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✆ Ilustración: Pierluigi Longo |
Verónica Gago, Diego
Sztulwark & Diego Picotto | En momentos
en los que el gobierno nacional choca contra los mecanismos más reaccionarios
de la governance global1 y en España se activa la esperanza en torno a las
posibilidades políticas de “Podemos”2, el ejercicio de problematizar el esquema
político-discursivo que Ernesto Laclau llamó “populista”, y que sustenta en alguna
medida a ambas experiencias, puede parecer inoportuno. Pero quizás sea al
revés: en la medida en que actúa como base conceptual de una comunicación entre
la situación de Sudamérica y el sur de Europa, este modo de concebir lo
político adquiere un nuevo interés y ofrece más aspectos a la discusión. Sobre
todo, porque el contraste no es sólo geográfico. Juega un papel productivo, también, el destiempo:
si de este lado del Atlántico ya tenemos mucho material para el balance y
discutir a Laclau puede sonar a cierre, del otro, la irrupción de ese incipiente
“monstruo”3 que
es Podemos nos coloca más ante una pregunta abierta.
La
preocupación central respecto de las políticas autodenominadas “populistas” es
que, nacidas de la insatisfacción y de la rebelión contra el neoliberalismo, y
habiendo ensanchado derechos sociales, acaban organizando las expectativas
políticas en torno a la capacidad de recrear “soberanías novedosas”, per perdiendo
de vista el mapa de posibles que contienen las luchas sociales (en particular,
las figuras del desacato y de la inteligencia colectiva que aparecen en las
crisis, como en el 2001 argentino o 15-M español, etc.). Este “borramiento” es
simultáneo con la instauración de un puñado de significantes destinados a
ocupar el lugar del origen o la fundación.