Antonio Gramsci | El
estudio de cómo hay que analizar las “situaciones” o sea, cómo hay que
establecer los diversos grados de relaciones de fuerzas, puede prestarse a una
exposición elemental de ciencia y arte políticos, entendida como un conjunto de
cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares útiles para
despertar el interés por la realidad de hecho, y para suscitar intuiciones
política más rigurosas y vigorosas. Al mismo tiempo hay que exponer lo que se
debe entender en política por estrategia y por táctica, por “plan” estratégico,
por propaganda y por agitación, por orgánica, o ciencia de la organización y de
la administración en política.
Las relaciones internacionales, ¿son (lógicamente)
anteriores o posteriores a las relaciones sociales fundamentales? Posteriores,
sin duda. Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente las
relaciones absolutas y relativas en el campo internacional, a través de sus experiones
técnico-militarse. También la posición geográfica de un estado nacional es
posterior y no anterior (lógicamente) a las innovaciones estructurales, aunque
reaccione sobre ellas en cierta medida (precisamente en la medida en la cual
las sobrestructuras reaccionan sobre la estructura, la política sobre la
economía, etc.). Por otra parte, las relaciones internacionales reaccionan
pasiva y activamente sobre las relaciones políticas (de hegemonía de los
partidos). Cuanto más subordinada está la vida económica inmediata de una nación
a las relaciones internacionales, tanto más representa un partido esa situación
y la aprovecha para impedir la llegada de los partidos adversarios al poder
(recuérdese el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana técnicamente
imposible). Desde esa serie de hechos se puede llegar a la conclusión de que a
menudo el llamado “partido del extranjero” no es precisamente el que se indica
como tal, sino el partido más nacionalista, el cual, en realidad, más que
representar las fuerzas vitales del país, representa la subordinación y
sometimiento económico a las naciones o a un grupo de naciones hegemónicas.
(Una alusión a este elemento internacional “represivo” de las energías internas
se encuentra en los artículos publicados por G. Volpe en el Corriere della Sera
del 22 y el 23 de marzo de 1932).
El problema de las relaciones entre la estructura y las
superestructuras es el que hay que plantear y resolver,exactamente para llegar
a un análisis acertado de las fuerzas que operan en la historia de un cierto
período, y para determinar su correlación. Hay que moverse en el ámbito de dos
principios:
1) el que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya
solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes, o no estén, al
menos, en vías de aparición o desarrollo;
2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser
sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en
sus relaciones (controlar la exacta enunciación de estos principios).
“Una formación social no perece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas para las cuales es aún suficiente y nuevas y más altas relaciones de producción hayan ocupado su lugar, ni antes de que las condiciones materiales de existencia de estas últimas hayan germinado en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad se plantea siempre y sólo las tareas que puede resolver; si se observan las cosas atentamente, se hallará siempre que la tarea misma no surge sino donde las condiciones materiales de su solución existen ya o se encuentran al menos en proceso de formación” (Marx, Introducción a la Crítica de la economía política).
De la reflexión sobre esos dos cánones se puede llegar al
desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Por
de pronto, en el estudio de una estructura hay que distinguir entre los
movimientos orgánicos (relativamente permanentes) y los movimientos que pueden
llamarse “de coyuntura” (y que se presentan como ocasionales, inmediatos, casi
accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también, por supuesto, de movimientos
orgánicos, pero su significación no tiene gran alcance histórico; producen una
crítica política minuta, al día, que afecta a pequeños grupos dirigentes y a
las personalidades inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos
orgánicos producen una crítica histórico-social que afecta a las grandes
agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá
del personal dirigente. Al estudiar un período histórico se presenta la gran
importancia de esta distinción. Se tiene, por ejemplo, una crisis que a veces
se prolonga durante decenios. Esa excepcional duración significa que se han
revelado en la estructura contradicciones insanables (las cuales han llegado a madurar),
y que las fuerzas políticas que actúan positivamente para la preservación y la
defensa de la estructura misma se esfuerzan por sanarlas y superarlas dentro de
ciertos límites. Esos esfuerzos interesantes y perseverantes (puesto que
ninguna forma social confesará nunca que está superada) constituyen el terreno
de lo “ocasional”, en el cual se organizan las fuerzas antagónicas, que tienden
a demostrar (demostración que, en último análisis, sólo se consigue y es “verdadera”
si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero
que en lo inmediato se desarrolla a través de una serie de polémicas
ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., cuya
concreción puede estimarse por la medida en la que se consiguen ser
convincentes y alteran la disposición preexistente de las fuerzas sociales) que
existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que puedan, y por
tanto deban, resolver históricamente determinados problemas (“deban”, porque
todo incumplimiento del deber histórico aumenta el desorden existente, y
prepara catástrofes más graves).
El error en que a menudo se cae en los análisis
histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que
es orgánico y lo que es ocasional: así se llega a exponer como inmediatamente
activas, causas que son, en cambio, mediatamente, o a afirmar que las causas
inmediatas son las causas eficientes únicas; en el primer caso se tiene el
exceso de “economismo” o de doctrinarismo pedante; en otro, el exceso de “ideologismo”;
en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el
elemento individualista e individual. La distinción entre “movimientos” y
hechos orgánicos y movimientos y hechos “coyunturales” u ocasionales tiene que
aplicarse a todos los tipos de situación, no sólo a aquellos en los cuales
ocurre un desarrollo regresivo o de crisis aguda, sino también a aquellos otros
en los cuales ocurre un desarrollo progresivo y de prosperidad, así como de
estancamiento de las fuerzas productivas. Difícilmente se establecerá de un
modo exacto el nexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y, por
tanto, de investigación; y si el error es ya grave en la historiografía, lo
será aun más en el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia
pasada, sino de construir la presente y la futura; los propios deseos y las
propias pasiones inferiores son la causa del error, porque sustituyen el
análisis objetivo e imparcial, y eso ocurre no como “medio” consciente para
estimular la acción, sino como autoengaño. También en este caso muerde la
víbora al charlatán; es decir, el demagogo es la primera víctima de su
demagogia.
(El no haber considerado el momento inmediato de las
“relaciones” de fuerza está relacionado con los residuos de la concepción
liberal vulgar, de la cual es una manifestación el sindicalismo que creía ser
más adelantado mientras estaba dando un paso atrás. La concepción liberal
vulgar, en efecto, al dar importancia a la relación de las fuerzas políticas organizadas
en las varias formas de partidos (lectores de periódicos, elecciones
parlamentarias y locales, organizaciones de masa de los partidos y de los
sindicatos en sentido estricto), estaba más adelantada que el sindicalismo, el
cual concedía importancia primordial a la relación fundamental económico-social
y sólo a ella. La concepción liberal vulgar tenía en cuenta implícitamente
también esa relación (como se manifiesta en tantos indicios), pero insistía más
en la relación de las fuerzas políticas, que era expresión de la otra, y en
realidad la contenía. Estos residuos de la concepción liberal vulgar se pueden
identificar en toda una serie de estudios que se consideran dependientes de la
filosofía de la praxis y han producido formas infantiles de optimismo y de
estupidez.)
Estos criterios metodológicos pueden cobrar visible y
didácticamente toda su significación, cuando se aplican al examen de hechos
históricos concretos. Podría hacerse útilmente el examen de acontecimientos ocurridos
en Francia entre 1789 y 1870. Me parece que, para mayor claridad de la
exposición, es necesario abarcar todo ese período. Pues, efectivamente, sólo en
1870-1871, con el intento de la Comuna, se agotan históricamente todos los
gérmenes nacidos en 1789, o sea, no sólo que la nueva clase que lucha por el
poder derrota a los representantes de la vieja sociedad que no quiere
confesarse decididamente superada, sino que además derrota a los grupos
novísimos que consideran ya superada la nueva estructura nacida de la
transformación iniciada en 1789, y así prueba que es vital frente a lo viejo y frente
a lo novísimo. Además, en 1870-1871 pierde eficacia el conjunto de principios de
estrategia y táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados
ideológicamente en torno al 1848 (los que se resumen en la fórmula de la “revolución
permanente”; sería interesante estudiar qué parte de esa fórmula pasó a la
estrategia de Mazzini –por ejemplo, por lo que hace a la insurrección de Milán
de 1853-, y si ello ocurrió conscientemente o no). Un elemento que muestra el acierto
de este punto de vista es el hecho de que los historiadores no están nada concordes
( y es imposible que lo estén), al fijar los límites del grupo de
acontecimientos que constituye la revolución francesa. Para algunos (Salvemini,
por ejemplo), la revolución se consuma en Valmy: Francia ha creado el nuevo
estado y ha sabido organizar la fuerza político militar que afirma y defiende
la soberanía territorial del mismo. Para otros, la revolución continúa hasta
Termidor, y hasta hablan de varias revoluciones (el 10 de agosto sería una
revolución independiente, etc.) (cf. La
Révolution francaise, de A. Mathiez, en la colección de A. Colin). El modo
de interpretar Terminador y la obra de Napoleón ofrece las contradicciones más
ásperas: ¿se trata de revolución o de contrarrevolución? Para otros, la
historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870, e incluso hasta la
guerra mundial de 1914. Hay una parte de verdad en cada uno de esos modos de
ver las cosas. Realmente las contradicciones internas de las estructura social
francesa que se desarrollan a partir de 1789 no encuentran una composición
relativa hasta la tercera república, y entonces Francia tiene sesenta años de
vida política más larga: 1789, 1794, 1799, 1804, 1815, 1830, 1848, 1870.
Precisamente el estudio de esas “ondas” de diversa oscilación permite
reconstruir las relaciones entre la estructura y las superestructura, por una parte,
y por otra, entre el desarrollo del movimiento orgánico y el movimiento
coyuntural de la estructura. Puede decirse, por de pronto, que la mediación
dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de
este apunte se puede descubrir en la fórmula política-histórica de la
revolución permanente.
La cuestión que suele llamarse de las relaciones de fuerza,
es un aspecto del mismo problema. A menudo se lee, en las narraciones
históricas, la expresión genérica “relaciones de fuerza favorables, desfavorables,
o tal o cual tendencia”. Así, abstractamente, esta formulación no explica nada,
o casi nada, porque se limita a repetir el hecho que hay que explicar, presentándolo
una vez como hecho y otra como ley abstracta y como explicación. El error teórico
consiste, pues, en dar un canon de investigación y de interpretación como si él
fuera la “causa histórica”.
En la “relación de fuerzas” hay que distinguir, por de
pronto varios momentos o grados, que son fundamentalmente éstos:
1) Una relación
de fuerzas sociales estrechamente ligada a las estructura, objetiva, independiente
de la voluntad de los hombres, y que puede medirse con los sistemas de las
ciencias exactas o físicas. Sobre la base del desarrollo de las fuerzas
materiales de producción se tienen las agrupaciones sociales, cada una de las cuales
representa una función y ocupa un aposición dada en la producción misma. Esta
relación es, y nada más: es una realidad rebelde; nadie puede modificar el
número de las empresas o de sus empleados, el número de las ciudades con la
correspondiente población urbana, etc. Esta división estratégica fundamental
permite estudiar su en la sociedad existen las condiciones necesarias y
suficientes para una transformación, es decir, permite controlar el grado de
realismo y de operatividad de las diversas ideologías nacidas en su mismo
terreno, en el terreno de las contradicciones que la división ha engendrado
durante su desarrollo.
2) Un momento
ulterior es la relación de las fuerzas políticas, esto es: la estimación del
grado de la homogeneidad, de autoconciencia y de organización alcanzado por los
varios grupos sociales. Este momento puede analizarse a su vez distinguiendo en
él varios grados que corresponden a los diversos momentos de la conciencia
política colectiva, tal como se han manifestado hasta ahora en la historia.
El primero y más elemental es el económico-corporativo: uncomerciante
siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro
fabricante, etc. pero el comerciante no se siente aun solidario con el
fabricante; es decir, se siente la unidad homogénea y el deber de organizarla,
la unidad del grupo profesional, pero todavía no la del grupo social más amplio.
Un segundo momento es aquel en el cual se conquista la conciencia de la
solidaridad de intereses de todos los miembros del grupo social, pero todavía
en el terreno meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión
del estado, pero sólo en el sentido de aspirar a conseguir una igualdad
jurídico política con los grupos dominantes, pues lo que se reivindica es el
derecho a participar en la legislación y en la administración, y acaso el de
modificarlas y reformarlas, pero en los marcos fundamentales existentes. Un
tercer momento es aquel en el cual se llega a la conciencia de que los mismos
intereses corporativos propios, en su desarrollo actual y futuro, superan el
ambiente corporativo, de grupo meramente económico, y pueden y deben convertirse
en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más
estrictamente política, la cual indica el paso claro de la estructura a la
esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías
antes germinadas se hacen “partido”, chocan entran en lucha, hasta que una sola
de ellas, o por lo menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a
imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la
unidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y
moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no
ya en un plano corporativo, sino en un plano “universal”, y creando así la
hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados.
El estado se concibe, sin duda, como organismo propio de un grupo, destinado a
crear las condiciones favorables a la máxima expansión de ese grupo; pero ese
desarrollo y esa expansión se conciben y se presentan como la fuerza motora de
una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías “nacionales”,
es decir, el grupo dominante se coordina concretamente con los intereses generales
de los grupos subordinados, y la vida estatal se concibe como un continuo
formarse y superarse de equilibrios inestables (dentro del ámbito de la ley)
entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios
en los cuales los intereses del grupo dominante prevalecen, pero hasta cierto punto,
no hasta el nudo interés económico-corporativo.En la historia real esos
momentos se implican recíprocamente, horizontal y verticalmente, por así decirlo,
o sea, según las actividades económico-sociales (horizontales) y según los
territorios (verticales), combinándose y escindiéndose por modos varios; cada
una de esas combinaciones puede representarse en una propia expresión
organizada económica y política. Pero aún hay que tener en cuenta que con esas
relaciones internas de un estado-nación se entrelazan las relaciones
internacionales, creando nuevas combinaciones originales e históricamente concretas.
Una ideología nacida en un país desarrollado se difunde en países menos desarrollados,
gravitando en el juego local de combinaciones. (La religión, por ejemplo, ha
sido siempre una fuente de esas combinaciones ideológicopolíticas nacionales e
internacionales y, con la religión, también las demás formaciones internacionales,
la masonería, el Rotary Club, los hebreos, la diplomacia de carrera, que
sugieren expedientes políticos de orígenes históricos diversos y los llevan al
triunfo en determinados países, funcionando como partido político internacional
que actúa en cada nación con todas sus fuerzas internacionales concentradas;
una religión, masonería, el Rotary, los hebreos, etc. pueden incluirse en la
categoría “intelectuales”, cuya función consiste, a escala internacional, en
mediar entre los extremos, “socializar” los hallazgos técnicos que permiten
funcionar a las actividades de dirección, arbitrar compromisos y vías de salida
entre las soluciones extremas.)
Esta relación entre fuerzas internacionales y fuerzas
nacionales se complica todavía más por la existencia, dentro de cada estado, de
numerosas secciones territoriales de varia estructura y diversas relaciones de
fuerza de todos los grados (así, por ejemplo, la Vendée estaba aliada con las
fuerzas internacionales reaccionarias y las representaba en el seno de la
unidad territorial francesa, y Lyon representaba, en la revolución, un
particular nudo de correlaciones, etc.)
3) El tercer
momento es el de la relación de las fuerzas militares que es el inmediatamente
decisivo en cada caso. (El desarrollo histórico oscila constantemente entre el
primer y el tercer momento, con la mediación del segundo). Pero tampoco éste es
indistinto ni identificable inmediatamente de una forma esquemática, sino que
también en él se pueden distinguir dos grados: el militar en sentido estricto,
o técnico militar, y el grado que puede llamarse políticomilitar. En el
desarrollo de la historia esos dos grados se han presentado con una gran
variedad de combinaciones. Un ejemplo típico, que puede servir como
paradigma-límite, es el de la relación de opresión militar de un estado sobre
una nación que esté intentando conseguir su independencia estatal. La relación
no es puramente militar, sino político-militar, y efectivamente, un tipo de
opresión así sería inexplicable sin el estado de disgregación social del pueblo
oprimido y sin la pasividad de su mayoría; por tanto, no podrá conseguirse la
independencia con fuerzas puramente militares, sino que harán falta fuerzas
militares y político militares. Pues si la nación oprimida tuviera que esperar,
para empezar la lucha por la independencia, a que el estado hegemónico le
permitiera organizarse su propio ejército en el sentido estricto y técnico de
la palabra, podría echarse a dormir (puede ocurrir que la reivindicación de
contar con un propio ejército sea admitida por la nación hegemónica, pero eso
significará que una gran parte de la lucha habrá sido ya combatida y ganada en
el terreno político-militar). La nación oprimida opondrá, por tanto,
inicialmente a la fuerza militar hegemónica una fuerza sólo “político-militar”,
esto es, le opondrá una forma de acción política que tenga la virtud de determinar
reflejos de carácter militar, en el sentido: 1) de que tenga eficacia
suficiente para disgregar íntimamente la eficacia bélica de la nación hegemónica,
y 2) que obliguen a la fuerza militar hegemónica a diluirse y dispersarse por
un gran territorio, anulando así su eficacia bélica. En el Risorgimento
italiano puede observarse la desastrosa falta de dirección político militar,
especialmente en el Partito d’Azione (por incapacidad congénita), pero también
en el partido piamontés moderado, igual antes que después de 1848, y no por
incapacidad, ciertamente, sino por “maltusianismo económico político”, o sea, porque
no quería aludir siquiera a la posibilidad de una reforma agraria ni convocar
una asamblea nacional constituyente, sino que tenía simplemente a conseguir que
la monarquía piamontesa se extendiera por toda Italia sin condiciones ni
limitaciones de origen popular, con la mera sanción de los plebiscitos regionales.
Otra cuestión relacionada con las anteriores consiste en ver
si las crisis históricas fundamentales están determinadas inmediatamente por
las crisis económicas. La respuesta a esta cuestión está implícitamente
contenida en los párrafos anteriores, donde se tratan cuestiones que son otra
manera de presentar la ahora suscitada; pero siempre es necesario, por razones
didácticas y dado el público particular, examinar cada modo de presentarse una
misma cuestión, como si fuera un problema independiente y nuevo. Puede
excluirse que las crisis económicas inmediatas produzcan por sí mismas acontecimientos
fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable para la difusión de
ciertos modos de pensar, de plantear y de resolver las cuestiones que afectan a
todo el desarrollo ulterior de la vida estatal. Por lo demás, todas las
afirmaciones relativas a los períodos de crisis o de prosperidad pueden provocar
juicios unilaterales. En su compendio de historia de la revolución francesa,
Mathiez, oponiéndose a la historia vulgar tradicional que “descubre” apriorísticamente
una crisis en coincidencia con las grandes rupturas del equilibrio social,
afirma que hacia 1879 la situación económica era más bien buena en lo
inmediato, por lo cual no se puede decir que la catástrofe del Estado absoluto
se haya debido a una crisis de pauperización. Hay que observar que el estado
estaba sometido a una crisis financiera mortal, por lo que se planteaba la
cuestión de cuál de los tres órdenes sociales privilegiados iba a tener que soportar
los sacrificios y los pesos inevitables para poner de nuevo a flote las
haciendas estatal y real. Además aunque la posición económica de la burguesía
era sin duda floreciente, no ocurría, por supuesto, lo mismo por lo que hace a
la situación de las clases populares de la ciudad y del campo, las últimas de
las cuales estaban atormentadas por una miseria endémica. En cualquier caso, la
ruptura del equilibrio de fuerzas no ocurrió por causas mecánicas inmediatas de
pauperización del grupo social que estaba interesado en romper el equilibrio y
que de hecho lo rompió, sino que ocurrió en el marco de conflictos superiores
al mundo económico inmediato, relacionados con el “prestigio” de clase
(intereses económicos futuros) y con una exasperación del sentimiento de
independencia, de autonomía y de poder. La particular cuestión del malestar o
bienestar económico como causa de nuevas realidades históricas es un aspecto
parcial del problema de la correlación de fuerzas en sus varios grados. Pueden
producirse novedades ya porque una situación de bienestar quede amenazada por
el rudo egoísmo de un grupo adversario, ya porque el malestar se haya hecho intolerable
y no se vea en la vieja sociedad ninguna fuerza capaz de mitigarlo y de
restablecer una normalidad con medios legales. Por tanto, se puede decir que
todos esos elementos son manifestación concreta de las fluctuaciones de coyuntura
del conjunto de las relaciones sociales de fuerza, en cuyo terreno se produce
el paso de esas correlaciones sociales a correlaciones políticas de fuerza,
para culminar en las correlaciones militares decisivas.
Si ese proceso de desarrollo se detiene en un determinado
momento (y se trata esencialmente de un proceso que tiene por actores a los
hombres, a la voluntad y a la capacidad de los hombres) la situación dada es
inactiva, y pueden producirse conclusiones contradictorias: la vieja sociedad
resiste y se asegura un “período de respiro” exterminando físicamente a la
élite adversaria y aterrorizando a las masas de reserva; o bien se produce la
destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto, con la instauración de la
paz de los cementerios, que puede incluso estar bajo la vigilancia de un centinela
extranjero.
Pero la observación más importante que hay que hacer a
propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas es la
siguiente: que esos análisis no pueden ni deben constituir fines en sí mismos
(a menos que se esté escribiendo un capítulo de historia pasada) sino que
cobran significación si sirven para justificar una actividad práctica, una
iniciativa de la voluntad. Los análisis muestran cuáles son los puntos de menor
resistencia, a los que pueden aplicarse con más fruto las fuerzas de la
voluntad, sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede plantear
mejor una campaña de agitación política, qué lenguaje será mejor comprendido
por las muchedumbres, etc.
El elemento decisivo de toda situación es la fuerza
permanentemente organizada y predispuesta desde mucho tiempo antes, la cual
puede ser lanzada hacia delante cuando se juzga que una situación es favorable
( y será favorable sólo en la medida en que exista una fuerza así, y esté llena
de ardor combativo); por eso la tarea esencial consiste en curarse sistemática
y pacientemente de formar, desarrollar, homogeneizar cada vez más y hacer cada
vez más compacta y consciente de sí misma a esa fuente. Esto se comprueba en la
historia militar y en la atención con la cual se ha preparado siempre a los
ejércitos para empezar una guerra en cualquier momento. Los grandes estados han
sido grandes precisamente, porque estaban en cualquier momento preparados para
intervenir eficazmente en las coyunturas internacionales favorables, y éstas
eran favorables para ellos porque los grandes estados tenían la posibilidad
concreta de insertarse eficazmente en ellas.(1932-1934)
El texto anterior ha sido extractado
del libro ‘Notas sobre Maquiavelo, sobre
Política y sobre el Estado Moderno’, de Antonio Gramsci
Juan Pablo Editores, México 1975 | Págs. 65 a la 76