► Para Gramsci, las clases dominantes ejercen sobre
las sometidas una “hegemonía cultural” a través de la educación, la religión y
los medios de comunicación
► La llegada al poder
es imprescindible, pero no suficiente. Hay que conseguir la hegemonía

Entre la burguesía de Occidente existía un miedo real a la
generalización de revoluciones a la rusa,
y los sindicatos aprendieron a usarlo para negociar con más eficacia las
condiciones de trabajo y los salarios. Como bien apunta Fontana, las mejoras
que se produjeron en el terreno de la desigualdad desde la década de los
treinta no se podrían explicar sin el pánico al fantasma soviético. Pensemos
por ejemplo en el maccarthismo, que
fue un producto directamente relacionado con el “pánico contra el rojo” que se
produjo en los treinta. Existía un miedo importante a que las ideas y
movimientos comunistas se extendiesen por los países occidentales, y eso hizo
que hubiera más políticas que favorecían un reparto más equitativo de los
beneficios de la producción y un aprovisionamiento más amplio de servicios
sociales universales y gratuitos. Fueron los años del estado del bienestar,
años en los cuales encontramos unos valores mucho menores en la escala de la
desigualdad social, si los comparamos con los actuales.
Pero fue a partir de 1968 cuando se empezó a ver que no
había motivos para temer ningún tipo de amenaza revolucionaria, porque ni los
mismos partidos comunistas parecían proponérselo. Por eso a mediados de los
setenta los sectores empresariales empezaron a reaccionar. Sabemos además que
la ofensiva a nivel político empezó en tiempos de Carter y siguió con
intensidad con Reagan y Thatcher. Como consecuencia, los datos demuestran que
empezó a crecer de nuevo la desigualdad, que se alimentaba de la rebaja gradual
de los costes salariales y fiscales de las empresas. Podríamos decir que el
miedo al comunismo internacional, a la subversión revolucionaria, había
desaparecido.
Tengamos en cuenta que se nos han repetido hasta la saciedad
las maldades del comunismo, pero esto no ha ido acompañado de un conocimiento
paralelo de la historia criminal del capitalismo, que nos hubiera permitido
situar las cosas en un contexto más equilibrado. A pesar de ello, como dice
Fontana, el proyecto social de 1917 acabó fracasando. El maestro no se refiere
únicamente al hundimiento de la URSS en 1989, sino a la incapacidad de
construir aquel viejo modelo de una sociedad libre y sin clases que se planteó
al inicio de la revolución.
Lenin decía que para abolir la explotación primero se debe
desposeer del poder político a quienes resultarían perjudicados con el cambio.
Como bien apunta Fontana, puedes hacer lo que quieras montando cooperativas,
grandes o pequeñas, pero no cambiará nada si mientras tienes en Madrid a un
Montoro que tiene a su disposición todo el poder del Estado para modificar las
reglas como lo convenga. Soy consciente de que citar a Lenin puede resultar
contraproducente hoy en día, pero aún así creo que esta idea sigue vigente: si
la gente decente no somos capaces de llegar al poder, si éste sigue en manos de
quien gobierna en contra de los intereses del pueblo, nuestro margen de
maniobra será mucho más limitado.
Aquí quiero enlazar las lecciones de la Revolución
Rusa con el momento histórico que nos está tocando vivir. Por primera vez
en muchos años existe una posibilidad real de cambio político. Son muchas las
candidaturas ciudadanas, de unidad popular o como se les quiera llamar, que han
conseguido llegar al poder en ciudades importantes, con Madrid y Barcelona a la
cabeza, con personas como Manuela Carmena y Ada Colau. Y quede claro que
únicamente con el poder institucional no será posible el cambio social, de aquí
la importancia de que los movimientos sociales crezcan y atraigan un mayor
número de militantes. Aquí entraría en juego el concepto de hegemonía del
maestro Antonio Gramsci, un concepto que de forma muy acertada ha vuelto a
poner en primera línea de debate el núcleo dirigente de Podemos, con Íñigo
Errejón a la cabeza.
Para Gramsci, las clases dominantes ejercen sobre las
sometidas una “hegemonía cultural” a través de la educación, la religión y los
medios de comunicación, no únicamente a través del aparato represivo del
estado. Errejón define “hegemonía” como “ese tipo de poder político que
construye una relación en la que un actor político es capaz de generar en torno
a sí un consenso, en el que incluye también a otros grupos y actores
subordinados. Es decir, un grupo o actor concreto con unos intereses
particulares es hegemónico cuando es capaz de generar o encarnar una idea
universal que interpela y reúne no sólo a la inmensa mayoría de su comunidad
política sino que además fija las condiciones sobre las cuales quienes quieren
desafiarle deben hacerlo. No se trata sólo de ejercer un poder político sino
ademáscon una capacidad de hacerlo incluyendo algunas de las demandas y
reivindicaciones de los sentimientos y sentidos políticos de grupos
subordinados desposeyéndolos de su capacidad de capacidad de cuestionar el
orden hegemónico liderado por el actor hegemónico que lo dirige”. Es decir, la
llegada al poder es imprescindible, pero no suficiente. Hay que conseguir la
hegemonía.
El grupo promotor de Podemos supo leer el momento y dar una
respuesta política a lo que se cocía en las calles, con especial atención a lo
que supuso el nacimiento del 15-M. Si a ello añadimos la capacidad de liderazgo
y el carisma de alguien como Pablo Iglesias, el resultado es una opción
política, electoral si se quiere, con capacidad de ganar. Hasta ahora,
Izquierda Unida, seamos francos, no había sido capaz de mostrarse como una
opción ganadora, a pesar de tener propuestas políticas similares a las de
Podemos pero que durante años estuvieron silenciadas mediáticamente. Y ello,
junto a otros motivos, hace que podamos entender las reticencias iniciales de
Pablo Iglesias a confluir electoralmente con Izquierda Unida. Estoy de acuerdo
con que podemos llevar la izquierda tatuada a fuego en nuestras entrañas, pero
hoy las banderas rojas y las estrellas ya no sirven para ganar. En todo caso,
pueden restar apoyos, pueden espantar a determinados votantes potenciales. Eso
Iglesias lo sabe, pero estoy convencido de que hasta noviembre (si Rajoy no
anticipa la convocatoria de elecciones generales) habrá tiempo para construir
una candidatura ganadora que integre todo lo bueno que hay en Podemos, pero
también en Izquierda Unida, en otras formaciones y movimientos, así como otras
personas sin militancia política. Ahora
Madrid o Barcelona en Comú nos
marcan el camino a seguir, como también lo hará la candidatura de confluencia
que se está construyendo en Cataluña de cara a las elecciones del 27 de
septiembre. La fórmula no sabemos cuál será, pero sin duda acabará
cristalizando. No tenemos más remedio que poner nuestros sesos a trabajar y
encontrar el mecanismo adecuado. Estoy convencido de que se estará a la altura
del momento histórico.
Aquí entran de nuevo en juego las enseñanzas que el maestro
Fontana extrae de la casi centenaria Revolución Rusa: si el poder establecido
no siente miedo nunca dará su brazo a torcer, nunca cederá en sus pretensiones.
Por eso es tan necesario que la gente decente gobierne las instituciones, sin
descuidar la calle y el trabajo imprescindible de los movimientos sociales. Si
Pablo Iglesias llega a ser presidente del gobierno, si Íñigo Errejón, Alberto
Garzón, Tania Sánchez, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Joan Coscubiela, Mònica
Oltra, Gemma Ubasart, Manuela Carmena, Ada Colau, Xulio Ferreiro, Kichi, etc.
gobiernan las instituciones, al poder establecido le temblarán las piernas y no
tendrán más remedio que quitar el pie del acelerador. No lo digo yo, lo dice la
historia. Porque no lo olvidemos: demasiada gente lleva demasiado tiempo
sufriendo. Tsipras ha demostrado que con voluntad política es posible devolver
el poder al pueblo.
Por todo ello es tan importante que desde hoy hasta el día
en que se celebren las elecciones generales no cometamos ningún error. Porque
no lo olvidemos: a nosotros no se nos perdonará el más mínimo patinazo,
mientras que a ellos se les ha permitido todo durante demasiado tiempo.
Trabajemos, reflexionemos y actuemos con cautela pero con valentía y
determinación. Quizá solamente tengamos una oportunidad, y no podemos dejarla
escapar.
![]() |
http://blogs.publico.es/ |