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Pepe Mujica
✆ Jaime Suárez |
Esteban Valenti |
La derecha más lúcida realizó una lectura, un balance de los resultados
electorales de octubre-noviembre del 2014 que incluía una visión sobre los
cambios culturales que se habían producido en la sociedad uruguaya. No hay duda
que la sola consolidación de un porcentaje muy alto de votantes y adherentes al
Frente Amplio a nivel de todo el territorio nacional es un cambio cultural,
además de político. Siguiendo a Gramsci lo peor que podemos hacer es simplificar
los hechos, los procesos para hacerlos supuestamente más comprensibles. Eso, es
indigno de la izquierda.
Cualquier análisis debe partir de su horizonte, de adonde
pretende llegar, no es simplemente la descripción de la realidad. Yo considero
que el cambio más importante que debe producir la izquierda uruguaya en este
tercer gobierno, tiene que ver con los cambios culturales y en la
superestructura, como parte de los cambios radicales en la estructura económica
y de relaciones sociales en el país.
El determinismo económico ha sido la mayor bastardización de
la teoría de Marx y una de las bases de los mayores fracasos de la izquierda en
el mundo. Como cualquier lector atento de los Cuadernos sabe perfectamente que
el núcleo del pensamiento de Antonio Gramsci, consiste en el examen de las
relaciones recíprocas entre la estructura y la superestructura de la sociedad,
analizadas con sentido creador y libre de las incrustaciones positivistas y del
determinismo económico por el cual el socialismo es un acto necesario y
espontáneo resultado de la decadencia del capitalismo.
La batalla cultural parte de la base de la centralidad de la
política, como lucha explícita por el poder, pero también como elaboración
conceptual sobre el funcionamiento de la economía, de las relaciones sociales,
de la sociedad civil, de la cultura y de las instituciones.
La batalla cultural, no es un lujo, es parte central de la
lucha política por cambiar, hacer más justas las relaciones sociales, la
distribución de la riqueza, el acceso a los derechos y las libertades y avanzar
hacia formas superior de organización social. Y sus objetivos corresponden a
las diferentes etapas de una sociedad.
En el año 2005, cuando asumimos el primer gobierno, con el
país que salía de una de las peores crisis de su historia, la teoría y la práctica,
la elaboración conceptual y la política desde el gobierno y desde el FA tenía
un conjunto de prioridades también culturales.
La derecha nos acusa insistentemente de tener una visión
"fundacional" y en realidad fue totalmente diferente nuestra tarea y
nuestro horizonte, quisimos recuperar la identidad de una nación con porvenir,
con metas, con un proyecto propio y no como juguete de las corrientes ventosas
externas y lo hicimos apelando a la propia historia del Uruguay, incluyendo la
historia de los partidos fundacionales que habían dejado por el camino sus
propias identidades y proyectos, en particular el batllismo y el nacionalismo
popular.
La gran batalla cultural que fuimos ganando en el debate y
sobre todo en los hechos fue la recuperación por parte de los uruguayos de la
confianza en su propio destino, en su propio país. Hoy ese es un capital
fundamental para cualquier Proyecto Nacional. Pero ya estamos en otra época, ya
no es suficiente.
Hay una relación indisoluble entre los nuevos objetivos de
desarrollo, de crecimiento productivo, de avance social y los cambios
culturales y supraestructurales necesarios, imprescindibles.
La "batalla cultural", considerada en general es
que se lleva adelante para configurar el "sentido común" (gramsciano)
de la sociedad. Este "sentido común" no refiere a lo que suele
considerarse como conocimiento innato o autoevidente, sino que designa una
serie de concepciones genéricas históricamente construidas. Antonio Gramsci lo
definió con claridad: "El sentido común es la filosofía de los no
filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los
diversos ambientes sociales y culturales en los que se desarrolla la
individualidad moral del hombre medio". El "sentido común" de
Gramsci es el "clima de opinión" de Friedrich Hayek, es decir,
"un conjunto de preconcepciones muy generales" sobre la existencia.
En el "sentido común" se expresa la hegemonía,
función que Gramsci atribuía a la "sociedad civil", vale decir, al
conjunto de organismos de naturaleza no coercitiva que se sumergen en la
batalla por la dirección intelectual y moral de la sociedad.
En la batalla cultural por la confianza nacional, por un
nuevo optimismo nacional un papel fundamental lo jugó el empleo, el trabajo, el
crecimiento y la calificación de la masa de trabajadores. Eso hoy es totalmente
insuficiente, se necesita un cambio cultural profundo en el mundo del trabajo y
de los trabajadores en particular. Los trabajadores han conquistado nuevos
derechos, nuevas protecciones sociales, mejores salarios y jubilaciones, ¿Y
ahora?
Simplemente sumando porcentajes de aumentos o nuevas leyes
sociales no se asegura el avance, hace falta un salto de calidad en el peso del
mundo de los trabajadores materiales e intelectuales, de la ciudad y del campo
en la sociedad civil, en la resolución y participación en las batallas contra
la violencia a todos los niveles, por los valores de la convivencia y la
tolerancia, por nuevos derechos asociativos para el acceso a la vivienda y por
nuevas formas de producción asociativa y cooperativa.
Y para mezclarse con el mundanal ruido hay que asumir que
ciertas concepciones totalmente reivindicativas y nada más, que se han agotado
en un economicismo a ultranza, a nivel general y en particular en sectores muy
sensibles como la educación no ayudan a que esta batalla tenga la profundidad y
la épica necesaria. Y esta es responsabilidad de todos, no solo de los
intelectuales sindicales, pero en primer lugar de ellos.
La educación, en el sentido más amplio del concepto, el acceso
a la cultura debe formar parte de uno de los centros vitales de la batalla del
bloque histórico de los cambios, porque puede ser plataforma para más profundos
avances o freno y retroceso para el conjunto de la sociedad uruguaya.
No es un tema sindical o empresarial, o de determinadas
organizaciones es una responsabilidad del conjunto de las fuerzas políticas e
ideológicas del cambio y de la izquierda. Es una batalla en la opinión pública,
en las instituciones, en la academia, entre los trabajadores e intelectuales y
en el vasto mundo de la cultura.
Esa batalla cultural tuvo además otro aspecto central que
impactó directamente en nuestra propia identidad: la lucha por la democracia.
La promoción de la verdad y la justicia y de los derechos humanos fue y sigue
siendo uno de los factores centrales de los cambios positivos que se han
producido en la sociedad uruguaya e incluso en la izquierda uruguaya.
¿No notamos que hoy el concepto vívido de democracia se
afianzó en el Uruguay, tanto como relato sobre el pasado reciente y sus
tragedias y oscuridades como su evolución permanente y su consolidación? En el
sentido común nacional y popular la fuerza actual de las ideas democráticas es
muy superior al pasado y eso incluye a la izquierda en su conjunto como actores,
como sujetos y como receptores.
La estructura y superestructura forman un bloque histórico
que se constituye como reflejo del conjunto de las relaciones sociales de
producción existentes. En este sentido, un grupo hegemónico es aquel que
representa los intereses políticos del conjunto de grupos que dirige. La
estructura, por consiguiente, es concebida como un conjunto de relaciones
sociales en un determinado período histórico que marca el campo posible de un
movimiento social.
Para Gramsci "el estado es hegemónico, es el producto
de determinadas relaciones sociales, el complejo de actividades con las cuales
las clases dirigentes justifican y mantienen su dominio y logran obtener el
consenso activo de sus gobernados. Las instituciones son el escenario de la
lucha política de clases".
Un estado es fuerte en la medida en que la clase dominante
logra despojarse de sus intereses corporativos e incorpora los intereses de
otros sectores dominados. Las crisis en Gramsci surge cuando entra en crisis la
capacidad de sumar, agregar, incluir - procesándolos - el mayor número de
intereses al bloque hegemónico. La crisis es siempre crisis entre
representantes y representados. A la vez nunca una crisis es una vuelta al
pasado. Gramsci concentra su interés en el modo en que el Estado se
recompone en situaciones de crisis.
Gramsci toma los conceptos de estructura y superestructura
del marxismo pero de una manera creativa, nueva. La estructura consiste en el
conjunto de relaciones económicas existentes, esto según los marxistas
anteriores a Gramsci el cambio en la estructura determinaría el cambio de la
superestructura (la cultura , las instituciones, la concepción del mundo, etc)
La sociedad política está formada por el estado y sus
órganos por lo tanto el factor coercitivo es fundamental mientras que la
sociedad civil al ser todas las organizaciones de la sociedad que se hallan
institucionalizadas pero que no incluyen al Estado (empresas, asociaciones
civiles, sindicatos, cooperativas, etc.). Ambas sociedad civil y política
forman parte de la superestructura.
Un cambio mucho más profundo en la educación, en el clima de
convivencia, en el combate a la violencia en todas sus formas, en el nivel
cultural y artístico de nuestra sociedad ya no se resuelve solo con más
recursos, más estado, más normas e instituciones estatales, requiere de un
cambio más profundo en el sentido común nacional y popular. Un cambio cultural,
en la hegemonía.
Estos cambios no se decretan, no se legislan, no se imponen,
requieren una fuerza política y una sociedad civil que debaten y construyen un
nuevo pensamiento dominante. Y esa es una gran obra intelectual, cultural y
política que estamos lejos de haber discutido y de disponernos a emprender a
partir de la situación actual del FA y sus problemas orgánicos y estructurales.
El ejercicio del poder ha instalado el tema de los cargos en
la izquierda casi como un eje fundamental, lo demuestra incluso el debate y los
mordiscos sobre cargos departamentales en Montevideo, incluso sobre suplentes,
por encima de cualquier discusión programática. En realidad la obsesión sobre
los cargos es un tema que asume ya carácter ideológico.
La simplificación del tabernero que quiere vender agua por
tannat porque es más simple, tiende a reducir todo a los aspectos programáticos
del gobierno, cuando en realidad esa es hoy solo una parte y es imprescindible
la acción desde el Frente y desde la sociedad civil. Incluso los cambios
institucionales o constitucionales, no pueden substituir este frente
fundamental para el avance y la profundización de los cambios.
Incluso con un gobierno exitoso en sus resultados económicos
y sociales, la nueva etapa, el tercer gobierno de la izquierda reclama una
profunda acción política a nivel de todo el país y con una amplia participación
popular e intelectual.
¿Podemos garantizar que tendremos buenos resultados en el
gobierno? Si, lo hemos demostrado y tenemos las condiciones. ¿Podemos asegurar
esta ofensiva permanente y profunda del bloque histórico de los cambios
progresistas? No, y estamos bastante lejos, incluso de su discusión.