► “No hay que ocultar a la clase obrera nada de
lo que a ésta interesa, ni siquiera cuando tal cosa pueda disgustarla, ni
siquiera en el caso de que la verdad parezca hacer daño en lo inmediato;
significa que hay que tratar a la clase obrera como se trata a un mayor de edad
capaz de razonar y discernir, y no como a un menor bajo tutela.” – Antonio
Gramsci, L’Ordine Nuovo, 17 de marzo de 1922
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Foto: Hugo Chávez, Evo Morales & Rafael Correa |
Para estos últimos fines, Gramsci no pensaba en
intelectuales de partido -entendiendo por partido una determinada organización
política, siempre efímera- ni de gobierno o de Estado, sino en intelectuales
del movimiento histórico, pensado como conjunto plural y multiforme de
distintas expresiones sociales y políticas de las clases subalternas. Las
tareas fundamentales de los intelectuales orgánicos serían fomentar la toma de
conciencia al interior del movimiento e impulsar, hacia afuera, la guerra de trincheras
en el terreno de la sociedad civil, disputando el sentido común a partir de
núcleos de buen sentido. Esta función estratégica no implicaría una disciplina
partidaria que eliminara la crítica interna, condición necesaria para que la
toma de conciencia sea real y no desaparezcan artificialmente las
contradicciones que acompañan a la construcción de toda subjetividad social y
política desde abajo.
En este sentido, llama la atención que tanto en México como
en otras latitudes latinoamericanas se asistiera en tiempos recientes a
cruzadas de demonización de las críticas de izquierda al progresismo. En
nuestro país, algo de ello afloró en la coyuntura electoral de junio de 2015,
cuando algunos intelectuales de MORENA, legítimamente interesados en llamar a
votar por su partido, recurrieron al fácil argumento de confundir a las
izquierdas críticas con la antipolítica clasemediera y sociedadcivilista o a
estigmatizarlas bajo el rubro de ultraizquierdismo estéril, simplificando al
extremo todo cuestionamiento respecto del proceso electoral y de la oportunidad
de participar de las instituciones estatales en la coyuntura suscitada por la
desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa.
Con argumentos similares, se desató en tiempos recientes una
ofensiva, algo desencajada en unos casos, en contra de los que sostenemos
posturas críticas respecto de los gobiernos progresistas latinoamericanos,
apuntando a un fin de ciclo o, en mi caso, al fin de la etapa hegemónica del
ciclo y a un giro regresivo en la composición interna de los bloques de fuerzas
y alianzas sociales y políticas que los sostienen y de la orientación de las
políticas públicas en el contexto de la crisis económica. (La Jornada)
El debate está extendiéndose y polarizándose como puede
registrarse en páginas web como Rebelión y Humanidad en Red o en la prensa de
diversos países, como por ejemplo en las páginas de La Jornada. Decidió encabezar la cruzada, que involucra a intelectuales
de reconocimiento y calidad variables, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro
García Linera. Posiblemente al sentirse interpelado en su propio medio, a
través de una serie de ironías descalificadoras de lo que definió como una
“izquierda de cafetín” que, según él, critica desde una cómoda y remunerada
distancia rehuyendo “el clamor de la luchas de clases”, siendo cómplice de las
derechas restauradoras y enemiga de los verdaderos revolucionarios. (Ver: YouTube).
Al margen de las simplificaciones y del desafortunado
formato humorístico elegido por García Linera para ridiculizar a una serie de
personas y de organizaciones sociales y políticas, la descalificación de la
crítica izquierdista va de la mano de la difusión y promoción de una
intelectualidad de partido, fiel a la línea, disciplinada, acrítica, respetuosa
de la cadena de mando y de la centralización política, que exalta los
liderazgos carismáticos y es combativamente reactiva frente a toda crítica,
venga de donde venga. Estos operadores intelectuales crean y venden un discurso
triunfalista a la medida de los deseos y los intereses políticos de los partidos
y gobiernos progresistas, sobredimensionando logros, minimizando límites,
operando una serie de distorsiones y manipulaciones para justificar su
actuación y orientación. Aunque buena parte de ellos estén convencidos y bien
intencionados, la censura o autocensura en el ejercicio de la crítica modifica
genéticamente el perfil auténticamente intelectual y, permítanme la ironía, más
que intelectuales orgánicos tienden a transformarse en intelectuales transgénicos.
Por el contrario, los movimientos emancipatorios requerirían
de una organicidad que se nutra del compromiso crítico, del ejercicio
irrestricto de la crítica constructiva no sectaria, de una intelectualidad
orgánica difusa y no centralizada, que fomente el debate y los procesos de
autoconocimiento y de toma de conciencia desde abajo, desde las experiencias de
lucha, inevitablemente contradictorias porque brotan de procesos históricos
surcados por inercias subalternas, sobresaltos antagonistas y prácticas
autónomas.
Porque, como subrayaba Gramsci, “decir la verdad es revolucionario”.
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