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Antonio Gramsci ✆ Feddo Neurg |
José L. Corazón
Ardura | Que la presencia del cementerio y la
convivencia entre las tumbas de los poetas ingleses tenga alguna relación con
la cercanía de las cenizas de Gramsci es algo que, al menos, muestra el
carácter civil de la muerte y sus máscaras.
Existe también una vinculación vital y literaria, relacionada además con la
estancia en la cárcel, uniendo de un modo temporal, si no, político, dos modos
de exponer esa situación de encerramiento en una celda.
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César Vallejo✆ Carlos Merchán |
Si las estancias de
Antonio Gramsci (desde el 8 noviembre 1926 hasta su muerte en 1937) y César
Vallejo (desde el 6 noviembre 1920 hasta el 26 febrero 1921) fueron también
coetáneas, porque viven y mueren prácticamente el mismo tiempo, la misma
historia de entreguerras y la defensa de un mundo comunista extendido como un
fantasma a través de Europa.
Quiere decir que también viven en la cárcel y lo escriben.
Es sabida la relación política de ambos escritores como intelectuales
involucrados en el comunismo, ambos viajaron en la misma época a Moscú, pero nos
interesaría más establecer alguna relación entre este hecho meramente
biográfico que indica dos modos de la vivencia en la celda de castigo, pero que
se imponen la tarea de exponerlo como si se tratara de considerar que la cuaternidad corresponde
más que a las cuatro paredes de la celda, vallejianamente hablando.
A pesar de que la experiencia fuera distinta en ambos,
podría decirse que la escritura de los días de cárcel de Gramsci corresponde a
un modelo abierto, destinado siquiera a un público familiar, donde la irrupción
de las miles de páginas están en la misma proporción que la indignación y el
tiempo pasado en distintas cárceles italianas.
Su encarcelamiento tuvo lugar en noviembre de 1926 y comenzó
en la cárcel de Regina Coeli, en el Trastévere que se dirige hacia el Vaticano,
el Orto Botanico y el río Tíber. La narración del inicio de su
estancia en la prisión de Regina Coeli es significativo:
“La estancia en Regina Coeli ha sido el periodo más feo de toda la detención: 16 días de aislamiento absoluto en celda, disciplina rigurosísima. Pude obtener el cuarto por pago sólo en los últimos días. Los primeros tres días los pasé en una celda bastante asoleada de día e iluminada de noche; la cama estaba muy sucia, las sábanas usadas, pululaban toda clase de insectos, no conseguí nada para leer, ni siquiera la Gazetta dello Sport, porque no había suscripción; comí la sopa de la prisión que estaba bastante buena. Pasé una nueva celda, más oscura de día y sin iluminación de noche, pero que ha sido desinfectada con gasolina y cuya cama tenía sábanas limpias […] Pasé de la celda común al cuarto pagado sin aviso previo, por lo cual me quedé sin comer, dado que la cárcel le pasa el alimento sólo a los habitantes de las celdas comunes, mientras que la de las habitaciones pagadas deben alimentarse (“nutrirse” en la lengua de la cárcel) por cuenta propia. La habitación pagada consistió para mí en el hecho de que hayan añadido un colchón de lana y una almohada de costal de crin y el que la celda fue amueblada con un lavabo, palangana, jarro y con una silla. Debería tener una mesita, algo para sostener la ropa y un pequeño armario, pero la administración no tenía equipo de casa: tuve también luz eléctrica, pero sin interruptor así que toda la noche giraba para proteger los ojos de la luz” [1]
La descripción de Gramsci corresponde a una visión irónica
-pues sabe que su correo será leído antes de salir o entrar- y aporta un
realismo que nos lleva a pensar en cuáles son las necesidades vitales del
intelectual, después del traje, el alimento y el techo spinozianos.
En el caso de Vallejo, nos podemos situar ante una
hospitalidad más severa, a juzgar por las referencias incluidas en algunos
poemas de Trilce, aún en Escalas,
ese libro de prosas o cuentos que debió escribir al mismo tiempo y que es un
relato de algunos espacios inhóspitos del presente:
El cancerbero cuatro veces al día maneja su candado, abriéndonos cerrándonos los esternones, en guiños que entendemos perfectamente. Con los fundillos lelos melancólicos, amuchachado de trascendental desaliño, parado, es adorable el pobre viejo. Chancea con los presos, hasta el tope los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla les roe algún mendrugo; pero siempre cumpliendo su deber.Por entre los barrotes pone el punto fiscal, inadvertido, izándose en la falangita del meñique, a la pista de lo que hablo, lo que como, lo que sueño. Quiere el corvino ya no hayan adentros, y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.Por un sistema de relojería, juega el viejo inminente, pitagórico! a lo ancho de las aortas. Y sólo de tarde en noche, con noche soslaya alguna su excepción de metal. Pero, naturalmente, siempre cumpliendo su deber [2].
Es anecdótico también el hecho de que Vallejo viajara por
Europa y que estuviera en Roma a finales de unos infelices años 20, pero no
podemos obviar el hecho de que ambos compartieran un espacio político,
económico y vital similar.
Su poesía, que atraviesa alguno de los momentos más
enigmáticos del siglo XX literario, tiene en este encerramiento uno de sus
ejes, no solo en un sentido biográfico, como puede comprenderse leyendo dos de
los únicos libros que llegara a publicar en vida.
Es una cuestión literaria entender la poética vallejiana
desde esta pregunta política que puede concretarse en una máxima simbólica:
¿qué se cierra en la metáfora? Porque la celda es la expresión de un lugar de
la intimidad público.
Es el relato de la modernidad de Walter Benjamin y el
destierro político en el Libro de los pasajes, porque el cuerpo que muere
desde el encerramiento es lo que constituye la propia ciudad.
Desde el panóptico, la celda del estudio es más que cuatro
paredes cerradas sobre sí mismas. Las enumeraciones carcelarias de Gramsci, el
olor a establo vallejiano, serían otros modos de abundar en estos rasgos de
enfermedad y exilio y muerte que aparecen con precisión en el acogimiento
aislado de una dedicación a lo escrito.
Los paréntesis en la celda que, como cesiones y cesuras, van
abriendo el campo a lo escrito, porque sabe que ya solo queda lo último,
estando en las últimas. No hay decorado ciertamente en estas celdas compartidas
por ambos, probando que el aislamiento no es deseable en este espacio angosto.
Gramsci:
“Pero en verdad me di cuenta que, precisamente, al contrario de lo que siempre había pensado, en la cárcel se estudia mal, por varias razones técnicas y psicológicas.”
Vallejo:
“Criadero de nervios, mala brecha, por sus cuatro rincones cómo arranca las diarias aherrojadas extremidades.”
La zona del estudio, de la celda, es en el caso de la
escritura de ambos una oportunidad para señalar el poder que mantiene su
habitante. Las razones psicológicas del aislamiento, la necesidad de descansar,
la disposición de los objetos en el interior, no son otra cosa que el
crecimiento detenido.
Es la crítica hacia el capitalismo de Gramsci, es la
presencia del desterrado vallejiano, son los pasos en los corredores oscurecidos.
Pasolini encontró una fórmula semejante para un hombre democrático que se
preguntaba para qué servía la luz. Las
cenizas de Gramsci es el título del libro que dedicara a reflexionar,
desde la parte más cotidiana, la presencia del hombre encerrado desde los
muros, ausente de su propia muerte.
La tumba civil de Gramsci, aislada como el resto del
cementerio, solo porta la misma ceniza de la escritura diaria, el papel que
arde, el cine, la querencia al tanteo, o la oscuridad. El espacio del estudio,
comprendido como un espacio interior, duplica los inconvenientes tradicionales
de la divagación. El tema de la cárcel del amor o la filosofía, entre el
pensamiento de la libertad o la condena a la indigencia, contiene una apuesta
por servir de última voluntad.
En el caso de Gramsci, viviendo enfermo hasta su muerte en
un errabundo viaje a través de cárceles e islas interiores italianas. En el
caso de Vallejo, vinculado a la culminación de la obra que llegara a publicar
en vida, un ejemplo claro del retraso que supone aplicarse un encerramiento
punitivo. Porque la situación del estudio supone moverse en el interior de una
mónada.
Notas
[1] GRAMSCI, Antonio, Cartas desde la
cárcel (1926-1937), ediciones ERA, p. 43.
[2]VALLEJO, César, Trilce, “L”.
[2]VALLEJO, César, Trilce, “L”.
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