Daniel Alberto Sicerone Podestá
| El presente trabajo de
investigación es producto de una contrastación teórica de los textos
correspondientes a pensar la estrategia de la revolución en América Latina
desde la dualidad de la guerra de posiciones (Gramsci) y la guerra de maniobra
(Trotsky). Ambas estrategias son interpeladas desde la Revolución Alemana de
1923 y las conclusiones estratégicas para la configuración de una revolución
latinoamericana desde las particularidades propias de una región semi-colonial
del sistema capitalista mundial, reconociendo que más allá de las claras y
evidentes diferencias con el Occidente central, la estructura
económica de nuestra región se encuentra subsumida a la lógica del capital, y
por ende, para salir del estado de dependencia global es necesaria una revolución
obrera y popular.
Introducción
En el presente trabajo de investigación se desarrollará un
discurso acerca de la falencia estratégica de Antonio Gramsci en cuanto
reflexiona acerca de la estrategia para Occidente. Se rescata valorizaciones
relevantes de la guerra de posición como elemento que permite re-pensar la
dominación de la clase dominante en una perspectiva que toma en cuenta la
complejidad de las superestructuras y como ellas se han erigido en fortalezas
que permiten dotar de mayor consistencia al sistema capitalista frente a las
diferentes crisis por las que atraviesa.
El problema central surge cuando
Gramsci no ha podido dar cuenta del paso de la guerra de posición a la guerra
de maniobra, es decir al asalto del poder. Este problema no se desprende de la
negación de Gramsci del asalto del poder, sino de haber sacado conclusiones
equivocadas de los procesos revolucionarios en la Europa de 1920, especialmente
con la derrota de la revolución alemana. En cambio, será Trotsky quien logre
comprender el paso de la guerra de posición a la guerra de maniobra, sacando
las conclusiones y debatiéndolas en la Internacional Comunista.
Esto no quiere decir que Gramsci carece de peso estratégico
para pensar la transición al socialismo, y que de esta forma estaría bloqueado
para re-pensar el marxismo latinoamericano. Al contrario, se considera que la
postura de la guerra de posición en América Latina cumple un papel sumamente
relevante en etapa previa al asalto del poder político, conquistando la clase
obrera y sus organizaciones posiciones que permitan reforzar al conjunto de la
clase, mejorando la correlación de fuerzas, además de ir construyendo una nueva
cosmovisión del mundo en clave obrera y popular, con la finalidad de poder
asestar un golpe directo contra al poder burgués como parte de una insurrección
bien planificada y definida. Las lecturas de esta realidad en el pensamiento
gramsciano son diversas, desde aquellas que no ven ese momento de paso a la
guerra de maniobra (socialdemocracia y autonomismo), como también existe una
concepción que si toma en cuenta tal paso. Esta se corresponde a Portantiero,
quien determina que la guerra de posición deviene luego en guerra de maniobra.
Guerra de maniobra y de posiciones
Para poder profundizar la cuestión es necesario
re-introducir un debate dentro del marxismo revolucionario acerca de la derrota
de la revolución alemana. Las dos concepciones que se cruzaran serán la de
Trotsky y Gramsci. Para ello se planteara un elemento central, la revolución
alemana de 1923 y la lectura que harán de ella tanto Trotsky como Gramsci. Se
concuerda que tal experiencia tiene como producto dos lecturas que se
sintetizan a continuación:
Mientras que para Trotsky que había extraído las principales
lecciones de la revolución alemana del ’23, lo que debían comprender los
partidos de la III Internacional –incluidos los de “occidente”– era que se
trataba de “una época de cambios bruscos”; para Gramsci, que no se había
adentrado en aquel balance, la conclusión adquiría un carácter más “general”
donde la existencia de superestructuras más sólidas en “occidente” hacía “más
lenta y más prudente la acción de las masas”. Esta conclusión será la base para
sus desarrollos posteriores en los Cuadernos de la Cárcel. (Albamonte
y Maiello, 2012: 128).
Trotsky extrae como principal lección de la revolución
alemana de 1923 que la época de crisis, guerra y revoluciones se caracteriza
por cambios bruscos, es decir que los mismos no tienen un desarrollo lento y
posiblemente determinado, sino que son productos de la época del imperialismo
como fase superior del capitalismo, de las luchas interbuguesas, de la luchas
anticoloniales, de las guerras mundiales, de la presión capitalistas sobre las
masas para descargar las consecuencias de la crisis y hacérsela pagar a ellos,
etc. El problema estratégico exige comprender que la clase capitalista
dominante no dejara de ser dominante por el solo hecho de la presión o
asedio de las masas sobre ella. Frente a ello utilizara sus fortalezas y su
despliegue político-militar con la finalidad de imponer su voluntad. Por ello,
“la guerra es, en consecuencia, un acto de violencia para imponer nuestra
voluntad al adversario” (Clausewitz, 2007: 19).
Reconociendo que “la guerra no es simplemente un acto
político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la
actividad política, una realización de la misma por otros medios” (Clausewitz,
2007: 39), la estrategia en una guerra civil, considerando que sea una forma
por excelencia de los puntos más álgidos de la lucha de clases, será crucial.
De esta forma Trotsky reconoce el elemento de variación brusca de la época de
crisis, guerra y revoluciones. Si la guerra es la continuación de la
política por otros medios, el enfrentamiento no deja de tener por ello un contenido
político. Las formas de guerra civil que se desarrollan en los procesos álgidos
de la lucha de clases, necesitan ser acompañados de una praxis política que
estimule el paso de la defensa al ataque, de la precisión de la insurrección, y
de la correlación de fuerzas para ello. No se trata de ir a lo frontal, sino de
esperar el momento adecuado para asestar el golpe. Trotsky lo plantea
claramente cuando sostiene que:
Hoy es posible sublevarse, derribar al enemigo, tomar el
Poder, y mañana quizá sea imposible. Pero tomar el Poder supone modificar
el curso de la Historia. ¿Es concebible que tamaño acontecimiento deba depender
de un intervalo de veinticuatro horas? Claro que sí. Cuando se trata de la
insurrección armada, no se miden los acontecimientos por el kilómetro de la
política, sino por el metro de la guerra. Dejar pasar algunas semanas, algunos
días, a veces un solo día sin más, equivale, en ciertas condiciones, a la
rendición de la Revolución, a la capitulación. Sin las presiones, las críticas y
las desconfianzas revolucionarias de Lenin, verosímilmente, no habrá erguido su
línea el partido en el momento decisivo, porque era muy fuerte la resistencia
en altas esferas, y en la guerra civil, como en la guerra en general, desempeña
siempre un primer papel el Estado Mayor (Trotsky, 1975:55)
No solo demuestra el papel del factor tiempo en la
preparación y la praxis de la insurrección, sino que también introduce la
propuesta de Lenin. El compañero de Trotsky reconocía a la insurrección como un
arte, y por ello sostiene que:
En septiembre, por los días de la Conferencia Democrática,
exigía Lenin la insurrección inmediata. “Para tratar la insurrección como
marxistas, es decir, como un arte –escribía-, debemos al propio tiempo, sin
perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos
insurreccionales, repartir nuestras fuerzas, lanzar los regimientos fieles a
los puntos más importantes cercar el teatro Alejandra, ocupar la fortaleza de
Pedro y Pablo, detener al Gran Estado Mayor y al gobierno, enviar contra los
cadetes militares y la División Salvaje destacamentos prontos a sacrificarse
hasta el último hombre antes que dejar penetrar al enemigo en los sitios
céntricos de la ciudad; debemos movilizar a los obreros armados, convocarlos a
la batalla suprema, ocupar simultáneamente el telégrafo y el teléfono, instalar
nuestro Estado Mayor Insurrecto en la estación telefónica central, ponerlo en
comunicación por teléfono con todas las fábricas, con todos los regimientos,
con todos los puntos donde se desarrolla la lucha armada, etc. Claro que todo
ello no es más que aproximativo; pero insisto en probar como no se podría
en el momento actual permanecer fiel al marxismo y a la Revolución sin tratar
la insurrección como un arte” (Trotsky, 1975: 53)
Gramsci, en cambio, no saca las lecciones estratégicas de
los “cambios bruscos”, y por ello termina considerando que la complejidad de
las superestructuras en Occidente determina que la guerra sea más prudente, más
lenta. Pero no basta con la definición de la complejidad superestructural de
Occidente para concebir el tipo de estrategia empleada y su diferencia con la
de Trotsky y los bolcheviques, sino que “es importante destacar que las
divergencias entre Trotsky y Gramsci sobre la revolución en “occidente” no surgen
de la constatación de la mayor complejidad de las superestructuras políticas
“occidentales”, sino de las diferentes conclusiones estratégicas que ambos
extraen de ello. (Albamonte y Maiello, 2012: 128). El peso de la cuestión está
en las lecciones estratégicas que se extraen de los procesos reales de la lucha
de clases, principalmente la Alemania de 1923.
En la revolución alemana de 1923 la posición de Trotsky fue
la de conformar un frente único con la izquierda de la socialdemocracia alemana
en Sajonia y Turinga, conformando gobiernos obreros en aquellas zonas. Esta
táctica se conformaba dentro de un horizonte estratégico de lucha por el poder
político, y de allí se extraen las conclusiones que reflejaran los errores
estratégicos del V Congreso de la Internacional Comunista y el desbarranco del
estalinismo. Por ello, Albamonte y Maiello reconocerán el peso de la estrategia
en Trotsky, donde manifestaran que:
Para Trotsky el frente
único defensivo no era un fin en sí mismo, sino la condición para poder pasar a
la ofensiva por la toma del poder. El frente único para la defensa en
determinado momento de la relación de fuerzas debía pasar a ser ofensivo, es
decir, salirse de los límites del régimen burgués y proponerse su destrucción. La
forma organizativa de este frente único ofensivo era para Trotsky justamente
los Soviets, o las organizacionesde tipo soviéticas que la clase obrera haya
forjado en su lucha. El pasajea la ofensiva marcaba a su vez el comienzo de la
guerra civil en términos ampliosa partir de la preparación de insurrección
(Albamonte y Maiello, 2012: 132).
Trotsky conjuga defensa y ofensiva, reconociendo el papel de
las fortalezas como espacios que no solo sirven para una mejor defensa frente
al enemigo, sino también como aprovecho para pasar a la conquista. Conquistar
gobiernos obreros en Sajonia y Turinga se corresponde a fortalecer al
proletariado y sus organizaciones, y por otro lado desarmar a las fuerzas
reaccionarias. Por ello:
Contra toda espera pasiva de las condiciones análogas del
“modelo ruso”, levanta la táctica audaz de gobierno obrero como parte de una
política activa de preparación de la insurrección. Esta “trinchera” tiene que
servir para armar al proletariado, para desarrollar a partir de los comités de
fábrica y Centurias Proletarias, una red de organismos de autoorganización y
autodefensa, lleven el nombre que fuese. Ambas tareas debían ser desarrolladas
al calor de la preparación de la ofensiva y como parte de la misma (Albamonte y
Maiello, 2012: 134).
Gramsci adolece de la cuestión estratégica, y por ello no
logra dar el paso de una guerra de posiciones a una guerra de maniobra. Esta
situación fue el cultivo necesario para que las posteriores interpretaciones
consideraran que su canon teórico fluía a posiciones que buscaba encontrar
espacios dentro del régimen burgués. Nuevamente Albamonte y Maiello consideran
que:
En Gramsci el pasaje a la ofensiva es uno de los puntos más
ambiguos en su pensamiento estratégico. Como decíamos en la comparación con
Maquiavelo, en esto se han basado todo tipo de corrientes reformistas para
adoptar el concepto de “guerra de posición” como fundamento de una estrategia
abocada a la búsqueda de espacios dentro del régimen burgués, llevando al
absurdo el concepto de “defensa”. (Albamonte y Maiello, 2012, pág. 141).
América Latina entre guerra de maniobra y posición
Frente a tales cuestiones, Portantiero destaca que “el predominio de la guerra de posiciones
como opción estratégica no implica, por otra parte, el total abandono de la
guerra de maniobras; sólo supone que la presencia de ésta se limita a una
función táctica” (Portantiero, 1977: 19). La afirmación de Portantiero
resulta ser polémica, y suma justificaciones con un pretendido vuelco de Lenin
hacia una posición de modificar el asalto del poder por el asedio. Frente a
ello se considera que la guerra de posiciones y la guerra de maniobra deben
conjugarse en una política emancipatoria, pero la vía insurrecionalista no
queda descartada en la época de crisis, guerra y revoluciones, aunque pudiera
haber tiempos medianamente largos donde el capitalismo logre cierta
estabilización y dicha insurrección pareciera imposible. Eso depende de la
lucha de clases.
Dejando de lado la cuestión estratégica en Trotsky y Gramsci, reconociendo que la postura del primero saca las conclusiones más acertadas del proceso de Alemania de 1923, Gramsci representa un teórico fundamental para pensar la táctica en momentos donde la ofensiva no parece estar al alcance inmediato para las fuerzas revolucionarias. El pensador italiano permite re-pensar el marxismo latinoamericano en cuanto Latinoamérica es considerada Otro Occidente. Para Gramsci, la distinción entre Oriente y Occidente determinaba la modificación de la estrategia, considerando que las principales características de las mismas son las siguientes:
En Oriente el estado era todo, la sociedad civil era
primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre estado y sociedad civil existía una
justa relación y bajo el temblor del estado se evidenciaba una robusta
estructura de la sociedad civil. El estado solo era una trinchera avanzada,
detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas; en
mayor o menor medida de un estado a otro, se entiende, pero esto precisamente
exigía un reconocimiento de carácter nacional (Gramsci, 1977:. 340)
Si en Oriente el Estado lo era todo, y la sociedad civil
gelatinosa, la estrategia sería una guerra frontal. En cambio, si en Occidente
la sociedad civil es más robusta, por lo tanto se comprenderán a las
superestructuras como fortalezas que impiden un asalto directo del poder. Se
concuerda en que estas superestructuras deben ser conquistadas como las
trincheras de una guerra, pero la insurrección como ofensiva sigue representando
un aspecto central. América Latina no se corresponde con la robustez de la
sociedad civil del Occidente europeo, aunque desde el proyecto de la Modernidad
capitalista se ha instaurado en América la mismidad. Se intentó hacer
de América una extensión de Europa, y por ello el reflexionar sobre lo nuestro
significa tomar dos posiciones. La primera de ellas es la aceptación y
posterior ideologización de nuestra situación. Y la segunda corresponde a
re-pensarnos desde el conflicto, por romper esa mismidad y
conformarnos en un constante devenir del ser.
El proceso del Argentinazo en
el 2001 refleja el debate acerca de la guerra de posición y la guerra de
maniobra en América Latina, como también las luchas en Bolivia como precedentes
del ascenso del Evismo al poder. En Argentina del año 2001 se produce un
levantamiento netamente popular conformado por los desocupados, la juventud
trabajadora y sectores de la clase media que veía su situación económica
empeorarse. La movilización de masas y posterior enfrentamiento con las fuerzas
represivas motivo la caída del gobierno de De La Rúa, pero la debilidad del
movimiento por la inexistencia del movimiento obrero organizado, los organismos
de doble poder, y un partido obrero que pudiera dirigir al conjunto de los
explotados, fue un limitante para un despliegue victorioso de la guerra de
maniobra. Un teórico de la guerra de posiciones diría que esa crisis que puso
en jaque al régimen burgués debería comprenderse como una acción de desgaste
del sistema.
No es descabellada tal posición, aunque ese desgaste se
sobrepuso por la acción de las superestructuras robustas que aplacaron la
crisis, y la intervención de un gobierno cesarista. Por la acumulación de
desgastes el régimen burgués no cae. La clase dominante al ver su posición
dominante en peligro recurre a la mayor coerción posible para mantener el orden
burgués, o a la acción de una tercera fuerza, ya sea los militares, como forma
de derrotar una revolución en curso. De tal forma, comprender la estrategia de
la guerra de posiciones como una guerra de desgaste y asedio constante sin
comprender el paso a la guerra de maniobras, resulta ser un grueso error
teórico de Gramsci, y la imposibilidad de re-pensar al marxismo latinoamericano
desde tal posición. Aunque si se logra apreciar un marxismo latinoamericano en
clave gramsciana desde el aspecto que una guerra de posiciones establece el
despliegue de la hegemonía del proletariado.
La heterogeneidad de las clases subalternas en América
Latina determina que sea la clase obrera quien deba ser la clase dirigente, y
por ello debe conquistar la hegemonía, conformando un bloque histórico. Antes
de tomar el poder es necesario que la clase obrera tenga peso hegemónico, pero
es necesario también el despliegue de una estrategia que pase del momento
defensivo al momento ofensivo, considerando a la insurrección como un arte.
Gramsci permite comprender que no solo basta con determinar que la clase obrera
deba tomar el poder, sino también transformar los pre-juicios dentro de la propia
nación con la finalidad de unir a los explotados. El proletariado bonaerense no
puede hacerse del poder negando la participación del proletariado cordobés o
santafesino, y los elementos plebeyos del resto del país. Mientras que la
división heredada por conformación burguesa de la nación argentina no sea
criticada y se pueda dar una ruptura con ella, el despliegue hegemónico seria
virtual.
Una guerra de posiciones es parte de la táctica
revolucionaria en cuanto pueda disputar trincheras al enemigo de clase, y desde
allí fortalecer al conjunto de las clases explotadas. Pero tal lucha de
trincheras tiene un límite, el de que la clase capitalista al ser Estado, posee
el monopolio de la fuerza represiva y las decisiones económicas que apuntan a
mantener la acumulación del capital. Para superar estos límites, debe existir
el paso a una guerra de maniobra, la cual carece de frontalismo vulgar, ya que
parte de reconocer los momentos y las acciones estratégicas necesarias para
hacerse del poder, tomando en cuenta el factor tiempo como central. El desgaste
no puede ser medido en forma mecánica y unilateral, ya que la dialéctica enseña
que el fenómeno social de totalidad es producto de la intervención de una
heterogeneidad de factores, tales como la lucha de clases, las crisis
hegemónicas, las crisis económicas, etc.
Las jornadas de diciembre de 2001 en Argentina demostraron dos políticas claras. La política reformista de las organizaciones e intelectuales de centro izquierda auto-considerados progresistas, y la de los marxistas revolucionarios, dentro de las cuales pueden apreciarse dos posturas también. Para los progresistas, utilizando a Gramsci, habría que plantear una salida a la crisis sin transformar al sistema, re-significando el tema de la participación a una participación dentro del orden burgués. El marxismo revolucionario se manifestaba desde dos posiciones, por un lado la izquierda democratizante que defendía una Asamblea Constituyente, lo cual pondría en jaque al régimen, pero mantenía la cuestión de la estatalidad, y por otro lado una política basada en la guerra de maniobra. La debilidad de la inserción de la izquierda revolucionaria en el movimiento de masas, dejo el campo libre para que predominara la política burguesa. Ello puede observarse a continuación:
De allí que la verdadera alternativa empieza a ser: o
reforma o revolución, y para dirimirla a favor de la revolución es que luchamos
tanto por la creación de los organismos de doble poder obrero como por un
partido revolucionario que los lleve a la victoria. Por esto es tan peligrosa
la orientación de la izquierda parlamentarista argentina, desde el diputado
Luis Zamora hasta Izquierda Unida y el PO, que plantean la demanda de Asamblea
Constituyente como una reforma de tipo constitucional, pacífica y evolutiva, en
lugar de plantearla sobre las ruinas del viejo régimen, lo que sólo puede ser
un subproducto de acciones insurreccionales encabezadas por la clase obrera que
barra con las instituciones del orden vigente. De allí también que los
marxistas revolucionarios la hayamos reformulado, después de las jornadas de
diciembre, como Asamblea Constituyente Revolucionaria, para diferenciarla
de estas salidas “democratizadoras”, aún las más “extremas” que pudiera adoptar
el régimen burgués para sobrevivir (Romano y Sanmartino, 2002).
Esta situación también demuestra que la guerra de posiciones
carece de vacio estratégico para pelear por el poder, ya que de una crisis
hegemónica, la recomposición del régimen o la suplantación por otro diferente,
pueden llevar al movimiento de masas al retroceso y una derrota estratégica. El
ascenso del fascismo en Italia reflejo que la derrota de los consejos obreros
de Turín posibilitara que las fuerzas reaccionarias lograran imponer un régimen
fascista contra el movimiento obrero. Del asedio no significa que la clase
dominante se desgastara hasta el punto de debilitarse y plantear con mayor
facilidad la toma del poder. El producto del asedio de la guerra de posiciones
depende de la lucha de clases, de la intervención del partido obrero
revolucionario en conquistar fortalezas y dar golpes certeros que permitan
debilitar tanto la coerción como el consenso de la clase capitalista. Esto no
significa un proceso lineal, sino producto de la heterogeneidad de factores
determinantes, donde la praxis es el elemento central.
Retomando aspectos centrales para re-pensar el marxismo
latinoamericano en clave gramsciana podemos observar un elemento central en el
pensador italiano, la concepción de lo político con cierta autonomía frente a
lo económico, separándose de las corrientes catastrofistas de lo económico. De
esta forma, se puede pensar que las contra-tendencias de una crisis económica
tenga un peso relevante sobre el mecanicismo del elemento económico. La
recuperación de una crisis a largo plazo debe responder con una superación de
la crisis económica, pero la crisis hegemónica puede resolverse por la
incapacidad de las masas de establecerse en un nuevo Estado y régimen. El
problema de la cuestión de dirección que planteara Trotsky en el Programa
de Transición resulta interesante, ya que una dirección no proletaria
puede encauzar tal crisis hacia una re-estabilización, tal como ocurrió en
Argentina. Por ello se concuerda con que:
Para Gramsci la cuestión particular del elemento económico,
del malestar en las distintas clases y la respuesta mecánica o inmediata por
parte de las clases al mismo, entran, como acciones de coyuntura, en un
campo más basto “en cuyo terreno se
produce el paso de esas correlaciones sociales a correlaciones políticas de
fuerza, para culminar en las correlaciones militares decisivas”. Esto
excluye toda idea de una determinante unívoca del proceso revolucionario.
Plantea incluso las condiciones de reestabilización capitalista generadas por
las contratendencias presentes en toda crisis, si esa crisis no se traduce en
la disgregación estatal y en la capacidad de las clases explotadas de asumir un
papel dirigente, expresadas en la maduración de un movimiento obrero
revolucionario genuino y en la constitución de un partido revolucionario
director (Romano y Sanmartino, 2002).
Tanto Argentina, como casi el conjunto de los países de
América Latina comparten una estructura económica semi-colonizada basada en la
exportaciones de materias primas, pero con una imitación de la democracia
burguesa de los países imperialistas. Esto hace que convivan junto a una
economía dependiente y débil las superestructuras de Occidente. Reconociendo
que no hay una unilateralidad de la crisis económica con un proceso
revolucionario, no todos los procesos de crisis orgánica determinan una
transformación del régimen y del Estado. Esto depende de la lucha de clases
como factor adjunto a las crisis económicas y políticas. Se puede preguntarse
el porqué de la recuperación y re-estabilización del régimen político. La
respuesta se encuentra tanto en la incapacidad de la clase obrera de tener el
peso hegemónico y de plantear una dialéctica entre la guerra de posiciones y la
guerra de maniobra, o que suceda el fenómeno bonapartista del chavismo como salida
a la crisis originada en el 1989 dentro del marco del orden burgués.
Las robustas superestructuras fungen como reproductoras
simbólicas de una representación del mundo que comprende la propiedad privada y
la acumulación del capital como procesos naturales del devenir social. Tanto la
escuela, los medios masivos de comunicación, la intelectualidad pequeño
burguesa o burguesa, las políticas editoriales, la promoción de investigaciones
sociales, congresos, etc., determinan que el sistema se auto-reproduzca manteniendo
las ideas dominantes de la clase dominante. La guerra de posiciones en América
Latina puedan ser una contra-tendencia de tal actitud, pero si no se resuelve
el problema del poder, y por ende la cuestión que separa al trabajador del
medio de producción, ya sea la fábrica o la tierra, los condicionamientos de la
base económica serán un impedimento para una transformación en el plano
cultural hacia una nueva cosmovisión.
Conclusión
De forma conclusiva se puede reconocer que la guerra de
posiciones en Gramsci adolece de un vacío de estrategia. Igualmente se rescata
el canon teórico gramsciano sobre las superestructuras capitalistas como
fortalezas que impiden un desarrollo de una guerra frontal de forma más
directa. El marxismo latinoamericano debe re-pensarse desde una praxis
contra-hegemónica, batallando porque la clase obrera ocupe trincheras y desde
ahí se fortalezca. Pero esta situación tiene su límite, tal como se desarrolló
anteriormente. Aquí es donde el marxismo latinoamericano no puede alimentarse
de la teoría gramsciana, y para ello debe asumir una concepción
insurreccionalista que da forma de una estrategia de guerra de maniobra como
momento esencial en que la clase obrera y sus organizaciones, luego de volverse
hegemónicas, luchen por el poder político contra la clase capitalista
dominante. Gramsci representaría un pensador de la cuestión hegemónica y el
papel de los organismos de auto-organización como pre-figurantes, pero también
representaría el límite para poder plantear una lucha por el poder político.
América Latina como país semi-colonial donde el capital
imperialista cumple un papel central en la economía, atando de manos al capital
nacional al mismo, impide que el empresariado nacional sea quien pueda llevar
adelante una política antiimperialista consecuente, y por ello recae la
hegemonía del bloque subalterno en el proletariado y sus organizaciones. Pensar
al marxismo latinoamericano desde esta posición significa que deba expresarse
como una teoría que comprenda el papel de los sujetos sociales en la praxis
transformadora de la realidad, así como también el peso de la estrategia en la
lucha por el poder.
El proceso del argentinazo en
el 2001 es un claro ejemplo de la necesidad de la constitución de un bloque
subalterno con aspiración de poder dirigido por la clase obrera y sus
organizaciones, y que la lucha no termina en que caiga un determinado gobierno,
sino en la constitución de un nuevo Estado. Las enseñanzas de Gramsci sobre los
consejos obreros demuestran tal actitud progresiva hacia tal sentido, y es por
ello que el marxismo latinoamericano se nutre de su pensamiento.
Notas
[1] Argentino,
residenciado en la República Bolivariana de Venezuela. Licenciado en Filosofía
por la Universidad Católica Cecilio Acosta. Maestrante del Posgrado en
Filosofía de la Universidad del Zulia. Tesis de pregrado: "El marxismo latinoamericano como proyecto emancipador desde la
interpretación de las categorías gramscianas". Ponencias: Congreso
Redieluz 2014 “La centralidad de la
praxis en la filosofía de Marx”. Pre-Congreso Invecom 2014: “Medios públicos venezolanos como difusores
de ideología desde la hermenéutica de las categorías marxistas de Ludovico
Silva” Congreso Invecom 2015: “Hacia
una filosofía de la comunicación en la vida cotidiana. Exploraciones
filosóficas”. Artículos publicados: Revista Reflexiones Marginales para el
Volumen de Diciembre-Enero 2014-2015, denominada "La reemergencia de la clase obrera contra la muerte del sujeto en
clave posmoderna" Revista Reflexiones Marginales para el Volumen de
Junio-Julio 2015, denominada “Posibilidades
y emergencia de una izquierda libertaria-dionisíaca en América Latina”.
Revista Pacarina del Sur para el Volumen enero-marzo, denominado: “Una lectura gramsciana del marxismo
latinoamericano”.
Bibliografía
Albamonte, E. y Maiello, M. (2012). “Trotsky y Gramsci:
debates de estrategias sobre revolución en “occidente”” en Revista
Estrategia Internacional, Nº 28, pp. 113-152. Buenos Aires, Fracción
Trotskista.
Clausewitz, C. (2007). De la guerra. Venezuela, ed. El Perro y la Rana.
Gramsci, A. (1977). “Otra
vez acerca de la capacidad orgánica de la clase obrera” en: Escritos
Políticos (1917-1933). México, ed. Pasado y Presente.
Portantiero, C. (1977). Los usos de Gramsci. Buenos Aires, ed. Pasado y Presente.
Trotsky, L. (1975). Lecciones
de octubre. ¿Qué fue la revolución rusa? Buenos Aires, ed. El Yunque.
Romano, M. Sanmartino, J. (2002). “Crisis de dominio burgués: reforma o revolución en Argentina”. Revista
Estrategia Internacional, Nº 18, Buenos Aires, Fracción Trotskista. “(Documento
en línea)”. Disponible en: http://www.ft.org.ar/estrategia/ei18/ei18regimen.htm(Consultado
el 27-05-2015).
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