► Gramsci distinguía entre los partidos-institución
y el partido orgánico
►Los procesos de ruptura y de restauración están siempre
presentes y nada garantiza el triunfo futuro de los partidos, según Gramsci
Manolo Monereo |
Que se está construyendo acelerada y sistemáticamente el partido
antiPodemos no hay ninguna duda. Basta mirar los medios de comunicación y se
verá con mucha claridad que todo está ya permitido. Se trata de confundir,
desviar y convertir a esta fuerza política en algo contrario a lo que es. La
idea que hay detrás es simple: todos somos iguales, es decir, todos robamos,
nos aprovechamos de los bienes públicos y nos corrompemos en el ejercicio de nuestras
responsabilidades. El asunto es tan evidente que se persigue y se pone bajo
sospecha a otras personas que, estando en IU, defienden la convergencia con
Podemos. Los casos de Tania Sánchez y Alberto Garzón son muy conocidos.
Lo que hay es que los partidos y las fuerzas del sistema
intentan liquidar a aquellos que los ponen en cuestión. Aquí aparece una idea
que tiene mucho que ver con la concepción del Partido que tenía Antonio Gramsci.
Como es conocido, el comunista sardo distinguía entre los partidos-institución
y el partido orgánico.
Los “partidos-institución” son los que conocemos, los que se presentan a las elecciones, los que escenifican “terribles” debates y acusaciones tremebundas. Me refiero al PSOE y al Partido Popular [de Rajoy]. Son los partidos del régimen (junto con los partidos de la burguesía vasca y catalana), son partidos que están de acuerdo en lo fundamental y divergen en lo accesorio. Ellos llaman a lo fundamental “cuestiones de Estado” que van desde la Monarquía hasta la OTAN, pasando por los tratados de la Unión Europea y terminando por el TTIP en negociación secreta.
Los “partidos-institución” son los que conocemos, los que se presentan a las elecciones, los que escenifican “terribles” debates y acusaciones tremebundas. Me refiero al PSOE y al Partido Popular [de Rajoy]. Son los partidos del régimen (junto con los partidos de la burguesía vasca y catalana), son partidos que están de acuerdo en lo fundamental y divergen en lo accesorio. Ellos llaman a lo fundamental “cuestiones de Estado” que van desde la Monarquía hasta la OTAN, pasando por los tratados de la Unión Europea y terminando por el TTIP en negociación secreta.
Desde el punto de vista de Gramsci estos serían el partido
orgánico del régimen, es decir, las fuerzas fundamentales que hacen posible el
dominio de las clases económicamente dominantes. El Estado, su autonomía
relativa, permite organizar a las clases dirigentes y obtener el consenso de
las clases subalternas. Cuando llegan las crisis, como ahora, esa autonomía
relativa se hace mucho más estrecha y es fácil percibir que, tanto el Estado
como los partidos dominantes sirven abiertamente a los intereses de los grupos
de poder económicos. Para entender bien lo que acabo de decir (lo he señalado
varias veces en este año) es preciso señalar que, muchas veces, el PSOE ha sido
más eficaz para esta tarea que el PP.
Para entender lo que Gramsci quería decir es necesario
subrayar que el partido orgánico del régimen incluía muchas veces un “estado
mayor” que no necesariamente formaba parte del partido institución, y que podía
ser un periódico, medios de comunicación, instituciones religiosas y demás
fuerzas no formales, jurídicamente independientes pero que mantenían y
desarrollaban el régimen político existente. En el centro de todo ello estaban
los intelectuales “orgánicos” que aseguraban la hegemonía de las clases
dirigentes, sin olvidar a las fuerzas del orden que siempre son la garantía
última del poder.
Es útil manejar la “caja de herramientas“ del conocido
comunista italiano para analizar en toda su complejidad la crisis del régimen
que hoy estamos viviendo en nuestro país. Si las cosas las vemos desde abajo,
desde los hombres y mujeres comunes, nos daremos cuenta hasta qué punto la
emergencia de Podemos cambia el campo de la política. Crisis de régimen y
emergencia de Podemos están íntimamente relacionados, sabiendo, Gramsci aquí de
nuevo es necesario, que los procesos de ruptura y de restauración están siempre
presentes y que nada garantiza el triunfo futuro. Transformación y
transformismo son dos modos de ver la alternativa a la que antes se ha hecho referencia.
Lo primero fue una masa difusa, heterogénea y contradictoria
disponible para la acción política; en segundo lugar, un grupo dirigente que
con audacia intenta representar a este amplio sector social; y ahora lo que se
vive es el proceso contradictorio y conflictual de construcción de una fuerza
política con voluntad de alternativa de gobierno, de régimen y de sociedad.
Algo que no es nada fácil, como se puede entender.
Aquí es donde juega su papel el partido orgánico. Más allá
de la natural competencia entre partidos, parece evidente que el actual Podemos
ni política, ni organizativa, ni programáticamente tiene la fuerza suficiente
para emprender esta tarea en solitario. Los riesgos de restauración o de
cooptación por el sistema no dependen solo de la buena o mala voluntad del
equipo dirigente sino de la correlación real de fuerzas político sociales en un
contexto, hay que subrayarlo, dominado por la Europa alemana del euro.
Quizá, para comprender cabalmente lo que se acaba de decir,
deberíamos plantearnos cual es la tarea común para la que, tanto Podemos como
IU, están comprometidos. El núcleo de unidad o de convergencia no es otro que
el siguiente: conquistar el gobierno para, desde ahí, abrir un proceso
constituyente para un nuevo régimen político democrático en nuestro país. La
tarea es inmensa y tendrá enfrente a los poderes reales internos y externos.
Habría que ir más lejos. El margen de autonomía real de un gobierno Podemos-IU
no sería demasiado grande. Como se verá en Grecia tras llegar al gobierno
Syriza, los tratados de la Unión nos convierten en un protectorado de la Europa
alemana, es decir, la tarea más complicada es mantenerse en el gobierno y ganar
día a día autonomía para hacer políticas democrático-populares.
El proceso constituyente es la pieza clave. ¿Por qué? Porque
para conseguir nuevos instrumentos, nuevas instituciones y nuevas formas de
participación desde abajo, se requiere una nueva legitimidad que genere una
nueva legalidad que permita realizar los cambios sustanciales. Sin esto, como
antes se indicó, lo que se puede hacer desde un gobierno de unidad popular no
es demasiado y, además, puede frustrar las esperanzas de los ciudadanos y
ciudadanas. Se podría decir, cosa que es cierta, que para esto hace falta la
solidaridad de otros países del sur y el compromiso de la izquierda europea.
Pero, al final, es aquí y desde aquí desde donde se deben operar los cambios y
eso obliga, de una u otra forma, a abrir un proceso constituyente en el país.
Esta tarea exigirá una enorme movilización social y un
compromiso político de una parte sustancial de la ciudadanía. Aquí hay un
problema no pequeño. Parecería que con la alternativa electoral de Podemos el
movimiento social se ha paralizado y que, razonablemente, la opción ya es sólo
político-institucional. Esto tiene riesgos serios. Una estrategia nacional
popular debe de tener en su centro una alianza de clases amplia y, sobre todo,
una enorme capacidad de movilización social. En definitiva, sin un contrapoder
social y cultural que apoye a un gobierno democrático en nuestro país no parece
que los cambios que las poblaciones exigen se puedan realizar.
Conviene ahora volver al partido orgánico. Para realizar,
hablando con rigor, la revolución democrática que este país necesita, Podemos e
IU son insuficientes, necesitamos mucha más fuerza organizada, más capacidad de
alternativa y una presión social sostenida en el tiempo. Por eso, deberíamos de
abrir en el conjunto de la izquierda y más allá un debate sobre la estrategia a
seguir, las alianzas a organizar y las propuestas a realizar en una sociedad y
en un mundo que cambia aceleradamente. Expreso mi convicción de que en esta
batalla estratégica es decisivo ganarse a la clase obrera organizada, a los
trabajadores y trabajadoras: lo nacional popular, a medio o largo plazo,
exigirá un protagonismo de clase.
Se trata, una vez más, de pensar en grande y de no dejarse
tentar por un electoralismo fácil o, lo que sería peor, terminar en el bloque
antiPodemos. Nuestra gente necesita unidad para avanzar, una mayoría social muy
amplia y una enorme capacidad para despertar ilusión y generar esperanza.
Debemos convertir el sentido de la vida y el horizonte de sentidos de la gente
común en fuerza operativa y actuante. Necesitamos liderazgos fuertes que
inviten a la auto organización y no solo a la delegación como una fuerza
partidaria de masas y movimientos sociales capaces de mantener y defender un
proyecto común.
En definitiva, se trata de construir el partido orgánico de
la revolución democrática que suponga un nuevo equipo dirigente en el país al
servicio de una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales comprometidos
con la emancipación social. A esto se le ha llamado en España siempre
república. Cada vez más, esto depende de nosotros, de las personas que creen
que se puede transformar la sociedad y convertir nuestras creencias y valores
en fuerza y programa político. Nada que perder, todo que ganar.
Manolo Monereo es politólogo y
miembro del Consejo Político Federal de Izquierda Unida