► Entrevista a Jon Beasley-Murray, autor del
importante y polémico ensayo ‘Poshegemonía’, sobre el concepto político de moda
en España gracias a Podemos: la "Hegemonía"
Amador
Fernández-Savater | Según Antonio Gramsci, el poder es un
centauro: mitad coerción, mitad legitimidad. El Estado mantiene su dominación
por medio del consenso de los dominados. Y sólo allí donde no se logra el
consenso, se recurre a la represión. El poder, por tanto, no sólo es un asunto
de fuerza, sino sobre todo de hegemonía: persuasión, convencimiento, creencia,
seducción. En este enfoque, la lucha ideológica se vuelve fundamental:
deslegitimar la explicación dominante del mundo, provocar su descrédito,
proponer una nueva explicación.
Hegemonía es hoy un concepto de moda en el debate político
contemporáneo. En España ha irrumpido de la mano del grupo fundador y dirigente
de Podemos. La lucha ideológica se desarrolla ahora en los platós de televisión
donde se produce la opinión pública. Se trata de arruinar la legitimidad del
relato que protegía al régimen del 78 y ofrecer una nueva explicación y un
nuevo pacto social que se gane el consenso de la “mayoría social”.
John Beasley-Murray ha dedicado el largo trabajo de
investigación culminado en su libro Poshegemonía
a cuestionar esta mirada sobre el orden social y esta comprensión
'discursivista' de la hegemonía, muy basada en la capacidad de articulación
comunicativa de los intelectuales. Y no sólo. A partir de un minucioso
acercamiento a los movimientos políticos latinoamericanos del siglo XX (el
peronismo, los movimientos de liberación nacional y las guerrillas, etc.), Poshegemonía propone también otra
lectura de lo que hace y deshace el orden de las cosas, de lo que sostiene la
dominación y de lo que anima la revuelta, convirtiéndose en una aportación
imprescindible a la discusión teórica que acompaña a las luchas contra el
neoliberalismo.
1- Pablo Iglesias decía el otro día, en un programa de La Tuerka dedicado a Podemos y el populismo, que “la ideología es el principal campo de batalla político”. Tú sin embargo lo ves muy diferente...
Jon Beasley-Murray. Sí, desde luego. Me parece que
esa idea (de que "la ideología es el principal campo de batalla") implica
que la tarea política más urgente es la de educar a la gente, mostrarles que
las cosas no son cómo aparecen. Por eso los proyectos de hegemonía son siempre
esencialmente proyectos pedagógicos y la teoría de la hegemonía otorga
tantísima importancia y centralidad a los intelectuales (algo muy visible en
Podemos). Es un error histórico de la izquierda occidental.
Más allá de la condescendencia implícita, lo que presupone
esta actitud es que lo que cuenta en el fondo es la opinión y el saber. Y yo
estoy más bien de acuerdo con lo que dice Slavoj Zizek: en general, la gente ya
sabe, sabe que el trabajo es una esclavitud, sabe que los políticos son unos
mentirosos y los banqueros unos ladrones, que el dinero es una mierda y los
ricos no lo son por una virtud propia, que la democracia liberal es un fraude y
que el estado reprime más que libera, etc. Todo eso es parte del sentido común
actual. Y aún así, cínicamente, actuamos como si estas ficciones fueran
verdaderas.
El cinismo actual puede haber roto con una complacencia y
credulidad previa, pero las cosas siguen más o menos igual. Lo cual sugiere que
la “lucha ideológica”, no sólo no tiene la centralidad que tenía antes, sino
que en realidad nunca la tuvo. La lucha por la hegemonía siempre funcionó como
una distracción o una cortina de humo que oscurecía poderes y luchas más
fundamentales.
2- Pero en el libro no sólo hay crítica de esta idea de hegemonía, sino la exposición de otra manera de entender los procesos políticos y vitales.
Jon Beasley-Murray. Sí, en el libro trato de esbozar otra teoría
para explicar, por un lado, la razón del orden social, es decir, por qué la
gente no se rebela cuando más esperamos que se rebele. Es una pregunta básica
de la teoría política, desde Étienne de la Boétie hasta Gilles Deleuze, pasando
por Spinoza o Wilhelm Reich: ¿por qué las masas desean su propia servidumbre y
represión?
Y, por otro lado, intento pensar también la otra cara de la
moneda: por qué la gente se rebela en un punto en el que ya no aguanta más. Mi
respuesta es que la política no tiene tanto que ver con la ideología, como con
la disposición de los cuerpos, su organización y potencias. Para entender esto,
propongo los conceptos de afecto, hábito y multitud.
Una política
de los cuerpos
3- ¿Podrías explicarlos brevemente?
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Jon Beasley-Murray ✆ Foto de Gabriel Lascu |
Jon Beasley-Murray. Un afecto es el índice de la potencia de un
cuerpo y del encuentro entre cuerpos. Cuanta más potencia tiene un cuerpo, más
afectividad tiene, es decir, más capacidad para afectar y ser afectado. A la vez,
los encuentros entre cuerpos se pueden dividir en buenos y malos encuentros:
los buenos son los que aumentan la potencia de un cuerpo y se caracterizan por
la producción de afectos positivos (como la alegría); los malos son los que
disminuyen la potencia de cuerpo y se distinguen por la presencia de afectos
negativos (como la tristeza). Aquí sigo a Spinoza y a los neo-spinozistas, como
Deleuze y Brian Massumi. Deleuze hace una distinción importante entre afecto y
emoción: mientras que el sentimiento es privado y personal, el afecto es una
intensidad impersonal, colectiva.
En segundo lugar, el hábito es un concepto que tomo de
Pierre Bourdieu. Podemos pensar los hábitos como “afectos congelados”. Son los
encuentros cotidianos, rutinarios, de los cuerpos, sobre los cuales ni siquiera
pensamos la mayor parte del tiempo, hasta el punto de que son casi
completamente inconscientes. Son disposiciones corporales e inconscientes.
Pero, a pesar o quizá gracias a esto, los hábitos tienen sus propias potencias.
Y podemos diferenciar también entre hábitos buenos (por ejemplo, los que ayudan
a constituir lo común, la comunidad) y hábitos malos (los auto-destructivos,
los que nos restan potencias). Por último, pienso la multitud (con Antonio
Negri) como el afecto en acción. Una red de cuerpos en conexión.
4- ¿Y qué consecuencias políticas se derivan del hecho de poner los afectos y los hábitos en el centro de atención?
Jon Beasley-Murray. En términos abstractos, pero al mismo tiempo
muy concretos y materiales, creo que debemos pensar la política, no tanto como
la misión de educar a los demás y explicarles cómo son las cosas, sino como el
arte de facilitar encuentros y formar hábitos que construyan cuerpos colectivos
más potentes (multitudes). De construir otras formas de sincronizar y orquestar
cuerpos y ritmos; otras lógicas prácticas y encarnadas. No nos conformamos al
capitalismo porque nos convenza una trama ideológica súper-coherente y
persuasiva, sino por los afectos y los hábitos (como el consumo, etc.).
5- Me parece que, frente a cierta “espiritualización” de la política, fruto de una teoría de la hegemonía de base muy discursiva, como afirman Verónica Gago, Diego Sztulwark y Diego Picotto, vuelves a situar el cuerpo en el centro de las preocupaciones por la transformación social, ¿es así? Un materialismo de los cuerpos frente a un idealismo de los significantes.
Jon Beasley-Murray. Sí, pero debo clarificar que por “cuerpo” no
quiero decir (simplemente) el cuerpo humano e individual. Un cuerpo puede ser
una parte del cuerpo humano (mano, puño, oreja, lengua), una combinación de
cuerpos humanos (grupo, familia, partido, muchedumbre), algo absolutamente no humano
(roca, zorro, tijeras, selva) y/o alguna combinación de humano y no humano
(empresa, tren, dispositivo).
6- Pero el cuerpo humano no es algo limpio y puro. Está educado, dañado... El racismo, por ejemplo, ¿lo podríamos pensar como un afecto? En ese caso, no se trata de una lucha entre los afectos y el poder, sino que hay buenos y malos afectos, ¿cómo distinguirlos?
Jon Beasley-Murray. Como las almas, sólo los cuerpos
platónicos son limpios y puros... y eso por no ser cuerpos reales, sino
ideales. Además, todo cuerpo está “dañado” en el sentido de que está abierto a
su alrededor, no tiene límites fijos ni bordes duros: su piel siempre puede ser
atravesada, siempre está ahí la posibilidad de la disolución, de perder una
parte... Este es el otro lado de la gran potencia que tienen los cuerpos: la
apertura siempre puede mostrarse o sentirse como herida, llaga, amputación.
Por supuesto que el racismo tiene que ver con los afectos y
los hábitos, aún con los afectos y los hábitos de los liberales biempensantes. Por
eso en el libro enfatizo que ninguno de estos términos tiene un valor
pre-establecido, sino que son todos ambivalentes. No hay que celebrar el afecto
(contra el sentimiento) o el hábito (contra la opinión), ni celebrar la
multitud (contra el pueblo). Existen afectos, hábitos y -también, a pesar de
Negri- multitudes malas, que nos dañan, que disminuyen nuestra potencia. La
alternativa nunca consiste en buscar la limpieza ni la pureza, porque son las
mismas propiedades que nos abren a los otros las que nos permiten dañarlos, son
las mismas propiedades que posibilitan la construcción de formas cooperativas
de vivir juntos las que nos permiten herir a los demás.
7- En las movilizaciones recientes en España (15M, mareas, etc), los afectos han sido un motor muy importante: la indignación, por ejemplo, o la alegría de estar juntos en las calles. Pero suele decirse que ese motor “no dura mucho”, que se necesita otra cosa, algo menos errático e inconstante, un suelo firme, etc. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo pueden sostenerse en el tiempo esas politizaciones existenciales y no simplemente discursivas o ideológicas?
Jon Beasley-Murray. Creo que todo empieza por el afecto: lo que se
siente. John
Holloway afirma que “todo empieza por el grito”. Pero de igual importancia
es la construcción de hábitos. O, mejor dicho, porque hábitos siempre hay, la
sustitución de unos hábitos por otros. Un afecto como la indignación puede
ayudar a la tarea de, primero, identificar y, segundo, romper con los hábitos
malos, los que tienden a disminuir la potencia de los cuerpos singulares y
colectivos. Pero el desafío es construir nuevos hábitos, nuevas formas estables
de lo común y la comunidad. No tanto un “suelo firme”, como modos y
herramientas de convivencia, que diría Iván Illich.
Es decir, lo primero es la línea de fuga, el momento en que
rechazamos un sistema que ya no se soporta ni se tolera. Pero la línea de fuga
es ambivalente: puede ser una línea de construcción o seguir una tendencia
autodestructiva. Nunca se sabe de antemano. Todo es cuestión de experimentación
y el gran valor de lo que ha estado pasando en España (pero también
Grecia y en muchos lugares de América Latina) es que se han constituido
laboratorios políticos de enorme potencia, vitalidad y diversidad. No siempre
han tenido buenos resultados (pienso en la deriva de la “primavera árabe”),
pero han supuesto una verdadera reinvención de prácticas y posibilidades
políticas, sociales, culturales.
Crítica de
Laclau y de la razón populista
8- Aprovechando el quiebre/desplazamiento del sentido común generado por el clima de las plazas 15M, en España aparece en cierto momento Podemos, con la intención de conquistar la opinión pública, los votos y el poder institucional. La cúpula dirigente habla en este sentido de “operación hegemónica” y se refiere a las teorías de Ernesto Laclau, el gran pensador del populismo, que le sirven de referencia. En tu libro eres muy crítico con Laclau. ¿Por qué? ¿Qué tipo de política organiza la “razón populista”?
Jon Beasley-Murray. La razón de ser del populismo es precisamente
construir un pueblo. Aunque las teorías liberales proyectan el pueblo como
antecedente, fuente y origen de la política, Ernesto Laclau reconoce que el
pueblo no está dado, sino que hay que construirlo. ¿Cómo? Enlazando las
demandas insatisfechas (“cadena de equivalencias”) en torno a un “significante
vacío” (que suele ser el nombre de un líder, como Perón) con vistas a la
conquista del Estado. Pero creo que se trata de una versión muy restringida de
la política, que niega otras muchas alternativas existentes, a mi juicio más
interesantes.
Mi crítica a Laclau es, muy resumidamente, que 1) reduce los
movimientos a “demandas” que se dirigen al Estado, en lugar de ver en ellos
instancias creadoras de nuevas realidades, valores y relaciones; 2) que hace de
la relación entre pueblo y Estado la relación fundamental de toda lucha
política, reificando y fetichizando así una instancia trascendente y separada
de poder como es el Estado, que a mi juicio es un pliegue y una limitación del
poder constituyente de la multitud; y que 3) coloca en el centro lo nacional,
cuando el desafío político más interesante (esbozado por los movimientos de las
plazas) sería inventar una nueva articulación entre los distintos niveles de la
vida terrestre (la especificidad de la plaza y el barrio, lo continental, lo
global).
Pueblo, demanda, Estado, nación: me parecen todos ellos
conceptos limitadores de las posibilidades que abren los movimientos más
recientes.
9- ¿Y cómo explicas entonces el éxito del populismo, a los dos lados del charco?
Jon Beasley-Murray. Uno de los problemas con la teoría de la
hegemonía en clave populista es que ac epta la auto-representación del
populismo sin cuestionarla. No problematiza la idea de que la fuerza del
populismo viene de la capacidad de articular equivalencias entre significantes
y así construir un significante (casi) vacío que reuniría una cantidad de
identidades y demandas particulares, formando con ellas un pueblo. ¡Yo no
acepto la explicación populista sobre el propio funcionamiento de los
movimientos populistas!
Una lectura más cuidadosa del fenómeno peronista, por
ejemplo, muestra que su éxito, cuando lo hubo, vino precisamente de su
capacidad para movilizar y desmovilizar cuerpos -en la plaza, en las urnas- y
de convertirse en hábito. Por eso el triunfo del populismo se expresa en esa
frase famosa tomada de un libro de Osvaldo Soriano: “Nunca me metí en política,
siempre fui peronista”.
Esto puede explicar la gran ansiedad del discurso populista
sobre la multitud: es la materia prima que se apropia y a la vez se niega. Es
la gran ansiedad del populismo argentino con respecto a la insurrección de
2001, es la gran ansiedad de los dirigentes de Podemos hacia el 15M.
Por cierto que ese mismo libro de Osvaldo Soriano (No habrá más penas ni olvido) muestra la
precariedad del triunfo populista: algo se le escapa siempre, su máquina de
captura no lo puede todo.
¿Qué puede
el lenguaje?
10- ¿El lenguaje es (o puede ser) cuerpo o cae siempre del lado de la representación y el discurso? ¿Cuál es (o podría ser) la potencia propiamente política del lenguaje?
Jon Beasley-Murray. Sí, una lectura equivocada de Poshegemonía
sostiene que digo que el lenguaje no cuenta. Pero es obvio que un discurso (en
el sentido de un discurso político, pero también de una conversación entre
amigos, un eslogan gritado en una manifestación, un libro leído en una
biblioteca, etc.) puede ser un acontecimiento y tocar los cuerpos.
Lo que yo creo -con Deleuze, Félix Guattari o Michel
Foucault- es que no se explica un texto a través de lo que representa o
significa, sino del modo en que funciona. Véase por ejemplo mi lectura en el
libro del famoso “Requerimiento” colonial, supuestamente una justificación del
derecho español en territorio americano, dirigido al indígena para informarlo y
educarlo, pero que tenía sus efectos principales en habituar y moldear los
cuerpos mismos de los conquistadores.
No entendemos mucho si nos fijamos sólo en lo que dice un
texto, lo más interesante está en otro lado o por debajo, en el discurso como
forma de organizar y sincronizar la intuición, el instinto y el afecto.
11- ¿Y qué valor le das a la explicación, a la pedagogía? Tu libro, por ejemplo, es una cierta explicación de cómo funcionan las cosas.
Jon Beasley-Murray. Precisamente por ser alguien cuya vocación y
oficio es enseñar, sé que no hay que poner mucha fe en el proceso de enseñanza.
Como dijo Freud, la pedagogía, por su propia naturaleza, es una de las
“profesiones imposibles”.
Para mí, está claro que la enseñanza y el aprendizaje
dependen muchísimo de los afectos: desde la humillación ritual de estudiante
que carece de “capital cultural” hasta las posibilidades de transformación que
promete el profesor apasionado. Pensemos en las representaciones icónicas de la
enseñanza, como La plenitud de la señorita Brodie o El club de los poetas
muertos: lo que funciona ahí no tiene que ver con la explicación, sino con otro
tipo de cosas. Mi libro intenta explicar algunos procesos tal y como yo los
veo, pero no trato de convencer a nadie de nada. Más bien preferiría inspirar a
algunos a formular su propia versión de la poshegemonía.
El lado
oscuro de la fuerza (creadora)
12- Los movimientos políticos que te interesan son “enigmáticos, invisibles, misteriosos y fuera de lugar”. No representan ni se dejan representar. Funcionan de alguna manera como los propios afectos: opacos y sin discurso articulado, sin demanda ni proyecto. Pero ese tipo de fuerza, ¿puede ser algo más que destituyente? ¿Puede convertirse también en un poder constituyente, creador de instituciones que organicen nuestra vida cotidiana?
Jon Beasley-Murray. ¡Son muchos los movimientos políticos que me
interesan! O, en otras palabras, son muchos (¿todos?) los que tienen su costado
enigmático, invisible, misterioso y fuera de lugar. Para mí, no se trata de
escoger los movimientos que te gustan y apostar todo en ellos, como si se
tratase de una carrera de caballos. Los movimientos son procesos de
experimentación y los resultados nunca se pueden predecir ¡ni prevenir! Esa
experimentación sin garantías es la esencia de la política, de otro modo no
estamos hablando de política, sino de implementación de planes técnicos. En
cada caso, en cada momento, está presente la posibilidad de ambivalencia, de
error, de desastre.
No vamos a ninguna parte sin reconocer esa opacidad
inherente e inevitable de la política. Mejor afirmarla que negarla o intentar
eliminarla. Sobre todo, porque es desde ese lado oscuro que emerge cualquier
posibilidad de lo nuevo, de la creación. Así que lo veo todo al revés de como
lo plantea tu pregunta: lo que es claro, visible, ordenado, previsible y
cognoscible me parece que nunca puede ser constituyente, porque (para bien o
para mal) es pura repetición de lo mismo.
Pero bueno, algo que aprendemos del hábito es que la
repetición de lo mismo es otra ilusión: aún dentro de las repeticiones más
regulares, algo se escapa, entra siempre la opacidad y el enigma. Y es por esto
que debemos atender a estos momentos, de desviación y deriva, por sutiles y
(casi) invisibles que sean.
13- Si no es la toma del poder, ¿qué sería un éxito, un logro, una victoria para los movimientos que te interesan?
Jon Beasley-Murray. La creatividad, la creación, la invención de
nuevas formas de vivir; la expansión de lo común, de la comunidad. Un éxito
nunca acabado, por supuesto; una victoria siempre por venir. O, en palabras del
marqués de Sade, supuestamente en reacción a la Revolución Francesa: encore un
effort si vous voulez être vraiment républicains! (todavía un esfuerzo si
queréis ser verdaderamente republicanos)
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