► La realidad es como es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y poco simpáticos

Desde el Congreso de Livorno, el Partido Socialista se halla
integrado por 98.000 comunistas unitarios y 14.000 reformistas, es decir,
112.000 inscritos. Después de Livorno han entrado en el Partido por lo menos
15.000 nuevos miembros; si hoy los inscritos son 80.000 quiere decir que de los
112.000 votantes en Livorno, 47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con
los 15.000 nuevos constituyen los actuales efectivos de 80.000.
En el Congreso de Livorno los comunistas unitarios eran
98.000; la actual fracción maximalista unitaria continuadora de aquella
comunista unitaria, tendrá en el Consejo de Milán de 45 a 50.000 votos; está
claro que los 47.000 salidos del Partido Socialista después de Livorno son en
casi su totalidad comunistas unitarios.
La calidad de los actuales 80.000 inscritos puede
comprenderse a través de este pequeño razonamiento. El Partido Socialista
administra actualmente cerca de 2.000 comunas y 10.000 entre ligas, Cámaras de
trabajo, cooperativas y mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías
comunales y de los Consejos provinciales, es lícito calcular a una media de 16
consejeros por 2.000 comunas administradas en mayoría; esto es, resulta que un
partido de 80.000 inscritos cuenta con 32.000 consejeros comunales. Para las
10.000 organizaciones económicas no es exagerado calcular (también teniendo en
cuenta los cargos múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos
así un partido de 80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá
bien 32.000 funcionarios de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de
80.000 inscritos, 62.000 son miembros estrechamente ligados a una posición
económica o política, quedando solamente 18.000 miembros desinteresados.
Esta composición explica suficientemente cómo ocurre que el
Partido Socialista, aunque no representa ya las aspiraciones y los sentimientos
de las masas trabajadoras, continúa aparentemente siendo un partido de masas.
La historia está llena de fenómenos similares.
El reino de los Borbones en Nápoles era "negación de
Dios" hasta 1848; no obstante, subsistió hasta 1860 porque tenía un cuerpo
de funcionarios que estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860, el
Estado borbónico fue una pura y simple organización de funcionarios, sin
consenso en ninguna clase de la población, sin vida interior, sin un fin
histórico que justificase su existencia.
El imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y
putrefacto históricamente; tenía contra sí al proletariado industrial, los
campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la enorme
mayoría de la población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente
porque tenía una burocracia formidable, vivió solamente como organización de
funcionarios estatales, sin contenido ético, sin una misión de progreso civil
que le justificara la existencia.
El Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás
el más educativo, que ofrece la historia. Estaba dividido en razas enemigas
entre sí, como hoy son enemigas entre sí las diversas tendencias del Partido
Socialista, pero continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola
categoría de ciudadanos, la casta de los funcionarios.
En la política internacional, el Estado de los Borbones, el
imperio del zar, el imperio de los Habsburgo representaban todavía toda la
población y pretendían expresar su voluntad y sentimientos. También hoy el
Partido Socialista, organización de 62.000 funcionarios en la clase
trabajadora, pretende expresar su voluntad y sus sentimientos.
Esta composición del Partido Socialista justifica nuestro
escepticismo sobre el resultado del Congreso de Milán. Solamente entre 18.000
miembros desinteresados es posible que haya influido una discusión política;
los otros 62.000 razonan sólo desde el punto de vista de su empleo y de su
cargo. Una escisión a la derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos
municipales, una escisión entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de
mutualidades pondría en peligro la situación de cada uno; los 62.000 son, por
tanto, unitarios hasta el fondo, hasta la extrema vergüenza. Por tanto,
creíamos destinado al fracaso el intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una
aproximación a la Internacional Comunista; los tres pueden influir solamente en
18.000 de los 82.000 inscritos en el Partido Socialista; en la mejor de las
hipótesis podrían arrancar de este partido 10.000 miembros, ya la nueva
escisión no tendría ninguna importancia política.
La verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y
putrefacto; un partido obrero que de 80.000 miembros tiene 62.000 funcionarios
es solamente una excrecencia morbosa de la colectividad nacional. El fenómeno
es, sin embargo, rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es
cierto que el Partido Socialista, aunque muerto como conciencia política del
proletariado, sigue viviendo como aparato organizativo de las grandes masas,
ello indica la importancia considerable que en la civilización moderna tienen
los "funcionarios". Para el Partido Comunista, el problema de
convertirse en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del
gobierno revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de
interpretar fielmente las aspiraciones populares, significa también resolver la
cuestión de sustituir los funcionarios contrarrevolucionarios con funcionarios
comunistas; significa, por consiguiente, crear un cuerpo de funcionarios
comunistas, que, sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén
estrechamente disciplinados y subordinados al Congreso y al Comité Central del
Partido. De esta verdad, poco simpática aparentemente, deben convencerse
especialmente nuestros jóvenes; la realidad es como es, algo rebelde, y debe
dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y
poco simpáticos.
Este artículo fue publicado por
primera vez en L'Ordine Nuovo, el 5 de octubre de 1921.