Ana Moreno
Soriano | Buscaba otro libro en la estantería,
pero encontré El árbol del erizo, de
Antonio Gramsci. Lo había leído hace años, pero no me resistí a hojearlo de
nuevo y, antes de darme cuenta, me había acomodado en un rincón del salón y
estaba releyendo los cuentos y las cartas de Gramsci, las reflexiones de uno de
los más importantes pensadores europeos, uno de los más grandes políticos de
todos los tiempos.
Había nacido en Ales, en la provincia de Cagliari (Italia) en el año mil ochocientos noventa y uno; estudió en Cerdeña y en mil novecientos once obtuvo una beca para la Universidad de Turín. Allí entró en contacto con la prensa socialista, fue redactor del periódico Avanti! y, más tarde, fundó con Togliatti y otros compañeros, la revista L'Ordine Nuovo. Fue uno de los fundadores, en el año mil novecientos veintiuno, del Partido Comunista Italiano, del que sería secretario general en 1924.
También fue elegido diputado, pero la legislación especial que promulgó el gobierno fascista de Mussolini, en el año mil novecientos veintiséis, disolvió el parlamento y todas las organizaciones de la oposición y Antonio Gramsci fue detenido y encarcelado. En el juicio, celebrado en mil novecientos veintiocho, fue condenado a veinte años de cárcel porque, en palabras del fiscal, había que impedir que aquel cerebro funcionara durante veinte años. Gramsci no permaneció veinte años en prisión, murió en mil novecientos treinta y siete, a los cuarenta y seis años, pero su cerebro no dejó de funcionar y sus ideas traspasaron los muros de la cárcel para alumbrar y fortalecer la lucha de millones de obreros en todo el mundo pues, aunque había escrito mucho antes de ser encarcelado, son precisamente sus Cartas y sus Cuadernos de la cárcel, su obra más valiosa.
Había nacido en Ales, en la provincia de Cagliari (Italia) en el año mil ochocientos noventa y uno; estudió en Cerdeña y en mil novecientos once obtuvo una beca para la Universidad de Turín. Allí entró en contacto con la prensa socialista, fue redactor del periódico Avanti! y, más tarde, fundó con Togliatti y otros compañeros, la revista L'Ordine Nuovo. Fue uno de los fundadores, en el año mil novecientos veintiuno, del Partido Comunista Italiano, del que sería secretario general en 1924.
También fue elegido diputado, pero la legislación especial que promulgó el gobierno fascista de Mussolini, en el año mil novecientos veintiséis, disolvió el parlamento y todas las organizaciones de la oposición y Antonio Gramsci fue detenido y encarcelado. En el juicio, celebrado en mil novecientos veintiocho, fue condenado a veinte años de cárcel porque, en palabras del fiscal, había que impedir que aquel cerebro funcionara durante veinte años. Gramsci no permaneció veinte años en prisión, murió en mil novecientos treinta y siete, a los cuarenta y seis años, pero su cerebro no dejó de funcionar y sus ideas traspasaron los muros de la cárcel para alumbrar y fortalecer la lucha de millones de obreros en todo el mundo pues, aunque había escrito mucho antes de ser encarcelado, son precisamente sus Cartas y sus Cuadernos de la cárcel, su obra más valiosa.
El árbol del erizo
contiene sesenta cartas que Gramsci escribe a su esposa, Giulia, a sus hijos,
Delio y Giuliano, a sus hermanas Tania y Teresina, a su madre, a quien dedica
la última de ellas que lleva por título El paraíso de la madre. En estas
cartas, Gramsci expone sus ideas que tomaban a veces la forma de un cuento que
él hubiera querido contar a sus hijos, como El ratón y la montaña, donde
explica que existe un vínculo entre todas las cosas de la naturaleza y que hay
que buscar constantemente la causa y el núcleo de los problemas para actuar
sobre ellos, para proponer salidas, para transformar la realidad o El cerebro
del avestruz, donde propugna que el ser humano puede convertir los cambios
cuantitativos en cambios cualitativos.
Y viene a cuento este libro porque estamos en Navidad y la
carta cincuenta y siete, dirigida a su madre, se titula Quinta Navidad: después
del saludo cariñoso -queridísima mamá- le dice sencillamente que lleva cinco
navidades privado de libertad, la primera, en mil novecientos veintiséis
desterrado en Ustica y las cuatro siguientes, encarcelado. Pero, a pesar de
eso, dice Gramsci, no le ha abandonado la serenidad y cree que se ha hecho más
sabio y se ha enriquecido con nuevas experiencias. Ha envejecido cuatro años,
pero no se siente viejo porque no ha perdido el gusto por la vida, porque tiene
metas y proyectos y no ha empezado a tener miedo a la muerte En la carta
siguiente, Pan de casa, agradece a su hermana que le hayan enviado el pan de
maíz sardo para comerlo en Navidad y hay una gran ternura y una gran fortaleza
en cada una de las palabras que dedica a sus seres queridos. Hoy, cuando las
luces y la música invaden nuestras ciudades, hay muchas personas, como Gramsci
hace ochenta años, que también pasarán la Navidad lejos de su familia, que
añorarán el calor y el pan del hogar; que estarán solas deambulando por calles
frías y decoradas con bolas de colores o mirando con tristeza un programa de
televisión que siempre es el mismo. Pero para ellas también será Navidad si,
como Gramsci, mantienen la esperanza y no dejan que les arrebaten el gusto por
la vida.