►
“[...] puede tal vez señalarse algún importante problema pendiente en el
pensamiento socialista contemporáneo, problema identificado y abierto en la
obra de Gramsci, y no resuelto en ella, probablemente porque todo
auténtico pensador descubre problemas más allá de sus soluciones.” – Manuel Sacristán (1967)
► “Gramsci ha sido, con interesante
paradoja, un característico "filósofo de la práctica" y, al mismo
tiempo, el clásico marxista más capaz de contemplación. Contemplación del mundo
exterior y del interior.” – Manuel
Sacristán (1977)
Salvador López Arnal | Junto
con José Mª Laso, Jordi Solé Tura y Francisco Fernández Buey, Manuel Sacristán
(1925-1985) ha sido uno de los primeros y principales introductores del
pensamiento del revolucionario sardo no sólo en nuestro país sino también en el
ámbito hispanoamericano (recordemos la publicación de su Antología de
Gramsci por Siglo XXI, en México, en 1970). Junto con Lukács y los dos grandes
clásicos de la tradición, Gramsci ha sido uno de los pensadores marxistas que
más ha influido en Sacristán: en su concepción de la propia tradición marxista,
en su noción del intelectual comunista, en su compromiso militante, en la
importancia que para su acción y su pensamiento político han tenido categorías
como hegemonía, guerra de posiciones o bloque histórico, e incluso en su misma
noción de la filosofía y del filosofar, sin olvidar, claro está, la profunda
identificación de Sacristán con el hacer, con la vida, con la dignidad y
resistencia militante, de alguien al que consideró un clásico y un
revolucionario sin sombras.
Después del fallecimiento de Sacristán, Albert Domingo Curto
ha transcrito, editado y presentado la introducción interrumpida de su Antología para
Siglo XXI con el título El Orden y
el Tiempo, Madrid: Trotta, 1998. Es obligado reconocer el magnífico
trabajo realizado por Domingo Curto, así como el documentado texto que abre su
edición: “A modo de presentación” (pp.
9-44).
Hay además, en tres entrevistas a Sacristán, interesantes
aproximaciones a la obra de Gramsci: en la de 1977, para Diario de
Barcelona: “Gramsci es un clásico, no es una moda”; en la de 1979 para El
Viejo Topo, editada póstumamente, realizada por Jordi Guiu y Antoni Munné
(ambas han sido recogidas en: De la primavera de Praga al marxismo
ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, Los Libros de la
Catarata, Madrid 2004, pp. 81-90 y 91-114, respectivamente, edición de
Francisco Fernández Buey y de Salvador López Arnal) y en la de 1979 para Nous
Horitzons (ahora recogida en Intervenciones políticas, Icaria,
Barcelona 1985, pp. 280-283) donde Sacristán da cuenta de la importancia del
programa gramsciano en el consejo de redacción de la revista.
En el fondo de Reserva de la Universidad de Barcelona, puede
consultarse además un cuaderno “Gramsci” que contiene interesantes anotaciones
de lectura sobre la mayoría de los escritos del autor italiano, al igual que el
esquema detallado de una conferencia de mayo de 1977, impartida en la Facultad
de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona con ocasión de la
conmemoración del XL aniversario de la muerte de Gramsci.
En uno de estos cuadernos allí depositados, puede verse una
nota autobiográfica de finales de los sesenta en la que se lee:
“[...] Durante un cierto tiempo, la vida de mis rentas científicas fue soportable porque, gracias a la ausencia de perplejidad histórica, o sea, gracias a la convicción de estar reflejando realidad, me era al menos posible conseguir formulaciones generales que implicaban un programa o un objetivo político-cultural y de política filosófica. Una pieza típica de esa situación es el prólogo al Anti-Dühring. Años antes lo había sido el prólogo a Revolución en España. El mismo prólogo al Heine tiene ese elemento (M.S., profesión traductor, prologuista). El estudio de Gramsci empezó todavía dentro de esa constelación. Pero es posible que durante ese estudio empezara a desarrollárseme la perplejidad deprimente sobre el destino del movimiento socialista”.
La breve antología que aquí se presenta no puede sino dejar
insatisfecho al lector y al propio antólogo, y pide (incluso exige con
cortesía) la lectura atenta y completa de los diversos textos de Sacristán. Los
fragmentos aquí seleccionados se presentan divididos en los apartados
siguientes: I. Su Gramsci, las consideraciones centrales de su aproximación.
II. Vida: obra y acción, especialmente los años de encarcelamiento. III.
Escritos: básicamente, sus escritos juveniles y los Cuadernos de la cárcel. IV. Conceptos gramscianos: bloque
histórico, centro de anudamiento, filosofía de la práctica, consejos obreros.
V. Matices, es decir, algunas reflexiones críticas, y, finalmente, VI. Empatía,
donde se muestra la profunda identificación, no sólo intelectual, de Sacristán
con el filósofo y dirigente italiano.
Al final de cada apartado, se dan las referencias
correspondientes.
I. Su Gramsci
1. [...] Gramsci
es un clásico, o sea, un autor que tiene derecho a no estar de moda nunca, y a
ser leído siempre. Y por todos. Nadie tiene derecho a meterse un clásico en el
depósito del coche...
2. La mejor
manera de evitar las parcialidades monográficas o polémicas en la consideración
de la vida y la obra de Gramsci consiste en satisfacer respecto de ellas el
criterio que él declaró obligado para la comprensión de un hombre y de su obra:
“la búsqueda del leit-motiv, del ritmo del pensamiento en desarrollo,
tiene que ser más importante que las afirmaciones casuales y los aforismos
sueltos”. Las varias dificultades que se oponen a esa tarea no impiden ver como
motivo rector del pensamiento y la práctica del fundador de L´Ordine Nuovo el
problema del orden de la vida de los hombres, el tema de la caducidad
del orden viejo, y el de los tiempos con y en que puede aparecer el
orden nuevo. Lo que ocurre es que no se podrá esperar de un hombre cuyo método
de pensar y de hacer ha sido la autocrítica perenne -y expresa, además, en un
escribir entrecortado y disperso por la brutalidad de las cosas, por el
desorden del “orden” capitalista en su dilatada crisis- ninguna exposición
inmutada y sistemática de los logros intelectuales y prácticos que haya
arrancado al leitmotiv de su vida, sino más bien los sucesivos
frutos, a veces orgánicamente contradictorios, de su forcejeo con aquella
problemática.
3. Las personas
viven en su época: por eso resultan cursis las presentaciones de Gramsci con
halo de novela rosa política, como un iluminado que, en cuestiones de
organización política, hubiera anticipado en 30 años y superado incluso el XX
Congreso del PCUS.
4. Pero la
veracidad y la franqueza con que Gramsci vive su problema van teniendo, como
suele ocurrir, su premio. En materia de ideas lo estéril no suele ser la
aceptación veraz de los problemas, por espectaculares que sean los
cortocircuitos mentales que produzca ante una cuestión irresuelta la debilidad
de los instrumentos intelectuales aplicados (en el caso de Gramsci, el difuso
idealismo culturalista en que ha crecido).
5. Del mismo modo
que Marx no ha sido ni economista, ni historiador, ni filósofo, ni organizador,
aunque aspectos de su “obra” se puedan catalogar académicamente como economía,
historia, filosofía, organización político-social, así tampoco es Gramsci un
crítico literario, un crítico de la cultura, un filósofo o un teórico político.
Y del mismo modo que para la obra de Marx es posible indicar un principio
unitario -aquella “unión del movimiento obrero con la ciencia”- que reduce las
divisiones especiales a la función de meras perspectivas de análisis
provisional, así también ofrece explícitamente la obra de Gramsci el criterio
con el cual acercarse a la “obra” íntegra para entenderla: es la noción de
práctica, integradora de todos los planos del pensamiento y de todos los planos
de la conducta.
En el caso de Gramsci la conveniencia de acentuar la unidad
práctica de la “obra” parece obvia, porque las publicaciones antológicas en
lengua castellana no se han beneficiado casi hasta ahora [1969] de la
disponibilidad, desde hace años, de numerosos escritos políticos juveniles en
los que se manifiesta inequívocamente la raíz de todo el hacer de Gramsci.
6. Yo no veo que
en 1924 Gramsci tuviera ya en claro que el enemigo principal e inmediato fuera
el fascismo. Creo que por esa fecha, aunque ya había comprendido que la
revolución no estaba al alcance de la mano, seguía pensando en el fascismo como
en cosa pasajera y no muy diferente de otras formas de dominación capitalista.
No me parece que Gramsci haya podido rectificar ese eufórico error de la III
Internacional antes de su prisión. En cambio, sí que lo tenía corregido en
1928, cuando el VI Congreso de la Internacional exacerbó ese error hasta lo
catastrófico. Ése es el momento en que cuaja, en mi opinión, su mayor
aportación: la explicación de la dificultad de la revolución en Occidente. El
hecho mismo ya lo habían visto otros, principalmente Trotski y Lenin. Pero
Gramsci coloca ese hecho en el centro de su reflexión, y descubre en él la
vital complejidad del estado por así decirlo occidental, o sea, del estado
capitalista que vive ya sobre base propiamente capitalista, arraigado en una
sociedad que no tiene ya con él más contradicciones que las orgánicas a ese
modo de producción. Dejémoslo en eso: me parece mejor mejor subrayar ese punto
central que recitar una lista de méritos de Gramsci sin que nos podamos detener
ante ninguno de ellos.
7. [...] No
pretendíamos elaborar teorías. No en lo político, por las mismas razones que
expuso para sí mismo Althusser, de manera inolvidable, en el prólogo al Pour
Marx: la literatura política se nos aparecía en aquella época a los comunistas
sólo como exposición de los clásicos para formación de militantes o como
fundamentación, comentario y propaganda de la política del partido. Y tampoco
teoría especulativa, porque ésta, afortunadamente, no gozaba de la simpatía ni
de los assenyats catalanes de la redacción ni de los no-catalanes de
ella, los cuales, aunque mucho menos assenyats, éramos gente de
formación demasiado crítica, y hasta hipercrítica, para especular.
En cambio, sí que se aspiraba a elaborar y comprender
realidad con la teoría disponible y con la crítica. Mucha realidad, toda la
posible, igual la básica que la más sofisticada. Quizá parezca ridículo a la
vista de los resultados, pero el hecho es que al menos la redacción de
“Horitzons” en el interior quiso practicar desde el principio un programa
gramsciano, un programa de crónica crítica de la vida cotidiana entendida
como totalidad dialéctica concreta, como la cultura real. Este no es
interpretación a posteriori: ese programa era explícito y querido por los
redactores. Y su realización, por modesta que fuera, permitió a “Nous
Horitzons” algunos aciertos que no da rubor recordar, por ejemplo, haber
tratado en serio los problemas de la mujer cuando no eran muchas las mujeres (y
menos los hombres) conscientes de esa problemática.
Referencias: 1. “Entrevista con Diario de
Barcelona”, De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas
con Manuel Sacristán Luzón, op. cit, p. 87 .2. El orden y el
tiempo, op. cit, pp. 86-87. 3. “La formación del marxismo en Gramsci”, Sobre
Marx y marxismo, op. cit, p. 70 (nota 7). 4. Ibídem, p. 73. 5.
“Advertencia”, Antonio Gramsci, Antología, p. XIII 6. “Entrevista con Diario
de Barcelona”, De la primavera de Praga al marxismo ecologista, op.
cit, pp. 84-85. 7. “Entrevista con Nous Horitzons”, Intervenciones
políticas, op. cit, p. 282.
II. Vida: obra y acción
1. Esas y otras
contradicciones de la obra y el hacer de Gramsci se resuelven orgánicamente en
la totalización de la una y el otro en su vida. No en el sentido de que la
biografía sea el método adecuado para su comprensión. Aparte de que
probablemente no lo sea para el pleno entendimiento de ninguna obra, parece,
además, que la biografía en sentido tradicional tiene escaso interés para la
comprensión de la obra y la acción de Gramsci, y hasta, paradójicamente, para
la comprensión de su vida. Pues se trata de la vida de un pensador y práctico
de la lucha política, de un hombre que fundó el sentido de su vida y las
motivaciones de su consciencia en realidades extraindividuales, con lo cual,
por cierto, no hacía más que aplicarse a sí mismo su propia concepción
histórico-social y política de la persona. La clave de la comprensión de los
escritos y el hacer de Gramsci, en su variedad y en sus contradicciones, no es,
pues la biografía individual, pero sí la totalización quasi-biográfica de
numerosos momentos objetivos y subjetivos en el fragmento de historia de
Italia, historia de Europa e historia del movimiento obrero cuyo “anudamiento”
bajo una consciencia esforzada pudrió el “centro” que fue Antonio Gramsci. En
la organicidad de esa vida así entendida -no como oscura intimidad aislada,
sino como línea recorrida por el “centro de anudamiento” de innumerables
referencias objetivas- el preso, derrotado y moribundo Gramsci consideró no
sólo resueltas, sino incluso salvadas las contradicciones, los sufrimientos, las
catástrofes de su existencia. Lo ha hecho así implícitamente en sus múltiples
negativas a capitular pidiendo gracia a Mussolini, a pesar de su grave estado;
y lo había dicho antes explícitamente, añadiendo incluso una explicación, a su
autoafirmación moral: la salvación por el “instinto de la rebelión”.
2. Si, pues
-entre la primavera de 1922 y alguna fecha imposible de precisar, pero situada
sin duda ente el otoño y el invierno de 1923-, Gramsci ha depuesto
definitivamente su “inercia” política, ello ha de explicarse por la resolución
de una nueva inflexión de su vida, en la cual han cambiado el orden proyectado
y el tiempo de ésta, el ritmo de su acción. La causa que desencadena el proceso
es una decisión del II Congreso del PCdI, que nombra a Gramsci representante
del partido cerca de la Internacional Comunista (El Congreso ratificaba el
Comité Ejecutivo anterior, todo él del grupo Bordiga, menos Terracini.) El 26
de mayo salía Gramsci para Moscú, acompañado por la delegación italiana a la II
Conferencia del Ejecutivo ampliado de la IC: Bordiga, Gennari, Graziadei y
Ambrogi. En Moscú iba a tener Gramsci las dos experiencias de las que arranca
su acmé: el conocimiento directo de la Internacional y la relación con
Julia Schucht.
3. Cronología:
últimos años.
1927. El Tribunal Militar dicta mandato de detención contra
AG. Ingreso de AG en la cárcel de San Vittore, de Milán. AG sufre insomnio; no
duerme más de tres horas diarias. AG recibe visitas de su hermano Mario y de
Piero Sraffa. AG pide libros de temas sardo y el Breviario di
neolingüística de Bertoni y Bartoli.
1928. Las autoridades rechazan una solicitud de autorización
para escribir, presentada por AG. Auto de procesamiento contra AG. AG ingresa
en la cárcel de Regina Coeli, de Roma, en la misma celda que los coimputados
Terracini y Scoccimarro. Vista de la causa contra la dirección comunista ante
el tribunal especial. Veintidós acusados. Terracini: veintidós años, nueve
meses, cinco días. Gramsci y Scoccimarro: veinte años, cuatro meses, cinco días.
Informe médico oficial sobre AG al Ministerio de Justicia: “Periodontitis
expulsiva debida a trastornos urémicos y a un ligero agotamiento nervioso”.
Salida de AG para la cárcel de Turi (Bari). Llegada Turi en estado grave.
Registro con el número 7.047. Trato amenazador del médico de la cárcel,
Cisternino. AG, en celda individual. AG sufre un ataque de uremia que le
impedirá andar durante tres meses. Tatiana Schucht acude a Turi.
1929. AG consigue autorización para escribir en la celda.
Segundo plan de estudios de Gramsci. AG sistematiza y resume el plan de
estudios del 9-II. La salud de AG empeora. Incapacidad de ingerir, dolores de
cabeza y de riñón. Visita de su hermano Carlo Gramsci.
1930. Visita comprobada de Gennaro Gramsci a Antonio. Nueva
visita de Tatiana Schucht. AG se beneficia de un indulto de un año, cuatro
meses y cinco días. AG tiene noticia de que Julia Schucht está internada en un
sanatorio. Primer vómito de sangre de A.G. AG empeora y es ya incapaz de
masticar. Intensa crisis física y nerviosa de AG. Los presos comunistas de Turi
proyectan un curso a la hora del paseo. Se suspende por roces entre Gramsci y
otros.
1931. Visita de Carlo Gramsci. IV Congreso del P.C. d´I,
celebrado entre Colonia y Düsseldorf. Se mandan noticias a AG escritas en tinta
simpática, en una revista inglesa. Según testimonios de un posterior expulsado
del P.C. d´I., Gramsci no se muestra de acuerdo. La información es
probablemente verdadera, porque por otros indicios se ve a Gramsci elaborando
ya una política de amplias alianzas con el objetivo primero democrático de la
“Asamblea Constituyente”. AG recibe obras de Marx en la ed. Costes y artículos
del Economist sobre el Primer Plan quinquenal soviético. En carta a
Tatiana Schucht: “Como dicen en Cerdeña, doy vueltas por la celda como una
mosca que no sabe dónde caerse muerta”. A la una hora (3.VIII), vómito de
sangre. Carlo Gramsci y Piero Sraffa acuden a Turi, pero el último no consigue
autorización para ver a AG. Dirige una carta a Mussolini reclamando se fijen
las lecturas autorizadas. Carta a Tatiana Schucht pidiendo cuadernos pequeños.
AG acusa recibo de los cuadernos pequeños.
1932. AG dice a Tatiana Schucht que está escribiendo unas
notas sobre los intelectuales italianos. Visita de Carlo Gramsci. Perspectivas
de un intercambio de A.G. por clérigos que se encuentran en la U.R.S.S. AG
sufre dolores en el pecho. En carta a Tatiana Schucht: “El conjunto de la
existencia se hace insoportable”. Tatiana presenta una instancia de revisión
médica en favor de AG. La celebración de los diez años de fascismo reduce la
pena de AG a doce años, cuatro meses. Eso permite a Piero Sraffa pedir la
libertad condicional para Gramsci. Pero el régimen exige una petición de
gracia. Gramsci se niega y el régimen le impone incomunicación (que los demás
presos consiguen burlar, manteniendo el contacto con él). Muerte de la madre de
AG (éste la ignoró hasta su muerte).
1933. AG sin dientes, padece insomnios, trastornos
digestivos, tuberculosis pulmonar, arteriosclerosis, mal de Pott y abscesos. La
dirección de la cárcel revoca la autorización para escribir. El camarada de
Gramsci, Gustavo Trombetti, se instala en su celda para velarle. Visita del
doctor Umberto Arcangeli, enviado por Tatiana Schucht una vez conseguida la
autorización. Arcangeli establece el diagnóstico verdadero. Tatiana solicita el
traslado de AG a una clínica. El gobierno admite la instancia de traslado a la
clínica. Al mismo tiempo el Tribunal especial rechaza el recurso sobre libertad
condicional. Traslado de AG a la clínica del doctor Cusumano, en Formia.
1934. El profesor Puccinelli, de Roma, visita AG. En el
extranjero arrecia la campaña por la libertad de AG. Romain Rolland publica su
folleto. Pacto de unidad de acción entre el PCI y el PSI. AG consigue la libertad
provisional sin cambio en su situación material (Decreto del 25-X).
1935. Nueva crisis de la salud de Gramsci. Traslado de
Gramsci a la clínica Quisisana de Roma. El 24/25 llega Tatiana Schucht, Carlo
Gramsci y Piero Sraffa. Presunta, pero hoy discutida, interrupción definitiva
de los Cuadernos de Gramsci. El PCI presenta el programa de la
Asamblea Constituyente.
1937: 21.IV: Gramsci cumple condena. 25.IV: Gramsci sufre
una hemorragia cerebral. 27.IV: Dieciséis horas: muerte de Antonio Gramsci.
Referencias: 1. El orden y el tiempo, op. cit,
pp. 87-88. 2. Ibídem, pp. 162-163. 3. Tablas y datos de Antología,
op. cit.
III. Escritos
1. El joven
Gramsci
[...] Acaso por la urgencia periodística con que escribe, y también sin duda por la influencia de aquellos “burgueses auténticos como Garofalo y Croce” que han “impreso huellas imborrables” en el “desarrollo doctrinal del marxismo” (A 20-VII-1916, SM [Sotto la Mole] 203), Gramsci no puede aún seguir por aquella vía y resuelve por lo general su problema con Marx en esa época mediante mezclas sin sintetizar del principio revolucionario-idealista y el ”saber” histórico-económico de Marx. Un texto de 1915 (IGP 13-XI, SG 7) -escrito, por cierto, para comentar el Congreso de aquel año del Partido Socialista Obrero Español-, es característico de la situación general del pensamiento de Gramsci en la época: ”Para nosotros la Internacional es un acto del espíritu, es el conocimiento que tienen (cuando lo tienen) los proletarios de todo el mundo de que constituyen una unidad, un haz de fuerzas concordemente orientado, dentro de la variedad de las entidades nacionales, hacia una finalidad común, la sustitución del factor capital por el factor producción en el dinamismo de la historia, la irrupción violenta de la clase proletaria, hasta ahora sin historia o con historia sólo potencial, en el enorme movimiento que produce la vida del mundo”. La copresencia de conceptos económicos con una concepción de la historia tan idealista que estima fuera de ésta a las masas anónimas es realmente difícil y chirriante.
Cuando, al final de este período juvenil, Gramsci vuelve a
tomar la fórmula interpretativa crociana para intentar definirse ante sí mismo
su lectura de Marx, llega también a una combinación mecánica; Marx habría
enseñado un determinismo histórico respecto del pasado, pero el hecho de que
creara un movimiento revolucionario indicaría que no lo estimaba así para el
futuro. En 1916 (A 22-V, SM 148) Gramsci se atiene a esa débil, adialéctica
paradoja de “la historia, de la cual somos criaturas por lo que hace al pasado
y creadores por lo que hace al porvenir”.
Gramsci ha nacido al socialismo sobre la base de la realidad
por él conocida -la miseria rural y minera sarda- y de la inspiración culta de
unos intelectuales -Croce, Salvemini, Gentile, Bergson, etc.- que no son ni
dirigentes obreros ni intelectuales marxistas, sino “senadores”, “burgueses
auténticos”, como dice él mismo. El positivismo mecanicista, economicista y
antirrevolucionario de la interpretación socialdemócrata de Max le refuerza la
tendencia idealista. Más tarde, el trato con dirigentes obreros e intelectuales
marxistas en Turín le hace sentir la necesidad de entender a Marx de otro modo.
El primer resultado del esfuerzo por conseguirlo es un compromiso tan mecánico
como el pensamiento de los autores a los que se opone; Marx sería el científico
socialista que suministra “cánones” para la interpretación del pasado. Pero no
es el pensador del presente ni del futuro, porque, tal como lo ve la
socialdemocracia, su pensamiento no es revolucionario, sino evolucionista, de
expectativa: un dejar que actúen mecánicamente los factores interpretados por
aquellos “cánones”. Tal es la situación del marxismo en el pensamiento de
Gramsci -la de un mero magister vitae ex post- cuando la revolución
rusa de febrero y luego la de Octubre someten ese esquema una crisis.
2. Anotaciones
sobre “Nuestro Marx”.
“Il nostro Marx”, IGP 4-V-1918. E; SG 217-221 [A, pp. 37-41]
Profundización del primer intento de solución de su problema
con Marx.
El papel de la organización: criterio de marxismo. La
cuestión “¿Somos marxistas?” es necia oscuridad porque Marx no es un mesías.
Revelador como entiende “-ista".
– “Único imperativo categórico, única norma: 'Proletarios de todo el mundo, uníos’ ” (E 217). Aun más revelador: para Gramsci Marx es el fundador del movimiento obrero organizado.
– Marx es la madurez [¿del movimiento obrero?] [¿O de la tradición revolucionaria idealísticamente interpretada? Más esto]
– Recuerda que la época de Marx coincide con la polémica Spencer-Carlyle. Marx no es ni el místico Carlyle ni el positivista Spencer, “es un historiador, es un intérprete de los documentos del pasado, de todos los documentos, no sólo de una parte de ellos" (E 218; A, p.38).
– Esa “totalidad de los documentos” va a ser la clave de la interpretación: 1) Defecto de las historias es la falta de esa totalidad. 2) Por lo que el hombre se concebía como "espíritu, como consciencia pura” (E 218; A, p.38). Con el error de coger además ideas ficticias y hechos anecdóticos.
Texto central básico en cuanto a interpretación de Marx. Con
una debilidad: no hay cuestión genética, no hay crítica marxiana de la ideología
de primer grado. Luego Gramsci acaso no sea capaz de criticar más que la de
segundo grado. Además, posible dualismo. Y con una fuerza: no hay mecanicismo
ni economicismo: “Con Marx la historia sigue siendo dominio de las ideas, del
espíritu, de la actividad consciente de los individuos sueltos y asociados.
Pero las ideas, el espíritu, se sustancian, pierden su arbitrariedad, dejan de
ser ficticias abstracciones religiosas o sociológicas; su substancia está en la
economía, en la actividad práctica, en los sistemas o relaciones de producción
de intercambio. La historia como acaecimiento es pura actividad práctica
(económica y moral). Una idea se realiza no en cuanto lógicamente coherente con
la verdad pura, con la humanidad pura (que no existe sino como programa, como
fin general de los hombres), sino en cuanto encuentra en la realidad económica
su justificación, el instrumento para afirmarse” (E 219; A, p.39).
– Eso produce la consciencia de la necesidad de la división en clases.
– Y voluntad de clase, que es organización.
– Inutilidad del adverbio "marxísticamente”, que puede ser hasta equívoco (por los socialdemócratas, concluyentemente).
3. La revolución
y El Capital.
[...] En el artículo más importante y más célebre de este período Gramsci ha escrito la siguiente lapidaria afirmación. “La revolución de los bolcheviques está más hecha de ideología que de hechos (Por eso, en el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora.) Es la revolución contra El Capital de Carlos Marx (...) Lo cierto es que lo esencial de su doctrina depende del idealismo filosófico y que en el desarrollo interior de esta doctrina se encuentra la corriente ideal en la cual confluye con adecuación histórica el movimiento proletario y socialista”.
La última frase de este texto da la clave de su totalidad,
pero permite también adivinar la nueva problemática que la doctrina de un
socialismo revolucionario por idealista va a significar para Gramsci. Da la
clave de toda esa doctrina porque muestra su motivación: constituir la
fundamentación ideal de la voluntad revolucionaria, contrapuesta a la pasiva
espera del cumplimiento, por algún mecánico deus ex machina, de las
“previsiones” del materialismo histórico. Y permite ver el nuevo aspecto de la
problemática doctrinal de Gramsci porque la voluntad que positivamente ha
realizado la revolución “contra El Capital” no se ha movido en absoluto
por consideraciones filosóficamente idealistas, sino por una comprensión de los
hechos que ella misma atribuye al análisis marxiano (...) La prisa del hacer
periodístico le obliga casi a simultanear, o alternar al menos, formulaciones
en los dos sentidos, en el de la reafirmación idealista y voluntarista, y en el
de la reconsideración de su lectura de Marx. Así, por ejemplo, entre los dos
artículos recordados, precisamente siete días después de la segunda edición de
“La revolución contra El Capital”, Gramsci publica una nota interpretativa
de la Revolución de Octubre que le muestra sumido en una reflexión acerca del
pensamiento de Marx bastante menos simple que su “renegarle” de la semana
anterior: “La nueva generación parece querer un regreso a la genuina doctrina
de Marx, para la cual el hombre y la realidad, el instrumento de trabajo y la
voluntad no están separados, sino que se identifican en el acto histórico”.
A eso siguen una versión mejorada de la idea del
materialismo histórico como conjunto de “cánones” interpretativos y una
conclusión digna de nota: los miembros de la “nueva generación” creen no que
“la guerra ha destruido el materialismo histórico” al provocar una revolución
contra El Capital, “sino que la guerra ha modificado las condiciones
del ambiente histórico normal, por lo cual la voluntad social, colectiva de los
hombres ha conseguido una importancia que no tenía normalmente” (Gramsci
considera la “concentración” de los trabajadores de la ciudad y el campo “en
las trincheras” que ha suplido la concentración “normal” en la gran industria).
“Estas nuevas condiciones son, también ellas, hechos económicos, han dado a los
sistemas de producción un carácter que no tenían antes”, por ejemplo, con la
estatificación transitoria de la industria bélica y pesada en general. “La
educación del proletariado se ha adecuado a ello necesariamente y ha llevado en
Rusia a la dictadura”. Esa oscilación entre puntos de vista no aparece sólo en
la alternancia de unos artículos que se suceden a escasa distancia de tiempo:
ocurre incluso en un mismo artículo, y así documenta, con una claridad que sin
duda el lector de hoy debe a la urgencia periodística de Gramsci, la situación
de crisis del pensamiento socialista de éste. En el mismo artículo “La
revolución contra El Capital” por ejemplo, a renglón seguido del
cuadro de aquellos bolcheviques que renegaban de Carlos Marx, se lee: “Y, sin
embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los
bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones del Capital, no
reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador”.
4. Cuadernos de la cárcel.
A. Antonio
Gramsci, el filósofo marxista más importante de la Europa Occidental, es sobre
todo conocido por su obra póstuma (...). Se trata de los treinta y dos Cuadernos de la cárcel, unas tres mil
páginas manuscritas (unas cuatro mil en la trascripción mecanográfica),
escritas en la prisión desde 1929 hasta 1935, poco antes de su muerte. Al
quedar excluido de la vida política por su detención, Gramsci se traza planes
de estudio teórico que intenta desarrollar a pesar de las naturales
dificultades del régimen carcelario, contra las cuales lucha tenazmente para
conseguir material de estudio. Los editores del legado de Gramsci han recogido
ejemplos de esa permanente tensión: en setiembre de 1930 el filósofo escribe al
entonces jefe del gobierno italiano. “Para mí, que aun tengo que cumplir quince
años de reclusión, se trata de una importante cuestión de principio: saber qué
libros puedo leer”. Ya esa circunstancia basta para explicar la abundancia de
notas sueltas, citas de memoria, etc., en los Cuadernos de la cárcel aunque éstos contienen también estudios
largos. pero toda la obra del filósofo queda estructurada por su finalidad:
“determinar un renacimiento adecuado” del marxismo, “levantar esta concepción
que, por las necesidades de la vida práctica, se ha venido “vulgarizando, a la
altura que debe alcanzar para la solución de las tareas más complejas que
propone el actual desarrollo de la lucha; es decir, levantarla a la creación de
una nueva cultura integral”.
B. Los Cuadernos que escribió Antonio
Gramsci en la cárcel de Turi (cerca de Bari, en la Apulia) entre 1929 y 1933 y
luego en clínicas de Formia y Roma desde aquella fecha hasta 1935, o quizá algo
más tarde, fueron primeramente editados por Felice Platone, bajo la inspiración
y con la colaboración de Palmiro Togliatti, a partir de 1948. Esa edición, que
fue traducida al castellano en la Argentina, no reproducía los Cuadernos tal como son, sino que
reagrupaba temáticamente los trozos para conseguir volúmenes relativamente monográficos.
Eso hacía, sin duda, más fácil y agradable la lectura de los textos, pero
alejaba de la real composición de los Cuadernos. En
1975 apareció la edición crítica de éstos tal como fueron escritos. Dirigió la
edición crítica Valentino Gerratana, persona particularmente capacitada para la
tarea, no siempre fácil. De esta edición existe traducción castellana publicada
por la editorial mexicana ERA.
El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20
años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir al hombre,
como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò "Hemos de impedir
funcionar a este cerebro durante veinte años". Por eso los Cuadernos de la cárcel no valen
sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su
contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como
símbolos de la resistencia de un "cerebro" excepcional a la opresión,
el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El
mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza
fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en
vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo
Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de
socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una
hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta.
Si no existieran en castellano varias antologías de textos
de Gramsci, más la edición completa mencionada, la edición de un cuaderno
aislado tendría sus inconvenientes. Pero como Gramsci tiene ya cierta presencia
en nuestra lengua, este volumen va a ofrecer la gran ventaja de permitir la
lectura seguida de un texto coordinado de Gramsci con la continuidad y la
unidad con las que él lo concibió. Desde este punto de vista la elección del Cuaderno 11º es muy acertada, por su
contenido y por el hecho de que es uno de los cuadernos menos retocados y
corregidos por Gramsci. (La crítica gramsciana distingue tres estadios de
redacción en el conjunto de los Cuadernos
de la cárcel y en cada uno de ellos. Pero la distinción no tiene
prácticamente importancia para el cuaderno.)
C. El cuaderno 11º contiene escritos de madurez, en un
sentido convencional y en el sentido, más preciso, de que Gramsci lo emprende
inmediatamente después de su segunda hemoptisis, la que le llevó al borde de la
capitulación. El asunto principal del cuaderno es el desarrollo de una visión
filosófica marxista, o de “filosofía de la práctica” al hilo de una crítica del
libro de Nikolai Bujárin sobre el materialismo histórico. Gramsci ha dedicado
mucho tiempo a combatir el tendencial mecanicismo de Bujárin y su cientificismo
un tanto ingenuo, porque veía en ese estilo de pensamiento la señal de la
subalternidad y un grave riesgo de empobrecimiento y esquematización de las
ideas socialistas originadas en Marx. A la vista de la rudeza filosófica de
Bujárin y, sobre todo, pensando en la esclerosis del pseudomarxismo oficial
posterior, parece evidente que Gramsci llevaba razón en su desproporcionada
guerra contra el Manual de
Bujárin. Pero la línea de pensamiento de Gramsci en la cárcel sobre estas
cuestiones es la misma que siguió desde su juventud, a saber, un modo de pensar
que, bajo la influencia del idealismo en que primeramente se formó tiende a
comprender el marxismo como ideología. En su juventud había intentado armonizar
su marxismo ideológico con la crítica de las ideologías por Marx. En los Cuadernos de la cárcel, también en el
11º, Gramsci da, con sólo alguna prevención, una noción positiva de ideología,
proponiendo para el término “el significado más alto de una concepción del
mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la
actividad económica, en todas las manifestaciones de vida individuales y colectivas”.
La convicción de que esa comprensión de las concepciones del mundo ha de ser
compatible con el materialismo histórico permite situar a Gramsci (por lo que
hace a la tensión materialismo-idealismo) entre el mecanicismo de Bujárin y el
idealismo o mentalismo del joven Lukács de Historia y conciencia de clase.
Gramsci mismo parece sugerir su posición al respecto en un paso del cuaderno
11º:
Hay que estudiar la posición del profesor Lukács frente a la
filosofía de la praxis. Parece que Lukács afirma que sólo se puede hablar de
dialéctica para la historia de los hombres, pero no para la naturaleza pero si
la historia humana se tiene que concebir también como historia de la naturaleza
(incluso a través de la historia de la ciencia) ¿cómo se puede separar la
dialéctica de la naturaleza? Tal vez Lukács, por reacción a las barrocas
teorías del Ensayo popular [de
Bujárin], ha caído en el error opuesto, en una forma de idealismo.
El ideologismo de Gramsci le lleva a concepciones culturales
no menos objetables que las del mecanicismo más elementalmente dogmático.
Convencido del carácter “orgánico” de cada cultura, según el símil biológico
tan querido de vitalistas e historicistas, Gramsci no está dispuesto a admitir
ninguna complementariedad entre el socialismo y otras tradiciones o productos
culturales. En esto piensa exactamente igual que el joven Lukács idealista. La
actitud se manifiesta muy claramente en el cuaderno 11º, por ser éste un
cuaderno filosófico. Así se lee bajo el rótulo “concepto de 'ortodoxia":
“… precisamente es “evolucionaria” una teoría en la medida en que es elemento de separación y distinción consciente en dos campos, en cuanto es un vértice inaccesible para el campo adversario. Creer que la filosofía de la praxis no es una estructura de pensamiento completamente autónoma e independiente, en antagonismo con todas las filosofías y las religiones tradicionales, significa en realidad no haber cortado los vínculos con el mundo viejo, cuando no incluso haber capitulado [...] En el pequeño volumen de Otto Bauer sobre la religión se pueden hallar algunos indicios de las combinaciones a que ha dado lugar este erróneo concepto de que la filosofía de la praxis no es autónoma e independiente, sino que necesita sostenerse en otra filosofía, materialista o idealista según los casos. Bauer sostiene como tesis política el agnosticismo de los partidos y el permiso dado a sus miembros para que se agrupen en idealistas, materialistas, ateos, católicos, etc., esto es, para el oportunismo más vil y abyecto.”
Aparte de que la evolución posterior ha discurrido en
sentido opuesto, hay que observar ante todo que esa formulación de Gramsci es
de un idealismo extremo que ni siquiera menciona la base material o social del
movimiento y el pensamiento socialistas, las clases sociales, sus tensiones y
sus luchas, sino que lo reduce todo al plano ideal, con el notable y lamentable
resultado de un totalitarismo y un reduccionismo culturales. Vale la pena notar
que, contra el difundido lugar común que imputa siempre el reduccionismo y el
dogmatismo al materialismo, semejantes consecuencias han sido frecuentemente
afirmadas por marxistas idealistas, como el joven Lukács y el Gramsci más
ideólogo...
Referencias: 1. “La formación del marxismo de Gramsci”, Sobre
Marx y marxismo, op.cit, pp. 66-68. 2. Cuaderno “Gramsci”, Reserva de la UB,
fondo Sacristán. 3. El orden y el tiempo, op. cit, pp. 120-124..4.A.
“Filosofía”, Papeles de filosofía, op.
cit, pp. 186-187. 4.B. “El undécimo
cuaderno de Gramsci en la cárcel”, PEYPA, op. cit, pp. 184-185.
4.C. “El undécimo cuaderno de Gramsci en
la cárcel”. Presentación A. Gramsci, Introducción al estudio de la
filosofía, pp. 23-25.
IV. Nociones gramscianas
1. Centro de
anudamiento
En la concepción marxista de Gramsci la cuestión “¿qué es el
hombre?” entendida como cuestión filosófica no pregunta por la naturaleza
biológica de la especie sino por otra cosa que él formula del modo siguiente:
“¿Qué puede llegar a ser el hombre? Esto es, si el hombre puede dominar su
propio destino, si puede “hacerse”, si puede crearse la vida”. Piensa Gramsci
que todas las filosofías han fracasado hasta ahora en el tratamiento de esa
pregunta porque han considerado al hombre reducido a su individualidad
biológica. Pero la humanidad del individuo comporta elementos de tres tipos:
primero, el individuo mismo, su singularidad biológica; segundo, “los otros”;
tercero, “la naturaleza”. El segundo y el tercer elementos son de especial
complejidad: el individuo no entra en relación con los otros y con la naturaleza
mecánicamente, sino ”orgánicamente” (con los otros) y “no simplemente (con la
naturaleza) por ser él mismo naturaleza, sino activamente, por medio del
trabajo y de la técnica” (incluyendo en este último concepto también los
“instrumentos mentales”, esto es, la ciencia y la filosofía)” (...) Esas
relaciones..., son activas, conscientes, es decir, corresponden a un grado
mayor, o menor de inteligencia de ellas que tiene el hombre. Por eso puede
decirse que uno se cambia a sí mismo, se modifica, en la medida misma en que
cambia y modifica todo el complejo de relaciones del cual él es el centro
de anudamiento. Con eso ultima Gramsci su reelaboración del concepto de
“naturaleza humana” de Karl Marx: “que la “naturaleza humana” es el “complejo
de las relaciones sociales” (como ha escrito Marx) es la respuesta más
satisfactoria, ya que incluye la idea de devenir... Puede también decirse que
la naturaleza del hombre es la 'historia´.”
2. Guerra de
posiciones
Soluciones “también para hoy” y para “los problemas generales
italianos”: precisiones suficientes para mostrar que, a raíz de la experiencia
internacional, Gramsci, por más que no lo teorice, tiene ya en su pensamiento
político los elementos analíticos que lo diferencian de la escatología
izquierdista y del maximalismo socialdemócrata. La lucha de clases ha entrado
ya en la fase de guerra de posiciones, y hay que pensar en el gris aguante
cotidiano en la trinchera y en el también gris esfuerzo por desgastar al
enemigo día tras día, sin esperar de nadie la consumación de los tiempos. Y
para posibilitar esa lucha corrosiva de ambos bandos hay que introducirse en
todos los resquicios de las líneas enemigas, separar de ellas todos los
sectores sociales cuyos problemas no sean resueltos por el poder capitalista, dar
soluciones propias no ya sólo para los problemas de la clase obrera, sino para
“los problemas generales italianos”. En este punto se funden la limitación y la
perspectiva dilatada de la “guerra de posiciones” que Gramsci teorizará en la
cárcel: la necesidad de expansión política para recoger todos los
“problemas generales italianos”-necesidad vista como rebasamiento de la real
limitación de la política seguida hasta entonces- es, por una parte,
reconocimiento de que el partido no es en sí mismo la universalidad de la clase
obrera, “el partido de la clase obrera” como dice el exaltado sectarismo, sino,
según escribe Gramsci inmediatamente antes del texto últimamente citado, “una
fracción orgánica del proletariado”; precisamente por eso ha de buscar en su política
la universalidad que no tiene en su composición. Pero, por otra parte, esa
expansión política es también indicio de que tras la gris o hasta negra
cotidianidad de la guerra de trincheras se esconde la preparación de una futura
fase de guerra de movimiento, definitiva a causa del desgaste sufrido por las
líneas enemigas y a causa de la universalización política de los motivos
propios.
Gramsci no dará sistemáticamente la doctrina de la hegemonía
y de la alternancia de g. de p. y guerra de mov. sino en los Cuadernos de la cárcel . Pero las
ideas básicas de la misma están presentes en su práctica desde 1923. Lo están
también en manifestaciones teóricas acerca de puntos parciales, señaladamente
acerca del problema que es central en toda esta cuestión, el problema del
partido revolucionario...
3. Bloque
histórico
La idea de “bloque histórico” es otra de las afortunadas
acuñaciones de conceptos a las que ya se ha hecho referencia y que son acaso el
fruto más permanente de la obra teórica de Gramsci: como si en el forcejeo
teórico Gramsci hubiera conseguido una agudización de la capacidad de percibir
y nombrar el objeto esencial de sus esfuerzos. En este caso -”bloque
histórico”- se trata de la totalidad y unidad concreta de la fuerza social, la
clase, con el elemento cultural-espiritual que es consciencia de su acción y
forma del resultado de ésta. El concepto -con ese nombre o con otro- es sin
duda imprescindible para un marxismo verdaderamente dialéctico, que no entienda
positivísticamente la historia como evolución fatal y lineal de los fenómenos
económicos. Pero en la misma presentación del concepto se aprecia la causa por
la cual Gramsci no pudo decidir nunca sino dentro del dilema
“ideologismo-o-reformismo”. Las frases de Marx de cuyo vago recuerdo parte la
reflexión de Gramsci son sin duda del tipo de la célebre “la teoría se hace
fuerza cuando aferra las masas” (Die Theorie wird zur Macht, wenn sie die
Massen ergreift).La formación idealista-culturalista de Gramsci le hace
identificar “teoría”, la palabra usada por Marx, con “ideología”. Gramsci no ve
pues la posibilidad de que la mediación entre la fuerza social (la energía de
la clase obrera) y la intervención revolucionaria sea de naturaleza científica,
de la naturaleza del programa crítico; para él, la única mediación
posible es una nueva ideología, la adopción por el marxismo de la forma cultural de
las religiones y de los grandes sistemas de creencias, sintéticos y
especulativos, de la tradición. En la época anterior a su detención, Gramsci ha
expresado eso sin reparos. He aquí un ejemplo. “Los socialistas marxistas no
son religiosos: creen que la religión es una forma transitoria de la cultura
humana que será superada por una forma superior de la cultura, la filosófica:
creen que la religión es una concepción mitológica de la vida y del mundo,
concepción que será superada y sustituida por la fundada en el materialismo
histórico [...]” (A 26-VII-1920; SM 415). Ese categórico texto contiene -junto
con la tesis marxiana de la caducidad de la religión- dos tesis incompatibles
con la crítica de Marx (y de Engels) a la ideología: primera, la admisión de la
validez futura de la filosofía como visión sintética o constructiva del mundo;
segunda, la comprensión del materialismo histórico como un producto cultural
funcionalmente idéntico a la religión, o sea, como un producto cultural
ideológico.
4. La filosofía
de la práctica
La “filosofía de la practica” de A. Gramsci no es un
pragmatismo, sino un modo de pensar que historiza los problemas teóricos al
concebirlos siempre como problemas de cultura, de hegemonía de las clases en la
sociedad y de la consiguiente vida global de la humanidad a través del tiempo.
“Lo que interesa a la ciencia” escribe Gramsci, “no es tanto [...] la
objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus métodos [...], que
rectifica constantemente sus instrumentos materiales [...] y lógicos (incluidos
los matemáticos); lo que interesa es la cultura [...], la relación del hombre
con la realidad por la mediación de la tecnología. Incluso en la ciencia,
buscar la realidad aparte de los hombres [...] [no es sino] una paradoja. “Para
la filosofía de la práctica el ser no puede separarse del pensamiento, el
hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto: si
se practica esa separación, se cae en la abstracción sin sentido”.
La filosofía ha de entenderse en la práctica de la humanidad,
o, como escribe Gramsci, “concretamente, es decir, históricamente”. Gramsci
alude alguna vez a los precedentes de la filosofía de la práctica que cuajará
en la obra de Marx: Tomás de Aquino, aún en línea con los griegos, pero con
mayor énfasis, ha enseñado que “el entendimiento especulativo se hace práctico
por extensión”. Leibniz y Vico se han visto, en el otro extremo, arrebatados
por un activismo del pensamiento: “Las cosas más especulativas son las más
prácticas” (Leibniz); ”Lo verdadero es el hecho mismo” (Vico). Hegel, por
último, ha enseñado que “todo lo real es racional”. La filosofía de la práctica
ha de poner esos atisbos en un terreno nuevo: no es que la especulación se haga
práctica por extensión, o que sea paralela de ésta, o la disuelva en sí, sino
que la realidad humana es práctica, hecha por el hombre, y conocerla es
hacerla. Por eso el tema de] hombre es “el problema primero y principal de la
filosofía de la práctica”.
5. Tercer
organismo
Acaso mejor que el incidente en el IV Congreso sirva para
documentar la creciente rotura de Gramsci con el sectarismo de la izquierda la
experiencia de los “Arditi del Popolo”. Era ésta una formación para-militar de
defensa del pueblo contra la creciente violencia fascista, apoyada por la
policía. Los “Arditi del Popolo” eran, pues, una organización popular unitaria,
un “tercer organismo” de nuevo, de los que Gramsci ha dicho siempre, junto al
partido y el sindicato, para sostener y dirigir la lucha de la clase obrera. El
12 de julio de 1921 había publicado en L'Ordine Nuovo -y en primera
página- una entrevista con el jefe de los “Arditi” Arrigo Secondari. El día 14
Bordiga replicaba en el mejor estilo sectario: un comunicado del Comité
Ejecutivo del PCI, dominado por los izquierdistas, se oponía a la adhesión de
los comunistas a los “Arditi del Popolo” porque “el encuadramiento militar del
proletariado debe ser sobre la base del partido”, de un partido que conseguiría
poco más del 3% de los votos en las inminentes elecciones. Al día siguiente
aparecía en L'Ordine Nuovo un artículo de Gramsci en favor del
movimiento. Y el 7 de agosto el CE zanjaba el problema, convirtiéndolo en
cuestión de disciplina.
6. Consejos
obreros
Está claro que ‘consejo’ es traducción de soviet. Y está
fuera de duda que Gramsci ha visto pronto en los soviets lo verdaderamente no
particular de la Revolución rusa. “El hecho esencial de la revolución rusa es
la instauración de un nuevo tipo de Estado, el estado de los Consejos (...). Todo
lo demás es contingente (...)”. Y a finales del verano de 1920, cuando ya son
manifiestas las dificultades de la lucha de los consejos obreros de Turín, su
aislamiento respecto del país, y cuando Tasca desde la derecha y Bordiga desde
la izquierda pueden avalar su oposición al teórico de los consejos turineses
con la presumible tragedia final de éstos, Gramsci reafirma aún el origen
soviético de su política de aquellos años. “¿Hay en Italia, como institución de
la clase obrera, algo que pueda compararse con el Soviet, que tenga algo de su
naturaleza? (...) Sí (...); es la comisión interna” (de fábrica). Pero si la
concreta influencia rusa y leninista en la doctrina gramsciana de los consejos
obreros está fuera duda, la tenacidad de Gramsci en este punto y la continuidad
del motivo en todo su pensamiento -incluso, con formas diversas, en la cárcel-
se debe a lo que antes se ha indicado como raíz de su leninismo: la
coincidencia de problemática con Lenin, la cual da un fundamento muy sólido a
la coincidencia (más o menos estrecha) en las soluciones. Los consejos son la
concreción del orden nuevo ya en el seno del viejo orden relativo, o
absoluto desorden capitalista. Por lo tanto, son algo distinto del sindicato
-característica arma de lucha “corporativa” o “estamental” en el desorden de la
sociedad burguesa- y también diferentes del Partido político, en cuyo origen el
orden socialista no es más que aspiración. Vale la pena notar que la idea de un
“tercer organismo” revolucionario -además del partido y del sindicato- aparece
en la actividad de Gramsci muy pronto: por ejemplo, y como “club de vida
moral”, en 1917. Pero cuando cristaliza en la tesis de los consejos de fábrica,
la búsqueda, tan gramsciana, de los gérmenes del orden nuevo en el tiempo
viejo, antes de tiempo, por así decirlo, y con consciencia de ello, va a
suscitar el entusiasmo de los metalúrgicos de Turín y el desconcierto y la
oposición de las que un día serán la derecha y la izquierda comunistas
italianas.
Referencias: 1. “Gramsci, A.”, Papeles de filosofía, op. cit, pp.
414-416. 2. El orden y el tiempo,
op. cit, p. 166. 3. “La formación del
marxismo en Gramsci”, Panfletos y materiales I, op cit, p. 80. 4.
“Corrientes principales del pensamiento
filosófico contemporáneo”, Enciclopedia Labor, vol X, p. 798. 5. El orden y el tiempo, op. cit, p.
156. 6. Ibídem, pp. 126-127.
V. Matices. Matiz es concepto
1.
Desgraciadamente, el romanticismo hegeliano y la influencia del positivismo se
juntan para contagiar a algunos marxistas esta concepción insuficiente (y
alienada) de la ciencia como mera técnica. Síntomas del contagio pueden ser
encontrados incluso en un pensador tan grande como Gramsci.
2. Los temas que
en los filósofos marxistas de corte tradicional componen partes principales del
“materialismo dialéctico” (o sea, los temas procedentes de la “filosofía de la
naturaleza” prerromántica y romántica), no se presentan prácticamente en la
obra de Gramsci. El pensamiento de éste presenta, por otra parte, un punto que
lo distingue característicamente de la filosofía marxista de orientación
crítica, aún por examinar: se trata de su doctrina de las ideologías. Gramsci
ha percibido que el hacer filosófico de Marx es sustancialmente crítica de las
ideologías. Pero, por otra parte, Gramsci piensa que todo pensamiento
relacionado con la práctica, como es el marxismo, ha de concluir construcciones
más o menos ideológicas, mitos, como decía él mismo en sus escritos juveniles.
En su edad madura no se decide ya a emplear esa palabra, pero tampoco a
desideologizar completamente su concepción de] marxismo. Esto le obliga a
distinguir entre “ideologías históricamente orgánicas. que son necesarias para
una determinada estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, queridas.
En cuanto históricamente necesarias, tienen una validez que es validez psicológica,
porque organizan las masas humanas, forman el terreno en el cual se mueven los
hombres y adquieren conciencia de su posición, luchan, etc.” Con esa distinción
Gramsci recoge su manera de leer a Marx desde su juventud. En 1918 había
escrito: “Marx se burla de las ideologías, pero es ideólogo en cuanto hombre
político actual, en cuanto revolucionario. La verdad es que las ideologías son
ridículas cuando son pura charla, cuando se destinan a crear confusión, a ilusionar
y a someter energías sociales, potencialmente antagónicas, a una finalidad que
les es ajena”.
3. Sin duda este
ambiente -sobre todo la completa doctrina intelectual de Croce- acarreó, en
Gramsci como en toda la cultura italiana hasta hace poco, un desconocimiento
casi total de otras corrientes de pensamiento representadas en la misma Italia,
en Turín mismo y en aquellos años- por figuras como Valati o Peano. Y también
es cierto que la educación preuniversitaria de Gramsci le predisponía a una formación
humanista y culturalista ajena a algunos básicos problemas sociales y
culturales del mundo moderno, entre cuyos datos dominan los científicos y
tecnológicos (...) Todo eso ha contribuido a formar la imagen de un escritor
irremisiblemente preso en una fase cultural cerrada, conclusa y en cierto modo
provinciana: la fase que hegemonizó el idealismo culturalista y neo-hegeliano
de Croce. Esa imagen se esgrime frecuentemente sin más finalidad que la
polémica indirecta y con efectos bastante grotescos. “Hasta para el católico
Orfei está condicionado Gramsci por su formación idealista y crociana”, ha
respondido Giorgio Amendola, con justificado sarcasmo, a una de esas
consideraciones puramente instrumentales del problema de la formación juvenil
de Gramsci...
4. Gramsci y
Lenin son dos pensadores de la sobreestructura. Ambos son excelentes -más
Lenin- en la teoría del partido y la revolución. Ambos son excelentes -más
Gramsci- en la teoría de la cultura. Ambos son deficientes en teoría de la
ciencia, acaso porque ya en ellos obra la convicción de que la ciencia no es
sobreestructura.
Referencias: 1. “Tres notes sobre l’aliança impia”, Horitzons 2,
p. 22, n. 10 (próxima edición en: Manuel Sacristán Sobre dialéctica, El Viejo Topo, Barcelona (en prensa); ed. de
Salvador López Anal). 2. “Corrientes
principales del pensamiento filosófico contemporáneo”, Enciclopedia Labor,
vol X, p.798 3. El orden y el tiempo,
op. cit, p. 106. 4. Cuaderno “Gramsci”, Reserva de la UB, fondo Sacristán.
VI. Empatía
1. Gramsci y Kuhn
La misma orientación histórica y sociológica de la mirada,
que a veces hace caer a Gramsci en ilogicismos historicistas y sociologistas,
le permite también formular criterios que luego han aparecido en la filosofía
de la ciencia académica de la cultura capitalista (sobre todo desde el libro de
Th. S. Kuhn La estructura de las revoluciones científicas). Por cierto que
Gramsci no es el único ni el primer marxista que ha destacado la importancia de
la evolución histórica de las ideas y de los grupos de intelectuales en la
ciencia (su denostado Bujárin lo había dicho en Londres en 1931, por ejemplo)
pero lo ha hecho con la concreta eficacia de su estilo y con más planos de
pensamiento que el internalista “kuhnismo vulgar” gracias a la práctica
“dialéctica” de relacionar unos con otros los varios campos de la cultura, en
este caso la ciencia y la evolución de las ideologías sociales.
La forma racional, lógicamente coherente, la redondez de
razonamiento que no descuida ningún argumento positivo o negativo que tenga
algún peso, posee su importancia, pero está muy lejos de ser decisiva: puede
serlo de manera subordinada, cuando la persona en cuestión se halla ya en
condiciones de crisis intelectual, oscila entre lo viejo y lo nuevo, ha perdido
la fe en lo viejo y todavía no se ha decidido por lo nuevo, etc. Otro tanto se
puede decir de la autoridad de los pensadores y científicos
Kuhn no dijo mucho más (filosóficamente) en su best-seller
académico, pero la Academia que fue sacudida como por un terremoto por el
escrito de uno de sus respetables miembros, ignora a un pensador como Gramsci.
Eso tiene, sin duda, explicaciones inocentes, por así decirlo: la costumbre de
la lectura especializada... Pero con ideas de Gramsci es posible descubrir
también explicaciones un poco más penetrantes.
2. Digno de amor
Supongo que no me equivoco en los factores que saltan a la
vista. Por ejemplo: igual tanto la inhibición general de escribir como el
cambio de temas tiene que ver con alguna pérdida de convicción sobre los
esquemas clásicos del pensamiento político-cultural del movimiento obrero
mayoritario, por lo menos, en Europa Occidental.
También sin necesidad de introspección, porque salta a la
vista, recuerdo otro motivo de inhibición: el estudio de Gramsci en otras
épocas, no ahora [1979]. Desgraciadamente tengo siempre la mala pata de estar
siempre contra las modas. Cuando se pone de moda yo ya no estoy con el estudio
de Gramsci. Pero en las años finales de los cincuenta y, sobre todo, en lo
sesenta, he estudiado mucho a Gramsci, y estoy seguro de que uno de los
factores de mi inhibición de escribir, de intervención política y cultural o
político-cultural, ha sido la evidencia final para mí que Gramsci supo que todo
era una derrota, que el proceso histórico-político en el que el había
intervenido como protagonista se saldaba con una derrota total. Creo que su
muerte, su larga enfermedad, su evidente neurosis y sus infinitas manías, sus
auténticas manías persecutorias, por ejemplo, de las que hay pruebas
fehacientes, son fruto de una enorme depresión. Creo que Gramsci ha muerto de
depresión, de muerte psíquica, de catástrofe.
Eso tiene que contar mucho entre los factores de mi
inhibición. A mí me parece que la historia de Gramsci es la historia de una
catástrofe. Por eso, entre otras cosas, no me puedo poner ahora a cultivar la
moda Gramsci. ¿Cómo va a haber esperanza de nada en la historia de una
catástrofe? Uno puede tenerle mucho amor a Gramsci -yo se lo tengo, desde
luego-, es un figura muy digna de amor, pero no porque sea una perspectiva de
éxito del movimiento obrero, sino que, como cualquier mártir, es digno de amor.
Y, por último, hay un tercer factor de inhibición clarísimo.
Así como llegué a la convicción de que la historia de Gramsci, por tanto, la
historia de la III Internacional y, por lo tanto también y por anticipación, la
posible historia del comunismo gramsciano, son historias catastróficas,
tragedias, así también llegué a la convicción inhibitoria que la figura del
intelectual y su papel es algo deleznable [...]
Otro factor fue la pérdida de fe en el esquema político del
momento en el movimiento obrero, particularmente en el movimiento comunista de
los años 64, 65, 66, 67 y también 68 (el 68 fue la traca final claro). Luego la
generalización de eso. Ver que tenía que perder la fe no sólo en la coyuntura
política del partido comunista, sino en toda la tradición de la III Internacional
e, incluso, en la variante gramsciana.
3. Veracidad
No sería erróneo, pero sí demasiado parcial, concluir un
examen de la formación del marxismo de Gramsci anotando simplemente que ese
marxismo ha sido siempre problemático en el sentido de que no ha conseguido
nunca decidir sino dentro de la antítesis positivismo-ideología, de la
irresuelta crisis entre el positivismo evolucionista de la social-democracia y
una inconsciente escapatoria por vía ideológica. Eso sería injusto porque así
se olvidarían, para empezar, los muchos conceptos valiosos que Gramsci ha
conseguido arrancar al fecundo movimiento de su pensamiento entre los polos del
viejo dilema; sería injusto también porque supondría ignorar el desarrollo que
el principio de la práctica ha experimentado por obra de Gramsci -desarrollo
que la limitación del tema excluía de estas líneas-; y sería injusto, sobre
todo, porque equivaldría también a desconocer el valor que tiene la
presentación veraz y honda de un problema real. Para el marxismo contemporáneo
la insistencia en la inspiración crítica de Marx y, por tanto, la reanudación
de su crítica de lo ideológico y la eliminación de especulación ideológica en
el pensamiento socialista, es el programa más fecundo que puede proponerse. Es
un programa de difícil realización, porque se encuentra amenazado por dos
riesgos complementarios: ignorar el peligro de la moderna ideología
“neocapitalista” del tecnicismo y del “final de las ideologías” -que es ella
misma la ideología del fatalismo monopolista-; y ser confundido con esa
ideología por parte de filósofos socialistas nostálgicos de los emocionantes
megalitos hegelianos. Pero ése es el programa de la hora. Y el problema a que
responde ese programa se encuentra expresado del modo más veraz y radical en la
obra del hombre el trigésimo aniversario de cuya muerte de conmemora este año.
Referencias: 1. “El undécimo cuaderno de Gramsci en la
cárcel”,Pacifismo, ecologismo y política alternativa, op. cit, pp.
205-206. 2. ‘”Una conversación con Manuel
Sacristán”, por J. Guiu y A. Munné, De la
primavera de Praga al marxismo ecologista, op. cit, p. 93-95. 3. “La formación del marxismo en Gramsci”, Sobre
Marx y marxismo, op. cit., pp. 83-84.
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