaciones sociales, ya por la toma de la
conciencia de estas situaciones objetivas y por la voluntad de querer servirse
de ellas.
De este modo, apoyándose en las condiciones objetivas de
existencia, el hombre pone en movimiento la propia voluntad como aplicación
efectiva del querer en abstracto y forma así su propia personalidad. Esta
formación no es sólo individual y subjetiva sino una operación compleja en la
que los elementos individuales y subjetivos se asocian a los elementos de
masas, objetivos o materiales. con los que el individuo se encuentra en unas
relaciones de acción recíproca. Conviene también precisar que, si bien la
síntesis de dichos elementos es individual, ésta se realiza por medio de una
actitud que está en conexión recíproca con el exterior —la naturaleza y los
otros hombres— realizando un progreso ético que sería vano considerar
individual.
Rechazo del determinismo y del innatismo pedagógico
El rechazo que Gramsci realiza tanto del determinismo como
del innatismo pedagógico es una consecuencia de su concepción de la naturaleza
humana. Según Gramsci, no se puede hablar de una naturaleza "a
priori" del niño, ni del hombre en general, innata, cuya simple función
sería la de manifestarse. Es evidente que en el individuo humano hay elementos
naturales de carácter innato, pero después de un examen detenido se muestran
menos innatos de lo que parecen, y, por lo tanto, su importancia debe limitarse
al máximo, incluso porque no todo lo que en el niño parece ser natural resulta
ser tal y, a veces, es mejor considerarlo como historia.
Dado que la conciencia del niño no es algo
"individual" sino reflejo de la parte de la sociedad civil en la que
el niño estaba integrado, de las relaciones sociales que se crean en la
familia, en la vecindad, el pueblo, etc., se deduce que la posición innatista
que propone "renunciar a formar al niño" significa únicamente
permitir que su personalidad se desarrolle tomando caóticamente del ambiente
general todos los aspectos de la vida. En consecuencia, Gramsci se opone a la
pedagogía que considera la educación como el desarrollo de algo ya existente
bajo la forma de una fuerza latente originaria, teniendo en cuenta que esta
originalidad no es más que un indiferenciado e informe complejo de sensaciones
e imágenes obtenidos durante la primera fase de la vida del niño. Este modo de
concebir la educación, no es válido, en todo caso, sino para contraponerlo
a otro peor —que Gramsci denomina "jesuítico", basado en una coacción
externa brutal— pero que acaba por exasperar tanto la espontaneidad que corre
el peligro de caer en el fatalismo, mientras que, por el contrario, la
educación debería ser organizada y dirigida, incluso a través de una cierta
forma de coacción.
Gramsci argumenta también esta tesis en una carta dirigida a
su esposa sobre la educación de los hijos. Decía entonces así:
"Pero en conjunto (sus cartas) me han dado la impresión de que tú y otros miembros de tu familia sois demasiado metafísicos, al presuponer que el niño contiene al hombre entero en potencia, siendo preciso por tanto ayudar al desarrollo de ese contenido latente sin ejercer ninguna clase de coacción, dejando actuar a las fuerzas espontáneas de la naturaleza o qué sé yo. Por mi parte, pienso que el hombre es toda una formación histórica, obtenida a través de la coerción (entendida en el sentido más general que el de brutalidad y violencia externa), y además pienso que de otro modo se caería en una forma de trascendencia o de inmanencia. Lo que se toma por una fuerza latente no es, en su mayor parte, sino el complejo informe e indiferenciado de las imágenes y sensaciones de los primeros días, de los primeros meses, de los primeros años de la vida; imágenes y sensaciones que no siempre corresponden a lo mejor según nuestros deseos. Esta manera de concebir la educación como el desenredar una madeja ya preexistente tuvo su importancia cuando se trataba de oponerla a la escuela jesuítica, por cuanto negaba una filosofía aún peor, pero hoy está superada a su vez. Renunciar a formar al niño no significa otra cosa sino permitir que se desarrolle su personalidad acogiendo caóticamente del ambiente general todos los motivos que han de formar su vida. Es extraño e interesante que el psicoanálisis de Freud haya creado, especialmente en Alemania, tendencias similares a las que rigieron en Francia en el siglo XVIII, y que aparezca de nuevo el tipo del buen salvaje corrompido por la sociedad, esto es, por la historia. Resulta una nueva forma de desorden intelectual muy interesante".
Educación crítica
Al poner el acento sobre el elemento voluntarista de la
educación Gramsci resalta la necesidad de que no provenga de la familia del
niño y de que no actúe como puro individuo, sino que sea portador de los ternas
más importantes del grupo social. Según Gramsci, para educar es necesario un
aparato cultural a través del cual la generación anterior transmita a la
generación de los jóvenes toda la experiencia del pasado —de las generaciones
pasadas— y les haga adquirir sus inclinaciones y hábitos. Incluso los físicos y
técnicos que se adquieren con la repetición. Esta transmisión de contenidos
culturales de la vieja a la nueva generación se realiza especialmente a través
de la escuela. Es decir, de la obra del maestro que en su trabajo realiza el
nexo instrucción-educación, ya que para Gramsci no puede existir, al menos en
teoría, una instrucción sin educación.
En definitiva, para Gramsci, maestro no es sólo el que
enseña en la Escuela, sino que el verdadero maestro, el educador, es aquel que
representando la conciencia crítica de la sociedad, y teniendo en cuenta el
tipo de hombre colectivo que se encuentra representado en la Escuela, asume el
papel de moderador entre la sociedad en general y la sociedad infantil en
desarrollo. Es también educador y quien secunda estimula el proceso evolutivo a
través de la búsqueda de un equilibrio dinámico y dialéctico entre imposición
social e iniciativa autónoma del individuo. Gramsci considera también al
maestro como intelectual, es decir, como un dirigente (especialista político)
que trabaja en el campo de la educación difundiendo la ideología del bloque
histórico dominante o tratando de elaborar la hegemonía del nuevo bloque
emergente. De ahí la necesidad de que el educador sea también educado ya que,
según la célebre Tercera tesis de Marx sobre Feuerbach, "la doctrina
materialista de que los hombres son el producto del ambiente y que, por lo
tanto, los cambios en los hombres son el de otros cambios en el ambiente no
tiene en cuenta que también los hombres puedan modificar el ambiente y de que
el educador de ser a su vez educado".
La Escuela única o unitaria
El concepto dé Escuela única, o unitaria, desempeña una
función relevante en las concepciones pedagógicas de Gramsci. En realidad, es
una consecuencia de la visión que el pensador italiano tiene del desarrollo de
la sociedad. Según Betti, la sociedad que se plantea Gramsci es una comunidad
nueva, animada de un espíritu de justicia social, una sociedad donde la escuela
se inserta como elemento activo y propulsor para la educación de las nuevas
generaciones, una sociedad que no entre en contradicción con la escuela, sino
que sea capaz de revivir y prolongar las recíprocas interacciones que la escuela
establece. En la visión gramsciana, el problema de la sociedad es esencial.
Gramsci, al igual que Makarenko, está convencido de que la cuestión
de la revalorización del trabajo como actividad humana y social, de la
construcción de una sociedad capaz de realizar las más válidas aspiraciones del
hombre no puede encontrar una solución satisfactoria en el mero activismo
pedagógico por cuanto que la educación social ha de ir unida a la idea de
transformación social.
Con Makarenko, ya no se piensa en actuar por actuar sino que
se aspira a una actividad concreta, socialmente interesante, que una vez más la
escuela a la vida y a las rápidas transformaciones sociales se producen. Ahora
está claro que no es posible plantearse el problema de la escuela sin
vincularlo al de las exigencias de la sociedad, de la cual debe ser expresión y
motor la escuela. Todos los aspectos, desde los ideales educativos hasta los
programas, han de valorarse a la luz de los problemas presentes y futuros
de la comunidad. La vitalidad de una escuela se mide por su sensibilidad frente
a estas nuevas solicitudes que proceden de la vida, lo mismo que la causa de su
decadencia haya que buscarla en la ruptura entre escuela y sociedad. Gramsci
advierte que el retraso de la escuela debe ser diagnosticado en razón de su no
adecuación a la vida. Ello ocurre cuando se presenta como escuela culturista
que insiste en presentar problemas que, si tuvieron importancia en otros
tiempos, han dejado de tenerla. Del aislamiento de la escuela respecto a la
vida nace lo que Dewey llamó "despilfarros de la educación", que
impiden al niño elaprovechamiento de su experiencia cotidiana e inversamente no
le permiten servirse en la vida de lo que aprende en la escuela.
Para Betti, de cuanto queda dicho, y ante la necesidad de
difundir los valores humano a fin de que nadie se vea privado de condiciones
para el desarrollo de su personalidad, nace la exigencia grarnsciana de
una escuela unitaria elemental-media como instrumento para formar a las nuevas
generaciones a través de la acción consciente del adulto, de la sociedad. ¿En
qué razones se funda esta reivindicación?: Por una parte, en tratar de eliminar
la orientación clasista de la escuela, que procura dar un tipo diferente de
educación a cada estrato social para cristalizar a cada uno de éstos "en
una función social determinada, o directiva o instrumental, en vez de ofrecer a
todos los niños iguales oportunidades de elección de su propio provenir".
Por otra, la escuela única es concebida por Gramsci como un medio insustituible
para la creación de nuevas relaciones, de relaciones más justas entre trabajo
intelectual y trabajo industrial, a fin de superar, como bien precisaba Hessen,
"la antigua y decisiva oposición entre la cultura general y la instrucción
profesional", entre escuelas para las élites y escuelas para artesanos.
Además del rechazo de la tradicional escuela media para las
élites, distanciada de la vida y empeñada en "instruir a la juventud sobre
materias alejadas de cuanto sea útil y relacionado con el presente",
aflora en el pensamiento de Gramsci un nuevo concepto de la escuela profesional
entendida no ya como escuela meramente artesana, sórdidamente practicista, sino
como medio para asegurar a los jóvenes aprendices una específica cultura
general. Es significativo que, aunque Gramsci no estima que pueda ser
competencia exclusiva de la escuela la reconstrucción social, pues la considera
insuficiente como instrumento para eliminar las diferencias de clase, que piense
que sin embargo la escuela única podría dar lugar a una mejor comprensión entre
los jóvenes de las diferentes capas, con efectos beneficiosos que tal vez se
harían sentir "no sólo en la escuela sino en toda la vida social".
Esta posibilidad de entendimiento no será inconsciente ni impuesta por una
fuerza exterior, sino que se originará como fruto o resultado de la escuela
unitaria, porque antes de adoptar el camino de la especialización intelectual y
profesional los jóvenes habrán adquirido una conciencia moral y social sólida y
homogénea que les habrá permitido entenderse, comprenderse y ser comprendidos,
estableciéndose un encuentro anterior a las divisiones religiosas, políticas e
ideológicas.
Para Gramsci, la escuela única constituye una gran exigencia
de la sociedad moderna, que necesita aprovechar todas las posibilidades de los
jóvenes para mantenerse sólida y progresiva. En consecuencia, la educación debe
entenderse como una presión enérgica "sobre todo el sector escolar para
hacer emerger a esos millares, centenares, o aunque sólo sean docenas de
estudiosos de altos vuelos, necesarios para la continuidad de cualquier
cultura". Desde esta perspectiva, según Betti, no debe creerse que
Gramsci, al mencionar esa intención de seleccionar enérgicamente, pretende
reducir la escuela a una pequeña élite, aunque fuese la élite de la
inteligencia. Grámsci está íntimamente convencido de que el problema de llevar
la cultura a todos coincide con el de seleccionar los grandes dirigentes de la
sociedad. Pues en realidad, cuando se dice que todos deben seguir el mismo
curso, no significa que todos vayan a alcanzar los mismos objetivos y los
mismos resultados, sino que todos deben tener la oportunidad y los medios para
constituirse como personas, deben estar sometidos a la disciplina y al trabajo
intelectual ser puestos en contacto con el patrimonio cultural acumulado por
las generaciones precedentes, y estar cada cual en condiciones para poder
expresar "su verdadera y esencial capacidad. asegurándole para ello el desarrollo
natural tantas veces comprometido por los shocks psíquicos debidos a
hechos de la vida del alumno en la familia y en la escuela".
En esta concepción gramsciana, la escuela no puede
concebirse ni siquiera en sus primeros años, como una diversión, como una
enseñanza fácil y atrayente en todo momento y a cualquier precio, sino como una
acción que, dentro del respeto al educando, impone sacrificios, renuncias y
esfuerzos. Pues nunca dejará de ser cierto que el entendimiento del niño no
progresa sino "por medio del esfuerzo", al mismo tiempo que lucha por
"sujetarse a privaciones y limitaciones del movimiento físico, es decir,
que se somete a una disciplina psicofísica". Basándose en sus propias
experiencias, Gramsci concibe el estudio como una tarea muy seria y fatigosa
que no se lleva a cabo espontáneamente, sino que exige una preparación no sólo
intelectual sino también muscular y nerviosa: es como un proceso de adaptación,
un hábito adquirido a través del esfuerzo, superando el tedio e incluso el
sufrimiento. De ahí la posición negativa de Gramsci ante la idea de que la
escuela, por ser para todos, haya de ser fácil. De ahí también la sugerencia de
generalizar la enseñanza preescolar, a fin de que todos los niños adquieran
esos hábitos necesarios para facilitar la adaptación psico-física a la escuela,
así como al proyecto de crear una serie de actividades integradoras, tales como
bibliotecas, guarderías, etc, para favorecer el proceso de homogeneización de
los diversos elementos de la vida escolar y elevar a los más desposeídos al
nivel de los mejores. Desde esta perspectiva resulta claro que el objetivo de
la escuela unitaria es crear un estrato de intelectuales, elevando las masas a
la cultura para hacerles adquirir una concepción superior de la vida, en contra
de las tendencias que se proponen mantener a los simples, a los humildes, en su
filosofía primitiva. En consecuencia, la escuela unitaria es "un elemento
básico en la lucha por la hegemonía de las clases populares".
En ese sentido, Gramsci supera netamente el concepto de la
cultura subalterna, destinada a las clases más pobres, y el de la cultura
humanística, desinteresada, como privilegio de las clases dirigentes. No sólo
rechaza la idea de la escuela hecha a medida de las clases populares —luchando
decididamente desde las páginas de "L'Ordine Nuovo" contra tales
tendencias, que se manifestaban incluso en el seno del movimiento obrero— sino
que además se oponía a toda concepción de la cultura como saber enciclopédico,
como adquisición de nociones inconexas que forman hombres mecánicamente
determinados, cuando no desarraigados, gentes que se creen superiores al resto
de la humanidad porque han acumulado en la memoria cierta cantidad de datos y
fechas, que desgranan en toda ocasión para alzar una barrera, entre ellos y los
demás.
Para Betti, en el Gramsci joven es más evidente la
influencia idealista y la valoración de la espontaneidad, de la subjetividad,
que el Gramsci maduro colocaría luego en sus más justos términos de relación
concreta con el mundo humano y natural. Pero, por el contrario, se mantuvo
siempre firme en el rechazo de una cultura subalterna para las clases
populares. Rechazó el concepto de "escuela popular" porque se daba a
ésta un carácter de escuela profesional, inmediatamente práctico, quedando las
clases populares en su sempiterna posición de inferioridad. A su juicio, la
escuela popular obedecía al propósito de someter a los desheredados, de
inculcarles resignación y respeto frente a la situación existente. En cambio,
la escuela propugnada por Gramsci trataría de implantar en todo joven "una
psicología de constructor". Todos deberían estar en condiciones de ser
"gobernantes", aunque sea en un sentido abstracto. Así se funden los
ideales humanístico y democráticos, y la tradicional dualidad entre el hombre
aristocrático y el hombre común se superaba en el hombre moderno.
BibliografíaANTONIO GRAMSCI: La alternativa pedagógica. Selección de textos e introducción de Mario A. Manacorda. Nova Terra. Barcelona. 1973.
El autor de esta antología ha querido expresar con ella el sentido último de todas las páginas que Gramsci dedicó al tema de la pedagogía y de sus implicaciones. Se trata de cartas, artículos, notas de los "Cuadernos de Cárcel"... que bajo su ocasionalidad y dispersión aparente poseen una gran coherencia.
ANTONIO GRAMSCI: La Formación de los intelectuales. Grijalbo. México, 1967.
Integran este libro una selección de textos de "Los Cuadernos de Cárcel" de Antonio Gramsci. Para Gramsci, todos los hombres pueden llegar a ser intelectuales, pues aún el trabajo más elemental y tosco exige la participación del pensamiento. Los textos han sido agrupados desde esta tesis.
ANGELO BROCCOLI: Antonio Gramsci y la educación como hegemonía. Nueva Imagen. México, 1977. En esta obra Angelo Broccoli se esfuerza por reconstruir las líneas fundamentales de la teoría educativa gramsciana, a partir del análisis de los conceptos de hegemonía y de bloque histórico.
FRANCO LOMBARDI: Las ideas pedagógicas de Gramsci. A. Redondo, editor. Barcelona, 1973.
Franco Lombardi argumenta que, para Gramsci, la escuela no es sólo un órgano de instrucción y educación sino también un vehículo de enlace entre el mundo del trabajo y la construcción del nuevo humanismo y la nueva cultura.
G. BETTI: Escuela, educación y pedagogía en Gramsci. Martínez Roca. Barcelona, 1981.
En esta obra, Gramsci y Betti, coherentemente compaginados entre sí, critican la pedagogía idealista, con argumentos que alcanzan a ciertas escuelas rouseaunianas como la de A.S. Neill y la de Iván Ilich. Directamente en el primer caso, indirectamente en el segundo. Otros pedagogos, identificados como progresistas, como Decroly, Freinet, Dewey y Makarenko, tampoco salen muy bien parados.
M. A. MANACORDA: Marx y la pedagogía moderna. Colección Libros Tau. Barcelona, 1969.
Contiene un apartado dedicado a "La pedagogía marxista en Italia". Comprende los siguientes epígrafes: 1. Del premarxismo de Labriola al marxismo de Gramsci. 2. Enseñanza y trabajos en Gramsci. 3. El desarrollo armonioso e integral del individuo. 4. Contra el innatismo y el individualismo. 5. Una escuela de rigurosos principios. 6. Utilidad con una lectura "gramsciana" de Marx.
CRISTHINE BUCI-GLUSCKMANN: Gramsci et la cuestion scolaire. Número semimonográfico dedicado por la Revista "Litterature/science/ideologie" (número 3/4 de 1972) dedicado a las ideas pedagógicas de Gramsci. Además del trabajo de Buci-Glusckmann, contiene dos textos de Gramsci sobre temas escolares.
Publicado originalmente en la revista ‘Signos, teoría y práctica de la educación’,
Nº 4, páginas 4-11, correspondiente a los meses de julio — diciembre de 1991
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