Joshua Hurtado Hurtado | El teórico de corriente marxista Antonio
Gramsci presentó grandes aportaciones para el estudio de la sociedad con su
análisis de las manifestaciones de la hegemonía. Aplicado a las lenguas y el
lenguaje, se puede ver que las estructuras gramaticales y las lenguas
nacionales están vinculadas al ejercicio del poder de un grupo minoritario.
Un juego de poder en
el lenguaje y en la gramática [1]
Cuando llegamos a este mundo, las personas nos encontramos
inmersas en diferentes sistemas y estructuras sociales. Al aprender a hablar,
no escogemos nosotros un lenguaje, sino que vamos incorporando los diferentes
elementos de nuestro entorno. Asimismo, llegamos a un lugar y momento sociales
específicos, con particularidades en cultura, valores, y estructuras sociales.
Sin embargo, ¿cuántas veces nos ponemos a pensar en el origen de dichas cuestiones? ¿Por qué, por ejemplo, un modelo tradicional de familia está compuesto por un padre y una madre, unidos en matrimonio, e hijos? ¿O quién establece la manera correcta de comunicarnos, tanto en su forma oral como en su forma escrita?
Sin embargo, ¿cuántas veces nos ponemos a pensar en el origen de dichas cuestiones? ¿Por qué, por ejemplo, un modelo tradicional de familia está compuesto por un padre y una madre, unidos en matrimonio, e hijos? ¿O quién establece la manera correcta de comunicarnos, tanto en su forma oral como en su forma escrita?
Una lectura del teórico italiano Antonio Gramsci, de
corriente marxista, nos puede dar herramientas para buscar las respuestas a
preguntas como las anteriores. Teniendo en el mundo contemporáneo un papel muy
significativo en la rama de los Estudios Culturales, la obra de Gramsci ha
aportado diferentes maneras de analizar el poder, principalmente el poder de
las ideas, y ha permitido examinar a mayor detalle las relaciones entre la
sociedad civil y las estructuras administrativas del Estado. El concepto
central en sus escritos, y con el cual se pueden realizar análisis
socioculturales y políticos, es el de hegemonía.
Este artículo está enfocado a dar una perspectiva sobre cómo
el poder se manifiesta en elementos de la vida cotidiana, en este caso, el
lenguaje, algo que Peter Ives (2004) expone en su obra [2]. Las manifestaciones, aclaro, no
necesariamente son evidentes, y las prácticas cotidianas pueden ser tan
familiares que no nos damos cuenta del juego de poder que las produjo. Primero
es necesario hablar de las aportaciones de Gramsci en cuanto al concepto de
hegemonía. Esto nos permitirá, por una parte, entender cómo la gramática
correcta de un lenguaje está vinculada al ejercicio del poder, y por otra,
examinar casos concretos donde los grupos en el poder tienen mucha influencia en
el lenguaje de una sociedad.
El concepto de hegemonía está íntimamente vinculado a
Gramsci en la era contemporánea. Sin embargo, es importante aclarar que él no
fue el inventor del término, pues este ya se usaba desde mucho tiempo atrás
para denominar el impacto cultural e influencia militar de las ciudades-estado
en Grecia. Principalmente en el caso de Atenas, el concepto de hegemonía se
aplicaba al liderazgo que mostraba para unir a las otras ciudades-estado bajo
su mando. El concepto también fue usado por Lenin, líder de la Revolución Rusa
de 1917 y uno de los fundadores de la Unión Soviética. Él usó el concepto de
hegemonía para visualizar la manera en que podrían aliarse el proletariado ruso
con el campesinado. Sus oponentes: el Estado Zarista, en primera instancia,
pero también los bloques liberales y burgueses.
Si el concepto de hegemonía ya existía y se aplicaba en
diferentes contextos, ¿por qué se le asocia tanto con Antonio Gramsci? ¿Qué
innovación introdujo en el concepto de hegemonía para su análisis en las
ciencias sociales y políticas? A pesar de que nunca dio una definición precisa
del concepto en sus Cuadernos de la Cárcel[3] [editados póstumamente], algo que varios
académicos reconocen es que Gramsci permitió expandir los campos en los que se
manifiesta el dominio de las élites, y no únicamente reducirlos al campo de las
relaciones materiales de producción, como afirmaban Marx y Engels. Otra de sus
contribuciones al concepto de hegemonía, y una que ha sido quizá más crucial
para el estudio de las sociedades actuales, es que permite explicar por qué
grandes partes de una población continuamente aceptan e incluso apoyan grupos
minoritarios, gobiernos y sistemas políticos y sociales que mantienen prácticas
sociales y políticas que van en contra de sus intereses (Ives, 2004).
A través de Los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci vemos que
el concepto de hegemonía tiene cuatro características principales. Peter D.
Thomas (2009)[4] las enumera como:
- Busca generar consentimiento, no dominar por coerción;
- Su terreno de eficacia yace en la sociedad civil, no en los aparatos administrativos del Estado;
- Opera principalmente en el mundo occidental, y;
- Puede aplicarse al liderazgo tanto de las fuerzas burguesas como del proletariado, porque el concepto es una teoría del poder social.
Hay que elaborar en los puntos anteriores. Si bien la
hegemonía busca generar consentimiento y no dominar por coerción, es necesario
establecer que Gramsci visualiza al consentimiento y la coerción como actuando
en síntesis, siendo el consentimiento respaldado por una ligera amenaza
coercitiva del grupo que ejerce su hegemonía. Thomas mismo elabora sobre este
aspecto, diciendo que “la fuerza y el consentimiento deben integrarse hasta
alcanzar un equilibrio “desbalanceado”, con la fuerza prevaleciendo ligeramente
sobre el consentimiento, pero nunca eclipsándolo” (Thomas, 2009, p.165). Este
aspecto también servirá para explicar la relación entre hegemonía y lenguaje
posteriormente. Opera en la sociedad civil y en el mundo occidental porque es
en “Occidente” donde, en los tiempos de Gramsci, se podía visualizar mejor que
las democracias parlamentarias estaban ubicadas en este hemisferio. En los
regímenes democráticos, asimismo, la sociedad civil estaba más activa en los
procesos políticos y sociales, por lo cual era necesario negociar y generar
consentimiento entre los diferentes grupos de interés para apoyar a un sector
que deseaba obtener poder político. En cuanto al último punto, puede aplicarse
al liderazgo de los dos tipos de fuerzas porque implica trabajar en el ámbito
de las ideas de los diferentes grupos. Es decir, se debe negociar en cuestiones
de principios, valores y deseos con cada uno de esos grupos, si se quiere obtener
su respaldo voluntario.
Antes de proceder, es importante aclarar que el propio
Gramsci analiza la hegemonía manifiesta en el lenguaje. Sin embargo, aparte de
un análisis sobre el caso italiano, usa el lenguaje principalmente como una
metáfora para cuestiones políticas más complejas que no se abordarán en este
artículo. Ahora bien, ¿qué relación tiene el concepto de hegemonía con el
lenguaje? ¿Y de qué manera nos permite visualizar los juegos de poder que se
encuentran bajo la superficie en la práctica de la comunicación? Para ello,
debemos remitirnos a los Cuadernos de la Cárcel, donde Gramsci discute el papel
de los intelectuales. Él indica que, si bien todas las personas tienen una
actividad intelectual y filosófica que él denomina “filosofía espontánea”, son
las personas que ocupan en la sociedad el papel de “intelectuales” los que
practican la actividad “tradicional intelectual”. Es decir, los que ocupan la
posición de intelectuales tradicionales se encargan de organizar y difundir
ideas, de tal manera que puedan tener un impacto elevado en la sociedad
receptora. Gramsci le da un peso importante a los intelectuales, debido a que
generalmente quienes se encuentran en una posición de ejercer una actividad de
esa índole se ubican en la clase social dominante, en términos marxistas. Por
ello, las ideas que diseminan en la sociedad, consciente o inconscientemente,
están vinculadas a las ideas que permiten a la clase dominante mantener las
estructuras de poder vigentes. Mientras más unidos estén los intelectuales a la
clase dominante, se les puede considerar como “orgánicos”, pues permiten
legitimar y fortalecer el status quo.
Es con la actividad de los intelectuales que podemos ver el
vínculo de la hegemonía con el lenguaje (Ives, 2004). El juego de poder se
visualiza al momento de implantar una lengua nacional en los marcos educativos
y legales, pues esto puede llevar a la exclusión de sectores significativos de
la población que no conozcan o no dominen esta lengua nacional. Asimismo, a
nivel de comunicación interpersonal, la implantación de una lengua nacional
genera una barrera arbitraria e innecesaria para la interacción con los
aparatos administrativos del Estado, quienes suelen adoptar formalmente la
lengua nacional y no todos sus funcionarios están capacitados para interactuar
con personas que hayan aprendido otra lengua en primera instancia. Finalmente, con
las imposiciones gramaticales y ortográficas que formulan los intelectuales,
sectores adicionales de la población se ven limitados en algunas prácticas
formales. Si bien pueden comunicarse con los demás hablantes de su misma
lengua, las restricciones gramaticales y ortográficas a las que no están
acostumbrados les generan una brecha en la comunicación que ellos mismos tienen
que invertir tiempo y esfuerzo en cerrar.
En el caso de las lenguas nacionales, se puede empezar a
resolver la pregunta de por qué grandes grupos de personas aceptan la hegemonía
de la clase dominante incluso si está en contra de sus intereses. Gramsci
explica que los grupos subalternos tienen sus propias concepciones del mundo.
Sin embargo, estas concepciones pueden estar en una etapa primitiva o
preconcebida, manifestándose únicamente a través de acciones, sin poder
articularse en un pensamiento coherente o en una clara expresión de lenguaje.
En este sentido, se ven incapaces de delimitar claramente
cuál es la diferencia entre sus intereses y los de los grupos dominantes. Por
lo mismo, tampoco son capaces de hacerles frente ni de constituir un bloque
unido que se oponga a las prácticas sociales y políticas de las élites que
toman decisiones para una sociedad entera. En el caso de la implantación de una
lengua nacional, los grupos subalternos tampoco son capaces de comunicarse bien
entre ellos, ya sea por las barreras del lenguaje, o bien, porque no logran
articular bien sus posturas. La situación se dificulta más si se considera que
los canales formales de comunicación hacia las personas a cargo de la toma de
decisiones se encuentran bloqueados o reducidos por ser incapaces (o estar
indispuestos) de recibir propuestas formales que no estén expuestas en la
lengua nacional. Por ejemplo, un documento formal para funcionarios de un
gobierno donde el Español es la lengua nacional no procederá si no está
redactado en ese idioma, a menos que la administración haya previsto eso. Y en
este aspecto, los diferentes gobiernos en donde el español sea la lengua
oficial pueden tener medidas muy diferentes.
La hegemonía del grupo dominante, en cambio, sí se
manifiesta de manera clara en la implantación de la lengua oficial debido a la
función de los intelectuales orgánicos. Ellos permiten avalar la postura de que
una lengua oficial nacional promueve una mayor integración y cohesión social,
emanada del discurso político. Al mismo tiempo, ocultan la exclusión provocada
para los sectores que no pueden comunicarse efectivamente con la lengua
oficial. Asimismo, generan una manera correcta de expresarse, diseñando reglas
gramaticales y ortográficas que pueden no estar vinculadas del todo a la
realidad social. Debido a que ellos sí tienen la capacidad y la unidad
requerida para la articulación de pensamientos y posturas coherentes, los
intelectuales orgánicos son agentes que permiten la dominación por parte del
grupo en el poder hacia los grupos subalternos.
Específicamente ligando el concepto de lenguaje al de
hegemonía, Gramsci señala:
“En cada ocasión que surge la cuestión del lenguaje, de una u otra manera, una serie de otros problemas llegan a un primer plano: la formación y la ampliación de la clase gobernante, la necesidad de establecer una relación más íntima y segura entre los grupos gobernantes y la masa nacional-popular; en otras palabras, reconocer la hegemonía cultural” (Gramsci, 1985, p. 170, traducción propia)[5]
En este caso, la hegemonía cultural se manifestaría mediante
una lengua nacional, reforzando el dominio de la clase gobernante mientras que
se disminuyen más las posibilidades de unión de los grupos subalternos.
Divididos y con una imposición que trabaja a nivel conceptual y de esquemas
mentales (puesto que un idioma y un lenguaje adquiridos van modificando los
esquemas de pensamiento con el paso del tiempo), estos grupos se ven obligados
a aceptar las reglas lingüísticas, y así pierden la capacidad de articular un
discurso coherente que desafíe el discurso de los gobernantes.
El tipo de intelectuales orgánicos con mayor prominencia en
este juego de hegemonía cultural por medio del lenguaje son aquellos lingüistas
y académicos que cooperan estrechamente con la clase política que implantó la
lengua. Su rol social profesional como lingüistas intelectuales les permite
diseñar las reglas de la práctica correcta de la lengua implantada. En este
aspecto, Gramsci hace un análisis de las formas de comunicación y del papel de
la gramática. Él divide la gramática en dos tipos: la gramática espontánea y la
gramática normativa. En cuanto a la gramática espontánea, hace referencia a la
inmanencia del sistema de lenguaje que existe dentro de la persona y que le
permite articular sus propios pensamientos. Es también, en un segundo plano,
aquella que le permite comunicarse con otros individuos de su mismo idioma y lograr
un entendimiento entre ambas partes, aunque no se adhiera a las prácticas
formales de la lengua. Estas prácticas formales están reguladas por la
gramática normativa, que es la que diseñan los intelectuales orgánicos. Este
tipo de gramática es la que genera las reglas de la manera “correcta” de
comunicarse de forma oral y escrita.
Gramsci afirma que al implantar una gramática normativa, se
están perpetuando las desigualdades sociales, pues al mantener pautas sobre la
manera correcta de comunicarse, se están creando diferenciales de poder entre
aquellos que se adhieren a las reglas y aquellos que no. El resultado es que
aquellos que se adhieren a las reglas llegan a considerarse como más
“educados”, y más se les presentan más oportunidades. En otras palabras, es más
probable que aquellos que aceptan las ideas y pautas de la clase gobernante
tengan una mejor posición social que quienes las rechazan. De esta manera, la
lingüística como disciplina académica no está desligada del contexto social: al
contrario, se vuelve una disciplina con funciones esencialmente políticas
(Ives, 2004).
El análisis del siguiente caso servirá para resaltar el
siguiente aspecto: el análisis de la hegemonía y las lenguas nacionales no se
debe aplicar en lo abstracto, sino ver en cada caso concreto y destacar los
procesos por los que se llegó al estado actual de la lengua estudiada. De lo
contrario, se puede llegar a la errónea conclusión de que todas las lenguas
nacionales fueron implantadas arbitrariamente. Sin embargo, se debe continuar
estudiando la manera en cómo la práctica de las lenguas nacionales y la
gramática afecta las estructuras sociales en los casos que se estén estudiando.
Gramsci aplicó su análisis de la lengua nacional y la
gramática al caso italiano. Poco después de la unificación de Italia,
Alessandro Manzoni fue asignado por el gobierno para unificar también la lengua
italiana. Previamente, la gente hablaba diferentes dialectos dependiendo de su
ubicación geográfica en Italia, las diferencias lingüísticas siendo
distribuidas en líneas Norte-Sur del país de manera similar a diferencias en
cuestiones culturales, sociales y económicas. La lengua nacional oficial que se
impuso fue denominada como “italiano estandarizado”, pero estaba basado
principalmente en el dialecto que se hablaba en el norte del país, en
particular en Florencia. El profundo problema que había al imponer el italiano
estandarizado es que, aunque había ciertas similitudes en el léxico y
gramática, las diferencias abundaban entre los dialectos del norte y los del
sur. En un encuentro entre dos italianos, uno del norte y otro del sur, no
serían capaz de entenderse ni de comunicarse efectivamente. Con el proceso de
estandarización de la lengua a todo el territorio italiano, las personas del
sur se vieron forzadas a adoptar todo el nuevo sistema de palabras junto con su
gramática. Y aunque la estandarización dio el beneficio de que la producción de
textos impresos y, posteriormente, programas de radio pudieron llegar a toda la
población nacional para el momento en que nació la siguiente generación, las
personas adultas y de la tercera edad del sur de Italia tuvieron serias
dificultades para adaptarse. Algunas, incluso, no llegaron a adoptar la lengua
oficial, por lo cual se quedaron excluidas de muchos de los procesos sociales y
políticos que ocurrirían en Italia desde ese entonces. En cambio, la clase
gobernante que emanaba del norte pudo expandir su dominio cultural y político
hacia la región sur.
Ante esta situación, Gramsci propuso lo siguiente: para
evitar la exclusión de varios sectores de la población, una lengua nacional
oficial debería considerar todos los diferentes dialectos y sus variaciones que
se practiquen dentro de un territorio. La nueva lengua debería incorporar los
diferentes elementos y formar una base de comunicación a partir del idioma. De
esta manera, Ives (2004) concluye que una lengua oficial sería un resultado de
un proceso verdaderamente democrático, donde se consideren a todos los
implicados, y no solamente se imponga la visión de la clase gobernante.
Para finalizar, es importante señalar una de las verdaderas
aportaciones de Gramsci, en opinión de este autor: la capacidad de desentrañar
a nivel de ideas y esquemas mentales las influencias del ejercicio del poder de
los grupos dominantes. Al rastrear históricamente cómo adquirieron su poder,
resultará más fácil presentar un reto. Para este fin, también resulta esencial
el trabajo de Gramsci con respecto a la hegemonía: generar el consenso con los
demás grupos dominados, y unirse en un bloque contrahegemónico que dispute el
dominio de la clase gobernante.
Notas
Notas
[1] Le dedico este artículo al Dr. Omar Danilo
Hernández Sotillo, uno de los mejores profesores que he tenido y al cual le
agradezco que me dejara ayudarlo con su investigación y que me introdujera al
análisis de productos culturales y a Antonio Gramsci en la vida académica.
[2] Ives, P. (2004). Language and Hegemony in Gramsci. Londres: Pluto Press
[3] Gramsci, A. (Autor); Hoare, Q., y Smith,
G.N. (editores). (1971). Selections from
the Prison Notebooks. Nueva York: International Publishers.
[4] Thomas, P.D. (2009) The Gramscian Moment: Philosophy, Hegemony and Marxism. Londres:
Brill. Las citas son traducción propia.
[5] Gramsci, A. (Autor). Forgacs, D., &
Smith, G.N. (editores) (1985). Selections
from Cultural Writings. Cambridge, Massachussets: Harvard University Press.
Joshua Hurtado Hurtado es estudiante
de Relaciones Internacionales en el Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey.
Actualmente se encuentra participando en la cátedra de investigación sobre
Globalización y Desarrollo del mismo campus, en el tema de sociología de la
salud. Ha sido asesor de estudiantes de las carreras de Relaciones Internacionales,
Ciencia Política y otras afines, desde el 2012 hasta la fecha, en el
Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey, y es asistente editorial de la
revista 'CONfines'.
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