Gramsci es parte de esa tradición en la que se inscriben Luxemburgo, Liebknecht y otros: un intelectual que quiso ser —que fue— un protagonista en la política de su tiempo. Su vida y obra nos interesan no sólo por lo que significan en sí mismas, sino por el impacto directo e indirecto que tuvieron en el imaginario político latinoamericano de izquierda y por su indudable actualidad. ¿Quién fue Antonio Gramsci? ¿Cuál fue su aporte intelectual? ¿Cuál fue el alcance de su compromiso político? Eso es lo que veremos a continuación.
Antes que nada hay que decir que Antonio
Gramsci (1819-1937) es un buscador de la verdad. Gramsci quiere conocer lo
que es el mundo histórico-social del hombre y entender al hombre como pieza
fundamental del mismo: reformulando lo dicho por Marx en las "Tesis sobre
Feuerbach" (Tesis VI), el hombre para Gramsci es el "nudo" de
sus relaciones sociales. Pero nuestro autor no se conforma con sólo conocer la
dinámica fundamental de la realidad histórico-social (y humana), sino que
quiere poner ese saber al servicio de una forma concreta de emancipación: la revolución
socialista. Es decir, la filosofía gramsciana es una "filosofía de la
praxis"; es una filosofía que se fundamenta en la actividad
práctico-sensible humana: "es en la
práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el
poder, la terrenalidad de su pensamiento" [2]. Ahora bien,
en Gramsci, la verdad tiene como correlato necesario a la revolución, de modo
que ambas se alimentan y se sostienen mutuamente.
1. Verdad y revolución: Gramsci, su tiempo y su muerte
Gramsci dijo en una ocasión: "sólo la verdad es revolucionaria".
Y lo que con ello quiso decir es que la praxis revolucionaria destinada a
instaurar el socialismo debe ser fiel, por sobre todas las cosas, a la verdad.
La fortaleza de la revolución y del revolucionario proviene de su compromiso
insobornable con la verdad, que se verifica como tal en la praxis emancipadora
concreta que los pueblos realizan. Es decir, el luchador por el socialismo debe
estar abierto, por sobre cualquier dogma de clase o de partido, a la verdadera
realidad del mundo y del hombre, que se va mostrando y concretizando en forma
progresiva; asimismo, asumiendo esa dimensión revolucionaria que de suyo posee
la verdad, debe ajustar su lucha a las exigencias de esa verdad.
Gramsci dedicó la casi totalidad de sus
energías intelectuales a la búsqueda de esa verdad revolucionaria. Su
aspiración era revelar a la consciencia de las clases subalternas dinamismos
fundamentales de la sociedad capitalista en los cuales tendría que incidir
necesariamente una praxis que quisiese ser verdaderamente radical. El poder
establecido percibió los alcances del desafío lanzado por el filósofo y
político de origen sardo: "Debemos
impedir que este cerebro funcione durante veinte años", afirmó el
fiscal fascista Michele Isgró, que actuaba como acusador en el juicio seguido
contra Gramsci y sus compañeros comunistas por el régimen de Benito Mussolini[3].
Nuestro autor realiza su labor filosófica y
política en su contexto de crisis y de transición histórico-social. El fin de
la primera guerra mundial (1914-1918) plantea a las naciones europeas tareas
urgentes de reconstrucción. A nivel cultural e ideológico los retos son también
ineludibles, sobre todo la necesidad de crear y difundir una nueva concepción
del mundo y del hombre, más optimista y positiva, más en consonancia con
las nuevas aspiraciones de desarrollo y progreso nacidas de la
post-guerra.
Ahora bien, las sociedades capitalistas de
Occidente tienen que enfrentar otro desafío, que es, con mucho, el más
fundamental: la revolución bolchevique (1917), que anuncia perspectivas
histórico-sociales cualitativamente distintas a las ofrecidas por el
capitalismo, esto es, una vía de desarrollo alternativo, de tipo socialista.
Este desafío se hace sentir en forma particularmente aguda en Italia, donde las
clases dirigentes pronto se ven de nuevo arrastradas por la crisis
socio-económica y las clases subalternas —sobre todo, el movimiento
obrero— se radicalizan y exigen la instauración del modelo de los soviets en la
nación italiana. La conflictividad socio-política crece incesantemente; las
clases dominantes no pueden mantenerse en el poder y las clases emergentes no
están preparadas para hacerse del mismo. En consecuencia, la crisis italiana no
desemboca en una solución revolucionaria, sino que se resuelve en una en una
solución fascista.
En efecto, el 28 de octubre de 1922 se produce
la llamada "marcha sobre Roma"; al día siguiente, Benito Mussolini
—quien había fundado el partido fascista tres años antes, luego de abandonar
las filas del Partido Socialista Italiano (PSI)— se hace del poder político del Estado.
El régimen fascista implantado por Mussolini
se propone como objetivo fundamental el de desmantelar y descabezar, aplicando
el terrorismo de Estado, la organización obrera (los sindicatos, el Partido
Comunista, el Partido Socialista) y las formas de organización y
participación propias de la democracia burguesa. En 1920, al analizar el
proceso político italiano y sus tendencias, Gramsci había previsto la
posibilidad del fascismo: "La fase
actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede o a la
conquista del poder político por parte del proletariado revolucionario... o a
una tremenda reacción por parte de la clase propietaria y de la casta
gobernante" [4]. Fue la
segunda alternativa la que se hizo realidad. Aplicando la violencia estatal y
paraestatal, las escuadras fascistas acabaron con el trabajo organizativo,
ideológico y político que el movimiento obrero había realizado con años de
esfuerzo y sacrificio:
"Las cámaras del Trabajo eran saqueadas e incendiadas, las escuadras fascistas asaltaban las redacciones de los periódicos democráticos, los dirigentes de izquierda eran perseguidos, encarcelados, apaleados, asesinados"[5].
La pérdida más grande que sufrió el socialismo
italiano, en este contexto de terror fascista, fue el encarcelamiento y muerte
de Gramsci. En efecto, el 8 de noviembre de 1926 Antonio Gramsci, a la sazón
con treinta y cinco años, y siendo diputado por el Partido Comunista, es
detenido y encarcelado. La cárcel va acabando con su vida, lenta y
dolorosamente, pese a los esfuerzos sobrehumanos que hace por resistir y
mantenerse: el mal de Pott, la tuberculosis pulmonar, una hipertensión a 200,
la crisis anginoides y la crisis de gota terminan doblegando sus energías[6]. El día 27 de
abril de 1937, a sólo seis días de haber obtenido su libertad,
fallece Gramsci, a la edad de cuarenta y siete años. En una carta inédita de su
cuñada Tatiana Schucht fechada el 18 de abril de 1936 se puede leer lo
siguiente sobre su estado físico:
"su corazón se ha debilitado mucho y aunque en algunos aspectos sus condiciones físicas parezcan mejorar, en realidad no es así ni mucho menos. Temo que Nino (Gramsci) se ha convertido ya en su inválido. Ha sufrido demasiado [en] estos últimos años y su organismo, demasiado arruinado, no consigue superar el estado de agotamiento físico en que ha caído. Además, muchos órganos vitales de su cuerpo, demasiados funcionan a duras penas"[7].
Antonio Gramsci fue condenado por su
compromiso inclaudicable con la verdad y con la revolución. Cuán equivocados
estaban los que pensaron que con encerrarlo en la cárcel iban a evitar que su
cerebro siguiera pensando. Si ya antes de ser condenado a prisión era un
buscador brillante de la verdad y un luchador consciente por la revolución y el
socialismo, es en la cárcel donde da concreción, realizando un extremo esfuerzo
físico e intelectual, a lo mejor de su pensamiento y también a una de las
mejores obras que ha producido el intelecto humano de todos los tiempos. En ese
"monumento del pensamiento humano" que son los Cuadernos de la Cárcel y las Cartas desde la Cárcel, Gramsci deja
constancia de la radicalidad de su compromiso. En los Cuadernos y en las Cartas
está plasmado el esfuerzo supremo de un hombre que hizo de la búsqueda de la
verdad una contribución orgánica —esto es, exigida por la misma verdad— a la
revolución, y que estuvo dispuesto a dar la vida por ello.
La muerte de Gramsci fue sin duda una muerte
violenta y dolorosa, producida por los poderes dominantes de la época. No
transgredió con los enemigos de la revolución y el socialismo; y murió a causa
de ello. A diez años de su muerte, en 1947, el pueblo
reconoció el carácter martirial de su muerte, colocando una lápida en su casa
de infancia. La lápida dice lo siguiente:
"Diez años después de su martirio / a Antonio Gramsci / en la casa donde nació / esta lápida colocaron / el afecto de sus ciudadanos / y el reconocimiento de los hombres libres" [8].
2. Filosofía, revolución y socialismo
Para Gramsci, la filosofía sólo puede ser
"filosofía de la praxis". Es decir, es una reflexión teórica que se
ocupa de la actividad que los hombres realizan en el mundo. Es un quehacer
teórico que toma a la actividad práctica humana como base fundamental del todo
histórico-social. En esta perspectiva, el mundo humano es histórico y es social
porque es una producción de los mismos hombres; pero ese mundo, a su vez, es el
que configura la realidad esencial de éstos. Entre los hombres y su realidad
social e histórica existe una íntima articulación lograda a través de actividad
práctico-sensible de aquéllos. Esta actividad práctico-sensible humana,
configuradora de la historia y, al mismo tiempo, configuradora de la naturaleza
humana es, strictu sensu, praxis. Y el saber que se ocupa de ella es un saber
sobre la praxis. Más aún, si se asume que el hombre es un ser de la praxis y
que la praxis es lo que unifica radicalmente la realidade histórica y social,
entonces lo que se hace es filosofía de la praxis. Tales son la perspectiva y
orientación de Gramsci.
El mundo humano es una totalidad; es un
"bloque histórico". La idea de bloque histórico apunta al carácter de
totalidad que posee cada sociedad concreta. Como un todo que es, la realidad
histórico-social está articulada por diversas instancias interdependientes: son
justamente estas instancias las que dan a cada sociedad su específica
concreción histórica. En este sentido, la sociedad no es una entidad uniforme
ni evanescente: es un "bloque", es decir, una totalidad consistente
en una pluralidad de instancias (económicas, políticas, culturales,
ideológicas); es, asimismo, una totalidad de carácter "histórico",
esto es, una totalidad que se va construyendo y constituyendo procesual y
dinámicamente por la praxis humana. La realidad como bloque histórico, en este
sentido, no es algo dado de una vez para siempre, como si fuese una realidad
natural. Es, por el contrario, una realidad producida por la actividad
práctico-sensible de los hombres. Ahora bien, ¿cuáles son los momentos
fundamentales de la totalidad social entendida como bloque
histórico?
Estos momentos fundamentales son dos: la
superestructura ideológico-política y la estructura económica[1]. Asimismo, esta problemática está ligada
a la indagación que Gramsci hace sobre los vínculos o nexos que se establecen
al interior de la sobre-estructura, esto es, sobre las relaciones existentes
entre "dominación" y "consenso", entre "sociedad
política" (lo político-coercitivo) y "sociedad civil" (lo
ideológico-consensual). Entonces, pues, a Gramsci le interesa dilucidar dos
cuestiones esenciales. En primer lugar, se pregunta por la índole de los
vínculos entre estructura económica y sobre-estructura ideológico-política; y,
en segundo lugar, enfrenta la cuestión de los nexos establecidos, al interior
de la sobre-estructura, entre lo político y lo ideológico, o como él mismo
dice, entre sociedad política y sociedad civil.
En la tradición marxista, Gramsci es uno de
los primeros que se ocupa del análisis de las superestructuras y hace notar su
importancia para la transformación radical de la sociedad burguesa. Ya en Marx,
sobre todo en la Ideología Alemana y
en el "Prólogo" de la Contribución
a la crítica de la economía política, aparece un primer esbozo importante
sobre el peso que tiene lo ideológico en el proceso de cambio revolucionario.
Lenin, por su parte, ahonda más en el análisis de lo sobre-estructural,
especialmente en El Estado y la revolución, pero centrándose fundamentalmente
en el momento político-coercitivo, es decir, en la sociedad política. Gramsci,
asumiendo los mejores logros de esta perspectiva "clásica", dirige su
mirada no hacia el momento político, sino hacia el momento de dirección ideológica
y cultural. Y justamente éste es su aporte principal al marxismo como filosofía
de la praxis.
Ahora bien, esta "revalorización"
gramsciana del momento de dirección, complemento del momento de dominación,
tiene como base una perspectiva antropológica bien determinada. Y es que para
Gramsci los hombres, como seres de la praxis, ocupan un lugar ontológico
esencial en la constitución de la historia: son los hombres los que, al
producir sus condiciones de existencia, se producen a sí mismos como un
conjunto de relaciones sociales. Por consiguiente, es imposible pensar
cualquier instancia de la realidad histórico-social sin pensar al hombre
productor de esa realidad, con sus ideas, sus motivaciones, su visión de mundo.
Incluso se puede decir que es por tal dimensión espiritual que el hombre
realiza los distintos niveles de su actividad práctica. En este punto, Gramsci
asume toda la riqueza y consecuencias de la idea de Marx de que es en las
formas ideológicas donde los hombres adquieren consciencia de los conflictos
socio-históricos y los resuelven. Es por ello que la cuestión ideológica ocupa
un lugar central en la reflexión gramsciana; es por esta razón que a Gramsci se
le ha llamado el "teórico de las superestructuras"
La estrategia revolucionaria de la clase
obrera en las sociedades occidentales, dada la enorme relevancia de la
sociedad civil, debe ser distinta a la seguida por los revolucionarios
bolcheviques en Rusia. Si en la Rusia zarista el orden establecido se mantenía
principalmente a través de la coerción estatal (la sociedad política), y, en
consecuencia, para derribar ese orden era necesario el ataque frontal y directo
("guerra de movimiento"), en occidente se debe privilegiar, como fase
previa a la toma del poder político del Estado, la creación de un consenso
ideológico entre las clases subalternas, que posibilite la hegemonía de la
clase obrera. Es decir, en occidente se debe privilegiar la lucha por una nueva
visión de mundo, superior a la visión de mundo elaborada por la burguesía
("guerra de posiciones"), como etapa preparatoria del asalto al poder
del Estado.
Gramsci cae en la cuenta de la mayor
resistencia del Estado y la sociedad civil en occidente. Este hecho es el que
funda "su convicción de que, para quebrar el aparato de dominación de la
clase dirigente a fin de lograr el objetivo estratégico alcanzado en Oriente en
1917, es necesario disponer, en Occidente, de una reserva de fuerzas a la vez
diferente y más importante. Esta reserva de fuerzas habrá de construirse a
partir de un trabajo lento y difícil que haga penetrar en la consciencia de las
clases subalternas la visión de mundo que realmente expresa sus intereses más
genuinos, es decir, la filosofía de la praxis. Si la sociedad civil es lo que
da estabilidad hegemónica a los capitalismos occidentales, la estrategia
revolucionaria debe apuntar hacia el control de los "aparatos de
hegemonía" (Buci-Glucksmann), a través de los cuales la burguesía expande
su control de clase. Para instaurar un nuevo bloque histórico, la clase obrera
debe crear antes sus propios aparatos de hegemonía, lo cual supone crear su
propio "bloque intelectual-moral" y su propia cosmovisión, su propia
ideología.
En resumen, la vía indicada por Gramsci va en
el sentido de una acumulación, en el seno de las masas, de un potencial de
consciencia revolucionaria al mismo tiempo más desarrollado, más amplio y más
radical". En este "potencial de consciencia revolucionaria",
forjado en la etapa pre-revolucionaria, el que va posibilitar a la clase obrera
no sólo "dominar" en el nuevo bloque histórico, sino también
"dirigirlo", esto es, cumplir con una función hegemónica, ya que es
"la hegemonía lo que permite que una capa social ejerza una doble función
de dirección y dominación"
En definitiva, de lo que se trata para Gramsci
es de hacer que las posibilidades revolucionarias en el occidente capitalista
se hagan efectivas. Es decir, de lo que se trata es de crear las premisas que
permitan hacer realidad la "civilización socialista", en la que sea
factible el nacimiento de un hombre nuevo, libre, consciente, autodisciplinado
interiormente. Este hombre nuevo, verdadero sujeto de la historia, sólo se hará
realidad en lo que Gramsci llama "sociedad regulada" (=sociedad
comunista), en la cual, en el marco de la sociedad política, se construirá
"una sociedad civil compleja y bien articulada, en la cual el individuo se
gobernase a sí mismo, sin que por ello su autogobierno entre en conflicto con
la sociedad política, sino convirtiéndose, por el contrario en su continuación
normal, en su complemento orgánico".
3. El filósofo, intelectual orgánico
Gramsci hace filosofía de la praxis, es decir,
dedica sus esfuerzos intelectuales a la reflexión sobre las actividades que los
hombres realizan en el mundo. Es, pues, un filósofo de la praxis. Su labor
estrictamente teórica le permite tratar la dimensión cultural, educativa e
ideológica de la praxis humana, pero, sobre todo, le permite ahondar en su
dimensión revolucionaria. Gramsci reflexiona largamente sobre esa actividad
humana que, en el capitalismo, tiene como finalidad específica la subversión
radical del orden establecido y la instauración de un nuevo orden de tipo
socialista.
Ahora bien, Gramsci no agota todos sus esfuerzos sólo en conocer lo que es la praxis humana revolucionaria —cosa que en sí misma es muy importante y de gran transcendencia para la humanidad. Sn embargo, no le basta con eso, porque ha hecho suya la tesis XI sobre Feuerbach de Marx que dice que "los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo. Y, aunque esa tesis pueda admitir otras lecturas, para Gramsci lo que quiere significar es que entre la interpretación del mundo, que es una labor de carácter teórico, y su transformación, que es una tarea de carácter práctico, no puede ni debe haber separación. Es decir, teoría y práctica son inseparables y juntas, orgánicamente, constituyen la praxis. Entonces, la interpretación de la realidad debe apuntar hacia la transformación, y ésta debe fundamentarse en una interpretación rigurosa de aquélla. "La tesis XI —dice Gramsci— (...) no puede interpretarse como un repudio de toda clase de filosofía, sino sólo como hastío de los filósofos y de su psitacismo, y como la afirmación enérgica de una unidad entre la teoría y la práctica... Esa interpretación de las Tesis sobre Feuerbach como reivindicación de la unidad entre la teoría y la práctica y, por tanto, como identificación de la filosofía con lo que Croce llama ahora religión (...) puede, además, justificarse con la famosa proposición según la cual 'el movimiento obrero alemán es el heredero de la filosofía clásica alemana', la cual no significa, como escribe Croce, 'heredero que no continuaría ya la obra de su predecesor, sino que emprendería otra de naturaleza diversa y contraria, sino precisamente que el 'heredero' continúa al predecesor, pero lo continúa 'prácticamente' porque de la mera contemplación ha obtenido una voluntad activa, transformadora del mundo, y en esa actividad práctica está contenido el 'conocimiento', el cual es 'conocimiento real' y no 'escolástica'.
Ahora bien, Gramsci no agota todos sus esfuerzos sólo en conocer lo que es la praxis humana revolucionaria —cosa que en sí misma es muy importante y de gran transcendencia para la humanidad. Sn embargo, no le basta con eso, porque ha hecho suya la tesis XI sobre Feuerbach de Marx que dice que "los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo. Y, aunque esa tesis pueda admitir otras lecturas, para Gramsci lo que quiere significar es que entre la interpretación del mundo, que es una labor de carácter teórico, y su transformación, que es una tarea de carácter práctico, no puede ni debe haber separación. Es decir, teoría y práctica son inseparables y juntas, orgánicamente, constituyen la praxis. Entonces, la interpretación de la realidad debe apuntar hacia la transformación, y ésta debe fundamentarse en una interpretación rigurosa de aquélla. "La tesis XI —dice Gramsci— (...) no puede interpretarse como un repudio de toda clase de filosofía, sino sólo como hastío de los filósofos y de su psitacismo, y como la afirmación enérgica de una unidad entre la teoría y la práctica... Esa interpretación de las Tesis sobre Feuerbach como reivindicación de la unidad entre la teoría y la práctica y, por tanto, como identificación de la filosofía con lo que Croce llama ahora religión (...) puede, además, justificarse con la famosa proposición según la cual 'el movimiento obrero alemán es el heredero de la filosofía clásica alemana', la cual no significa, como escribe Croce, 'heredero que no continuaría ya la obra de su predecesor, sino que emprendería otra de naturaleza diversa y contraria, sino precisamente que el 'heredero' continúa al predecesor, pero lo continúa 'prácticamente' porque de la mera contemplación ha obtenido una voluntad activa, transformadora del mundo, y en esa actividad práctica está contenido el 'conocimiento', el cual es 'conocimiento real' y no 'escolástica'.
Y, sobre todo, la unificación propuesta entre
teoría y práctica es una unificación entre "teoría revolucionaria" y
"práctica revolucionaria". Su articulación orgánica es necesaria para
la realización de la "reforma intelectual y moral" que conduzca al
socialismo. El pensador de la praxis, el filósofo, se inserta en esta dinámica
como teórico y como político, como intelectual y como dirigente. Es decir, el
filósofo tiene que ser un "intelectual orgánico". Como tal, tiene que
vincular orgánicamente su trabajo intelectual —de búsqueda de la verdad— a las
luchas revolucionarias destinadas a superar radicalmente el sistema
capitalista. Esto es, debe ligar orgánicamente su trabajo intelectual a la
clase revolucionaria: de convertirse en un intelectual militante. Sólo así
puede conjugar adecuadamente teoría y práctica; sólo de ese modo puede convertirse
en un verdadero 'dirigente'
(especialista+político).
Si como teórico el filósofo de la praxis debe
elaborar una visión de mundo ajustada y siempre sometida a las exigencias de la
realidad, como político su trabajo consiste en hacer que las clases subalternas
se eleven intelectualmente hacia una concepción superior del mundo. Es decir,
el filósofo tiene que trabajar por lograr la "adhesión orgánica" de
las clases subalternas a una nueva visión de mundo, de modo que el
"sentimiento-pasión" devenga "comprensión": "sólo
entonces la relación es de representación y se produce el intercambio de
elementos individuales entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y
dirigidos; sólo entonces se realiza la vida de conjunto, la única que es fuerza
social. Se crea el 'bloque histórico'.
En resumen, pues, el filósofo es un teórico y
un político; un intelectual y un dirigente. Si lo primero lo conduce a la
elaboración de un saber "superior", lo segundo le obliga a vincular
ese saber "superior" al "sentido común" de las masas. Y
esto porque, en definitiva: "la filosofía de la praxis no tiende a mantener
a los 'simples' en su filosofía primitiva del sentido común, sino al
contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de vida"[13]. Es decir, la filosofía de la praxis
tiene como uno de sus fines fundamentales la reforma intelectual y moral de la
sociedad.
Gramsci vincula su personalidad entera a esta
"reforma intelectual-moral". Lo hace como teórico y como político, es
decir, lo hace como intelectual orgánico. Consciente de la trascendencia
revolucionaria que tiene dicha "reforma" liga orgánicamente su actividad
al Partido Comunista, que, cual "moderno Príncipe", tiene la misión
de encabezar y dirigir la renovación total de la sociedad. Su compromiso
inclaudicable con la verdad, exigida por la nueva visión de mundo, y, desde
ella, con la revolución le condujeron a la muerte violenta. Su vida fue
trágica, por más que él quiso ser siempre un optimista de la voluntad. "Se
podría decir que en los tiempos que corren —escribe Francisco Fernández Buey—
tiene más sentido que nunca una reflexión acerca de la tragedia del hombre
Gramsci, acerca de una tragedia que sustancia muy bien la más general tragedia
del movimiento comunista moderno en la Europa central y occidental, la de los
revolucionarios sin revolución".
Notas
Parte I
[1] Cfr., Cole, G.D.H., Historia del pensamiento socialista. La
segunda internacional 1889-1914. México, FCE, 1959, Vol. III, pp. 296 y ss.
Parte 2
[1] Cfr., Bobbio, N., Gramsci y
la concepción de la sociedad civil. Barcelona, Avance, 1976.
[2] Cfr. Gramsci, A., Cuadernos
de la cárcel. México, ERA, 1986, pp. 357 y ss., Vol. IV.
[3] Cfr., Buci-Gluksmann, Ch., Gramsci
y el Estado (Hacia una teoría materialista de la sociedad). México, siglo
XXI, 1978.
[4] Cfr., Texier, J., Gramsci.
Barcelona, Grijalbo, 1976.
[5] Macciocchi, M. A., Gramsci
y la revolución de occidente. México, siglo XXI, 1987.
[6] Buci-Gluksmann, Ch., Gramsci
y el Estado (Hacia una teoría materialista de la sociedad)..., p. 66.
[7] Macciocchi, M. A., Gramsci
y la revolución de occidente..., p. 102.
[8] Macciocchi, M. A., Gramsci
y la revolución de occidente..., p. 102.
[9] Cfr., Manacorda, M., El principio educativo en Gramsci.
Salamanca, Sígueme, 1984, pp. 147 y ss.
[10]Macciocchi, M. A., Gramsci y la
revolución de occidente..., p. 185.
[11] Gramsci, A., Antología
(Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán). México, siglo XXI, 1981,
pp. 426-427.
[12]Macciocchi, M. A., Gramsci y la
revolución de occidente..., p. 201.
[13] Macciocchi, M. A., Gramsci
y la revolución de occidente..., p. 202
[14] Fernández Buey, F.,
"Tragedia y verdad de Antonio Gramsci". Realidad, No. 45,
mayo-junio de 1995, p. 550.