Antonio Gramsci
I. Universalidad del rapport pedagógico y problema de los intelectuales
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Antonio Gramsci ✆ A.d. |
El problema escolar aparece en los planes de
estudio de Gramsci como parte de su principal investigación sobre los intelectuales,
cuyo significado se ve ilustrado en una carta a su cuñada Tania. Se trata,
precisamente, de ese rapport general
pedagógico-político existente en toda la sociedad, ya sea como
dictadura-coerción ejercida por la «sociedad política» (gobierno, tribunales,
etc.), ya como hegemonía-persuasión ejercida por la «sociedad civil»
(asociaciones privadas, iglesia, sindicatos, escuela, etc.), en la que operan
sobre todo los intelectuales.
Pedagogía y política
Este problema del logro de una unidad cultural-social
sobre la base de una común y general concepción del mundo puede y debe
aproximarse al planteamiento moderno de la doctrina y de la práctica
pedagógica, según la cual el rapport
entre maestro y alumno es un rapport
activo, de relaciones recíprocas, por lo que todo maestro sigue siendo alumno
y todo alumno es maestro. Pero el rapport
pedagógico no puede limitarse a las relaciones específicamente «escolares»,
mediante las cuales las nuevas generaciones entran en contacto con las viejas
absorbiendo de ellas las experiencias y valores históricamente necesarios, y
«madurando» y desarrollando una propia personalidad histórica y culturalmente
superior. Esta relación se da en toda la sociedad en su totalidad y en cada
individuo respecto a los demás, entre castas intelectuales y no intelectuales,
entre gobernantes y gobernadas, entre élites y secuaces, entre dirigentes y
dirigidos, entre vanguardias y cuerpos ejército. Toda relación de «hegemonía»
es necesariamente rapport pedagógico
y se verifica no sólo en el interior de una nación, entre las diferentes
fuerzas que la componen sino todo el campo internacional y mundial, entre
conjuntos de civilizaciones nacionales y continentales. MS, p.26
Intelectuales y hegemonía
Queridísima Tatiana.
(...) El estudio que he realizado sobre los intelectuales es muy amplio como
diseño y, en realidad, i creo que existan en Italia libros sobre este tema.
Existe ciertamente mucho material erudito, pero disperso en un número infinito
de revistas y archivos históricos locales. Por otra parte, yo extiendo mucho la
noción de intelectual, sin limitarme la noción corriente que hace referencia a
los grandes intelectual les. Este estudio lleva también a ciertas
determinaciones del concepto de Estado,
normalmente entendido como Sociedad
política (o dictadura, o aparato coercitivo para conformar a masa popular según
el tipo de producción y la economía de un momento dado) y no como un equilibrio
entre la Sociedad política y la Sociedad civil (o hegemonía de un grupo social
sobre toda la sociedad nacional ejercida a través de las organizaciones
denominadas privadas, como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.)
precisamente en la sociedad civil operan de modo especial los intelectuales
(Benedetto Croce, por ejemplo, es una especie de papa laico y un instrumento
eficacísimo de hegemonía, aunque de vez en cuando pueda encontrarse en oposición
a tal o cual gobierno, etc.). Esta concepción de la función de los
intelectuales, en mi opinión, ilustra la razón o una de las razones de la caída
de las Comunas medievales, es decir, del gobierno de una clase económica que no
supo crearse una categoría propia de intelectuales y ejercer por tanto una hegemonía
además de una dictadura; los intelectuales italianos no tenían un carácter
popular-nacional sino cosmopolita y basado en un modelo de la Iglesia, y a
Leonardo le era indiferente vender al duque Valentino los diseños de las
fortificaciones de Florencia. Las
Comunas fueron, pues, un estado sindicalista que no llegó a superar esta
fase y a convertirse en un Estado integral como en vano indicaba Maquiavelo, el
cual pretendía, a través de la organización del ejército, organizar la hegemonía
de la ciudad sobre el campo, por lo que puede llamársele el primer jacobino
italiano (el segundo ha sido Cario Cattaneo; pero éste con demasiadas quimeras
en la cabeza). De todo esto se infiere
que el Renacimiento debe considerarse como un movimiento reaccionario y
represivo en oposición al desarrollo de las Comunas, etc. Te hago estas
alusiones para persuadirte de que todo período de la historia italiana, desde
el Imperio Romano hasta el Risorgimiento, debe considerarse desde este punto de
vista monográfico.
C 210, 7 de septiembre de 1931.
Queridísima Tania
(...) Ya hice alusión a la importancia que concede Croce a su actividad teórica
de revisionista y que, por su misma admisión explícita, todo su esfuerzo de
estos últimos años como pensador se ha visto guiado por el intento de completar
la revisión (del marxismo) hasta el punto de convertirla en liquidación. Como
revisionista ha contribuido a suscitar la corriente de la historia
económico-jurídica (que, de forma atenuada, se ve todavía hoy representada
sobre todo por el académico Gioachino Volpe); hoy ha dado forma literaria a esa
historia denominada ético-política, de la que debería llegar a ser paradigma la
Storia d'Europa. ¿En qué consiste la innovación realizada por Croce? ¿Tiene ese
significado que él le atribuye y, sobre todo, ese valor «liquidador» que él
pretende? Concretamente puede decirse que Croce, en la actividad
histórico-política, pone el acento tan sólo en ese momento que se conoce en
política como de la «hegemonía», del consenso, de la dirección cultural, para
distinguirlo del momento de la fuerza, de la constricción, de la intervención
legislativa y estatal o policial. En realidad no se comprende cómo cree Croce
en la capacidad de este planteamiento suyo de la teoría de la historia para
liquidar definitivamente toda teoría de la praxis. Ha ocurrido precisamente que
en el mismo período en que Croce elaboraba su diversora clava, la filosofía de
la praxis, en sus más grandes teóricos modernos, era elaborada en el mismo
sentido y revalorado precisamente de forma sistemática el momento de la
«hegemonía» o de la dirección cultural en oposición a las concepciones
mecanicistas y fatalistas del economismo. Se ha llegado incluso a afirmar que
el rasgo esencial de la más moderna filosofía de la praxis lo constituye
precisamente el concepto histórico-político de «hegemonía».
II. Formación y función de los intelectuales
Esta es la nota más organizada sobre el tema y
que más que ninguna otra absorbió la atención de Gramsci en los años de cárcel.
Comienza definiendo la acepción del término y el
modo de formación histórica de los intelectuales, no clase, sino categoría
orgánica que toda clase se crea para elaborar una c ciencia de sí y para
imponerla a las clases subalternas. Distingue por consiguiente, la existencia
ya de una «casta» intelectual (el clero) superviviente de las clases sociales
de las que f expresión orgánica, ya intelectuales orgánicos con la e
actualmente dominante (los actuales intelectuales laicos burgueses), ya, por
fin, de los intelectuales que vienen elaborando lentamente las clases que se
preparan para conquistar la hegemonía social. Gramsci, que en los tiempos del
«Ordine Nuevo» semanal (1919-21) persiguió esta obra de elaboración de
intelectuales orientados a la nueva clase emergente, habida en cuenta la
diferencia entre el intelectual tradicional y el «nuevo» intelectual, mezclado
con la vida práctica, que asciende de la técnica a la ciencia y a la concepción
humanístico-histórica (Un punto éste al que volveremos más tarde).
En este contexto se inserta el discurso sobre la
escuela, todo conmensurado a esta dimensión moderna, tecnológica, del nuevo
intelectual, en la identificación de la intelectualización y de L
industrialización. Es un discurso que Gramsci añade en un segundo momento, una
vez que ha escrito las notas sobre la organización de la escuela y sobre la
investigación del principio educativo, y que señala por tanto la advertencia
profunda de qué todos estos motivos se interrelacionan.
Gramsci desarrolla, pues, los aspectos políticos
del problema: la relación ideológica intelectuales-Estado y el partido político
como elaborador de intelectuales; y traza por fin una rápida reseña histórica
de la formación de los intelectuales y su relación con el Estado, con las
castas dominantes y con las subalternas, en Italia y en otros países de Europa,
América y Asia.
Clases sociales y categorías intelectuales
¿Son los intelectuales un grupo social autónomo
e independiente, o bien cada grupo social tiene su propia categoría especializada
de intelectuales? El problema es complejo por las diferentes formas que ha
adoptado hasta ahora el proceso histórico real de formación de las diversas
categorías intelectuales.
Las más importantes de estas formas son dos:
1) Cada grupo social, al nacer sobre el terreno
originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se
crea a la vez, orgánicamente, una o varias castas de intelectuales que le dan
homogeneidad y conciencia de la propia función no sólo en el campo económico,
sino también en el social y político: el empresario capitalista crea el técnico
industrial, e1 científico de la economía política, la organización de una va
cultura, de un nuevo derecho, etc., etc. Hay que observar el hecho de que el
empresario representa una elaboración social superior ya caracterizada por una
cierta capacidad dirigente y técnica (es decir, intelectual): debe poseer una
cierta capacidad técnica, además de la esfera a la que se circunscribe su
actividad e iniciativa, en otras esferas más, al menos en las próximas a la producción económica (debe ser
un organizador- de masas de hombres; debe ser un organizador de la «confianza»
de los «clientes» en su empresa, de los compradores de su mercancía, etc.).
Si no todos los empresarios, al menos una ente
debe poseer una capacidad de organización de la sociedad en general, con todo
su complejo organismo de servicios, hasta el organismo estatal, por la
necesidad de crear las condiciones más favorables a la expansión de su propia
clase —o por lo menos debe tener la capacidad de elegir a sus «delegados»
(empleados especializados) a los que confiar esta actividad organizativa de las
relaciones generales externas a la empresa. Puede observarse que los
intelectuales «orgánicos» que cada nueva clase crea consigo misma y elabora en
su desarrollo progresivo, son por lo general «especializaciones» de aspectos
parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que ha sacado a
relucir la nueva clase[1].
Incluso los señores feudales eran detentores de
una peculiar capacidad técnica, la militar, y es precisamente a partir del
momento en que la aristocracia pierde el monopolio de la capacidad
técnico-militar, cuando se inicia la crisis del feudalismo. Pero la formación
de los intelectuales en el mundo feudal y en el precedente mundo clásico es una
cuestión que requiere un estudio aparte: tal formación y elaboración sigue vías
y modos que es preciso estudiar concretamente. Así hay que observar que la
masa de los campesinos, aunque lleve a cabo una función esencial en el mundo de
la producción, no elabora propios intelectuales «orgánicos» y no «asimila»
ninguna casta de intelectuales «tradicionales», aunque otros grupos sociales
arrebaten a la masa de campesinos a muchos de sus intelectuales y muchos
intelectuales tradicionales sean de origen campesino. Pero cada grupo social «esencial», Al emerger a la
historia de la precedente económica y como expresión de su desarrollo (de esta
estructura), ha encontrado, al menos en la historia que se ha hilvanado hasta
ahora, categorías intelectuales preexistentes y que aparecían mas bien como
representantes de una continuidad histórica ininterrumpida hasta con los mas
complicados y radicales cambios de las fronteras sociales y políticas.
La más típica de estas categorías intelectuales
es la de los eclesiásticos, monopolizadores durante largo tiempo (por toda una
fase histórica que se caracteriza mas bien por este monopolio) de algunos
servicios importantes: la ideología religiosa, es decir la filosofía y la
ciencia de la época, con la escuela, la instrucción, la moral, la justicia, a
la beneficencia, la asistencia, etcétera. La categoría de los eclesiásticos
puede considerarse como la categoría intelectual orgánicamente ligada a la
aristocracia fundista: era equiparada jurídicamente a la aristocracia, con la
que compartía el ejercicio de la propiedad feudal de la tierra y el uso de los
privilegios estatales vinculados a la propiedad. Pero el monopolio de las
superestructuras por parte de los eclesiásticos no se ha ejercido sin lucha y
limitaciones, por lo que se han visto nacer en diferentes formas (que han de
buscarse y estudiarse concretamente), otras categorías, favorecidas y
engrandecidas por el reforzamiento del poder central del monarca, hasta el
absolutismo. Así se viene formando la aristocracia de la toga, con sus propios
privilegios, una casta de administradores, etc.; científicos, teóricos,
filósofos no eclesiásticos, etc.
Pero como estas diferentes categorías de
intelectuales tradicionales sienten con «espíritu de cuerpo» su ininterrumpida
continuidad histórica y su calificación, así ellos se ponen a si mismos como
autónomos e independientes del grupo social dominante. Esta autoposición no se
produce sin consecuencias en el campo ideológico y político, consecuencias de
gran alcance: toda la filosofía idealista puede fácilmente vincularse con esta
posición asumida por el complejo social de los intelectuales, y puede definirse
la expresión de esta utopía social por la cual los intelectuales se crean
«independientes», autónomos, revestidos
de características propias, etc.
Hay que observar, sin embargo, que si el papa y
la alta jerarquía de la iglesia se creen más ligados a cristo y a los apóstoles
de lo que puedan estarlo a los senadores Agnelli y Benni, esto no es aplicable
a Gentile y Croce, por ejemplo; Croce sobre todo, se siente fuertemente ligado
a Aristóteles y a Platón, pero tampoco disimula su ligazón a los senadores
Agnelli y Benni, y en ello precisamente reside la característica mas relevante
de la filosofía de Croce.
Todos los hombres son intelectuales
¿Cuáles son los límites «máximos» de la aceptación
de «intelectual»? ¿Puede Hallarse un criterio unitario para caracterizar del
mismo modo a todas las diferentes y dispares actividades intelectuales y para
distinguir a éstas a la vez y de forma esencial de las demás agrupaciones
sociales? El error metódico más difundido me parece que consiste en haber
buscado este criterio de distinción dentro de las actividades intelectuales en
vez de hacerlo en el conjunto del sistema de relaciones en que tales
actividades (y por lo tanto los grupos que las representan) vienen a
encontrarse en el conjunto general de las relaciones sociales. Y en cambio el
obrero o proletario, por ejemplo no se caracteriza por el trabajo manual o
instrumental, sino por este mismo trabajo en determinadas relaciones sociales
(dejando a un lado la consideración de que no existe trabajo puramente físico y
que incluso la expresión de Taylor «gorila amaestrado»Es una metáfora para un
limite en una cierta dirección: en cualquier trabajo físico, incluso en el más
Mecánico y degradado, existe un mínimo de cualificación técnica, es decir, un
mínimo de actividad intelectual creadora). Y ya hemos observado que el
empresario, por su misma función, debe poseer en cierta medida un cierto número
de cualificaciones de carácter intelectual, aunque su figura social no esté
determinada por ellas si no por las relaciones generales sociales que
precisamente caracterizan la posición del empresario en la industria.
Todos los hombres son intelectuales, podría decirse por tanto; mas no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. [2]
Todos los hombres son intelectuales, podría decirse por tanto; mas no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. [2]
Cuando se distingue entre intelectuales y no-intelectuales en realidad nos referimos tan sólo a la inmediata función social de la categoría profesional de los intelectuales, es decir nos atenemos a la dirección en la que gravita el peso mayor de la actividad específica profesional, si en la elaboración intelectual o en el esfuerzo muscular-nervioso. Esto quiere decir que, si puede hablarse de intelectuales, no puede hacerse lo mismo de los no-intelectuales, porque los no-intelectuales no existen. Pero la misma relación entre esfuerzo de elaboración intelectual-cerebral y esfuerzo muscular-nervioso que es siempre igual, de donde resultan diferentes grados de actividad específica intelectual. No hay actividad humana de la que pueda excluirse toda intervención intelectual, no puede separarse al homo faber del homo sapiens. Finalmente, todo ser humano desarrolla fuera de su profesión cualquier actividad intelectual, es decir, es un «filósofo», un artista, un hombre de gusto, participa de una concepción del mundo, tiene una línea consciente de conducta moral, contribuye por tanto a sostener y a modificar una concepción del mundo, esto es, a suscitar nuevos modos de pensar.
La creación de una nueva casta intelectual
El problema de la creación de una nueva casta
intelectual apunta por tanto a elaborar críticamente la actividad intelectual
que existe en todos en cierto grado de desarrollo, modificando su relación con
el esfuerzo muscular-nervioso hacia un nuevo equilibrio y consiguiendo que el
mismo esfuerzo muscular-nervioso, en cuanto elemento de actividad práctica
general, que innova perpetuamente el mundo físico y social, devenga en
fundamento de una nueva e integral concepción del mundo. El tipo I tradicional
y vulgarizado de intelectual está representado por el letrado, el filósofo, el
artista. Por tanto los periodistas, que se creen literatos, filósofos,
artistas, piensan ser también los «verdaderos» intelectuales. En el mundo
moderno, la educación técnica, estrechamente ligada al trabajo industrial
incluso el más primitivo y descualificado, debe formar la base del nuevo tipo
de intelectual.
Sobre esta base ha trabajado el semanal «Ordine
Nuovo» para desarrollar ciertas formas de nuevo intelectualismo y para determinar
sus nuevos conceptos, la cual no ha sido una de las menores razones de su
éxito, puesto que tal planteamiento correspondía a aspiraciones latentes y era
conforme al desarrollo de las formas reales de vida. El modo de ser del nuevo
intelectual no puede residir ya en la elocuencia, motor exterior v momentáneo
de los afectos y de las pasiones, sano en el inmiscuirse activamente en la vida
práctica, como constructor, organizador, «persuasor permanente» y no puro
orador —y sin embargo superior al espíritu abstracto matemático; de la
técnica-trabajo llega a la técnica-ciencia y a la concepción
humanístico-histórica, sin la cual se queda uno «especialista» sin pasar a
«dirigente» (especialista + político).
Se forman así históricamente categorías especializadas para el ejercicio de la función intelectual; se forman en conexión con todos los grupos sociales pero especialmente con los grupos sociales más importantes, y experimentan elaboraciones más extensas y complejas en conexión con el grupo social dominante. Una de las características más relevantes de todo grupo que se desarrolla hacia el dominio en su lucha por la asimilación y la conquista «ideológica» de los industriales tradicionales, asimilación y conquista que es tanto más rápida y eficaz cuando más elabora simultáneamente el grupo dado a sus propios intelectuales orgánicos.
Se forman así históricamente categorías especializadas para el ejercicio de la función intelectual; se forman en conexión con todos los grupos sociales pero especialmente con los grupos sociales más importantes, y experimentan elaboraciones más extensas y complejas en conexión con el grupo social dominante. Una de las características más relevantes de todo grupo que se desarrolla hacia el dominio en su lucha por la asimilación y la conquista «ideológica» de los industriales tradicionales, asimilación y conquista que es tanto más rápida y eficaz cuando más elabora simultáneamente el grupo dado a sus propios intelectuales orgánicos.
La organización escolar
El enorme desarrollo adquirido por la actividad
y la organización escolar (en sentido lato) en las sociedades surgidas del
mundo medieval indica la importancia que han asumido en el mundo moderno las
categorías y las funciones intelectuales: del mismo modo que se ha tratado de
profundizar y dilatar la «intelectualidad» de cada individuo, así se ha tratado
también de multiplicar las especializaciones y de afinarlas. Esto resulta de
las instituciones escolares de diverso grado hasta los organismos para promover
la denominada «alta cultura», en cualquier campo de la ciencia y de la técnica.
La escuela es el instrumento para elaborar a los
intelectuales de diferente grado. La complejidad de la función intelectual en
los diferentes Estados puede medirse objetivamente por la cantidad de escuelas
especializadas y por la jerarquización de las mismas: cuanto más extensa sea el
área de la enseñanza y más numerosos los «grados» «verticales» de la escuela,
tanto más complejo será el mundo cultural, la civilización, de un determinado
Estado. Podemos encontrar un término de comparación en la esfera de la técnica
industrial: la industrialización de un país se mide por su equipamiento en la
construcción de máquinas para construir máquinas y en la fabricación de
instrumentos cada vez más precisos para construir máquinas e instrumentos para
construir máquinas, etc. El país que dispone del, mejor equipo para construir
instrumentos para los gabinetes experimentales de los científicos y para
construir instrumentos, destinados a comprobar dichos instrumentos, puede
decirse el más complejo en el campo técnico-industrial, el más civilizado
etcétera. Lo mismo ocurre en la preparación de los intelectuales y en las
escuelas dedicadas a esta preparación; escuelas e institutos de alta cultura
son asimilables. Incluso en este campo tampoco puede separarse la cantidad de
la calidad. A la más refinada especialización
técnico-cultural no puede no corresponder la mayor extensión posible de
la difusión de la enseñanza primaria y la mayor solicitud para favorecer los
grados intermedios en el mayor número posible. Naturalmente, esta necesidad de
crear una base lo más amplia posible para la selección y la elaboración de las
cualificaciones intelectuales más altas —es decir, de darle a la alta costura y
a la técnica superior una estructura democrática— no deja de tener
inconvenientes: se crea así la posibilidad de dilatadas crisis de desocupación
de las capas medias de intelectuales, como ocurre de hecho en todas las
sociedades modernas.
Hay que puntualizar que la elaboración de las
castas intelectuales en la realidad concreta no se produce sobre un terreno
democrático abstracto, sino según procesos históricos tradicionales muy
concretos. Se han formado castas que tradicionalmente «producen» intelectuales, que
coinciden con los que normalmente están especializados en el
«ahorro», es decir, la pequeña y media burguesía fundista y varias capas de la
pequeña y media burguesía ciudadana. La diferente distribución de los diversos
tipos de escuelas (clásicas y profesionales) en el territorio «económico» y las
diferentes aspiraciones de las diversas categorías de estas capas determinan o
dan forma a la producción de las diversas ramas de especialización intelectual.
Así en Italia la burguesía rural produce especialmente funcionarios estatales y
profesionales libres, mientras la burguesía ciudadana produce técnicos para la
industria: y por eso la Italia meridional produce
especialmente funcionarios y profesionales.
La relación entre intelectuales y producción
La relación entre los intelectuales y el mundo
de la producción no es inmediata, como acontece para los grupos sociales
fundamentales, sino «mediada», en diverso grado, por todo el entramado social,
por el complejo de las sobrestructuras, de las que precisamente los
intelectuales son los «funcionarios». Podría medirse la «organicidad» de los
diferentes estratos intelectuales, su conexión más o menos estrecha con un
grupo social fundamental, estableciendo una gradación de las funciones y de las
sobrestructuras de abajo arriba (de la base estructural hacia arriba). Pueden
por ahora fijarse dos grandes «planos» sobreestructurales, uno que puede
llamarse «de la sociedad civil», es decir, del conjunto de organismos
vulgarmente llamados «privados» y el de la «sociedad política o Estado», y que
corresponden a la función de «hegemonía» que ejerce el grupo dominante en toda
la sociedad y a la de «dominio directo» o de mando, que se expresa en el Estado
y en el gobierno «jurídico». Estas funciones son precisamente organizativas y
conexivas. Los intelectuales son los «delegados» del grupo dominante para el
ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno
político, es decir: 1) del consenso «espontáneo» dado por las grandes masas de
la población a la orientación que imprime a la vida social el grupo fundamental
dominante, consenso que nace «históricamente» del prestigio (y por tanto de la confianza)
que se deriva para el grupo dominante de su posición y de su función en el
mundo de la producción; 2) del aparato de coerción estatal que asegura
«legalmente» la disciplina de aquellos grupos que no «consienten» ni activa ni
pasivamente, pero que está constituido por toda la sociedad en previsión de los
momentos de crisis en el mando y en la dirección en la que disminuye el
consenso espontáneo.
Este planteamiento del problema da como
resultado una considerable ampliación del concepto de intelectual, pero es el
único camino para llegar a una aproximación concreta de la realidad. Este modo
de plantear la cuestión choca contra preconceptos de casta: es cierto que la
misma función organizativa de la hegemonía social y del dominio estatal da
lugar a una cierta división del trabajo y por tanto a toda una escala de
cualificaciones, en alguna de las cuales no aparece ya ninguna atribución
directiva y organizativa: en el aparato de dirección social y estatal existe
toda una serie de ocupaciones de carácter manual e instrumental (de orden y no
de concepto, de agente y no de oficial o funcionario, etc.); pero evidentemente
es preciso hacer esta distinción, como habrá que hacer también alguna otra. De
hecho, la actividad intelectual debe distinguirse en grados incluso desde el
punto de vista intrínseco, grados que en los momentos de extrema oposición dan
una verdadera y propia diferencia cualitativa: en el escalón más alto deberán
situarse los creadores de las diferentes ciencias, de la filosofía, del arte, etc.;
en el más bajo, los más humildes «administradores» y divulgadores de la riqueza
intelectual ya existente, tradicional, acumulada.[3]
En el mundo moderno, la categoría de
intelectuales así entendida se ha ampliado de modo inaudito. Se han elaborado
por el sistema social democrático-burocrático masas imponentes, no todas
justificadas por la necesidad social de la producción, aunque estén
justificadas por las necesidades políticas del grupo fundamental dominante. Por
tanto la concepción loriana del «trabajador» improductivo (¿pero improductivo
por referencia a quién y a qué modo de producción?), que en parte podría
justificarse si se tiene en cuenta que estas masas gozan de su posición para
hacerse asignar ganancias enormes sobre la renta nacional. La formación de masa
ha estandarizado a los individuos como cualificación individual y como
psicología, determinando los mismos fenómenos que en todas las demás masas
estandarizadas: competencia que plantea la necesidad de la organización
profesional de defensa, desocupación, superproducción escolar, emigración, etc.
Posición diferente de los intelectuales de tipo
urbano y de tipo rural. Los intelectuales de tipo urbano han crecido con la
industria y están ligados a sus fortunas. Su función puede parangonarse a la de
los oficiales subalternos del ejército: carecen de toda iniciativa autónoma en
la elaboración de los planes de construcción, ponen en relación, articulándola,
a la masa instrumental con el empresario, elaboran la ejecución inmediata del
plan de producción establecido por el estado mayor de la industria, controlando
sus fases elementales de trabajo. En su media general, los intelectuales
urbanos están muy estandarizados; los altos intelectuales urbanos se confunden
cada vez más con el verdadero y propio estado mayor industrial.
Los intelectuales de tipo rural son en su
mayoría «tradicionales», es decir, ligados a la masa social campesina y al
pequeño burgués de ciudad (especialmente de los centros menores), todavía no
elaborada y puesta en movimiento por el sistema capitalista: este tipo de
intelectual pone en contacto a la masa de campesinos con la administración
estatal y local (abogados, notarios, etc.) y por esta misma función tiene una
gran función político-social, puesto que la mediación profesional difícilmente
puede separarse de la mediación política. Además, en el campo, el intelectual
(sacerdote, abogado, maestro, notario, médico, etc.) goza de un tenor de vida
superior o al menos diferente del medio campesino, y por ello representa un
modelo social en la aspiración a salir de su condición y a mejorarla. El
campesino piensa siempre que al menos uno de sus hijos podría llegar a ser
intelectual (especialmente cura), es decir, convertirse en un señor, elevando
el grado social de la familia y facilitando la vida económica con las
influencias que ganará entre los demás señores. El comportamiento del campesino
hacia el intelectual es doble y, en apariencia, contradictorio; admira la
posición social del intelectual y en general del empleado estatal, pero en
ocasiones finge despreciarla, es decir, su admiración está instintivamente
impregnada de elementos de envidia y de rabia apasionada. No se comprende nada
de la vida colectiva de los campesinos ni de los gérmenes y fermentos que la
envuelven si no se tiene en cuenta, estudiándola concretamente y en
profundidad, esta subordinación efectiva a los intelectuales: todo desarrollo
orgánico de las masas campesinas está ligado hasta cierto punto a los
movimientos de los intelectuales y depende de ellos.
Diversamente sucede con los intelectuales
urbanos: los técnicos de fábrica no desarrollan ninguna función política sobre
sus masas instrumentales, o al menos esto constituiría una fase superior; a
veces ocurre precisamente lo contrario, que las masas instrumentales, al menos
a través de sus problemas intelectuales orgánicos, ejercen un influjo político
sobre los técnicos.
El punto central de la cuestión sigue siendo la
distinción entre intelectuales como categoría orgánica de todo grupo social
fundamental, e intelectuales como categoría tradicional; distinción de la que
brota toda una serie de problemas y de posibles indagaciones históricas.
El partido político y los intelectuales
El problema más interesante es el que hace
referencia, visto desde este punto de vista, al partido político moderno, a sus
orígenes reales, a su desarrollo, a sus formas. ¿Qué hay del partido político
en orden al problema de los intelectuales? Conviene hacer varias distinciones:
1) para algunos grupos sociales, el partido político no es otra cosa que el
modo propio de elaborar la propia categoría de intelectuales orgánicos, que se
forman así (y no pueden no formarse, dados los caracteres generales y las
condiciones de formación, de vida y de desarrollo del grupo social dado)
directamente en el campo político y filosófico y no en el campo de la técnica
productiva;[4]
2) el partido 3 político, para todos los grupos, constituye precisamente el
mecanismo que cumple en la vida civil la misma función que el Estado en la
sociedad política, es decir, procura efectuar la soldadura entre intelectuales
orgánicos de un determinado grupo, el dominante, y los intelectuales
tradicionales; y esta función la cumple el partido precisamente en dependencia
con su función fundamental, que es la de elaborar a sus componentes, elementos
de un grupo social que ha nacido y se ha desarrollado como «económico», hasta
convertirlos en intelectuales políticos cualificados, dirigentes,
organizadores de todas las actividades y funciones inherentes al desarrollo
orgánico de una sociedad integral, civil y política. Puede decirse incluso que
el partido político cumple, en su ámbito, su función de una forma más diligente
y orgánica que el Estado la suya en un ámbito más amplio: un intelectual que
entra a formar parte del partido político de un determinado grupo social, se
confunde con los intelectuales orgánicos del mismo grupo, se une estrechamente
al grupo, lo que no ocurre mediante la participación en la vida estatal más que
de un modo mediocre y, a veces, omiso por completo. Es más, ocurre que muchos
intelectuales piensan que son el Estado: creencia que, dado el enorme peso de
su categoría, tiene a veces consecuencias notables y lleva a complicaciones
desagradables para el grupo fundamentalmente económico que realmente es el Estado.
Que todos los miembros de un partido político
deban considerarse como intelectuales, es una afirmación que puede prestarse a
la burla y a la caricatura; y sin embargo, si se reflexiona, nada es más
exacto. Habrá que hacer una distinción de grados, un partido podrá tener una
mayor o menor composición del grado más alto o del más bajo, pero eso no es lo
que importa: importa la función que es directiva y organizativa, o sea
educativa, o sea intelectual. Un comerciante no entra a formar parte de un partido
para hacer comercio, ni un industrial para producir más y a menor coste, ni un
campesino para aprender nuevos métodos de cultivo, aunque algunos aspectos de
estas exigencias del comerciante, del industrial y del campesino puedan verse
satisfechas en el partido político.[5]
Para estos objetivos, dentro de ciertos límites, está el sindicato profesional,
en el que la actividad económico-corporativa del comerciante, del industrial y
del campesino encuentra su marco más adecuado. En el partido político, los elementos
de un grupo social económico superan este momento de su desarrollo histórico y
pasan a ser agentes de actividades generales, de carácter nacional e
internacional. Esta función del partido político debería esclarecerse aún más
mediante un análisis concreto sobre el modo como se han desarrollado las
categorías orgánicas de los intelectuales y las tradicionales, ya sea en el
terreno de las diferentes historias nacionales, ya en el del desarrollo de los
diversos grupos sociales más importantes en el marco de las diferentes
naciones; especialmente de aquellos grupos cuya actividad económica ha sido
prevalentemente instrumental.
Formación histórica de los intelectuales
La formación de los intelectuales tradicionales
es el problema histórico más interesante. Ciertamente está ligado a la
esclavitud del mundo clásico y a la posición de los libres de origen griego y
oriental en la organización social del imperio romano.
Nota. El cambio de condición de la posición
social de los intelectuales de Roma, del tiempo de la República al Imperio (de
un régimen aristocrático-corporativo a un régimen democrático-burocrático),
está ligado a César, quien confirió la ciudadanía a los médicos y maestros de
las artes liberales para que viviesen más a gusto en Roma, y otros fueron
reclamados: «Omnesque medicinam Romae professos et liberalium artium doctores,
qui libentius et ipsi urbem incolerent et coeteri appe-terent civitate donavit»
(Svetonio, Vita di Cesare, XLII). Por tanto, César se propone: 1) hacer que se
establezcan en Roma los intelectuales que ya se encontraban allí, creando así
una categoría permanente de los mismos, ya que sin la permanencia no podía
crearse una organización cultural. Habría habido anteriormente una fluctuación
que era necesario detener, etc.; 2) atraer hacia Roma a los mejores
intelectuales de todo el Imperio romano, promoviendo una centralización de gran
envergadura. Así se inicia en Roma la categoría de intelectuales «imperiales»,
que continuará en el clero católico y dejará marcas en toda la vida de los
intelectuales italianos, con sus características de «cosmopolitismo» hasta el
1700.
Esta separación, no sólo social sino nacional,
de raza entre masas ingentes de intelectuales y la clase dominante del Imperio
romano se reproduce, después de la caída del Imperio, entre guerreros germanos
e intelectuales de origen romanizado, continuadores de la categoría de los
libres. Se entrecruza con estos fenómenos el surgimiento y desarrollo del
catolicismo y de la organización eclesiástica, que durante muchos siglos
absorbe la mayor parte de las actividades intelectuales y ejerce el monopolio
de la dirección cultural, con sanciones penales para el que pretenda oponerse o
eludir dicho monopolio. En Italia se verifica el fenómeno, más o menos intenso
según los tiempos, de la función cosmopolita de los intelectuales de la
península. Mencionaré las diferencias, que en seguida saltan a la vista, en el
desarrollo de los intelectuales en toda una serie de países, al menos los más
notables, con la advertencia de que tales observaciones habrán de experimentar
una revisión y profundización ulterior.
En el caso de Italia, el hecho central está
constituido precisamente por la función internacional o cosmopolita de sus
intelectuales, que es causa y efecto del estado de disgregación en que queda la
península a partir de la caída del Imperio romano hasta el 1870.
Francia ofrece un tipo acabado, de desarrollo
armónico de todas las energías nacionales, sobre todo de las categorías
intelectuales. Cuando en 1789 aflora políticamente a la historia una nueva
agrupación social, se halla completamente pertrechada para todas sus funciones
sociales y por eso lucha por el dominio total de la nación, sin entrar en
compromisos esenciales con las viejas clases, subordinándolas en cambio a sus
propios fines. Las primeras células intelectuales del nuevo tipo nacen con las
primeras células económicas: la misma organización eclesiástica se ve influida
por ello (galicismo, luchas muy precoces entre Iglesia y Estado). Esta sólida
construcción intelectual explica la función de la cultura francesa en los
siglos XVIII y XIX, función de irradiación internacional y cosmopolita, y de
expansión con carácter imperialista y hegemónico de modo orgánico, muy
diferente por tanto de la italiana, de carácter inmigratorio personal y
disgregado, que no refluye sobre la base nacional para potenciarla, sino que
concurre más bien para hacer imposible la constitución de una base nacional
firme.
En Inglaterra el desarrollo es muy distinto que
en Francia. La nueva agrupación social nacida sobre la base del industrialismo
moderno, alcanza un sorprendente desarrollo económico-corporativo, pero avanza
a tientas en el campo intelectual-político. Es muy amplia la categoría de los
intelectuales orgánicos, esto es, nacidos sobre el mismo terreno industrial con
el grupo económico, pero en la esfera más elevada encontramos conservada la
posición de cuasi-monopolio de la vieja clase fundista, que pierde la
supremacía económica, pero conserva durante largo tiempo una supremacía político-intelectual
y es asimilada como «intelectuales tradicionales» y casta dirigente del nuevo
grupo que ostenta el poder. La vieja aristocracia fundista se une a los
industriales con un tipo de sutura que en otros países es precisamente el que
une a los intelectuales tradicionales con las nuevas clases dominantes.
El fenómeno inglés se ha presentado también en
Alemania complicado por otros elementos históricos y tradicionales. Alemania,
lo mismo que Italia, ha sido la sede de una institución y de una ideología
universalista, supernacional (Sacro Imperio Romano-Germánico) y ha dado una
cierta cantidad de personal a la cosmópolis medieval, depauperando las propias
energías internas y suscitando luchas que distraían de los problemas de
organización nacional y mantenían la disgregación territorial de la Edad Media.
El desarrollo industrial se ha producido bajo una envoltura semifeudal que ha
durado hasta noviembre de 1918, y los Junker han mantenido una supremacía
político-intelectual mucho mayor que la del mismo grupo inglés. Ellos han sido
los intelectuales tradicionales de los industriales alemanes, pero con
privilegios especiales y con una fuerte conciencia de ser un grupo social
independiente, basada en el hecho de que detentaban un notable poder económico
sobre la tierra, más «productiva» que en Inglaterra. Los Junker prusianos se
asemejan a una casta sacerdotal-militar, que goza de un cuasi-monopolio de las
funciones directivo-organizativas en la sociedad política, pero tiene al mismo
tiempo una base económica propia y no depende exclusivamente de la liberalidad
del grupo económico dominante. Por otra parte, a diferencia de los nobles
latifundistas ingleses, los Junker constituían la oficialidad de un gran
ejército permanente, lo que les daba cuadros organizativos sólidos, favorables
a la conservación del espíritu del cuerpo y del monopolio político.[6]
En Rusia, diversas matizaciones: la organización
política y económico-comercial es creada por los normandos (varengos), la
religiosa por los griegos bizantinos; en un segundo tiempo los alemanes y
franceses llevan a Rusia la experiencia europea y dan un primer esqueleto
consistente a la gelatina histórica rusa. Las fuerzas nacionales son inertes,
pasivas y receptivas, pero acaso
por ello asimilan completamente las
influencias extranjeras y a los mismos extranjeros, rusificándolos. En el
período histórico más reciente se produce el fenómeno inverso: una élite de
personas de las más activas, enérgicas, decididas y disciplinadas, emigra al
exterior, asimila la cultura y las experiencias históricas de los países más
avanzados de Occidente, sin perder por ello los caracteres más esenciales de,
la propia nacionalidad, es decir, sin romper los lazos sentimentales e
históricos con su pueblo; realizado su aprendizaje intelectual, regresa al
país, constriñendo al pueblo a un forzado despertar, a una marcha acelerada
hacia adelante, quemando etapas. La diferencia entre esta élite y la alemana
importada (por Pedro el Grande, por ejemplo) consiste en su carácter esencialmente
nacional-popular: no puede ser asimilada por la pasividad inerte del pueblo
ruso, porque ella misma es una enérgica reacción rusa a la propia inercia
histórica.
En otro terreno y en unas condiciones de tiempo
y de lugar muy diferentes, este fenómeno ruso puede parangonarse al nacimiento
de la nación americana (Estados Unidos): los inmigrados anglosajones son
igualmente una élite intelectual, pero especialmente moral. Naturalmente nos
referimos a los primeros inmigrados, a los pioneros, protagonistas de las
luchas religiosas y políticas inglesas, derrotados, pero no humillados ni
deprimidos en su patria de origen. Ellos importan a América, con sus personas,
además de la energía moral y volitiva un cierto grado de civilización, una
cierta fase de la evolución histórica europea, que trasplantada al suelo virgen
americano por tales agentes, siguen desarrollando las fuerzas implícitas en su
naturaleza, pero con un ritmo incomparablemente más rápido que en la vieja
Europa, donde existe toda una serie de frenos (morales-intelectuales-políticos-económicos,
incorporados a determinados grupos de la población, reliquias de los pasados
regímenes que se resisten a desaparecer) que se oponen a un proceso acelerado y
equilibran en la mediocridad toda iniciativa, diluyéndola en el tiempo y en el
espacio.
En los Estados Unidos se hace notar la ausencia,
en cierta medida, de los intelectuales tradicionales, y por ende el distinto
equilibrio de los intelectuales en general. Se ha asistido a una formación
maciza, sobre la base industrial de todas las sobrestructuras modernas. La
necesidad de un equilibrio no la ofrece el hecho de que es preciso fundir a los
intelectuales orgánicos con los tradicionales, que no existen como categoría
cristalizada y misoneísta, sino el hecho de que hay que fundir en un único
crisol nacional de cultura unitaria los diferentes tipos de cultura llevados
por los inmigrados de diverso origen nacional. La falta de una amplia
sedimentación de intelectuales tradicionales, tal como se ha verificado en los
países de antigua civilización, explica en parte tanto la existencia de sólo
dos grandes partidos políticos, que en realidad podrían reducirse fácilmente a
uno sólo (cfr. con la Francia no sólo de la posguerra, cuando la multiplicación
de partidos se convierte en fenómeno general) cuanto, en el lado opuesto, la
multiplicación ilimitada de las sectas religiosas (...).
En la América meridional y central, la cuestión
de los intelectuales me parece que ha de examinarse habida cuenta de tas
condiciones fundamentales: tampoco en la América meridional y central existe
una vasta categoría de intelectuales tradicionales, pero la cosa no se presenta
en los mismos términos que en los Estados Unidos. En efecto, encontramos en la
base del desarrollo de estos .países los cuadros de la civilización española y
portuguesa de los siglos XVI y XVII, caracterizada por la Contrarreforma y por
el militarismo parasitario. Las cristalizaciones resistentes todavía hoy en
estos países son el clero y una casta militar, dos categorías de intelectuales
tradicionales fosilizados en la forma de la metrópolis europea. La base
industrial es muy restringida y no ha desarrollado sobrestructuras complicadas:
la mayor cantidad de intelectuales es de tipo rural y, puesto que predomina el
latifundio, con extensas propiedades eclesiásticas, estos intelectuales están
ligados al clero y a los grandes propietarios. La composición nacional está muy
desequilibrada incluso entre los blancos, si bien se complica por las ingentes
masas de indios que en algunos países constituyen la mayoría de la población.
Puede decirse en general que en estas regiones americanas existe todavía una
situación de Kulturkampf y de proceso Dreyfus, es decir, una situación en la
que el elemento laico y burgués no ha alcanzado todavía la fase de la
subordinación a la política laica del Estado moderno de los intereses y de la influencia clerical
y militarista. Ocurre así que por oposición al jesuitismo tiene todavía mucha
influencia la Masonería y un tipo de organización cultural tal como la «Iglesia
positivista». Los acontecimientos de estos últimos tiempos (noviembre de 1930)
—del Kulturkampf de Calles en México a las insurrecciones militares-populares
en Argentina, Brasil, Perú, Chile y Bolivia— demuestran precisamente la exactitud
de estas observaciones.
Otros dos tipos de formación de las categorías
intelectuales y de sus relaciones con las fuerzas nacionales pueden encontrarse
en la India, China y Japón. En Japón tenemos una formación del tipo inglés y
alemán, esto es, de una civilización industrial que se desarrolla dentro de una
envoltura feudal-burocrática con características propias inconfundibles.
En China está el fenómeno de la escritura,
expresión de la completa separación entre intelectuales y pueblo. En la India y
China, la enorme distancia entre los intelectuales y el pueblo se manifiesta
además en el campo religioso. El problema de las distintas creencias y del
diferente modo de concebir y practicar la misma religión entre los diversos
estratos sociales, pero especialmente entre clero e intelectuales y pueblo,
debería estudiarse en general, porque se manifiesta por todas partes una cierta
medida, si bien en los países de Asia oriental alcance manifestaciones muy
extremas. En los países protestantes la diferencia es relativamente pequeña (la
multiplicación de las sectas está ligada a la exigencia de una completa sutura
entre intelectuales y pueblo, lo que reproduce en la esfera de la organización
superior todas las asperezas de la concepción real de las masas populares). Es
muy notable en los países católicos, aunque con grados diversos: menor en la
Alemania católica en Francia, mayor en Italia, especialmente en el mediodía y
en las islas; grandísima en la península ibérica y en los países de la América
latina. El fenómeno alcanza cotas más altas todavía en los países ortodoxos,
donde es preciso hablar de tres grados de la misma religión: el del alto clero
y el de los monjes, el del clero secular y el del pueblo. Se hace absurdo en el
Asia oriental, donde la religión del pueblo con frecuencia no tiene nada que
ver con la de los libros, aunque ambas se conozcan con el mismo nombre.
pp. 3-19.
Notas
[1] Para esclarecer este punto,
es conveniente examinar los Elementi di scienza política (nueva edición
aumentada de 1923), de Mosca. La denominada «clase política» de Mosca no es
otra cosa que la categoría intelectual del grupo social dominante: el concepto
de «clase política» de Mosca debe aproximarse al concepto de Pareto, que es
otro intento de interpretar el fenómeno histórico de los intelectuales y su
función en la vida estatal y social. El libro de Mosca es una enorme miscelánea
de carácter sociológico y positivista con la tendenciosidad de la política
inmediata que lo hace menos indigesto y literariamente más vivaz.
[2] Porque puede suceder que cualquiera en cierto
momento se fría un par de huevos o se cosa un botón de la chaqueta, y no por
ello haya de decirse que todos somos cocineros y sastres.
[3] El organismo militar ofrece también en este caso un
modelo de estas complejas graduaciones: oficiales subalternos, oficiales
superiores, Estado Mayor; y no hay que olvidar a los grados de tropa, cuya
importancia real es superior de lo que-normalmente se cree. Es interesante
hacer notar que todas estas partes se sienten solidarias y que incluso los
rangos inferiores manifiestan un espíritu de cuerpo más acusado, del que
arrastran un «orgullo» que con frecuencia los expone a los chascarrillos y a
las mofas.
[4] En el campo de la técnica productiva se forman esos
rangos que puede decirse corresponden a
los «graduados de tropa» en
el Ejército, es decir, a los
obreros cualificados y especializados en la ciudad y, de un modo más complejo,
a los aparceros y colonos en el campo, ya que el aparcero y el colono en
general corresponden más bien al tipo artesano, que es el obrero cualificado de
una economía medieval.
[5] La opinión general contradice esta afirmación,
manifestando que el comerciante, el industrial y el campesino que «politiza»
pierde en vez de ganar, y que es el peor de su categoría, lo que puede
discutirse.
[6] En el libro Parlamento y gobierno en el nuevo
ordenamiento de Alemania, de Max Weber, pueden encontrarse muchos elementos
para ver cómo el monopolio político de los nobles ha impedido la elaboración de
un personal político burgués amplio y experimentado, y que está a la base de
las continuas crisis parlamentarias y de la disgregación de los partidos
liberales y democráticos: por tanto, la importancia del centro católico y de la
socialdemocracia, que en el período imperial lograron elaborar un verdadero y
propio status parlamentario y directivo bastante notable.