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Antonio Gramsci
✆ David Levine |
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Max
Weber
✆ David Levine |
Mabel Thwaites Rey | Los conceptos de legitimidad y hegemonía, centrales
en el análisis político contemporáneo, remiten a la cuestión clásica de los
modos en que se fundamenta el poder político, es decir, cómo se justifica la
dominación para obtener cierto consenso en los dominados y, simultáneamente,
cómo se puede pensar la transformación social.
Bobbio (1985) señala que es un principio general de la
filosofía moral que lo que tiene necesidad de ser justificado es la mala
conducta, no la buena. Por eso el poder requiere justificación y sólo la
justificación, cualquiera que ésta sea, puede hacer del poder de mandar un
derecho y de la obediencia un deber, lo que equivale a transformar una relación
de mera fuerza en una relación jurídica.
Surge así una pregunta clave: ¿cuál es la razón última por la que en las sociedades hay gobernantes y gobernados, estableciéndose el vínculo entre ambos no como mera relación de hecho, sino como relación entre el derecho de los primeros a mandar y el deber de los segundos a obedecer? La respuesta a esta pregunta nos conecta con la problemática del consenso, que expresa las formas en que ciertas reglas de convivencia social son aceptadas de un modo estable.
Teoría y praxis
Las nociones de legitimidad y hegemonía se entroncan, a su
vez, con dos dimensiones cruciales en materia política: una es la que anima las prácticas concretas relativas a
la toma y ejercicio del poder, es
decir, la acción política capaz de
definir los rumbos de gobierno y, en consecuencia, afectar la vida de una
comunidad política (el “hacer‖
política”). La otra es el análisis de
la política, la interpretación que los científicos sociales dan a los hechos
que acontecen en la polis (el “pensar‖
la política”). Esto, más allá de toda pretensión de neutralidad valorativa u
objetividad, suele tener mayor o menor incidencia sobre las prácticas políticas
concretas en la medida en que, como “insumos” teóricos, como información
fáctica o como fundamentos normativos, ingresan a la acción política de
diversas formas y a través de múltiples mediaciones.
Así, las dimensiones de la política como objeto de estudio o
como campo de acción aparecen permanentemente tensionadas en las realidades
históricas concretas y es sólo a la luz de esta tensión que puede comprenderse
más afinadamente la magnitud de un determinado pensamiento y de las ideas de un
autor que se propuso reflexionar y dar cuenta de los fenómenos políticos de la
historia o de su propia época. Y aquí es preciso destacar la importancia de
conocer la génesis histórica de un concepto dado, el contexto de su producción
y la trayectoria intelectual de su autor, para poner a prueba su riqueza
explicativa en la realidad que pretendió comprender y en el presente, en la
medida en que tenga un carácter universalizable y no estrechamente acotado en
términos temporales.
Siguiendo este criterio, para analizar estos conceptos y
sopesar las implicancias teóricas y prácticas que puedan tener en la actualidad,
nos centraremos en las formulaciones de dos autores clásicos: Max Weber* y
Antonio Gramsci,** indisolublemente ligados al alcance y difusión contemporánea
de estas categorías analíticas. Ambos pensadores son ―clásicos‖ en el sentido que
plantea Bobbio (1985), es decir que: a. son intérpretes auténticos y únicos de
su tiempo, para cuya comprensión se utilizan sus obras; b. siempre son actuales
y cada generación los relee; c. han construido teorías-modelo o conceptos clave
que se emplean en la actualidad para comprender la realidad. Pero hay un
interés adicional que nos lleva a referirnos a ellos. Los dos son claros
ejemplos de las diferentes opciones relativas a la acción y a la reflexión
política, y por eso resulta pertinente dar cuenta de cómo se ubicaron en sus
respectivos momentos históricos respecto de las cuestiones políticas
fundamentales de su época. Y son, además, ejemplos cabales de la tensión entre
analizar y actuar en política.
Tanto el alemán como el italiano estuvieron profundamente
comprometidos con la vida política de su tiempo y participaron en ella, aunque
de manera muy distinta. Mientras Weber estaba convencido de las bondades del
sistema capitalista e intentaba pensar las formas de desarrollarlo en su
Alemania natal, lo cual incluía no sólo la articulación de los estratos
superiores sino la incorporación ordenada de los obreros en la vida material y
política, Gramsci quería cambiarlo radicalmente y todo su afán intelectual y su
práctica política se encaminaron hacia esa finalidad. En tanto Gramsci consagró
su vida entera a la militancia política activa, fue fundador y dirigente del
Partido Comunista Italiano y padeció la cárcel hasta su muerte por no abjurar
de sus convicciones, Weber tuvo una relación más mediada y compleja con los
movimientos políticos de su época y fue transformando sus posiciones desde un
cierto liberalismo nacionalista conservador en su juventud, hasta posturas
democrático-parlamentarias mas pragmáticas y reformistas al final de su vida.
Weber, como sostiene su esposa y biógrafa, “creía que el reconocimiento de la realidad
y su dominio por el intelecto sólo podían ser el primer paso hacia la formación
directa de la realidad por la acción. Parecía ser un luchador y gobernante
nato, aún más que pensador innato. La cuestión era saber si podría encontrar la
forma apropiada, si su época le ofrecía un material apropiado para la cristalización
de estas fuerzas. El mismo, en un período posterior, pensó en dedicarse a la
política práctica” (Marianne Weber
1995:192). Pero nunca llegó a plasmar su voluntad de acción en una práctica
política concreta, en el sentido más clásico de la participación partidaria y
militante. Su afán se concentró en el análisis riguroso de la realidad y su
origen histórico, algo que consideraba indispensable para incidir activamente,
políticamente, sobre ella.
Gramsci, fiel a la tradición marxista en la que se inscribe,
también pensaba que era imprescindible conocer en profundidad la realidad que
se pretende cambiar. Estaba convencido de que sólo con una comprensión rigurosa
de los datos que ofrece esa realidad resulta posible armar una estrategia
acertada para la transformación revolucionaria. Es en ese contexto que se
entiende su famosa frase ―pesimismo de la inteligencia, optimismo de la
voluntad‖. Esto es,
hace falta conocer y aceptar las condiciones dadas tal como son y no como se
desearía que fueran, para entregarse con total energía y entusiasmo a la
azarosa empresa de cambiarlas en favor de las clases subalternas. 1
Así, en Gramsci el pensamiento es una relación en la que
comprender significa “saber” pero también “sentir”, lo que lo lleva a la
preocupación por saldar la separación entre unos intelectuales que “saben” pero
no “comprenden” ni “sienten” y una esfera popular que “siente” pero no “comprende”
(Campione, 2000). Es a partir de esta relación dialéctica entre práctica y
teoría que el intelectual debe alcanzar a “sentir
las pasiones elementales del pueblo (...) No se hace política-historia sin
estas pasiones, esto es, sin esta conexión sentimental entre intelectuales y
pueblo–nación”. 2 Aquí aparece un rasgo
esencial del pensamiento gramsciano: la pasión, como elemento fundante de toda
práctica política ligada a la razón. En las Notas
sobre Maquiavelo dice:
“Es cierto que prever significa solamente ver bien el presente y el pasado en cuanto movimiento (...) Pero es absurdo pensar en una previsión puramente ‘objetiva‘. Quienes prevén tienen en realidad un ‘programa’ para hacer triunfar y la previsión es justamente un elemento de ese triunfo. Esto no significa que la previsión deba siempre ser arbitraria y gratuita o puramente tendenciosa. Se puede decir mejor que sólo en la medida en que el aspecto objetivo de la previsión está vinculado a un programa, adquiere objetividad: 1) porque sólo la pasión aguza el intelecto y contribuye a tornar más clara la intuición; 2) porque siendo la realidad el resultado de una aplicación de la voluntad humana a la sociedad de las cosas, prescindir de todo elemento voluntario o calcular solamente la intervención de las voluntades ajenas como elemento objetivo del juego general mutila la realidad misma. Sólo quien desea fuertemente identifica los elementos necesarios para la realización de su voluntad” (1978: 63).
El tema de la razón y la pasión también es un clásico
weberiano. El cierre de su célebre conferencia “La política como vocación” es un ejemplo de esta combinación, que
lo acerca mucho más a la concepción de Gramsci de la política de lo que cabría
suponer por sus diferentes posiciones.
“La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no solo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un ‘sin embargo’; sólo un hombre de esta forma construido tiene ‘vocación’ para la política” (1997: 178-9).
Si bien la racionalidad, para Weber, es el pilar indiscutido
de las formas de desarrollo modernas –capitalistas-, las emociones y los
valores tienen un papel central a la hora de provocar los cambios necesarios
para evitar que la maquinaria inanimada de la burocracia ‘paradigma de la
racionalidad’, devore la individualidad. Es más, lograr el equilibrio entre
pasión, responsabilidad y mesura es, para él, la clave de toda acción política
efectiva. 3 Para Gramsci, la solución para la tensión entre
pasión y razón está en la constitución de una intelectualidad ‘orgánica’ de las clases
subalternas, que se organice mediante el partido revolucionario 4, al que denomina, remitiendo a Maquiavelo, el ‘Príncipe
Moderno’. La función
del partido, en tanto ‘intelectual colectivo’
es alcanzar la ‘organicidad’
entre teoría y práctica, que es condición indispensable para la transformación
revolucionaria, conquistando y organizando una nueva hegemonía que dé lugar a
una ‘voluntad colectiva nacional-popular’.
Weber, en tanto, se preocupa por encontrar una salida
política al dilema de hierro que en las sociedades moderna plantea la
existencia inexorable de un aparato burocrático que sigue la lógica de la
racionalidad formal, pero que entraña el peligro de autonomizarse y aniquilar
la voluntad individual. De esta forma “la
sociedad moderna, tecnológica y racionalizada, le parece una “jaula de acero
donde el hombre es aniquilado por la petrificación mecánica del conjunto de las
relaciones humanas” (Traverso 2001: 51).
Y de ahí su incesante búsqueda, en la política, de una acción capaz de
intervenir en un proceso “inevitable”:
la transformación del mundo en una máquina sin vida, la “coagulación” de su espíritu. De esta
forma, la pregunta de cómo conjugar razón y sentimientos -el campo de lo “irracional”- se constituye en el
dilema clave de la concepción weberiana de la dominación.
Durante la Primera Guerra Mundial, Weber sostuvo la política
expansionista y militarista alemana, pero luego reconoció autocríticamente el
fracaso de esa orientación. Gramsci, por el contrario, adscribió activamente a
la posición internacionalista de los socialistas de su tiempo y adhirió a las
posturas a favor de la neutralidad, pero no simplemente abstencionistas, sino
de una neutralidad activa y operante, ya que creía que los pueblos debían
resistirse a ser arrastrados a las guerras interimperialistas por las clases
dominantes de cada país. En 1918, ya hacia el final de su vida, Weber defendió
la idea de una república democrática y federal, renunciando al punto de vista
imperialista. De este modo, el alemán asumió la inevitable democratización del
Estado y la necesaria quiebra de la hegemonía prusiana. Tuvo incluso una
aproximación relativa a la social-democracia y aceptó participar en la
redacción de la Constitución de Weimar.
Para Weber, el problema político fundamental era el de la debilidad e
inconsecuencia de la burguesía alemana, incapaz de asumir su protagonismo
histórico. Como solución planteó la conveniencia de reforzar el papel dirigente
del Parlamento frente a la pesada maquinaria de la burocracia prusiana y una
versión específica de democracia representativa como instrumento frente al
despotismo burocrático y la demagogia. Defendió un régimen de democracia
acotada, con rasgos plebiscitarios, donde los elementos irracionales del
carisma pudieran ser refuncionalizados con el objetivo de facilitar que las
masas se identificaran con el Estado y lo defendieran frente a la subversión
extremista, revolucionaria y reaccionaria. 5
No obstante, Weber nunca pudo decidirse a tener una
militancia activa y un compromiso más explícito con un partido concreto. En
ello influía profundamente tanto su actitud crítica y escéptica como su postura
teórica, atada a su vocación de académico riguroso que le exigía intentar
producir conocimientos lo más objetivos posibles, capaces de esclarecer y
orientar una práctica política entendida en el sentido de intervenciones
políticas mesuradas y no meramente partidaria. En palabras de Aron:
“Max Weber fue hombre de ciencia y no hombre político ni hombre de Estado, aunque sí, ocasionalmente, periodista político. Estuvo, sin embargo, apasionadamente preocupado por la cosa pública durante toda su vida y no dejó nunca de experimentar una especie de nostalgia de la política, como si la finalidad última de su pensamiento hubiera debido ser la participación en la acción” (1997: 9).
La potencia intelectual de Gramsci, su interés por el estudio
exhaustivo de la realidad italiana estaba animado por la indudable voluntad de
transformarla de manera revolucionaria. Su afán de estudio, de saber, se
subordinaba a la necesidad de entender los mecanismos de la dominación
capitalista, para establecer, en consecuencia, las estrategias posibles para
enfrentarlo con éxito. Ello no quiere decir que Gramsci no procurara generar un
conocimiento “objetivo”.
Por el contrario, su producción –y principalmente la carcelaria- no estaba
destinada a la disputa partidaria o a la propaganda político-ideológica, sino a
desentrañar la realidad en sus significados últimos, único camino viable para
transformarla, como él mismo subrayaba.

De ahí su profundo estudio de la “cuestión nacional” en Italia y su constitución como Estado unificado, problema clave planteado por la escisión entre un norte próspero y un sur económica, cultural y socialmente atrasado. A Weber, por su parte, le importaba la estabilidad de un orden capitalista al que valoraba como el único racionalmente viable y deseable. Y si, por un lado, su producción más académica intentaba dar cuenta de su desarrollo en occidente, ligado a la noción de racionalidad como concepto que permitía describirlo con cierta “objetividad”, por el otro, en sus escritos políticos, procuraba dar respuestas más concretas, salidas políticas específicas para la Alemania de su tiempo. 6

De ahí su profundo estudio de la “cuestión nacional” en Italia y su constitución como Estado unificado, problema clave planteado por la escisión entre un norte próspero y un sur económica, cultural y socialmente atrasado. A Weber, por su parte, le importaba la estabilidad de un orden capitalista al que valoraba como el único racionalmente viable y deseable. Y si, por un lado, su producción más académica intentaba dar cuenta de su desarrollo en occidente, ligado a la noción de racionalidad como concepto que permitía describirlo con cierta “objetividad”, por el otro, en sus escritos políticos, procuraba dar respuestas más concretas, salidas políticas específicas para la Alemania de su tiempo. 6
El presente ensayo es el Capítulo 5
del libro “Estado y Marxismo: Un siglo y medio de debates”, del cual Mabel Thwaites
Rey es su compiladora | Prometeo, Buenos
Aires, 2008.