Antonio Leal | Hace 57 años muere, después de 11 años de
rigurosa prisión, Antonio Gramsci, una de las figuras más relevantes del
pensamiento político del presente siglo. El Tribunal Especial Fascista para la
Defensa del Estado lo condena a 20 años, 4 meses y 5 días de prisión, bajo la
arenga del Fiscal Michele lsgró: "por veinte años debemos impedir a este
cerebro que funcione". La vida de Gramsci fue trágica, no sólo por la
cárcel y la destrucción gradual y dolorosa de su cuerpo, sino, también, por su
enorme soledad privada y especialmente política, derivada, esta última, de una
elaboración contracorriente, original, alternativa al marxismo-leninismo,
contraria, en sus fundamentos, a las concepciones stalinistas y al curso
general de la política de la Internacional Comunista -que condicionó incluso al
grupo dirigente del PC italiano- y que supera muchas de las propias tesis de
Marx, especialmente en el ámbito de la política pura y de los fenómenos
superestructurales.
El Gramsci de los "Cuadernos de la Cárcel" es un teórico Incómodo dentro del comunismo oficial. Su marxismo, como el de Korsch y el de Lukács, fue elaborado en el ámbito del renacimiento del hegelianismo, de la supremacía de la política y de la subjetividad y en crítica con las teorías del "objetivismo científico" que establecían la ineluctabilidad del cumplimiento de las "leyes históricas" y de las previsiones.
El Gramsci de los "Cuadernos de la Cárcel" es un teórico Incómodo dentro del comunismo oficial. Su marxismo, como el de Korsch y el de Lukács, fue elaborado en el ámbito del renacimiento del hegelianismo, de la supremacía de la política y de la subjetividad y en crítica con las teorías del "objetivismo científico" que establecían la ineluctabilidad del cumplimiento de las "leyes históricas" y de las previsiones.
Ello fue posible porque, desde su génesis, el pensamiento de
Gramsci no es fundativamente monocultural, sino que se sitúa en el ámbito de
tres ases ideológicos principales, que en sí mismos le confieren originalidad
creativa y lo ligan a lo más avanzado de la cultura contemporánea: el filón
idealista -con Hegel, Croce, Gentile-, el filón revolucionario dialéctico -con
Marx, Labriola y Lenin-, el filón voluntarista -con Sorel y Bergson-.
De allí que los Cuadernos
de la Cárcel se articulen en El
Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce; en Los Intelectuales y la Organización de la
Cultura; El Resurgimiento; Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y el
Estado Moderno; Literatura y Vida Nacional; Pasado y Presente; contenido de
una investigación completamente atípica para un pensador político que, sin
embargo, a través de estas vertientes culturales reorganiza la estrategia de
las transformaciones y las características de una nueva sociedad para el
occidente desarrollado.
De esta forma, Gramsci se vincula directamente a la cultura
europea, en especial, al idealismo clásico italiano y al liberalismo, que ya
incorporaba las conquistas democráticas, que Marx había conocido sólo
incipientemente, analizando la historia de Italia y de Europa y, a la vez, el
capitalismo en una fase de su desarrollo 60 años después de El Capital de Marx
y 30 después de El Desarrollo del
Capitalismo en Rusia, de Lenin.
Gramsci tuvo a su alcance un "material teórico e
histórico" muy superior al de Marx y pudo verificar, en la práctica, la
inconsistencia de muchas de las tesis de los creadores del "socialismo
científico". Ciertamente, el mundo de Gramsci no era ni el de la Guerra
Civil en Francia, ni el de la Comuna de París, ni el del triunfo
socialdemócrata alemán en las elecciones de fin de siglo, que determinaron, en
gran medida, las diversas fases de la reflexión de Marx y de Engels sobre el
Estado. No era, tampoco, el clima insurreccional de la Revolución de Octubre,
ni el de la Guerra Civil y de las tareas de la NEP, como tampoco el de un
estado milenariamente totalitario, como el del zarismo, por el cual no había
pasado, ni pasaría durante los 70 años del comunismo soviético, la revolución
francesa y las conquistas, valores, principios y formas de organización de la
democracia representativa.
Gramsci comprende, especialmente en la elaboración de los Cuadernos de la Cárcel, que el camino de
los soviets, en Europa Occidental, era inviable y que la revolución y la idea
misma del socialismo debían situarse en el desarrollo de la sociedad civil y en
el paso de las contradicciones que se dan en la esfera de la estructura a una
sede más compleja y articulada: el bloque histórico. Gramsci, quien había
impulsado en 19~9, en homología a los soviets rusos, la creación de los
"Consejos de Fábrica", que conmovió las fábricas de Turín y del norte
de Italia durante el período del "biennio
rosso", comprendió tempranamente que después de la derrota de las
tentativas revolucionarias en Alemania, Baviera, Austria, Hungría, la
Revolución Rusa, no obstante su impacto mundial, era una situación particular,
que de ninguna manera podía convertirse en un modelo y que era necesario volver
a empezar por el occidente para configurar una nueva estrategia que valorizara
la cultura, la dimensión ético-espiritual, el individuo, la continuidad del
conocimiento, de la historia y la discontinuidad que implicaba la configuración
de las transformaciones.
Todo ello comportaba, sin duda, no sólo una visión
alternativa y lejana del leninismo y de la experiencia rusa, sino, además, la
superación del propio Marx, al menos en la parte más radical de su elaboración,
y la creación de un horizonte teórico completamente nuevo, capaz de indagar, ya
no sólo en la fase del ascenso del movimiento obrero y de la crisis del
capitalismo, sino también, y muy especialmente, en este nuevo fenómeno llamado
fascismo y en la nueva fase expansiva del capitalismo determinada por el
Fordismo y el Taylorismo, que Gramsci apreció como el elemento más progresivo
de la economía y que le llevó a pensar, como una de sus más agudas intuiciones,
que era el "americanismo'' y no la economía de guerra-estatal de Stalin lo
que definiría el futuro productivo y tecnológico de la humanidad.
Es así, entonces, que mientras la Internacional Comunista
teorizaba sobre el social-fascismo, Gramsci proponía para Italia la Asamblea
Democrática Constituyente como salida al fascismo; mientras la Internacional
Comunista hablaba de la crisis global y definitiva del capitalismo y de la
inminencia del socialismo, Gramsci hablaba de una nueva fase de expansión
capitalista y de la necesidad de preparar al movimiento obrero para operar en
las nuevas y "complejas trincheras" de la ideología y de la cultura y
veía el progreso en la racionalización de la industria norteamericana. Mientras
la Internacional Comunista impulsaba el asalto al poder, la instalación de la
dictadura del proletariado y la violencia como método, Gramsci hablaba de
construir la hegemonía del sujeto histórico para acceder a la sociedad civil y
al Estado a través del consenso y de las mayorías; mientras la Internacional
Comunista ubicaba, como el marxismo en general, todos los fenómenos de la vida
humana en el ámbito de las clases y transformaba las necesidades políticas en
razones éticas, Gramsci elaboraba una idea de transformación que liga,
estrechamente, ética y política en la dimensión de un moderno universo social.
El antistalinismo de Gramsci
Sin duda, la investigación que Gramsci lleva adelante desde
la cárcel está profundamente determinada por su creciente desapego a la
experiencia rusa, completamente ajena a la cultura europea, y por su fuerte
contradicción con el autoritarismo de Stalin, cuyo régimen era considerado por
Gramsci, ya en 1929, como "cesarista regresivo'" calificativo que
utilizaba para nominar nada menos que al régimen de Mussolini. Es decir, veía
en Stalin a un dictador que conducía la experiencia socialista a un fracaso
inevitable, mucho antes que los mayores intelectuales europeos lograran
siquiera imaginarse la dimensión del holocausto que produciría el dictador
comunista georgiano.
Los Cuadernos y Las
Cartas de la Cárcel entregan no sólo formas sutiles o abiertas de
preocupación o condena respecto de lo que ocurría en la URSS, sino además un
método interpretativo sobre el stalinismo. Señalaba que la exacerbación del
"estatismo" en lo político y en lo económico sólo conduciría a una
creciente concentración del poder, a un estado de funcionarios "elemental,
pobre y autoritario", cuyas características estaban más ligadas al viejo
estado zarista que al estado expansivo que el capitalismo creaba en occidente.
De igual manera, en el mismo período, formuló una dura crítica a los
rudimentarios y sesgados métodos de la "planificación económica del
socialismo", que inspirados en los economistas oficiales Lapidau y
Ostrovitranov, se llevaban adelante, produciendo la colectivización forzada del
campo, las grandes migraciones de pueblos enteros que Stalin trasladó
brutalmente y el exceso de planificación económica centralizada que a partir de
ese momento caracterizó no sólo la experiencia rusa, sino toda la vida de los
"comunismos reales" que se desplomaron a partir del 89.
Sin embargo, seguramente el fenómeno más relevante de sus
conclusiones está dado por el hecho de que Gramsci no concibió el fenómeno
stalinista sólo como una degeneración del marxismo, sino que llegó a la
conclusión de fondo de que muchos de sus elementos, aislados y extrapolados,
eran parte de la propia interpretación filosófica de Marx, agigantados por esa verdadera
"revolución copernicana" del marxismo que era el leninismo: en Marx
ya aparecían los conceptos de "verdad histórica científica",
"ideología desde fuera", "dictadura proletaria", que
configuraron las verdaderas claves del poder autoritario comunista.
Gramsci, sin duda, perteneció al núcleo de los pensadores
más abiertos de la "belle époque" del marxismo y compartió, con
énfasis, tiempos y realidades diversas, con Lukács y Rosa Luxemburgo. Altos
niveles de autonomía y de elaboración que se diferenciaron definitivamente del
marxismo-leninismo que se transformó en la doctrina oficial de los partidos
comunistas de todo el mundo. Todos ellos se inscriben en la corriente que
coloca de relieve el factor de la subjetividad, de la espiritualidad, de la ética,
de la estética (de la cual Lukacs es seguramente uno de los mayores estudiosos
"ontológicos''), estableciendo un nuevo nexo entre sujeto y objeto, entre
medio y fin, que permite descubrir en ellos profundas categorías que nunca
fueron parte de la tradición marxista clásica: solidaridad, rechazo a la
indiferencia, catarsis, tolerancia cultural, eticidad que no reconocía doble standard.
Tal vez una sola cita de Rosa Luxemburgo permita graficar la
lejanía de reflexión de estos pensadores con la experiencia que por 70 años fue
el "modelo socialista mundial". Ella escribe en 1919. a escasos dos
años de la instalación del poder ruso. Desde la cárcel de Breslau donde es
asesinada ese mismo año:
"Una privación de derechos que no es una medida concreta para un objetivo concreto, sino una regla general de efecto duradero. es una improvisación de un camino sin salida ... Hay que reconocer la libertad de prensa, la libertad de asociación y de reunión ... La libertad sólo para los partidarios del gobierno, para los miembros de un partido, por más numeroso que sea, no es libertad de manera alguna. La libertad es siempre y exclusivamente la libertad de quien piensa distinto. No es producto de ningún concepto fanático de justicia, sino que se debe a que todo lo instructivo, integral y purificador en la libertad política depende de esa característica esencial y su efectividad se esfuma cuando la libertad se convierte en privilegio".
Estas expresiones de Rosa Luxemburgo coinciden netamente con
las que Gramsci expresa en su famosa carta al Comité Central del Partido
Comunista de la URSS, en la cual expresa su convicción de que dicha experiencia
se encuentra al borde del colapso, y con aquella lapidaria e inescuchada
reflexión de Lukács, tantos años más tarde, justamente con motivo de la
invasión soviética a Checoslovaquia: ''Todo el experimento iniciado en 1917 ha
fracasado y será necesario recomenzar desde el inicio y en otro lugar".
Piénsese simplemente en las diferencias existentes entre
estos juicios escritos entre los años 19 y 30 en pleno dominio del stalinismo,
y la apología que un intelectual comunista chileno como Volodia Teileilboim
hace de Stalin el año 53, después de su muerte, para comprender por qué Gramsci
y muchos otros intelectuales marxistas innovadores y sus elaboraciones quedaron
excluidas como "ajenas al pensamiento revolucionario. Dice Teiteilboim: "Hace algunos días que murió el amado
conductor de los trabajadores del mundo, el más grande, profundo y noble amigo
de la humanidad ... Ningún balance de vida es más pleno y fecundo ... Dio
abundancia y existencia dichosa a su pueblo ... Conservó y fortaleció la
dictadura del proletariado y la democracia socialista ... ". Todo esto
dicho cuando ya en la URSS, como lo denunciaría posteriormente Kruschov, habían
sido asesinados por la dictadura stalinista millones de seres humanos y entre
ellos todos los viejos líderes de la propia Revolución de Octubre.
Esto grafica ampliamente no sólo el coraje intelectual de
Gramsci, sino su enorme capacidad de visión política que le permitió
diferenciarse radicalmente de este marxismo y crear una nueva mentalidad y un
nuevo léxico de la política progresista.
Hegemonía ética y cultural
Muchos estudiosos han calificado a Gramsci como el
"teórico de la superestructura". Puede ser reductiva esta
clasificación, sin embargo, lo cierto es que Gramsci reconceptualiza y reubica
formulaciones filosóficas y políticas anteriores para determinar un nuevo
"léxico de la política".
Desde el punto de vista metodológico, Gramsci supera una
forma de aproximarse a los problemas que ha sido típica de la izquierda: ver la
realidad filtrada por un conjunto de pre-supuestos más que como un proceso de
descubrimiento de las novedades. Gramsci es un crítico implacable de las tesis
pre-constltuídas, de los "objetivismos" y de los "deterninismos"
de los cuales está plagado el marxismo clásico. El busca desentrañar el saber,
el conocimiento, a partir de los procesos y de las complejidades analíticas que
detrás de ellos se encierran. Pero, además, busca establecer la supremacía de
la razón para comprender la conflictualidad, las contradicciones, los aspectos
globales, la visión de conjunto de los fenómenos y su proyectualidad, que es justamente
lo que permite pensar la "gran política" que es el verdadero objetivo
científico y filosófico de Gramsci.
Son notorias la novedad y la flexibilidad de los
instrumentos y de las categorías gramscianas y la forma no definitiva con que
cada uno de ellos son presentados por Gramsci. Pero, además, es evidente que su
incursionar prevalentemente en la superestructura, en los fenómenos de la
cultura y de la espiritualidad de la sociedad, tiene que ver con el hecho de
que para Gramsci el socialismo, como objetivo histórico, es mucho más que un
sistema económico o político; es, antes que nada, un valor moral profundamente
liberador.
Para reinterpretar la historia, Gramsci parte por
especificar el concepto de bloque histórico, situándolo en una determinada fase
dentro de una misma formación social, comprendiendo, con ello, el desarrollo no
sólo como ruptura, sino también en un sentido evolutivo, cuestión hoy vital
cuando se trata de operar en el escenario de un solo sistema.
Clave, en la redefinición de la nueva estrategia
diferenciada para Occidente que elabora Gramsci, es el de determinar el alcance
del concepto de sociedad civil y el vínculo que éste establece con la sociedad
en general. Gramsci separa, de una parte, la sociedad civil de la esfera de las
relaciones económicas y la coloca en la superestrutura, concediendo a ésta un
papel autónomo y dinámico radicalmente distinto del que tiene la visión
clásica. De otra parte, distingue en la superestructura el momento fundamental
del consenso, que es típico de la sociedad civil, del momento coercitivo de la
ley, que por el contrario es típico de la sociedad política, es decir, del
Estado.
La reconceptualización gramsciana de la sociedad civil
representa una novedad no sólo respecto de Marx, sino de la cultura filosófica
y política en general. Para Adam Smith, la sociedad civil es el intercambio y
el comercio. Para Kant, es la sociedad de las relaciones económicas, y se basa
en la ley de la competencia y en la ambición de poder y de riqueza. Voltaire
hace su crítica al cristianismo en nombre y desde el punto de vista de la
sociedad civil, con la que identifica el progreso moral de Europa. Hegel sitúa
en la sociedad civil tanto la esfera económica, cuanto sus relaciones y las
formas de organización del Estado. Marx la circunscribe al conflicto de las
relaciones económicas.
Gramsci confiere al concepto de sociedad civil un contenido
absolutamente moderno, radicado totalmente en la superestructura. La sociedad
civil es el lugar específico de la producción del consenso y, por tanto, la
base real, la garantía de la estabilidad del Estado, la sede del desarrollo de
la hegemonía. Es el contenido ético del Estado. A través de la sociedad civil
el Estado forma el consenso, trata de elevar a la población al nivel de las
exigencias del modelo productivo. Es aquí donde se produce el paso de lo objetivo
a lo subjetivo y, por ende, el punto de partida de una visión enormemente más
elaborada que la de Marx.
En definitiva, la elaboración gramsciana es la única teoría
política de la transición formulada por un teórico de génesis marxista e
implica la superación de la dicotomía entre superestructura y estructura -lo
que en el plano filosófico representa la superación de la subordinación de la
materia por sobre el espíritu que es el punto de partida de muchos de los
elementos conflictuales, unilaterales y autoritarios presentes en la
"esencia'' del marxismo-- y la eliminación de una visión reductiva del
Estado que ha visto en éste sólo un órgano coercitivo que a juicio de Lenin era
necesario "destruir" como condición para acceder al "poder
obrero".
El centro de toda la concepción de la superestructura de
Gramsci y de su extensión del concepto de Estado, sea respecto de Marx, pero,
en general de la filosofía política de la época, reside en el tema de la
hegemonía. A través de ella se expresa la relación entre sociedad civil y
Estado, la dialéctica entre consenso y autoridad, la diferencia entre
"guerra de posición" -que comporta una profunda reforma intelectual y
moral como la difusión de una nueva hegemonía que transforma la filosofía en
"sentido común" de la sociedad- y "guerra de maniobras"
-que era el modelo típico de las revoluciones jacobinas pasando por la
francesa, la rusa y por la mayoría de los eventos de los últimos dos siglos y
que comportaron siempre, como común denominador, la idea del asalto, del acto
palingenétíco. la utilización de la violencia como "partera de la
historia"- y se define el papel de los intelectuales y del propio
partido-príncipe. Este es el nudo de la elaboración gramsciana y, sin duda, su
mayor aporte filosófico al marxismo y a la teoría política en general.
Gramsci afirma. en sus Cuadernos
de la Cárcel, que "el momento de la hegemonía o de la dirección
cultural es el momento esencial de la más moderna filosofía de la praxis".
Aquí, como en la formulación del "partido príncipe", se vincula a
Maquiavelo para tomar en su propia noción de hegemonía esta "doble
naturaleza del centauro maquiavélico, de la bestia y del hombre", de la
violencia como factor que, en definitiva, no logra jamás construir una nueva
civilización.
En mi opinión, la estrategia de hegemonía de Gramsci supera
definitivamente, en términos teóricos, pero también históricos, a la noción de
"dictadura del proletariado" que nace con Marx, en tanto abstracción
histórica, que absolutiza Lenin y que Stalin transforma en "dictadura del
partido comunista". Hegemonía, por el contrario, es sinónimo de dirección
cultural, es el componente obligatorio de la ampliación social e ideológica del
Estado en general, es un momento de medición entre teoría e historia, un
momento de tránsito de la filosofía a la ciencia política.
Todo esto implica un verdadero repensamiento de la política,
desde Maquiavelo a Marx. Cambia el concepto de "revolución
permanente" del Marx del 48, como la estrategia eminentemente jacobina y
extrema de Lenin. Desaparece, con Gramsci, la hora X, la idea tan cobijada en
la izquierda marxista-leninista, de la secuencia: espera acumulación de
fuerzas-preparación del salto definitivo-asalto al poder como acto único y
resolutivo y, en cambio, se disemina la lucha hegemónica dentro de la sociedad
civil y los aparatos de hegemonía, en una búsqueda permanente e ininterrumpida
de soluciones incorporadas en un proyecto transformador que señala la capacidad
de ser fuerza dirigente -no excluyente- dentro del Estado que se quiere
democratizar y socializar.
Para Gramsci la hegemonía exige una constante capacidad para
renovar la legitimidad y para construir nuevas esferas de consenso y de
productividad cultural, de manera tal, que el conflicto por la hegemonía queda
siempre abierto, no se gana de una vez para siempre, está en disputa y ello
prefigura la alternancia. Son temas completamente ausentes en el marxismo
clásico y, más aún, en el ortodoxo. La concepción de hegemonía supone un
régimen político de libertades democráticas y Gramsci lo señala claramente:
"somos liberales, aun cuando somos socialistas. El liberalismo, en cuanto
costumbres, hábitos, reglas, es condición ideal e histórica del
socialismo". Es decir, Gramsci supera la idea de Marx y de Lenin del
Estado-fuerza y le contrapone la idea de la sociedad regulada y de una libertad
orgánica donde Estado se identifica con sociedad civil.
En la elaboración gramsciana de hegemonía hay una notable
influencia del neoclasicismo griego, del renacimiento italiano, de una síntesis
creadora que va desde Robespierre a Kant, y, sobre todo, del neoidealismo de
Benedetto Croce, particularmente en lo que se refiere al rol de la cultura, del
pensamiento en el desarrollo de la historia y al lugar y función de los
intelectuales en un bloque histórico.
En los Cuadernos de la
Cárcel, Gramsci pone el acento en el valor moral y político de la cultura
que concibe integrada de tres factores principales: la historia, la obra de los
intelectuales y el fin ético-político de la creatividad.
Estos factores se entrelazan cuando se socializan los
conocimientos y se pone de relieve el carácter historicista del consenso
colectivo que cada época genera y el carácter de la propia conciencia crítica
que es capaz de colocar en cuestión, como condición de desarrollo, todo dogma,
todo precepto fijo.
Gramsci concibe al intelectual, desde el punto de vista
filosófico, como lugar principal de creación de la actividad nacional y como
ideólogo y científico, como político y científico, como un verdadero
"promotor" de la persuasión y, por tanto, analiza esta categoría de
manera nueva: a partir de su función en la sociedad ya que en tanto
"funcionario de la superestructura" mantiene compacto un determinado
bloque histórico, pero, a la vez, dado que posee un alto grado de autonomía
respecto de la estructura económica yde los modelos establecidos, es, también,
un factor de autocrítica del sistema y de cambio de éste.
Rica y vigente es la calificación que Gramsci hace de la
combinación especialista más político; de la naturaleza y el valor de las
tradiciones, del folclore, del lenguaje, de la religión en la formación de la
subjetividad colectiva; de la cultura nacional-popular; del sentido común; las
bases de una teoría de la cultura que crea conciencia social y, a la vez,
civilización.
De esta forma, democracia política es en Gramsci la
tendencia a hacer coincidir a gobernantes y gobernados, es la transformación de
las exigencias de la sociedad civil en derechos, pero, obtenido esto, y por
tanto más allá del liberalismo formal, es la consolidación de estos derechos en
comportamientos y decisiones autónomas de la colectividad, basada en sólidos
principios éticos y en una perenne transformación cultural.
Los límites de la elaboración gramsciana
¿En qué sentido se puede hablar hoy de Gramsci como teórico
de la política? Naturalmente, es necesario evitar la tendencia a actualizar, a
toda costa, su pensamiento, a manipularlo esquemáticamente y, sobre todo, a
colocar en los hombros de Gramsci conceptos de la política que él no formuló o
que se universalizaron, en tiempos muy posteriores a los de su elaboración. Su
pensamiento es producto de su ambiente histórico, político y conceptual.
Aceptar el pensamiento de Gramsci significó, en su momento, admitir que había
algo completamente nuevo en el Palacio de las Ideologías, que había un análisis
que, desde el marxismo, establecía una supremacía de la realidad por sobre las
verdades iluministas preconstituidas, que había un fuerte empeño político-
ético por desarrollar y por expandir en la vida cotidiana de la sociedad civil,
que no habían portadores de verdades objetivas, sino sólo la humildad de estar
en la complejidad de las cosas y de los fenómenos.
Es decir, Gramsci ha servido, sobre todo, a la izquierda,
para estar en la sociedad civil de manera no instrumental, para concebir, como
elementos de diferenciación, altos niveles de appeal ético-moral como base de
la proyección política.
El criterio debe ser el analizar a Gramsci en una
perspectiva "metapolítica", afirmando, sea el objetivo ético de la política,
el laicismo típico de la modernidad, como el objetivo de corregir el
alejamiento de la política de la vida y de la polis y de impedir que ésta se
convierta en una pura gesüón.de poder. El pensamiento gramsciano es, sin duda,
útil en esta dimensión.
Sin embargo, en este análisis emergen claramente los límites
de la elaboración gramsciana. Para Gramsci, de todas maneras, el marxismo es
una doctrina de salvación que pone fin al reino de la ilusión (la religión) y
al del engaño (capitalismo). El marxismo creyó que todas las demás eran
"ideología", es decir, falsa conciencia y, por tanto, distorsión de
la realidad. El marxismo, en cambio, era concebido no como una ideología, sino
como un orden superior, como una ciencia normativa, como la unidad de la teoría
y de la práctica. Con el marxismo, la humanidad debía adquirir conciencia de
ella misma y de su destino comunista. y ésa debía ser la verdad de la historia.
Gramsci tuvo una visión, indudablemente, más laica del
marxismo, y su historicismo es mucho más que una lectura prometeica de la
política. Pero al formular una concepción de partido-príncipe, guía insustituible de los procesos de
expansión del gobierno de la sociedad y sede primaria de la formación de
hegemonía, limitó la teoría de la hegemonía al no reconocer, como sustancia de
la democracia, el valor del pluralismo, del pluripartidismo, de la
representación.
Gramsci -al quedar prisionero de una concepción clasista que
supone siempre la "eliminación" como factor político y la exclusión
de otro grupo social- no convence cuando se trata de la formulación de los
sujetos y de los modos de los ejercicios del poder. de la configuración y del
sentido de los sujetos activos en la historia. Todo ello, porque su marxismo,
abierto y expansivo, es de todos modos la cultura para el ascenso de una clase
y de un partido al poder. Es un marxismo para una revolución que no logrará
adquirir el grado de universalismo social que su propio historicismo requería
para ser plenamente moderno.
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