Marnie Holborow | A
Pablo Iglesias, dirigente de Podemos, el nuevo partido radical surgido en
España, le gusta citar al marxista italiano Antonio Gramsci. En un reciente
artículo suyo, titulado Guerra de
trincheras y estrategia electoral/1, Iglesias afirma que Gramsci fue el
primero en comprender la importancia estratégica de crear “narrativas
hegemónicas” capaces de generar consenso en todo el espectro social.
Podemos, el grupo político que surgió de las movilizaciones
masivas de los “indignados” en España, está buscando la manera de encaminar el
movimiento contra la austeridad en una estrategia acertada de cara a las
elecciones generales de otoño. Citar a Gramsci como una autoridad demuestra la
fuerza de la tradición de izquierda en España. Sin embargo, demasiado a menudo
se invoca a Gramsci para defender una vía que se aleja del radicalismo para
abrazar la normalidad política.
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A Gramsci le interesaba mucho la estrategia y se preguntaba
cómo los movimientos de masas podían desafiar las estructuras de poder del
capitalismo. En 1921, en respuesta a los cierres patronales de las fábricas de
Turín, Gramsci y otros militantes crearon comités obreros como vía alternativa
de organización de la sociedad. Al igual que Lenin, vio la necesidad de que los
revolucionarios rompieran con los partidos socialdemócratas de entonces y fundó
el Partido Comunista Italiano. El propio Gramsci tuvo que pagar el terrible
precio de estrategias equivocadas, ya que pasó los últimos diez años de su vida
encerrado en las cárceles de Mussolini.
Pero este revolucionario combativo no es el Gramsci al que
se refiere Iglesias. Para este último, la lucha por la hegemonía no es tanto
una estrategia práctica en el curso de una lucha como un proyecto ideológico
destinado a cambiar la manera de describir la política. Esta versión aguada de
Gramsci es posible porque los escritos de este desde la prisión eran dispersos
y, tomados aisladamente, resultaban a menudo ambiguos.
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Foto: Marnie Holborow |
Gramsci escribió sobre la guerra de posición a la luz de la
situación concreta a que se enfrentaban los revolucionarios a comienzos de la
década de 1920. Tras la derrota del movimiento obrero y ante el ascenso del
fascismo, algunos creyeron que los socialistas podían hacer la revolución por
su cuenta, sin arrastrar a sectores sociales más amplios. Gramsci era contrario
a este purismo político. La unidad de acción, así como el desafío político a
las ideas dominantes en todos los terrenos, eran vitales según él para ganar a
la mayoría para el socialismo. Las estrategias de la guerra de posición estaban
destinadas a reforzar políticamente al movimiento de cara a las grandes
confrontaciones futuras.
El problema es que muchos políticos de izquierda interpretan
los escritos de Gramsci sobre la guerra de posición como la “única”estrategia y
el punto de llegada. En la década de 1970, algunos partidos comunistas
entendieron que la estrategia de la hegemonía de Gramsci les autorizaba a
firmar pactos electorales con partidos de la derecha. El Partido Comunista de
España, bajo la dirección del eurocomunista Santiago Carrillo, empleó estos
argumentos para justificar el pacto de la Moncloa, un acuerdo entre partidos
que comportó medidas de austeridad y contención social para “gestionar la
transición” tras la muerte de Franco. De este modo, la “lucha por la hegemonía”
pasó a significar poco más que la participación en gobiernos e instituciones
del capitalismo.
Iglesias critica hoy esas estrategias del pasado, pero sigue
remitiéndose a Gramsci para justificar un desplazamiento al centro. Argumenta
que en las sociedades capitalistas modernas, la cultura y los relatos políticos
son los principales medios con los que el capitalismo asegura su hegemonía. Las
campañas electorales –que Iglesias denomina “la guerra de trincheras de los
tiempos modernos”– han de hablar el lenguaje del “centro del tablero político”,
creando un nuevo “sentido común” que rompa con el relato dominante de la “casta
política”. Así, Iglesias y su equipo asesor han propuesto eliminar del programa
de Podemos toda reivindicación y todo lenguaje que puedan “espantar a la
gente”. Por ejemplo, la renta básica universal, la reducción de la edad de
jubilación y el impago de la deuda ilegítima –sendas demandas del movimiento de
los indignados– han sido sustituidas por la “promoción de los derechos
laborales” y la “reestructuración de la deuda” que se pagará mediante el “fomento
de la demanda de consumo”. Estas propuestas no se desarrollan democráticamente
al calor de las luchas, como planteaba Gramsci, sino que las elaboran
“expertos” políticos que supuestamente conocen el grado de conciencia actual de
las masas.
El estado de ánimo imperante en el movimiento contra la
austeridad, como demostraron las elecciones locales y autonómicas del 24 de
mayo en España, es bastante más radical. Ada Colau, activista antidesahucios
que resultó elegida alcaldesa de Barcelona, ha prometido devolver el poder de
decisión en el municipio a la ciudadanía, acabar con los desahucios,
incrementar el parque de viviendas públicas y redistribuir la riqueza en la
ciudad. Podemos apoyó su candidatura, pero ella defendió claramente el
radicalismo del movimiento de los indignados, no una estrategia más suave de
tipo centrista.
La lucha por la hegemonía no concierne únicamente a las
representaciones de la realidad, sino que tiene lugar en el interior de fuerzas
sociales reales implicadas en una batalla en torno a los recursos y a quién
controla qué. Colau ganó porque expresó las necesidades del movimiento
antidesahucios y las preocupaciones de las personas que sufren la austeridad.
Como activista sobre el terreno, comprendió que su campaña electoral tenía que
ser la voz movilizadora del movimiento y tratar de extender su radicalismo, no
diluirlo. Esta es una lección que no deberían olvidar en el movimiento contra
la austeridad en Irlanda.
Gramsci dijo que la clase obrera encierra todo un abanico de
ideas políticas. Un conjunto es el aparente “sentido común” que nos inculcan el
Estado y los medios de comunicación y que a menudo aceptamos acríticamente.
Otro es lo que Gramsci llamaba el “buen sentido”, que se desarrolla en el curso
de las luchas y que representa nuestros intereses frente a aquellos que
controlan el sistema. Iglesias afirma, pese a que muchos miembros de Podemos no
están de acuerdo, que Gramsci nos enseña a adaptar nuestros programas políticos
al sentido común de la centralidad del tablero. Sin embargo, la mejor
estrategia que podemos adoptar de Gramsci consiste en extender y popularizar el
“buen sentido” que ha surgido a partir de las luchas contra la austeridad. Esto
es lo que implica la batalla por la hegemonía en la práctica, una estrategia
basada en la comprensión de que las elecciones deberían estar subordinadas a
las necesidades del movimiento, y no a la inversa.
Nota
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