Salvador López
Arnal | Al final de la segunda edición de El 18 brumario de Luis Bonaparte,
recuerda Andrea Di Miele (ADM) en “Antonio Gramsci: Cesarismo, ideología, cultura
unitaria”, Marx se sirve marginalmente de dos figuras
históricas -el arzobispo de Canterbury y el Gran Sacerdote Samuel- para mostrar
la inconsistencia de la categoría “cesarismo”. “Según Marx, el anacronismo se hace patente al comparar las condiciones
históricas de la antigua Roma, donde un proletariado pasivo asistía inerme a la
lucha de clases de un exiguo grupo de ciudadanos libres, con la de una sociedad
moderna, en la que un proletariado activo produce riquezas para una élite
privilegiada”.
Quedaba así descartada toda reformulación del concepto de
cesarismo. “Aventurarse en tan inútil
demostración significaba establecer una analogía impracticable, tanto como la
existente entre el último juez de Israel y el primado de la iglesia de
Inglaterra, el Arzobispo de Canterbury”. Es esta, sostiene ADM, una
observación interesante porque, pese a conocer dicho juicio, “es precisamente en esa dirección en la que
Gramsci parece querer avanzar: habla expresamente de cesarismo y, como se sabe,
le dedica al asunto una importante reflexión”. Se diría que Gramsci
transgrede la dura sentencia de Marx, “una
“desobediencia” que ha sido subrayada recientemente y aducidas las razones
de semejante ‘violación”. Por Luciano Canfora nada menos.
Un segundo hilo argumentativo, nos comenta ADM, “tratará de demostrar que esta sugerente
tesis oscurece una parte del discurso de Gramsci, vinculada estrechamente al
cesarismo: la del discurso relativo a la ideología”.
ADM inicia su reflexión con un breve repaso del análisis
gramsciano de la noción y de los temas con ella relacionados a lo largo de
los Quaderni. Un apunte de ello:
“[…] el cesarismo nace de una situación de fuerzas en liza. Un conflicto así perdura incluso en una fase de estancamiento, porque las perspectivas del momentáneo equilibrio son “catastróficas”: “las fuerzas -dice Gramsci- se equilibran de tal modo que la reanudación de la pugna no puede concluir más que con la destrucción recíproca”. El epílogo se abre a escenarios diversos: no sólo puede suceder que la fuerza A venza a la fuerza B, sino también que “una fuerza C intervenga desde afuera y someta cuanto queda de A y de B”. Así pues, el cesarismo adquirirá un carácter “progresivo” o “regresivo” según el carácter de la fuerza que triunfe. “De lo que se trata es de ver si en la dialéctica revolución-restauración el que prevalece es el elemento revolución o el elemento restauración”. César y Napoleón I son ejemplos de “cesarismo progresivo” porque produjeron una transformación de época, revolucionaria. Napoleón III y Bismarck son modelos de “cesarismo regresivo” porque al secundar a las fuerzas conservadoras provocaron un cambio de fase de corto alcance”.
El cesarismo, por supuesto, puede tomar incluso la forma de
un “cesarismo sin César”, “es decir sin una fuerza “heroica” y representativa”.
Gramsci aduce el caso de Mac Donald
“para referirse, evidentemente, a la contradicción que supone un primer gobierno laborista nacido con el apoyo de los liberales. Por lo tanto, también un sistema parlamentario puede adquirir una forma cesárea; más aún, en un sentido amplio, “todo gobierno de coalición —subraya Gramsci— es un grado inicial de cesarismo”, mientras que “la opinión corriente es que los gobiernos de coalición son el “más sólido” baluarte contra el cesarismo”.
Hay sin embargo, señala ADM, “otro sector del razonamiento
de Gramsci que, con perjuicio de los anteriores, ha sido dejado de lado, a
nuestro juicio injustamente: el análisis de la peculiaridad ideológica del
cesarismo”. Su contribución sigue este sendero.
En diversas ocasiones, al analizar las diferentes formas de
cesarismo, Gramsci añade un importante contrapunto que ADM subraya. “En el Cuaderno 13, después de discutir
sobre las formas “regresivas” y “progresivas”, escribe: “En definitiva, el
significado exacto de toda forma de cesarismo se puede reconstruir a partir de
la historia concreta, y no a partir de un esquema sociológico”. Y más
adelante: “Por lo demás, el cesarismo es
una fórmula polémico-ideológica y no un canon de interpretación histórica”; y
aún: “el cesarismo es ni más ni menos que una hipótesis genérica, un esquema
sociológico (para comodidad del arte de la política)””. Inferencia: “Así pues, en primer lugar, el terreno sobre
el que descansa el cesarismo es la historia y no su interpretación”.
Como toda ideología, sostiene ADM, también el cesarismo
tiene un origen práctico.
“Las ideologías nacen por la fricción entre grupos humanos con exigencias económicas diferentes; son por lo tanto caducas, y están destinadas a renacer y perecer mientras perdure el conflicto. La propia fundación y pervivencia de las clases radica en tal contradicción. Así pues el cesarismo, como “ideología”, se origina en ese mismo enfrentamiento, ese conflicto de “perspectivas catastróficas” sobre el cual, como hemos visto, discurre Gramsci”.
En este
sentido, un cesarismo abstracto,
“desprovisto de vínculos con su concreta y precisa situación, no existe más que
como pura fórmula”. El cesarismo, según Gramsci, “no posee siempre el mismo significado histórico”. No en vano,
señala ADM, “a cada una de sus alusiones
a esta categoría añade Gramsci una puntual referencia: César, Napoleón I,
Napoleón III, Bismarck, los gobiernos “laboristas”. Pero también la Italia de
su tiempo, cuyos acontecimientos históricos pertinentes al concepto en cuestión
no deja de señalar rigurosamente”:
Nos le desvelo más. Sirva como aperitivo de lectura. Es
verano pero vale la pena. Nunca uno se atraganta, gramscianamente hablando.
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