► La apuesta por latino-americanizar Europa
► Nicos Poulantzas y el problema del Estado
► Nicos Poulantzas y el problema del Estado
Joan Miró Artigas | En
uno de los pasajes más discutidos de sus Cuadernos de Cárcel, Gramsci escribió:
‘‘En 1921 Vilich [Lenin], lidiando con
cuestiones organizativas, escribió y dijo (más o menos) esto: no hemos sido
capaces de traducir nuestro lenguaje al lenguaje europeo’’ (Gramsci, 1995:
306). Tal como Peter Ives (2006: 19) nos recuerda, Lenin no usó exactamente el
verbo “traducir” para criticar la resolución aprobada por el Tercer Congreso de
la Internacional sobre la cual Gramsci reflexionaba. Lenin de hecho escribió: “no hemos aprendido como comunicar nuestra
experiencia a los extranjeros”.
En cualquier caso, la introducción de la noción de
traducción por parte de Gramsci no es ni mucho menos gratuita. Con ella Gramsci
señalaba como durante los años veinte los recién creados partidos comunistas se
habían limitado a intentar copiar o reproducir el modelo revolucionario de los
bolcheviques, cuándo lo que de hecho hacía falta era traducirlo, modificarlo
para adaptarlo, a las condiciones de “Occidente”.
Es bien conocido que Gramsci se refirió más de una vez al
marxismo como “historicismo absoluto”. Lo que muchas veces se olvida, no
obstante, es como Gramsci no sólo enfatizó la especificidad histórica de las
relaciones sociales, sino también, aunque menos explícitamente, como estas son
siempre relaciones sensibles también a su localización en espacios y lugares
concretos (Jessop, 2008). En las reflexiones gramscianas sobre estrategia
política, la dimensión espacio-temporal de los fenómenos humanos siempre estuvo
presente. Por ejemplo, en contra la teoría de la revolución permanente de
Trotsky, la cual Gramsci definía como “cosmopolita,
esto es, superficialmente nacional y superficialmente Occidentalista”,
Gramsci oponía las “profundamente nacionales” reflexiones leninistas sobre el
frente único y la NEP (Gramsci, en Thomas, 2010: 149). En este sentido, Gramsci
acuñó el concepto de “guerra de posiciones”, como alternativa a la “guerra de
movimientos” en base a las distintas relaciones sociedad política-sociedad
civil en Oriente y Occidente:
“En Oriente el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas.” (1975: 94)
En Occidente, el Estado, el poder político, estaba acorazado
por un robusto conjunto de trincheras localizadas a lo largo de la sociedad
civil: escuelas, universidades, medios de comunicación, asociaciones cívicas,
sindicatos amarillos, etc. En Occidente, la estrategia para construir una nueva
hegemonía no pasaba por un rápido asalto a las instituciones estatales, sino
por la lenta y laboriosa tarea de construir un “sentido común” nuevo. En
Occidente, para derribar el bloque en el poder, hacía falta una “inaudita concentración de hegemonía”.
La dicotomización Occidente versus Oriente, pues, no era una
simple división geográfica como Anderson (1976) defendió en su día, sino
cualitativa, hecho que se reflejaba en las formulaciones estratégicas de
Gramsci. La ampliamente difundida idea en las fábricas turinesas de después de
la Primera Guerra Mundial, “tenemos que
hacer los mismo que en Rusia”, resultó problemática para Gramsci. Una revolución
no es nunca un evento monolítico que se pueda reproducir en sociedades
diferentes, sino que por el contrario, se trata de un concepto relacional y
dinámico que demanda ser entrelazado con el resto de elementos de una sociedad
para ser desarrollado (Ives, 2006).
Laclau y el
cambio político
Es bien sabida la influencia en la estrategia de Podemos de
la obra del teórico argentino Ernesto Laclau. Laclau, el teórico del populismo,
siempre pensó en términos latinoamericanos. Como señaló en una de sus últimas
entrevistas (Howarth, 2015), y en concordancia con su fervoroso peronismo, él
siempre desarrolló su arsenal teórico tomando como materia prima las luchas
políticas de la Argentina de los 60 y 70, y por extensión, el resto del
continente latinoamericano. Esto no equivale a decir que su teoría no puede ser
aplicada en otras partes del planeta (él de hecho escribió extendidamente sobre
fenómenos tan dispares como el kemalismo,
el titismo o la vía italiana al
socialismo), pero si a ser conscientes del necesario trabajo de traducción que
requiere el uso de las lentes laclaudianas para estudiar realidades políticas
por las cuáles no fueron pensadas.
La tesis populista de Laclau (2005) entiende que la
incubación y desarrollo de una ruptura populista pasa por tres fases. En un
primer ciclo, un régimen político dado entra en una fase de crisis orgánica,
esto es, pierde progresivamente su capacidad para representar el interés
general como consecuencia de su incapacidad para absorber algunas de las
demandas de los grupos subalternos a la vez que margina y/o reprime otras; para
Laclau, esta fase correspondió a la conocida como década perdida de Latino
América. En un segundo momento, estas situaciones de crisis llevan a la
proliferación de “movimientos horizontales de protesta” que ya no demandan nada
al régimen existente sino que directamente se oponen a él. Para Laclau (2006)
este era el caso de los piqueteros
argentinos, las guerras del Gas y el Agua en Bolivia o del caracazo venezolano de 1989. Para Iglesias y Errejón, este ere el
momento 15-M. Finalmente, en una tercera fase, este conjunto de demandas
insatisfechas, que de momento no se relacionaban entre sí, empiezan a
cristalizar en un conjunto de símbolos comunes, y sobre todo, alrededor de la
figura de un líder que las interpela por afuera del sistema político existente.
No hace falta decir que en la hipótesis Podemos este líder se trata del mismo
Iglesias. El nuevo líder será capaz de rearticular este campo político
desagregado en una identidad nueva, el pueblo, el cual aglutinará por oposición
al régimen existente el conjunto de demandas insatisfechas.
Como vemos, la precondición para la emergencia del populismo
es la existencia de “sociedades fragmentadas” (Errejón, 2014a) que posibiliten
la construcción de nuevas identidades. De hecho, como bien apunta Errejón
(2013) al analizar de manera comparada los procesos de cambio latinoamericano,
a mayor grado de derrumbe del sistema político, tejido comunitario e imaginario
social existente, mayor capacidad de radicalización han mostrado los proyectos
populistas. O siguiendo la visión sobre la agencia política de Laclau, el
sujeto consiste básicamente en el espacio dejado libre para la estructura
dislocada (1990).
La apuesta
por latino-americanizar Europa
La estrategia de Podemos pues, siempre ha pasado por la
idea, expresada originalmente por la otra fundadora del pos-marxismo junto con
Laclau, Chantal Mouffe, sobre la necesidad de “latinoamericanizar la política europea” (Lorca, 2012). Esto es,
asumir que el cambio social nacerá de una victoria electoral, la cual después
de conquistar el estado mayor, se lanzará a la ocupación del resto de
posiciones sociales. Dado la supuesta profundidad de la famosa crisis de
régimen, esta guerra de posiciones (un concepto que de por sí, en principio, se
corresponde a procesos sociales de largo recorrido) se librará en cuestión de
meses. “Tic-tac-tic-tac-tic-tac” dijo Iglesias, el cual también usó este
concepto gramsciano para teorizar sobre una simple campaña electoral (2015).
Pero como diría Marx, esta repetición supuestamente
bolivariana aparece cada día más como farsa. Hay muchos elementos que parecen
impugnar la hipótesis populista de Podemos, pero uno parece de especial
relevancia. En las pasadas elecciones andaluzas Podemos sacó un más que
aceptable resultado, sino fuera por las expectativas previamente generadas, al
recoger un poco menos del 15% de los votos. A su vez, IU sacó el casi el 7%. La
“izquierda” (perdón) pues recogió en Andalucía el pasado mes de marzo un poco más
del 20% de los votos. O lo que es la mismo, la famosa reorganización del
tablero político al margen del eje izquierda-derecha, más los votos de IU,
igualó el techo histórico de esta en las elecciones de 1994, esto es, el 20% de
los votos.
Quizás hoy una lectura gramsciana del escenario político
español sugeriría que este la sociedad civil, sus identidades y lealtades
políticas, el Estado en su sentido integral, etc. no son tan “gelatinosos” o
“fragmentados” como algunos pensaron. Quizás en una sociedad dónde toda la
población esta escolarizada, consume asiduamente medios de comunicación de
masas, tiene acceso a internet, etc. demanda una estrategia cualitativamente
diferente que en sociedades andinas dónde estos servicios estaban ausentes.
Quizás para cambiar las coses no basta con articular políticamente el
descontento y sentido común existente (Errejón en López, 2014), sino
profundizar en las brechas abiertas y tejer pacientemente un sentido común de
nuevo tipo.
Poulantzas y
el problema del Estado
En base a este análisis pues, el objetivo de la cúpula
dirigente de Podemos ha sido construir “una maquinaria de guerra electoral” (en
López, 2014). Si el orden social existente ya está derrumbándose por sí mismo;
si la gente ya apuesta por una ruptura con él (y si no, moderamos un poco el
grado de esta ruptura); si mediante una victoria electoral se pueden iniciar
cambios revolucionarios; el objetivo parece claro (y único): ganar las
elecciones.
Bajo esta concepción, acorde con Errejón, reside una lectura
del Estado basado en la obra de Poulantzas (o seguramente, más próximo a
Errejón, de García Linera, vicepresidente boliviano fuertemente influenciado
por el teórico griego). De acuerdo con esta visión, el Estado no es simplemente
un instrumento monolítico al servicio de la clase dominante, sino un campo de
lucha atravesado por contradicciones (García Linera, 2015). El estado no sería
pues un simple “comité ejecutivo” de la burguesía, sino una relación social que
cristaliza en forma institucional el conjunto de relaciones de fuerza de la
sociedad (Poulantzas, 2000). Así pues, una estrategia revolucionaria en el
capitalismo tardío no pasa por construir un contra-poder al margen del estado,
como se plantea por ejemplo en El Estado y la revolución, sino por trabajar en
el interior del Estado (Errejón, 2014b).
Pero como bien señala el mismo Poulantzas, esta segunda
concepción corre el riesgo de derivar en una estrategia puramente
socialdemócrata que sueña en el cambio social a través de la acumulación
indefinida de reformas (Weber, 2013: 5). Este sería el caso, por ejemplo, del
eurocomunismo ideado por Berlinguer. Pero esta de hecho constituye una
interpretación totalmente errónea del trabajo de Poulantzas. Tal como lo
expresó en su clásico Estado, Poder y Socialismo (2000), una proceso
revolucionario debe tomar siempre una doble perspectiva: por un lado, tomar
posiciones dentro del Estado, pero no con el solo objetivo de acumular
reformas, que también, sino con la misión de acentuar las contradicciones
internas del Estado, de polarizar sus cuadros y posiciones. Por el otro, y de
forma paralela, debe desarrollar una lucha fuera de las instituciones
estatales, una lucha capaz de construir un conjunto de redes y poderes
populares que de un lado apoyen la lucha en el interior del aparato estatal, y
del otro presionen a este en la dirección rupturista.
En esta última tarea quizás las izquierdas independentistas
vascas y catalanas, a las que Iglesias gusta tanto gusta aconsejar, pueden dar
alguna pista a Podemos. Ellas no cuentan con el soporte de la progresía de
medio mundo, ni con un ejército de catedráticos y fundaciones varias, ni
tampoco con acceso a los mass media de Madrid. Pero si de una cosa saben es de
trabajo de base, de tejer barrio a barrio, pueblo a pueblo, de manera humilde,
la “guerra de posiciones de largo recorrido” que Toggilati pensó para el
comunismo italiano.
Bibliografía
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Webber, H. (2013) “El
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