► Es
conocida la vieja afirmación de los cientistas sociales socialdemócratas y de
algunos marxistas permeados por el estalinismo de que León Trotsky logró
elaborar una teoría de la revolución para el oriente europeo, pero de inútil
aplicación para pensar el triunfo de la revolución en occidente.
![]() |
Antonio Gramsci ✆ Ludilo Zezanje |
Vicente Mellado
| El consenso existente en
las aulas universitarias es que habría sido Antonio Gramsci el marxista que
elaboró una teoría política para superar la sociedad y el Estado capitalista en
occidente. Para esta región, la estrategia de la revolución socialista sería la
conquista de la hegemonía de las clases subalternas mediante una “guerra de
posiciones” (teniendo presente el hecho de que, como sostuvo Perry Anderson, el
concepto de hegemonía adquirió varias definiciones). Esta estrategia seria la
correcta para aquellas sociedades con instituciones civiles fuertes y diversos
canales de mediación entre las clases dominantes y las clases subalternas.
![]() |
Leon Trotsky ✆ Arton |
El acuerdo de los cientistas sociales neomarxistas,
posmarxistas y marxistas posestalinistas respecto a la propuesta de Trotsky es
que la teoría de la revolución permanente sería el reflejo de la estrategia de
la guerra de movimiento. Afirmándose en citas de Gramsci, Christine
Buci-Glucksmann afirmó que Trotsky “sigue siendo el teórico político del ataque
frontal, en un periodo en el cual ese ataque sólo ocasiona la derrota”. Para
otros intelectuales, como el filósofo polaco posestalinista Leszek Kolakowski,
Trotsky no sólo construyó una teoría errada para la conquista del poder en
occidente, sino que no habría aportado nada al marxismo.
[…] proponemos desarrollar la problemática en torno a la revolución
en las sociedades capitalistas con sistemas democráticos consolidados
basándonos en los encuentros y desencuentros de Trotsky y Gramsci. Fueron
precisamente ellos los últimos marxistas del periodo de los cuatro primeros
congresos de la Internacional Comunista (1919-1922) que desarrollaron un
análisis científico de las estructuras sociales y políticas de las sociedades
capitalistas avanzadas de occidente con el objetivo de lograr la revolución
socialista. Creemos que su legado histórico es de fundamental importancia para
pensar la revolución en las actuales sociedades subdesarrolladas con sistemas
políticos democráticos liberales.
Guerra de posiciones y guerra de movimientos
La tesis clásica mencionada más arriba no nació de un
capricho cualquiera. Se ha sostenido en los mismos escritos de Gramsci. En sus
Quaderni del carcere, el revolucionario italiano sostuvo que la revolución
permanente de Trotsky se correspondía con la estrategia del “ataque frontal”,
similar a la “teoría de la ofensiva” del Partido Comunista Alemán del bienio de
1921-22. Para Gramsci, eso sería sinónimo de “guerra de movimientos”,
estrategia adecuada para sociedades donde “el
Estado lo era todo [y] la sociedad civil era primitiva y gelatinosa”.
Si bien definió guerra de posiciones y guerra de movimientos
, Gramsci no logró establecer un puente que las integrara en un todo. Tampoco
comprendió la tesis de la revolución permanente de Trotsky (que polemizaremos
en artículos posteriores), que no tiene relación alguna con el tópico de
“ataque permanente”.
El lenguaje empleado de posición y movimiento alude a la
estrategia militar que los Estados capitalistas aplicaron en los conflictos
bélicos durante el siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Los
marxistas de la III Internacional llevaron ese lenguaje político que era propio
del terreno de la lucha entre estados imperialistas o capitalistas al terreno
de la lucha de clases y la toma del poder político por la clase obrera.
Por guerra de posiciones entendemos la necesidad de una
clase o grupo social de conquistar la mayor cantidad de fortalezas y bases en
la sociedad civil o el Estado (burgués) con el objetivo de concentrar fuerzas y
prepararse para la ofensiva contra el enemigo de clase. En este caso hacemos
referencia a la necesidad de que la clase obrera en alianza con las demás
clases explotadas y oprimidas conquiste “posiciones” para preparar el ataque
frontal contra la burguesía y su aparato estatal.
Por otro lado, la guerra de movimientos se define como la
necesidad de un ejército de movilizar rápidamente gran parte de su aparato
militar concentrando el ataque en un punto determinado con el objetivo de
derrotar y eliminar al enemigo. Como sostuvo Carl Von Clausewitz, “la guerra es un acto de fuerza destinado a
obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad”.
La guerra de posiciones está relacionada con la estrategia
defensiva. En cambio, la guerra de movimientos está relacionada con la
estrategia ofensiva. Sin embargo, la esencia de la estrategia militar es el ataque,
es decir, la ofensiva. Esto significa que la guerra de posiciones no es más que
el “momento preparatorio” para pasar al ataque frontal. Según Clausewitz, la
defensa debe ser una pausa temporal, necesaria para reorganizar las fuerzas de
un ejército y prepararse para pasar nuevamente a la ofensiva. De lo contrario,
la campaña militar está destinada al estancamiento y por tanto al fracaso
estratégico.
La defensa no constituye el fin último de la guerra. La
defensa posee un fin pasivo, conservar posiciones o fortalezas. En cambio, el
ataque contiene un aspecto positivo que es la conquista de nuevas posiciones
estratégicas (no solamente la victoria final). Para Clausewitz, la defensa
constituye un recurso temporal mientras se reorganizan las fuerzas para pasar
al ataque del enemigo.
Creemos que allí reside el gran problema de la propuesta
“gramsciana”. El dirigente comunista, realizó un balance correcto aunque
parcial después de la derrota del movimiento obrero alemán en 1923 y del
ascenso del fascismo en Italia. Los nacientes partidos comunistas debían
realizar un retroceso táctico, volcándose a la conquista de posiciones (el
frente único) para afirmar nuevas bases sociales y políticas que permitieran a
los obreros reagruparse y conquistar alianzas con otros sectores de explotados
y oprimidos.
La oleada revolucionaria había pasado y los nacientes
partidos comunistas debían echar hondas raíces en el movimiento de masas como
fase previa para preparar la conquista del poder. El problema es que Gramsci a
partir de ese momento comenzó a desarrollar una teoría política para el
movimiento revolucionario cuyo eje central lo constituyó la estrategia de
conquistar posiciones en oposición a la estrategia de movimientos. Allí reside
lo engorroso y misterioso del pensamiento de Gramsci.
Lo que nos proponemos desarrollar en esta sección de
“Trotsky y Gramsci. En torno a la revolución en las democracias capitalistas”
es la tesis de que el marxista sardo elaboró una teoría política para el
movimiento revolucionario cuyo eje central lo constituyó la estrategia de
“guerra de posiciones” en oposición a la “guerra de movimientos”. Creemos que
no supo integrar en una estrategia totalizante la relación dialéctica entre
guerra de posición y guerra de movimiento. Esta última desapareció de sus
escritos a partir de los años 20 hasta sus últimos días vividos en las cárceles
de la dictadura fascista en la década del 30.
Por el contrario, creemos demostrar que León Trotsky si
realizó el intento por integrar la guerra de posición con la guerra de
movimiento en una estrategia revolucionaria por la conquista del poder político
cuya máxima expresión lo constituye el Programa de Transición. Transgrediendo
las tesis del reformismo, la socialdemocracia y el consenso académico,
afirmamos que Trotsky si fue un conocedor de los procesos revolucionarios de
occidente, en un nivel superior al de Gramsci. Sostener que el revolucionario
ruso-ucraniano no conoció los movimientos proletarios de las democracias
capitalistas avanzadas por no haber realizado un análisis histórico de las
formaciones estatales y los movimientos políticos de occidente —como si lo hizo
Gramsci—, no constituye un argumento sólido.
Trotsky realizó análisis políticos que sorprenden por su
rigor científico. No estando libre de limitaciones y errores (al igual que los
escritos de Gramsci), los escritos acerca de España, Francia, Inglaterra y
Alemania constituyen todo un legado histórico para la construcción de
movimientos revolucionarios en países con sistemas políticos democráticos consolidados
y donde predomina el trabajo asalariado urbano.
Las democracias de raigambre liberal ya no se limitan a la
Europa occidental y Estados Unidos como fue en los años 30. Después de la caída
del muro de Berlín en 1989, la democracia (neo) liberal se impuso en gran parte
del orbe mundial. Creemos que el legado de Trotsky y Gramsci sirven para
teorizar la construcción de un partido revolucionario en la actualidad.
Notas
1. Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado. Hacia una teoría materialista de la filosofía,
siglo XXI, 1974, p. 337.
2. Kolakowsky, Leszek, Las principales corrientes del marxismo. Tomo III. La crisis, Alianza Editorial, 1978, pp.185-217.
3. Gramsci, Antonio, “Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal”, en: Cuadernos de la Cárcel, Tomo 3 (1930-1932), Ediciones Era, 1975, p. 157.
4. Gramsci, Antonio, “Pasado y presente. Paso de la guerra de maniobras (y del ataque frontal) a la guerra de posiciones incluso en el campo político”, en: op. cit, pp. 105-106.
5. Clausewitz, Carl Von, De la Guerra, Editorial Tecnos, 1999, p. 6.
2. Kolakowsky, Leszek, Las principales corrientes del marxismo. Tomo III. La crisis, Alianza Editorial, 1978, pp.185-217.
3. Gramsci, Antonio, “Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal”, en: Cuadernos de la Cárcel, Tomo 3 (1930-1932), Ediciones Era, 1975, p. 157.
4. Gramsci, Antonio, “Pasado y presente. Paso de la guerra de maniobras (y del ataque frontal) a la guerra de posiciones incluso en el campo político”, en: op. cit, pp. 105-106.
5. Clausewitz, Carl Von, De la Guerra, Editorial Tecnos, 1999, p. 6.
II
► Después de la Segunda Guerra Mundial, los
partidos comunistas europeos de occidente (en particular el italiano),
socialdemócratas y académicos marxistas convirtieron el legado histórico de
Antonio Gramsci en la alternativa “marxista occidental” en oposición a la
propuesta insurreccional de origen leninista considerado eficaz para los países
con formaciones sociales atrasadas.
La lectura socialdemócrata y reformista de Gramsci
A mediados de la década del 70 los partidos comunistas de
Italia, Francia y España proclamaron el giro al denominado eurocomunismo. Este
giro estratégico (si bien ya se había planteado desde 1956 con el XX Congreso
del Partido Comunista de la Unión Soviética) estableció que el único medio de
acceso al poder político era integrándose a las instituciones del Estado
democrático burgués. De este modo, se institucionalizó la vía pacífica al
socialismo aceptando la alianza con partidos burgueses considerados
progresistas para ser gobierno. Fue la consumación de la degeneración
estratégica iniciada por el estalinismo desde mediados de los años 20.
La supuesta originalidad de la vía “eurocomunista” al
socialismo se basó en proclamar la independencia del “control ideológico” que
preconizaba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sobre los
partidos comunistas del mundo. Para diferenciarse del denominado leninismo de
origen oriental, el eurocomunismo hizo del “gramscismo” el fundamento teórico
político del comunismo occidental.
De manera coincidente, la intelectualidad de izquierda europea
crítica a la política de la URSS, atravesada por los innumerables movimientos
sociales del periodo 1968-1978 en occidente y en el bloque soviético,
estableció que la única manera de lograr un socialismo genuinamente “pluralista
y democrático” era radicalizando el sistema democrático liberal propio de
Europa occidental. La vía insurreccional solamente había terminado en
dictaduras totalitarias.
En esta línea se encontraron militantes del Partido
Comunista Italiano (PCI) —Umberto Cerroni, María Antonieta Machiocchi y Luciano
Gruppi—, socialistas —Norberto Bobbio— y herederos de la escuela
estructuralista francesa de Louis Althusser —Ernesto Laclau y Chantall Mouffe—.
Estos intelectuales y muchos más, hicieron de Gramsci el padre putativo de la
vía occidental al socialismo.
De conjunto, los intelectuales críticos al estalinismo de la
posguerra confluyeron en el siguiente consenso: la originalidad de Gramsci
reside en haber construido una teoría marxista donde antes de la toma del poder
del Estado, la clase obrera debe conquistar la hegemonía de la sociedad civil.
Esta estrategia es lo que en el lenguaje “gramsciano” se denominó “guerra de
posiciones” (ver el artículo I de esta sección) en contraposición a la “guerra
de movimientos” o maniobra propia de formaciones sociales con un desarrollo
débil y atrasado de sus instituciones civiles. En estas formaciones sociales
primaría la estrategia leninista de la insurrección. En cambio, en occidente,
la presencia de innumerables y complejos sistemas de “trincheras y fortificaciones”
culturales existentes al interior de la sociedad civil dificultarían la
conquista del poder del Estado mediante la insurrección. Ésta última debe ceder
necesariamente a la lucha de la clase obrera por conquistar la hegemonía en la
sociedad civil.
Basándose en la clásica cita de Gramsci que afirma que “en
política, la guerra de posición es hegemonía” (1), la intelectualidad europea
crítica al estalinismo terminó elaborando la teoría de un socialismo pluralista
y democrático solamente viable desde el interior de las instituciones del
Estado capitalista y respetando la propiedad privada.
A partir de los años 80, con la crisis del comunismo
soviético y la ofensiva del neoliberalismo contra la clase trabajadora, en
particular la industrial, el legado de Gramsci terminó alimentando teorías que
proclamaron la muerte de la clase obrera como sujeto revolucionario. Desde ese
momento, nuevas corrientes filosóficas y categorías epistemológicas irrumpieron
en la escena política y en el lenguaje de las ciencias sociales:
posestructuralismo, posmodernismo, posmarxismo, marxismo mínimo, y autonomismo,
por nombrar algunos.
Estas corrientes de pensamiento filosófico político
terminaron por coronar el camino iniciado por el eurocomunismo y la
socialdemocracia en los años 70: convertir a Gramsci en un filósofo marxista
completamente inofensivo para el Estado capitalista. Peor aún, el autonomismo y
el posmarxismo sustituyeron a la clase obrera como sujeto que debía conquistar
la hegemonía de la sociedad civil por un sujeto difuso (la “multitud”), un
sujeto diverso y espontáneo en sus demandas (los movimientos sociales) o
simplemente un sujeto republicano (la ciudadanía).
Si para el eurocomunismo y la socialdemocracia todavía la
clase obrera tenía importancia estratégica relativa (base de los Estados de
Bienestar), para las corrientes “post” y el autonomismo la clase obrera se
convirtió en sinónimo de totalitarismo. Ahora era el momento histórico de los
sujetos marginados del trabajo asalariado urbano (principalmente el industrial)
como constructores estratégicos de una nueva sociedad. Eran libres,
descentralizados y sin subordinación a los viejos partidos de masas de corte
leninista. La caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS
contribuyeron a acelerar el triunfo ideológico de estas corrientes.
¡En defensa de Gramsci! La necesidad de un partido revolucionario de la clase trabajadora
Como mencionamos en un artículo anterior de esta sección
(2), Gramsci en sus escritos terminó oponiendo la guerra de posiciones a la
guerra de movimientos o maniobra. Sin embargo, el revolucionario italiano nunca
dejó plasmado en su obra que la lucha por el socialismo debía ser utilizando
exclusivamente los mecanismos de la democracia burguesa. Esa fue la lectura de
la socialdemocracia y el eurocomunismo.
Por el contrario, durante el periodo 1919-1926, Antonio
Gramsci defendió la idea de construir un partido comunista que preparara a la
clase obrera para la insurrección y la conquista del poder político. Los
escritos acerca de los Consejos de Turín y Milán son evidencia de esa
perspectiva (3). Este “momento preparatorio” exigía que la clase obrera
conquistara la hegemonía del conjunto de los explotados y oprimidos, en
particular el campesinado del Mezzogiorno. En sus tesis de Lyon (abril de
1926), Gramsci afirmó:
“Las fuerzas motrices de la revoluciones italiana, tal como surge de nuestro análisis, son, en orden de importancia, las siguientes: 1] la clase obrera y el proletariado rural 2] los campesinos del Mezzogiorno y de las islas y los campesinos del resto de Italia.El desarrollo y la rapidez del proceso revolucionario sólo pueden ser apreciados a partir de una evaluación de ciertos elementos subjetivos, es decir, de la medida en que la clase obrera logre adquirir una personalidad política propia, una firme conciencia de clase y una independencia de todas las demás clases, de la medida en que logre organizar sus fuerzas, o sea, ejercer de hecho una función de conducción de los demás factores, comenzando por dar una expresión política concreta a su alianza con los campesinos” (4).
El concepto de hegemonía en Gramsci —como ya ha mencionado
Anderson (5)— fue tomado de los bolcheviques para desarrollar una estrategia
revolucionaria de la toma del poder político en la realidad italiana. Esta se
sustentaba en la alianza de la clase obrera con el campesinado. Era un deber
del partido revolucionario conquistar la hegemonía política de las clases
explotadas y oprimidas para tomar el poder.
Al parecer, el eurocomunismo, la socialdemocracia y las
tendencias posmodernas omitieron esto de su análisis. Y cuando lo consideraron,
como Buci Glucksmann, fue solamente en breve para legitimar rápidamente la vía
pacífica al socialismo.
Para Gramsci, la hegemonía sobre la parte oprimida de la
sociedad civil la construye la clase obrera como sujeto revolucionario. No un
sujeto abstracto como la “ciudadanía” o el “pueblo” en general.
El problema reside en que desde fines de la década del 20,
Gramsci desplazó su análisis al problema de la hegemonía de las clases
subalternas en la sociedad civil, considerando un “momento preparatorio”
anterior a la conquista del poder político. Ese momento preparatorio se
convirtió para Gramsci en una guerra de posiciones de larga duración en el
tiempo histórico, trayendo como resultado la omisión del momento
insurreccional.
La consecuencia estratégica de esto es que el “momento de la
maniobra”, necesario para pasar a la ofensiva contra el Estado burgués, terminó
subordinado a la guerra de posiciones. Para Gramsci, la maniobra se debía
manifestar en acciones “parciales” para asegurar la defensa de las fortalezas
conquistadas en la sociedad civil (7). Como el momento insurreccional
desapareció de sus escritos en los años 30, el resultado fue una separación del
momento posicional. Dicho en lenguaje leninista, la conquista de la hegemonía
se separó de la conquista del poder político. Esta separación es la que trajo
las interpretaciones aludidas más arriba.
Estas elipsis y ambigüedades es lo que aprovechó el
reformismo (en sus diversas variantes) para hacer de Gramsci —parafraseando a
Lenin—un “adocenado liberal”. En Chile esta es la concepción de Gramsci que
predomina actualmente. Nosotros, por el contrario, sin negar las limitaciones
de los análisis de Gramsci, defendemos lo más enriquecedor de su legado
político para la construcción de un genuino partido marxista hoy: la necesidad
de que los trabajadores asalariados urbanos conquisten posiciones estratégicas
para desde allí expandir su hegemonía política sobre el resto de los explotados
y oprimidos de la sociedad capitalista. Solo de este modo un partido
revolucionario podrá echar hondas raíces en la clase trabajadora y conquistar
la confianza del resto de las clases y capas sociales oprimidas.
Notas
1. Gramsci,
Antonio, “Maquiavelo. El moderno
príncipe”, en: Cuadernos de la Cárcel,
Tomo 3 (1930-1932), Cuaderno 13 (XXX), Ediciones Era, 1975, p. 244.
2. Trotsky y Gramsci. En torno a la revolución en las democracias capitalistas (I).
3. Gramsci, Antonio, Escritos periodísticos del Ordine Nuovo (1919-1920), Tesis once, 1991.
4. Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, en: Escritos Políticos (1917-1933), siglo XXI, 1977, p. 239.
5. Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, Editorial Fontarama, 1977.
6. Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado. Hacia una teoría materialista de la filosofía, siglo XXI, 1974, pp. 221-235.
7. Gramsci, Antonio, “Cuaderno 13(XXX). Notas breves sobre la política”, en: Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5 (1932-1934), Ediciones Era, 1975, p. 22.
2. Trotsky y Gramsci. En torno a la revolución en las democracias capitalistas (I).
3. Gramsci, Antonio, Escritos periodísticos del Ordine Nuovo (1919-1920), Tesis once, 1991.
4. Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, en: Escritos Políticos (1917-1933), siglo XXI, 1977, p. 239.
5. Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, Editorial Fontarama, 1977.
6. Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado. Hacia una teoría materialista de la filosofía, siglo XXI, 1974, pp. 221-235.
7. Gramsci, Antonio, “Cuaderno 13(XXX). Notas breves sobre la política”, en: Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5 (1932-1934), Ediciones Era, 1975, p. 22.
III
► Se ha defendido la tesis de que el único
marxista del periodo entre guerras que logró un análisis teórico de las
formaciones sociales occidentales, respetando sus particularidades, fue Antonio
Gramsci. En este breve artículo damos a conocer cómo León Trotsky también logró
analizar la particularidad de los procesos de lucha de clases en las
formaciones sociales avanzadas.
Hegemonía en Trotsky. Hegemonía en Gramsci
A diferencia de Gramsci, Trotsky conoció de cerca a los movimientos
obreros occidentales más importantes. A principios de siglo pasó varios años
por Inglaterra y Alemania. Vivió siete años en Austria (1907-1914), lo que le
permitió mantener un contacto fluido con Alemania. Con el estallido de la
Primera Guerra Mundial (1914-1918), se mudó a Francia donde levantó un
periódico junto a socialistas rusos exiliados (bolcheviques y mencheviques)
titulado Nache Slovo (Nuestra
Palabra). En esta última posta antes de ser exiliado en 1916, conoció al
movimiento obrero francés en su versión “sindicalista revolucionaria” y a
algunos de sus dirigentes más prominentes como Pierre Monatte, futuro y efímero
militante del Partido Comunista Francés.
Con esto no queremos afirmar que Trotsky conoció en mayor
grado que Gramsci las estructuras de funcionamiento de los Estados capitalistas
occidentales. Los análisis de Gramsci en torno a las fortalezas hegemónicas de
las clases dominantes en la sociedad civil son más que conocidos por el público
lector. Pero si a partir de sus Quaderni
del carcere el marxista italiano se orientó a analizar la hegemonía que
emanaba de las diversas estructuras del poder capitalista en occidente, el
marxista ruso se dedicó a analizar desde donde y bajo qué relaciones de fuerza
la clase obrera podía dar el salto para romper dichas estructuras de poder. A
diferencia de Gramsci, Trotsky logró captar de manera audaz y con mayor agudeza
los momentos de crisis y disgregación del poder burgués para asestarle un golpe
mortal.
Como ha mencionado Perry Anderson (1), si Gramsci desplazó
su análisis de la hegemonía hacia el campo de las estructuras del poder
burgués, Trotsky mantuvo su foco de la hegemonía en el campo clásico de
análisis de los bolcheviques: la alianza obrera y campesina bajo la dirección
política del proletariado. La garantía de dicha alianza consistía, según el
marxista soviético, en que la clase obrera conquistara la hegemonía del
campesinado y del conjunto de las masas oprimidas.
Sin embargo, en sus escritos acerca de Gran Bretaña, Trotsky
hizo énfasis en las posiciones estratégicas ya conquistadas por los
trabajadores británicos para avanzar en la toma del poder. Aquí el análisis no
rodeó la problemática de la alianza con los campesinos, clase social en
retroceso continuo desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo en la
Inglaterra industrial.
La lectura política de Trotsky se orientó en responder cómo
era posible construir un partido comunista de vanguardia con influencia en las
masas obreras británicas. El centro de su análisis lo constituyó la original
experiencia histórica de lucha sindical inglesa. Los sindicatos serían el eje
de construcción del partido comunista.
Trotsky y el análisis de la situación histórica de Gran Bretaña (1925)
En enero de 1925, Trotsky fue relevado de su cargo de
Comisario de Guerra y nombrado presidente del Comité de Concesiones, jefe de la
Dirección Electrotécnica y presidente de la Dirección Científico Técnica de la
Industria. En pleno proceso de consolidación de la burocracia estalinista,
Trotsky aprovechó de realizar un análisis del momento histórico que vivía la
gran isla británica (Escocia, Gales e Inglaterra).
En la primavera de 1925 escribió Where is Britain going? (¿A
dónde va la Gran Bretaña?) (2), texto de más de 150 páginas donde plasmó las
perspectivas de la revolución proletaria en la cuna del capitalismo industrial
moderno. Según Isaac Deutscher, fue el único libro de un marxista que se
proclamó en favor de la posibilidad real del comunismo en Gran Bretaña (3). Sin
embargo, como varios de los valiosos escritos de Trotsky, no estuvo libre de
errores de pronóstico. Siendo el más importante el que la revolución en
Inglaterra no ocurrió.
El vaticinio de Trotsky se sostuvo en una observación
empírica relativamente sólida. Utilizó una serie de fuentes periodísticas
británicas —entre ellas el prestigioso Daily Herald del Labour Party— y algunos
libros de historia de Gran Bretaña escritos por la más diversa gama de
historiadores —desde el marxista Max Beer al reaccionario whig Thomas Macauly.
Sin negar los errores del revolucionario ruso, como el
vaticinio de una ruptura violenta de Inglaterra con Estados Unidos en su lucha
por la hegemonía del mercado mundial, hay un aspecto que Deutscher apenas tomó
en cuenta: el acierto de Trotsky de que era posible la construcción de un
sólido partido revolucionario en las filas de la clase obrera británica. El
argumento de fondo fue la ascendente radicalización política que se vivía en
los sindicatos como nunca en la historia de Inglaterra. El que no haya
resultado se debe a explicaciones históricas que trascienden la propuesta de
este artículo. Lo que queremos destacar es el fluido escenario abierto en Gran
Bretaña desde el término de la Primera Guerra Mundial y la creación de
condiciones sociales y económicas que empujaron objetivamente a la clase obrera
más antigua de la humanidad a la radicalización política.
Entre 1920 y 1926 el desempleo real en Gran Bretaña no bajó
del 12% promedio. Los rubros industriales que alguna vez fueron su carta de
presentación en el mercado mundial, habían perdido competitividad (carbón,
hierro, acero, vehículos, maquinaria y textiles) (4). Cesantía, hambre y bajo
salarios eran los problemas que aquejaban a los trabajadores británicos.
¿Semejante situación no vaticinaba un estallido social violento?
Lejos de generalizar desde la experiencia soviética, Trotsky
guardó con gran rigor la particularidad histórica del movimiento obrero inglés
y la construcción de su clase dominante. Si en Rusia no existieron mediaciones
sólidas entre el Estado y los obreros, en la isla británica la existencia de
mecanismos de cooptación de las masas explotadas y oprimidas era enorme: prensa
masiva, las iglesias puritana y anglicana, los espacios de recreación cooptados
por la burguesía (el boxeo, el fútbol, las carreras de caballo y todos los
deportes propios de la sociedad popular inglesa), y el más importante de todos:
el viejo parlamento inglés.
Puede decirse que Trotsky se limitó simplemente a señalar
estas fortalezas de hegemonía burguesa. Pero convergió con Gramsci en el
siguiente balance estratégico para occidente: “cuanto más rico y cultivado es
un país, más antiguas sus tradiciones parlamentarias y democráticas, más
difícil es al partido comunista adueñarse del poder” (5). De este modo, el
revolucionario ruso buscó los mecanismos para enfrentar estas dificultades en
el camino de la toma del poder. Allí encontramos el abordaje de los sindicatos
y el Labour Party como llaves para la construcción del partido revolucionario
—entiéndase en esa época el partido comunista.
Sindicatos y Partido Laborista: la llave para la construcción del partido revolucionario en Gran Bretaña
Trotsky identificó tres sectores de vanguardia del
proletariado británico: los portuarios, los mineros y los ferroviarios. Para
1920, de un total de poco más de 10 millones de obreros dedicados a labores
industriales o relacionadas con estas, 1.250.000 eran mineros del carbón. Todos
estaban organizados en sindicatos reconocidos por la ley burguesa. Lejos de
cualquier fetichismo del obrero fabril, Trotsky supo reconocer que en estos
rubros económicos se había gestado desde antes de la Gran Guerra la gran
vanguardia de los trabajadores británicos. Fueron estos los que dirigieron las
huelgas más decisivas y practicaron el control obrero parcial (mediante los
shop steward comittes) extendiéndolo a algunas industrias manufactureras. En
esta situación histórica, los obreros del carbón cumplirían un rol fundamental
en la movilización revolucionaria de los trabajadores británicos. Su
diagnóstico resultó acertado.
Cuando estalló la gran huelga general de mayo de 1926,
durante nueve días el Estado imperial y sus instituciones tendieron a la
disgregación, abriendo una posibilidad histórica para la clase obrera británica
asestara un gran golpe de fuerza. Sin embargo, la persistencia de la
Internacional Comunista de mantener su alianza con los dirigentes sindicales
laboristas de izquierda como Arthur James Cook y Arthur Purcell al interior del
Comité Anglo-Soviético, solamente posibilitó la contención de la ira de los
sindicatos y los desocupados movilizados.
Para Trotsky, conquistar la dirección política de los
sindicatos ingleses que afiliaban a 5 millones de obreros resultaba una tarea
estratégica. Además, los sindicatos ingleses tenían una expresión política: el
partido laborista. Organización a la que entraron cientos de miles de obreros
de vanguardia durante la década del 20.
Fenómeno único en la historia mundial, los sindicatos
británicos engendraron y parieron un partido político. Este recibía la
afiliación automática de los trabajadores sindicalizados y una cotización
obligatoria de estos para el financiamiento del partido.
Al respecto, el marxista soviético consideró que los
comunistas, grupo pequeño e insignificante en Inglaterra, debía buscar la
manera de volver a entrar al laborismo —había sido expulsado del partido y
perseguido por el ala derecha del laborismo en 1924— para facilitar su diálogo
con la clase obrera. La política de entrar en el partido laborista como una
fracción con libertad de crítica y difusión de su programa fue discutida desde
el II Congreso de la Internacional Comunista (1920), siendo Lenin su principal
promotor (7).
Lejos de una concepción voluntarista de la construcción del
Partido Comunista en Inglaterra, Escocia y Gales, Trotsky reconoció, que por la
tradición del movimiento obrero y por la fuerza arrolladora del Labour Party,
“la clase obrera tendrá probablemente que renovar varias veces sus esferas
directoras antes de que llegue a crear un partido verdaderamente a la altura de
la situación histórica y de las tareas del proletariado inglés” (6).
Notas
Anderson, Perry, Las Antinomias de Antonio Gramsci,
Editorial Fontarama, 1981.
2. Edición en español bajo el título: ¿A dónde va Inglaterra? Europa y América, Ediciones Biblos/Madrid, 1927. disponible en:https://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1925-1926-a-donde-va.pdf.
3. Deutscher, Isaac, Trotsky. El profeta desarmado (1921-1929), Lom ediciones, 2007, pp. 197-202.
4. Parker, Robert Alexander Clarke, El siglo XX. Europa. 1918-1945, Siglo XXI, 1969, pp. 131-155.
5. ¿A dónde va Inglaterra? Europa y América, Ediciones Biblos/Madrid, 1927, p. 33. disponible en:https://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1925-1926-a-donde-va.pdf
6. Ibid, p. 47.
7. Lenin V.I., “Discurso sobre el papel del Partido Comunista”, 23 de julio de 1920. En:https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1920s/internacional/congreso2/02.htm.
2. Edición en español bajo el título: ¿A dónde va Inglaterra? Europa y América, Ediciones Biblos/Madrid, 1927. disponible en:https://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1925-1926-a-donde-va.pdf.
3. Deutscher, Isaac, Trotsky. El profeta desarmado (1921-1929), Lom ediciones, 2007, pp. 197-202.
4. Parker, Robert Alexander Clarke, El siglo XX. Europa. 1918-1945, Siglo XXI, 1969, pp. 131-155.
5. ¿A dónde va Inglaterra? Europa y América, Ediciones Biblos/Madrid, 1927, p. 33. disponible en:https://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1925-1926-a-donde-va.pdf
6. Ibid, p. 47.
7. Lenin V.I., “Discurso sobre el papel del Partido Comunista”, 23 de julio de 1920. En:https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1920s/internacional/congreso2/02.htm.
IV
► Antonio Gramsci conoció a Trotsky en su
viaje a Moscú entre mayo de 1922 y diciembre de 1923. El revolucionario ruso
fue uno de los redactores de las tesis del Frente Único, en contra de las
tendencias ultra izquierdistas del comunismo occidental. A pesar de haberlas
conocido, en sus Cuadernos de la Cárcel de los años 30, Gramsci atribuyó a
Trotsky ser el ideólogo de dicha corriente en la Internacional Comunista.
Gramsci y su relación con «Trotsky»
Según Isaac Deutscher, Trotsky y Gramsci se conocieron
cuando este último viajó por primera vez a Moscú (1). El dirigente comunista
italiano estuvo en la naciente República Soviética desde mayo de 1922 hasta
diciembre de 1923.
No se tiene noción de si los dos dirigentes de la Internacional Comunista (IC) discutieron en torno a la propuesta de Trotsky de la revolución permanente. Sabemos con certeza que intercambiaron opiniones acerca de temas de literatura y cultura. Incluso Gramsci le escribió una carta a Trotsky fechada el 8 de septiembre de 1922 —estando en Moscú— en la cual respondió preguntas realizadas por el revolucionario ruso acerca del movimiento artístico y literario del futurismo. (2)
Según Frank Rosengarten, Trotsky presionó a Gramsci en la
reunión de la comisión italiana el 15 de noviembre de 1922, acerca de la
necesidad de adoptar la tesis del frente único obrero contra la negativa de
Amadeo Bordiga. Según un testigo del debate, Giuseppe Berti —miembro de la
Federación Juvenil Comunista de Italia— afirmó que la lucha política implacable
que realizó Trotsky contra este, tuvo directa influencia en Gramsci, quien
adoptó una actitud crítica hacia Bordiga. (3)
Sin embargo, entre marzo y abril de 1925, Gramsci volvió a
estar presente en Moscú, con la misión de participar de la quinta sesión del
Comité Ejecutivo de la IC. (4) No sabemos si allí compartió nuevamente con
Trotsky. Pero este ya no era dirigente de la IC y había sido relegado a segundo
plano en el Comité Central del Partido Bolchevique.
El triunvirato y la lucha contra el “trotskismo”
Entre 1923 y 1926 el aparato estalinista inició su proceso
de consolidación burocrática. Durante ese periodo, el Presidium de la Komintern
fue ocupado por Grigory Zinoviev. Este último, junto a Kamenev y Stalin se
constituyeron en el triunvirato, el máximo organismo de dirección política de
la República Soviética.
Después de la muerte de Lenin, estalló la polémica al
interior del partido soviético acerca de cuál era el legado estratégico que
debía orientar a la IC y los bolcheviques partiendo de la experiencia histórica
de la revolución rusa de 1917. En relación a esta problemática, Trotsky publicó
“Lecciones de Octubre” en septiembre de 1924, como un prólogo a su obra “1917”.
Este libro fue publicado por la Editorial del Estado soviético con todos los
escritos y artículos de Trotsky correspondientes al glorioso año de la toma del
poder socialista.
El “prólogo” fue en rigor un extenso ensayo en el cual el
revolucionario ruso concentró todo su análisis político e interpretación
estratégica de lo ocurrido en la revolución rusa de 1917. En otras palabras,
constituyó un golpe frontal a las difamaciones e interpretaciones políticas que
estaba desarrollando el triunvirato en su contra. Como la troika tenía el control
del aparato del estado soviético, la tragedia histórica fue echada sobre
Trotsky. El triunvirato lanzó una batería de calumnias sin permitirle al
atacado el derecho a responder en la prensa soviética (5).
La fuerza con que la burocracia estalinista lanzó sus obuses
contra Trotsky puede verse con evidencia en el impacto que tuvo en el
movimiento comunista internacional. Este recibió unilateralmente la
interpretación de la troika, transformando a Trotsky en un traidor de la
tradición y estrategia del bolchevismo. Ningún lugar del mundo donde existía un
partido comunista se salvó del llamado de “alerta contra el trotskismo”. Hasta
el rincón comunista más alejado del mundo —Chile— publicó una separata de la
denuncia realizada por el Comité Central bolchevique en contra del ensayo
“Lecciones de Octubre” escrito por Trotsky.
El 8 de marzo de 1925, el “Despertar de los trabajadores”,
diario de la Federación Obrera de Chile (FOCh) y del Partido Comunista (PC)
correspondiente a la lejana región minera del salitre, publicó un artículo
titulado “Divergencias entre Trotsky y el Partido Comunista Ruso” (6). Como ha
sostenido Olga Ulianova, entre 1922 y 1926 el PC chileno constituyó el partido
más alejado de las discusiones y resoluciones que dictaminó la IC y el PC soviético
(7).
Con esto podemos afirmar que si hasta Chile llegó la
difamación contra Trotsky, se puede vislumbrar el nivel de la campaña “contra
el trotskismo” llevada adelante en los movimientos comunistas de los países
europeos, como Alemania, Francia e Italia. En esta última, el 6 de abril de
1924, Gramsci había salido electo como diputado del Veneto (8), y a fines de
ese año se preparaba para viajar nuevamente a Moscú a participar de la quinta
sesión del Ejecutivo de la IC. Cuando el comunista italiano llegó a la tierra
de los soviets, la campaña de desprestigio contra Trotsky estaba en pleno
apogeo.
A partir de enero de 1925, Trotsky fue removido de su cargo
de dirección en el Comisariado de Guerra y en el Ejército Rojo, y fue nombrado
miembro del Consejo de la Economía Nacional, en calidad de subordinado de
Dzerzhinsky. Según Deutscher, durante todo el año de 1925, Trotsky no se
pronunció en público acerca de las polémicas desatadas entre los años 1923 y
1924. Había aceptado su derrota y se sometió a las restricciones que le impuso
el Comité Central. (9)
Desde fines de 1924 y principios de 1925 se difundieron en
la Unión Soviética los escritos de Bujarin y Zinoviev que criticaron la teoría
de la revolución permanente de Trotsky, definida por los primeros como una
teoría “anti leninista” y por lo tanto, una “desviación pequeñoburguesa” (10).
Lenguaje que ya era cotidiano para referirse a todos los opositores comunistas
a la línea oficial del triunvirato. Sin embargo, la alianza
Zinoviev-Kamenev-Stalin se quebró en abril de 1925, pasando los primeros a ser
víctimas de las calumnias de Stalin. Al igual que Trotsky, no se salvaron de la
propaganda difamatoria en su contra.
Las tesis del Frente Único, la lucha contra el ultraizquierdismo y la revolución permanente
Durante el III y IV Congreso de la IC, Trotsky fue uno de
los principales defensores de las tesis del frente único como nueva orientación
política de los partidos comunistas (11). Surgida a raíz de los desbandes ultra
izquierdistas de los PC alemán, francés e italiano, y de la recuperación
relativa del capitalismo en Europa occidental, la IC lanzó la táctica del
frente único como nueva política de los partidos obreros revolucionarios.
El objetivo del frente único buscó que los comunistas
conquistaran el apoyo de las masas obreras y populares (hegemonía) en un
contexto de fortalecimiento de las mediaciones burguesas y de los partidos
socialistas, como fase preparatoria de la toma del poder político. Eso requería
de la participación en los sindicatos junto a los partidos obreros reformistas,
impulsar campañas en común con los socialistas en defensa de los salarios, las
libertades democráticas y el derecho de asociación, por nombrar algunas. La
famosa consigna “¡Id a las masas!” constituyó el nuevo eje desde donde los
revolucionarios tendrían que hacer política en una nueva situación que ya no
era la de una ofensiva revolucionaria.
De este modo, la nueva táctica se sostuvo en el argumento de
que la fase de la “ofensiva revolucionaria” abierta en 1917 se había cerrado
temporalmente. La lucha inmediata por la toma del poder político tendría que
esperar hasta que se dieran nuevamente las condiciones para ello. Durante este
interludio, los comunistas tenían que prepararse para las nuevas situaciones
revolucionarias que se abrieran. Para cumplir esta tarea, el frente único era
esencial.
Esa fue la política que defendió Trotsky, primero contra las
tendencias ultra izquierdistas en el comunismo occidental, después contra los
desbandes sectarios de la IC en el bienio 1924-1925. Gran parte de su balance
estratégico del periodo 1923-1926 se encuentra en la obra “Stalin, el gran
organizador de derrotas. La Tercera Internacional después de Lenin”, escrito y
publicado en 1928.
Sin embargo, en los escritos de Gramsci de los años 30,
encontramos una vinculación de Trotsky con las tendencias ultra izquierdistas
que el mismo revolucionario ruso combatió.
¿Cómo explicar esta vinculación política?
Según Frank Rosengarten, en el periodo 1924-1926,
caracterizado por la lucha política de la dirección de la IC contra Trotsky y
la revolución permanente, Gramsci se cuadró con la postura oficial de la
primera, es decir, con la posición estalinista. Sin embargo, este apoyo a la
línea oficial no significó un paso de “fidelidad” de Gramsci al aparato
estalinista. Debe recordarse que Gramsci se opuso al proceso de burocratización
de la IC dirigido por Stalin (1926-1927) y a la política de este en el Tercer
Periodo (1928-1934) que denominó a los partidos socialdemócratas como el ala
izquierda del fascismo. (12)
El sometimiento a la línea oficial de ese periodo respondió
a dos motivos: primero, por “la necesidad de crear una organización compacta,
firmemente disciplinada, y un Partido Comunista ideológicamente unificado en
Italia”; segundo, “por su creencia de que si la disputa al interior de la URSS
seguía adelante sin encontrar solución de algún tipo, podría ocasionar una
catástrofe en el conjunto de la Tercera Internacional”. (13)
La alusión de Bujarin y Zinoviev a la revolución permanente
como “ofensiva permanente” o “anti leninista” y el desastre de la revolución
alemana en octubre de 1923 –donde el nombre de Trotsky estuvo asociado al
“intento” de la insurrección fallida— posibilitaron que Gramsci definiera al
revolucionario ruso como uno de los máximos referentes de las tendencias ultra
izquierdistas de la IC.
Bajo ese razonamiento, en sus Quaderni del carciere, el
revolucionario italiano desarrolló lo que el creyó era la teoría para la
revolución en occidente: “la guerra de posiciones”, cuya concreción política
era la conquista de la hegemonía. Dicha teoría fue creada para resolver el
problema de la revolución en las formaciones capitalistas avanzadas y se
contrapuso a la teoría de la revolución en oriente, cuya máxima expresión la
habría constituido —según Gramsci—la revolución permanente elaborada por
Trotsky.
En el próximo artículo, contrastaremos la definición de León
Trotsky de la revolución permanente con las definiciones empleadas por Gramsci
en las numerosas hojas de los escritos de la cárcel.
Notas
1. Deutscher, Isaac, Trotsky.
El profeta desarmado (1921-1929), Lom ediciones, 2007, pp. 169. Ver la nota
al pié de página Nº 23.
2. “Carta a Trotski (8-IX-1922)”, en: Gramsci, Antonio, Antología, Editorial siglo XXI, pp. 126-128.
3. Rosengarten, Franck, “The Gramsci-Trotsky Question (1922-1932)”, Social Text, No. 11 (Winter, 1984-1985), Duke University Press, pp. 75-76.
4. Santucci, Antonio, Gramsci, Lom ediciones, 2007, p. 102.
5. Deutscher…, op. cit., p. 149.
6. El Despertar de los Trabajadores, Iquique, Chile, “Divergencias entre Trotsky y el Partido Comunista Ruso”, 8 de marzo de 1925.
7. Ulianova, Olga y Riquelme Segovia, Alfredo (Editores). Chile en los archivos soviéticos 1922-1991. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931. Fuentes para la Historia de la República Volumen XXIII, ediciones DIBAM, 2005, pp. 93-109.
8. Santucci…op. cit., p. 101.
9. Deutscher…, op. cit., p. 183.
10. Procacci, Giuliano (ed.), Trotsky-Bujarin-Zinoviev, El gran debate (1924-1926) 1: la revolución permanente, Cuadernos Pasado y Presente Nº 34, 1973.
11. Trotsky, León, “On the United Front. (Material for a Report on the Question of French Communism)”, march 2, 1922, en: The First Five Years of the Communist International, volume 2. Ver:https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/08.htm.
(12) Rosengarten, Franck…op. cit.,
(13) Ibídem, p. 82.
2. “Carta a Trotski (8-IX-1922)”, en: Gramsci, Antonio, Antología, Editorial siglo XXI, pp. 126-128.
3. Rosengarten, Franck, “The Gramsci-Trotsky Question (1922-1932)”, Social Text, No. 11 (Winter, 1984-1985), Duke University Press, pp. 75-76.
4. Santucci, Antonio, Gramsci, Lom ediciones, 2007, p. 102.
5. Deutscher…, op. cit., p. 149.
6. El Despertar de los Trabajadores, Iquique, Chile, “Divergencias entre Trotsky y el Partido Comunista Ruso”, 8 de marzo de 1925.
7. Ulianova, Olga y Riquelme Segovia, Alfredo (Editores). Chile en los archivos soviéticos 1922-1991. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931. Fuentes para la Historia de la República Volumen XXIII, ediciones DIBAM, 2005, pp. 93-109.
8. Santucci…op. cit., p. 101.
9. Deutscher…, op. cit., p. 183.
10. Procacci, Giuliano (ed.), Trotsky-Bujarin-Zinoviev, El gran debate (1924-1926) 1: la revolución permanente, Cuadernos Pasado y Presente Nº 34, 1973.
11. Trotsky, León, “On the United Front. (Material for a Report on the Question of French Communism)”, march 2, 1922, en: The First Five Years of the Communist International, volume 2. Ver:https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/08.htm.
(12) Rosengarten, Franck…op. cit.,
(13) Ibídem, p. 82.
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