Salvador López
Arnal | Publicado por Montesinos en 2014, Giaime
Pala, Antonio Firenze y Jordi Mir García fueron sus editores, Gramsci y la sociedad intercultural es
un libro que debe merecer nuestra atención. Aproximarnos a él es el objetivo de
esta nota y de escritos posteriores. Los ensayos recopilados en el libro, se
apunta en la presentación firmada por los tres editores, “recogen las contribuciones, ampliamente revisadas para esta publicación,
presentadas en el Congreso Internacional “Gramsci y la sociedad intercultural”,
[…] El objetivo principal del Congreso “fue verificar teóricamente el nexo y las
perspectivas de desarrollo del área temática de los estudios gramscianos en el
ámbito interdisciplinar del saber humanístico, y más específicamente de los
Estudios Culturales”. Al proponer la celebración del encuentro “se tuvieron
particularmente en cuenta el interés que los Cuadernos de la
cárcel de Antonio Gramsci han suscitado, durante los últimos años, entre
investigadores (historiadores, sociólogos, politólogos, filósofos, antropólogos
y teóricos de la literatura) dedicados a los estudios culturales y a los
denominados estudios subalternos, señaladamente a partir de la publicación y la
difusión de las principales obras de Edward Said”.
El simposio tuvo su historia. Fue el resultado de “una larga relación de intercambio y
cooperación entre la Universitat Pompeu Fabra y la Università degli Studi di
Napoli L’Orientale, consolidada en la participación en proyectos europeos
compartidos y en la organización de varios congresos (particularmente en
Nápoles), cuyos principales promotores fueron los profesores Giorgio Baratta y
Francisco Fernández Buey, sin duda dos de las figuras más emblemáticas del
gramscismo internacional que, desgraciadamente, ya no están entre nosotros y a
los que dedicamos la edición de este libro”. El vínculo establecido entre
las dos universidades tenía que ver desde hacía ya muchos años “con las actividades de investigación y de
organización emprendidas por ambos profesores, fundadores respectivamente de la
International Gramsci Society-Italia y de la International Gramsci
Society-Cataluña”. Las dos Universidades contaron con el apoyo
programático-organizativo del Network “Immaginare l’Europa in Transito
Atlantico”, del que, por supuesto, “los
profesores Baratta y Fernández Buey fueron miembros cofundadores y que se
comprometió con esta iniciativa por la finalidad eminentemente “intercultural”
que la caracterizaba.
El evento se insertaba, por otra parte, “en la estela de otros congresos gramscianos celebrados en los últimos
años en Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Brasil y México, que habían
prestado particular atención a la reflexión del Gramsci estudioso de la lengua
y de la traducibilidad de los lenguajes, subrayando la importancia de sus
reflexiones para el enfoque intercultural actual y el análisis de las políticas
lingüísticas”. Uno de los objetivos del Congreso barcalonés fue
precisamente “dar a conocer estas investigaciones recientes, varias de las
cuales se habían realizado en el marco de la International Gramsci Society. Y,
como no podía ser menos, dar cuenta también de los resultados de las
investigaciones sobre Gramsci que se están llevando a cabo en nuestro país”.
Por todo ello, finalizan los editores, “creemos que los materiales recogidos en este libro contribuirán a
mejorar el conocimiento en España del pensamiento de Antonio Gramsci, un
intelectual que ha marcado nuestra contemporaneidad y cuyas categorías interpretativas
siguen siendo una fecunda fuente de inspiración para los científicos sociales
de hoy día”.
Índice del libro
– Presentación
– Francisco
Fernández Buey, “Sobre culturas
nacionales y estrategia internacionalista en los Cuadernos de la
cárcel de Antonio Gramsci”, uno de sus últimos ensayos.
– Guido Liguori, “¿Traducido o traicionado? Las aventuras del
pensamiento de Gramsci en el mundo “grande y terrible” de hoy”
– Andrea Di
Miele, “Antonio Gramsci: Cesarismo,
ideología, cultura unitaria”
– Cosimo Zene, “Gramsci, los subalternos y los Subaltern
Studies en la panorámica poscolonial”.
– Derek Boothman,
“El nexo clase-etnia: inmigración en Gran
Bretaña”
– Giovanni
Semeraro, “La filosofía de la praxis en
los movimientos populares latinoamericanos: una lectura a partir de Gramsci”
– Elisabetta
Gallo, “Multiculturalismo y hegemonía:
superar las “secas” del deconstruccionismo”
– Joan Tafalla, “Sentido común, moral popular, derecho
natural y Revolución Francesa en Gramsci”
– Giaime Pala, “La recepción del pensamiento de Antonio
Gramsci en España (1956-1980)”
– Andrés Martínez
Lorca, “De la cultura integral a la
diversidad cultural: reflexiones actuales a partir de Gramsci”
– Salvador López
Arnal, “Las bondades intrínsecas de un
Cuaderno escrito tras la segunda hemoptisis”
– Jordi Mir
Garcia, “Leer a Gramsci para una filosofía
y una historia subalterna e inclusiva”
– Miguel
Candioti, “Gramsci y la praxis como
“actividad sensible”
– Rafael M.
Mérida Jiménez, “Manifiestos para redes
subalternas: reflexiones desde una antología GLQ”
– Álvaro Alonso
Trigueros, “El concepto de cultura en el
proyecto de Gramsci”
– Ignacio Jardón, “Crítica a la producción de la
vida: L’Ordine Nuovo y “Americanismo y fordismo”
II. Sobre
culturas nacionales y estrategia internacionalista

Tras él índice y la presentación, abre el volumen un escrito
de Francisco Fernández Buey, “Sobre culturas
nacionales y estrategia internacionalista en los Cuadernos de la cárcel de
Antonio Gramsci”, uno de sus últimos escritos. En nuestra opinión uno de
sus grandes textos sobre el revolucionario sardo y sobre un tema de gran
actualidad y enorme interés. Unos apuntes para estimular su lectura, apenas un
resumen.
“El problema que
supone traducir a un lenguaje común una estrategia internacionalista compartida
por obreros e intelectuales y circunstancialmente por campesinos que hablan
diferentes lenguas y pertenecen a culturas y nacionalidades distintas”, señala
el autor de Leyendo a Gramsci, se presentó ya desde los inicios de la
AIT, en la década de los sesenta del siglo XIX. Es un asunto delicado que “no se puede abordar sólo desde el punto de
vista de la solidaridad (espontánea o consciente) entre miembros de clases
subalternas o predicando la fraternidad”.
Una parte del movimiento socialista, comunista y anarquista,
tal vez la mejor parte desde el punto de vista moral, escribe entre paréntesis
FFB, “ha venido actuando desde entonces
como si el dicho marx-engelsiano según el cual los obreros no tienen
patria hubiera sido una proposición de carácter empírico o una conclusión
sociológica derivada de alguna encuesta hecha entre segmentos representativos
del proletariado industrial mundial”. Pero, a poco que pensemos sobre ello,
“enseguida se caerá en la cuenta de que
aquella afirmación era de carácter normativo, o sea: más bien un desiderata,
una gran ilusión, algo a lo que se aspira racionalmente teniendo en cuenta, eso
sí, la tendencia expansiva, mundializadora o destructora de patrias, del
capitalismo”.
Lo cierto, matiza FFB, es que los efectos o consecuencias de
esta tendencia expansiva del capitalismo a su mundialización, prevista también
en el Manifiesto comunista, “no son,
ni tienen por qué ser, de dirección única en el ámbito de los países y de las
culturas nacionales”. Ni los trabajadores asalariados de los distintos
países viven en las mismas condiciones ni sus respuestas a una situación de
explotación compartida son reducibles a un máximo común denominador. “Las distintas historias, lenguas, culturas,
costumbres en común y tradiciones hacen que, enfrentándose, sí, en un mismo
momento histórico a un mismo fenómeno mundial, los trabajadores
asalariados del mundo no sean de hecho contemporáneos en sentido
propio, y que, por tanto, tampoco pueda esperarse de ellos una respuesta
simultánea, homogénea o unificada en el ámbito internacional”. Además, la
composición multilingüística y plurinacional de los principales estados
europeos, “derivada de sus respectivas
historias desde la desaparición del Imperio Romano”, ha contribuido a
mantener las diferencias entre trabajadores en el interior de estos estados.
Conocemos, vivimos el tema.
Teniendo todo esto en cuenta, prosigue FFB, “parece sensato concluir que, por muy
internacional que sea el contenido de la lucha de clases en el proceso de
mundialización del capital, y aun admitiendo la coincidencia genérica de
intereses entre los trabajadores asalariados de los distintos países, estados y
naciones”, difícilmente cabrá una y solo una estrategia mundial unificada.
Tarea sobrehumana tal vez
La opinión del último Marx al respecto la resumía FFB en los
siguientes términos:
“al tratar de la posibilidad de la revolución socialista mundial, cuanto mayor es el número de países que hay que tomar en consideración más atención habrá que prestar al análisis concreto de las situaciones concretas, nacionales, diferenciadas; mayor complicación presentará el asunto del internacionalismo (por la simultaneidad de las acciones y la “no-contemporaneidad” de los sujetos); y más vías de evolución habrá que prospectar o imaginar, precisamente en función de las diferencias históricas entre las naciones”.
De hecho, Marx, en sus últimos años -y sobre todo Engels al
final de su vida-, “llegaron a pensar al menos en tres vías diferentes de
posible paso al socialismo, siempre en función de este análisis concreto de las
diferencias políticas e histórico-culturales de los países europeos”. Las tres
siguientes:
“1) para los casos de Alemania y Francia, en los que preveían una revolución clásica, por así decirlo; 2) para los casos de Inglaterra y Suiza, en los que no descartaban una transición pacífica y parlamentaria; y 3) para el caso de Rusia, donde aún existía la comuna rural tradicional, acerca del cual oscilaron entre varias salidas posibles, que iban desde la ya dicha (imaginada por Marx en diálogo con los populistas) a la necesidad de una revolución burguesa previa”.
Antonio Gramsci,
recordaba, FFB, no había conocido estos escritos de Marx (y de Engels o bien
sólo tuvo noticia lejana de los mismos. Pero
“había conocido, en cambio, el proceso de rusificación de los partidos comunistas que se produjo desde los primeros congresos de la III Internacional”.
La división que en ese período -de 1920 a 1924- se fue creando entre el marxismo ruso y el llamado “marxismo occidental” tiene su origen prepolítico “en los problemas de traducción de una concepción de la historia de las revoluciones (la marxiana) que fue inicialmente elaborada teniendo in mente los problemas de la lucha de clases en Alemania, Francia e Inglaterra”, y que fue “vertida luego al ruso por los bolcheviques (para que pudiera ser entendida en un océano de campesinos mayormente analfabetos) y retraducida a continuación del ruso al alemán, al inglés, al italiano, al español y a otras lenguas después del éxito de la revolución de octubre de 1917”.
“Traducción” era, pues, aquí palabra clave.
Una de las tesis de FFB en este escrito: “Habitualmente,
cuando se analiza las controversias entre comunistas, socialistas y anarquistas
de la fase que va de 1924 a 1936, no se presta la atención suficiente, en mi
opinión, a un asunto que es previo a la definición propiamente política, a
saber: si realmente los interlocutores rusos, alemanes, húngaros, italianos,
franceses, ingleses, polacos, españoles, etc. entendían las palabras clave de
la discusión en el mismo sentido, en la misma acepción. No digamos ya cuando,
en ese contexto, se empieza a hablar y discutir acerca de los problemas de los
afro-americanos, de los indios o de la revolución china, y a hacerlo con
términos y conceptos procedentes del lenguaje político francés pasado por el
ruso, que eran, efectivamente, los términos en que solían hablar los bolcheviques
de estas cosas”.
De entre los dirigentes comunistas afiliados a la III
Internacional, señala el revolucionario palentino-catalán, Gramsci era
probablemente el mejor preparado para entender
“aquel problema de traducción que estaba planteando Lenin y abordar, más en general, el delicado asunto de la forma nacional y contenido internacional de la posible revolución socialista”. Por varios motivos: “por su atención, desde joven, a las lenguas y dialectos minoritarios a partir de su relación con la lengua sarda y con el sardismo organizado; por su preparación universitaria como filólogo particularmente interesado en la historia de las lenguas y en la relación de éstas con las culturas; por su participación directa en el debate político que había suscitado en Italia entre 1919 y 1921 la traducción del término (ruso) soviet y su comparación con el (italiano) consiglio a partir del florecimiento del movimiento de los consejos de fábrica; y también, claro está, por la vinculación sentimental, desde su viaje a Moscú en 1922, a una familia rusa, bolchevique y culta, con la que inevitablemente tuvo que tratar de estas cuestiones”.
No puedo seguir con detalle pero no se pierdan el
desarrollo. Un apunte final muy actual.
Sin hacer de asuntos pre-políticos temas instrumentalmente
políticos, “que es lo que está ocurriendo precisamente en las controversias de
los últimos tiempos sobre lenguas y culturas”, Gramsci supo captar muy bien, en
opinión de su estudioso, “la dimensión política y político-cultural que se
oculta, o no siempre se declara, en todo proyecto de normalización lingüística
(cuando aflora nuevamente la cuestión de la lengua), empezando por las
distintas variantes de la gramática normativa”. Las consideraciones
histórico-críticas iniciales sobre la cuestión de la lengua y las clases de
intelectuales o sobre los distintos tipos de gramática “acaban remitiendo a
consideraciones de política lingüística, de política cultural, de sociología de
la contemporaneidad, a consideraciones, en suma, sobre la reorganización de la
hegemonía cultural en el presente”.
Un ejemplo en uno de los últimos Cuadernos de la Cárcel:
“Cada vez que aflora de un modo u otro la cuestión de la lengua, eso significa que se está imponiendo una serie de otros problemas: la formación y ampliación de la clase dirigente, la necesidad de establecer relaciones más íntimas y seguras entre los grupos dirigentes y la masa popular-nacional, o sea, [la necesidad] de reorganizar la hegemonía cultural. Hoy en día se están produciendo diversos fenómenos que indican un renacimiento de tales cuestiones”.
En la época del multiculturalismo pero también de la
globalización y de un nuevo ascenso de los nacionalismos y de los
particularismos, señala FFB, podemos hacer cotidianamente la comprobación de
hasta qué punto “lo que está en juego en polémicas, que en su inicio parecen
sólo lingüísticas, filológicas, sociolingüísticas o de antropología cultural,
es también la lucha por la hegemonía (cultural, económica y política)
entre las distintas fracciones de las burguesías nacionales regionalmente
diferenciadas, entre las distintas burguesías de los estados plurinacionales y
multilingüísticos y entre las burguesías y capas medias de estados compuestos
con variantes dialectales importantes”.
Elemental querido Watson, se desarrolla delante de nuestros
ojos.
En este sentido, prosigue FFB,
“me parece que aproximar las agudas notas de Gramsci sobre “americanismo” a sus consideraciones sobre el trasfondo político-cultural de los proyectos históricos de normatividad lingüística, o a sus observaciones sobre lo nacional-popular, todavía puede ayudar bastante a la comprensión racional de lo que está pasando en el marco geográfico europeo”.
Que no era precisamente halagüeño. Podría decirse incluso
que el péndulo de la historia ha cambiado de dirección:
“mientras que Gramsci evolucionaba desde el autonomismo de juventud (“Al mar los continentales!”) hacia una fundamentación de lo nacional-popular con intención internacionalista pero respetuosa de las diferencias”, hoy en día, por el contrario, “en parte por reacción ante la globalización y la uniformización cultural que ella comporta, pero no sólo, se camina, en cambio, hacia una identificación de lo nacional-popular con el autonomismo (en versiones políticas diversas: regionalistas, nacionalistas, independentistas, etc.)”.
Relevante para entender el cambio de los tiempos era
comparar lo que parece apuntarse en la Europa de ahora con la previsión
gramsciana acerca de la evolución de la cultura europea:
“Existe hoy [hacia 1930] una conciencia cultural europea y se dan una serie de manifestaciones intelectuales y de hombres políticos que sostienen la necesidad de una unión europea. Se puede decir también que el proceso histórico tiende hacia esa unión y que existen muchas fuerzas materiales que sólo en esta unión podrán desarrollarse. Si dentro de x años esta unión se realiza, la palabra “nacionalismo” tendrá el mismo valor arqueológico que el actual “municipalismo””.
No parece que sea el caso… Por el momento, con los poderes
actuales y con la actual correlación de fuerzas.
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