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Antonio Gramsci
✆ Stefania Morgante |
► Hay indicios de que en la actualidad
estamos presenciando el comienzo de lo que Gramsci denomina una “crisis
orgánica”
► Según Gramsci, ésta se produce cuando
grandes segmentos de la población estan apartados de sus partidos tradicionales
que ya no son reconocidos por las bases sociales como “expresiones genuinas”
del grupo
Enric
Martínez-Herrera & Thomas Jeffrey Miley
| El fantasma de Karl
Polanyi recorre Europa en estos días. Es muy conocido que en su libro clásico, La
gran transformación (1944), Polanyi dibujó las consecuencias sociales y
políticas devastadoras provocadas por la búsqueda decidida de una sociedad de
mercado pura por las potencias europeas a lo largo del siglo XIX y la primera
parte del siglo XX. Polanyi argumenta persuasivamente que tales fantasías
utópicas engendraron de manera efectiva un proceso negativo, dinámico y
dialéctico – un “doble movimiento” – que condujo a niveles de muerte y
destrucción sin precedentes, los cuales culminaron en el ascenso del fascismo y
la guerra total. Tras más de medio siglo de negociación de clase y una
relativa paz social, Europa se encuentra de nuevo a si misma atrapada por una
plutocracia dedicada a la realización de sus fantasías utópicas: encarnadas en
el régimen neoliberal de austeridad, impuestas por orden de la Troika, y en
nombre del sector financiero.
Hasta el momento, el régimen de austeridad actual ha tenido
consecuencias previsiblemente lúgubres en cuanto a las condiciones materiales,
perspectivas de empleo y oportunidades de vida de la inmensa mayoría de los
ciudadanos europeos, especialmente de las de los despectivamente denominados
“PIIGS”, los cuales se han encontrado en el ojo de la tormenta financiera.
Ha surgido una crisis de la democracia (Streeck 2011). Con
el dramático declive en la “eficacia” del sistema ha advenido el inicio de una
grave crisis de legitimidad de las instituciones representativas de todo el Sur
de Europa. De hecho, hay indicios claros de que en la actualidad estamos
presenciando el comienzo de lo que Gramsci denomina una “crisis orgánica”.
Según el teórico aún sin parangón del concepto de hegemonía, este tipo de
crisis se producen cuando grandes segmentos de la población (bajo el prisma de
Gramsci, clases sociales) “llegan a estar apartados de sus partidos
tradicionales” – más específicamente, cuando se desprenden de la “forma de
organización particular, de los hombres particulares que los constituyen,
representan y conducen” (Gramsci, 1971: 210). En estas situaciones, los
representantes de los principales partidos establecidos ya no son reconocidos
por las bases sociales como “expresiones genuinas” del grupo.
Esto es precisamente lo que parece estar ocurriendo en
España, donde las encuestas de opinión pública muestran que, disparadas en
paralelo a los niveles de desempleo, las tasas de desafección de los ciudadanos
hacia sus representantes políticos y sus instituciones representativas, medidas
a través de múltiples indicadores, son las más altas que se han registrado
jamás (Barreiro 2013).
Lo desolador de la coyuntura actual desde la perspectiva
democrática quizás esté mejor captado como la colusión farsante del gobierno
socialista de Rodríguez-Zapatero con la oposición conservadora de Rajoy al
aceptar, en agosto de 2011, enmendar la Constitución española con el fin de
prohibir los déficits presupuestarios – la fantasía más salvaje del Tea Party –
un movimiento que imita explícitamente una reforma alemana de 2009 y,
básicamente, por mandato constitucional descarta el recurso a paquetes de
estímulo anticíclicos. Y lo hicieron sin siquiera molestarse en consultar al
demos mediante referéndum acerca una medida tan draconiana. Su coartada para la
colusión en este golpe constitucional neoliberal fue la “credibilidad” (sic) a
los ojos de los mercados financieros.
¿Reforma
constitucional?
La pantomima constitucional resultó particularmente amarga e
indigesta y, por tanto, perjudicial para la reputación de los principales
partidos: no sólo porque desveló su actitud suplicante ante los Dioses de las
finanzas internacionales, sino también porque los dos principales partidos
(especialmente el Partido Popular) habían pasado buena parte de la década
anterior respondiendo a las demandas nacionalistas vascas y catalanas de
reforma constitucional con argumentos en torno al tema de la necesidad de ser
cautos antes de “abrir el melón constitucional” y jugando con el gran pero
delicado logro histórico del excepcionalmente amplio consenso constitucional
forjado por los “padres” de la Constitución y ratificada mediante referéndum en
1978 (Martínez y Miley 2011).
El actual punto muerto entre el gobierno central y las
autoridades regionales catalanas sólo tiene sentido en tanto que, de manera
simultánea, síntoma y causa agravante de esta crisis orgánica en pleno
desarrollo.
El presente ciclo de movilización nacionalista en la región
se ha caracterizado por un desafío sin precedentes cercanos a la legalidad
constitucional de las autoridades catalanas, que han anunciado un plan para
celebrar un referéndum unilateral sobre la independencia el 9 de noviembre,
pese a las repetidas advertencias, cautas pero claras, por parte del gobierno
central de que va a hacer cumplir la ley para asegurar que esa votación no
sucederá ante su mirada.
El reciente giro del gobierno regional a la “política de confrontación”
y la táctica de movilización callejera dirigida desde arriba, junto con los
desafíos “populistas” a la legalidad constitucional, han sido impulsados
principalmente por una persistente campaña de propaganda partidista del canal
de televisión del propio gobierno regional, TV3 (Martínez y Miley 2013). Está
lejos de ser una coincidencia que ese cambio táctico llegase en un momento en
el que graves problemas económicos sacuden el sur de Europa.
En los últimos tiempos, Artur Mas y sus consellers y socios
de la coalición de facto entre Convergència i Unió y Esquerra Republicana han
llegado a invocar la distinción entre “legalidad” y “legitimidad”, e incluso a
plantear la pregunta “¿Quién teme a la democracia?”. Una alta dosis de retórica
populista, cuando menos, sobre todo considerando que emana de un gobierno
regional tan implicado en la búsqueda de la austeridad como su contraparte en
Madrid. En realidad, Mas es siempre cuidadoso, sobre todo al dirigirse al
público internacional, para señalar la lealtad de su ejecutivo regional a los
dictados de la Troika, por encima y más allá de cualquier queja que pueda tener
respecto al Gobierno central, y mucho menos respecto a la legislación
constitucional. Mas y su gobierno pueden haberse disfrazado de rebeldes populistas,
pero su guisa de rebelión es de orientación decididamente neoliberal.
Apoyo al secesionismo
¿Cómo interpretar el reciente recurso de los nacionalistas
catalanes a un tipo de política más “confrontacional”? La mejor manera de
catalogar el movimiento nacionalista en Cataluña es como un movimiento
mesocrático, el cual ha sido por largo tiempo hegemónico en la intensamente
subvencionada “sociedad civil” catalana. El núcleo de su base social de apoyo
se compone de clases medias catalanoparlantes nativas, provenientes, de manera
desproporcionada, del interior semi-rural fuera del Área Metropolitana de
Barcelona (Martínez y Miley 2011). Asimismo, su hegemonía en la “sociedad
civil” se refleja y perpetúa por estar muy bien representada en las
instituciones políticas regionales, y ser abrumadoramente dominante entre las
filas de los burócratas, intelectuales y maestros de escuela regionales (Miley
2006; Martínez y Miley 2014).
La clase empresarial ha estado algo más dividida. Durante la
época de Franco la economía catalana tuvo excelente aspecto, experimentando un
ciclo impresionante de expansión industrial desde mediados de los años
cincuenta hasta el estallido de la crisis de la OPEP en la agonía del régimen.
Con la transición a la democracia y la descentralización de competencias a un
gobierno regional, la clase empresarial viró sin reparos a la coalición de
centro derecha de Jordi Pujol, Convergència i Unió. Pujol era un líder
carismático que demostró la capacidad de forjar un bloque de poder conservador dominado
por la clase empresarial catalana con apoyo popular proporcionado por las capas
medias nativas nacionalistas.
Sin embargo, el atractivo del movimiento nacionalista en los
estratos inferiores de la sociedad catalana siempre se ha mantenido bastante
estancado. Esto se debe en gran parte a su fracaso para echar raíces en el
grueso castellano-parlante e inmigrante interior del proletariado industrial
tradicional en la corona metropolitana de Barcelona, así como al hecho de que
sólo ha hecho ligeramente mejor entre la descendencia, subempleada
post-industrial, de dichos inmigrantes interiores (Martínez y Barceló 2014).
Por no hablar de su falta de atractivo general para la última ola de
inmigrantes, procedente del Norte de África, América Latina y Europa del Este.
De hecho, la diversidad lingüística y nacional de la
población de Cataluña ha constituido durante mucho tiempo la espina demográfica
clavada en el costado de las aspiraciones de construcción de una mayoría
democrática en favor de un Estado-nación catalán independiente. Dicho sin
rodeos, Cataluña es una sociedad multinacional. La larga historia de migración
interna y, aun más, los siglos de integración en el Estado español (uno de los
más antiguos del mundo) han mitigado el atractivo del movimiento nacionalista
catalán, sobre todo entre los trabajadores no cualificados y semi-cualificados,
haciendo de las aspiraciones de independencia poco más que un sueño utópico. En
este sentido, resulta un tanto paradójico, pero muy cierto, que la idea de la
independencia crece en la medida en que Cataluña deviene más multicultural a
través de nuevas olas de inmigración que abonan la xenofobia, la cual, a su
vez, hace que la secesión sea cada vez más difícil en términos democráticos
(Martínez 2009).
Con todo, el movimiento nacionalista catalán ha ejercido
poder de Estado a nivel del gobierno regional durante más de tres décadas, y ha
empleado este poder para impulsar una agenda de construcción de la nación
herderiana. La política lingüística y el control del sistema educativo, así
como de los medios de comunicación regional, han sido los componentes cruciales
de este proyecto romántico de “pueblo”. Los nacionalistas catalanes han
utilizado su dominio político y sus parcelas de poder estatal en el ámbito
regional para librar una “guerra de posiciones” sobre los imaginarios
nacionales y las lealtades, creencias y expectativas políticas. Han invertido
décadas en institucionalizar su proyecto hegemónico de nación en cientos de
formas (Martínez, 2002), haciendo que venga a ser “un sistema generalizado de
clasificación social, un ‘principio de visión y división’ organizativo del
mundo social” (Bourdieu, 1990: 134; Brubaker 1994: 48).
“Guerra de maniobra”
Sólo ahora, con el trasfondo de la “crisis orgánica” que
viene acaeciendo en España, el movimiento nacionalista catalán ha cambiado de
táctica para librar una “guerra de maniobra”. Está tratando con efectividad un
golpe rápido, en la esperanza de aprovechar la oportunidad de esta crisis para
hacer del sueño utópico del Estado-nación catalán independiente un hecho
consumado. En este proceso de movilización, y en un esfuerzo consciente para
apelar más allá de su base de apoyo electoral tradicional, el movimiento
nacionalista ha complementado cada vez más su repertorio romántico con un
discurso materialista de agravio económico según el cual el Gobierno central es
culpable de “expoliar fiscalmente”, incluso “robar”, a la región en su conjunto
– un tropo populista anti-redistribución clásico que está mostrando a las
claras algunos signos de éxito en el clima doblemente propicio de desempleo
extremadamente alto combinado con graves regresiones en derechos sociales-. En
realidad, un aumento impresionante, aunque sobreestimado, en el sentimiento
separatista barrió la región entre finales de 2010 y finales de 2012, aunque
desde entonces el apoyo a la independencia parece haber frenado en algún lugar
entorno al 45% a lo sumo (Martínez y Miley 2013).
Ahora bien, el movimiento nacionalista catalán no opera en
el vacío. El proyecto utópico herderiano de las clases medias está finalmente
subordinado y al servicio del proyecto utópico neoliberal de las clases
acomodadas, lo cual refleja la relación cómplice entre, de un lado, la “casta”
política y los movimientos sociales mesocráticos con los que están vinculados
orgánicamente y, del otro, la clase dominante a la que hasta ahora han servido
de manera consecuente y leal.
En los últimos dos años, la confrontación entre el gobierno
neoliberal de Mas en Barcelona y el gobierno neoliberal de Rajoy en Madrid ha
dictado la agenda política en toda España – dominando prácticamente los
titulares-, rivalizando únicamente con la serie de graves escándalos de
corrupción que engullen actualmente los partidos gobernantes, en ambas
ciudades.
Hasta ahora, el enfrentamiento ha convenido a los dos
bloques gobernantes, aunque ha funcionado algo mejor en términos partidistas
para Rajoy que para Mas. Asombrosamente, más de un año después de que estallara
el escándalo Bárcenas de financiación de los partidos, a la vez que aplica
políticas de austeridad dolorosas e impopulares, el PP sigue estando – según la
mayoría de las encuestas – a punto de conseguir mayoría en las elecciones
generales del próximo año.
Mas no ha tenido tanta fortuna. En Cataluña la dinámica de
movilización secesionista hasta ahora ha favorecido mucho más a Esquerra
Republicana de Catalunya (ERC), el actual socio de la Convergència i Unió de
Mas. Desde la renovación de su dirección en 2011, se trata de “izquierda” sólo
nominal, tras haber demostrado ser un leal colaborador en el apoyo y puesta en
práctica del actual régimen de austeridad, sin que ello le impida disponer de
legitimidad entre las filas nacionalistas catalanas en tanto que “propietario”
del asunto de la secesión. La reciente confesión de evasión masiva de impuestos
y lavado de dinero mediante cuentas secretas en bancos suizos y andorranos del
ex presidente Jordi Pujol sin duda dañará la suerte electoral de CiU mucho más.
Ahora bien, aunque parece estar teniendo lugar un sorpasso en el seno del
bloque nacionalista catalán, de momento la hegemonía del bloque en su conjunto
sigue estando igualmente asegurada.
Hay una simetría conveniente – si no colusión flagrante – de
las tácticas políticas empleadas por los gobiernos regionales y centrales catalanes
españoles, por no hablar de los intereses plutocráticos cuya agenda de
austeridad ambos bandos representan por igual. Ambos están decididos a mantener
la agenda establecida en torno al eje de las identidades etno-nacionales y a
polarizar las lealtades nacionalistas. Una cortina de humo muy eficaz, capaz de
canalizar la indignación de algunos ciudadanos y, al mismo tiempo dividir y
conquistarles, enfrentando a la clase media y algunos segmentos de la clase
obrera entre si, imaginados como enemigos “nacionales”, mientras se reproduce y
exacerba la enajenación de la mayor parte de trabajadores españoles respecto a
los términos y el horizonte de contestación en el debate público, rechazando
así la amenaza fundamental de fractura de la sociedad en todo el país a través
de las divisorias de clase.
Mas toda crisis orgánica trae consigo una variedad de nuevas
oportunidades. La misma tensión en el tejido social causada por los
acontecimientos nefastos simultáneos de fuertes aumentos en los niveles de
desigualdad, oportunidades de empleo cada vez más escasas y severos recortes en
los servicios de bienestar, que ya han producido la crisis actual de
instituciones representativas democráticas del país, está creando también las
condiciones materiales cada vez más propicias para un nuevo despertar de la
conciencia de clase.
Nuevo escenario
En este sentido, el colapso del apoyo al PSOE en todo el
país, y especialmente en Cataluña, acaso sea la característica más distintiva
de la arena emergente de competición entre partidos. El largo historial del
partido socialista como un “partido del sistema”, especialmente el legado de su
implicación directa en la corrupción estructural del período anterior a la
crisis, cuando se combina con la genuflexión y sumisión del gobierno de
Rodríguez-Zapatero a la teología de la austeridad, dictando sádicamente
masoquismo para las masas, parece haber socavado cualquier credibilidad
residual de su pretensión de representar a los trabajadores españoles.
Hasta el momento, el beneficiario más directo de este
desarrollo en términos partidistas ha sido el partido gobernante en Madrid. La
post-comunista Izquierda Unida también se ha beneficiado un poco, pero mucho
menos de lo que sus cuadros esperaban. Con mucho, el más prometedor de los
avances de la izquierda es la irrupción en la escena de PODEMOS, que deriva su
legitimidad del movimiento 15M y coquetea abiertamente con la democracia
directa de estilo asambleario. Los jóvenes politólogos de la Universidad
Complutense de Madrid que actualmente están al frente de este nuevo
partido-movimiento hasta el momento han demostrado una significativa agilidad
táctica en la difusión de su discurso anti-neoliberal contra-hegemónico en los
medios de comunicación de masas. Asimismo, han pedido abiertamente un “momento
constituyente”, el cual podría reconducir las llamadas a un referéndum
únicamente sobre la secesión en el marco mucho más amplio de una “ruptura” de
ámbito español con el régimen de la II Restauración Borbónica.
Por supuesto, las probabilidades están en contra de PODEMOS.
Pero sus posibilidades de éxito dependen en gran medida de si se puede
establecer eficazmente una agenda centrada en el conflicto de clase en vez de
en los segundones identitarios en los que ahora se encuadra el debate político
español. Si PODEMOS lo logra, puede conseguir el despertar de la conciencia de
clase, condición previa para forjar cualquier bloque contrahegemónico creíble.
Su éxito en esta labor hercúlea dependerá en gran parte de sus tácticas para
encarar la llamada a la desobediencia civil protagonizada por los elementos
mesocráticos más radicalizados hegemónicos en el seno del movimiento
nacionalista catalán cuando la panacea del referéndum sobre la secesión del 9N
sea previsible y efectivamente prohibida por el Gobierno español.
Intelectuales de la izquierda en toda España – de hecho,
algunos de ellos con estrechos vínculos con el círculo íntimo de los dirigentes
de PODEMOS en la Complutense – se han comprometido en una táctica de alianza
con los vástagos secesionistas pequeño-burgueses radicalizados de una
generación de hegemonía pujolista, en la esperanza de forzar una ruptura
considerada capaz de facilitar una dinámica revolucionaria emergente en toda
España. Los que abrazan esta táctica son culpables de entrega a un espejismo,
cuando no de mala fe. También otros en la izquierda, sobre todo en Cataluña y
País Vasco, como estrategia o por principio, creen que cada “nación” tiene
derecho a su propio Estado.
Estas percepciones ingenuas se estrellan contra una realidad
más compleja. En realidad, la misma Cataluña es una sociedad plurinacional, y
la mayoría de sus habitantes se sienten vinculados tanto a España como a
Cataluña, aunque una minoría mesocrática vociferante se identifica
exclusivamente con la última (Martínez y Miley 2010, 2013). La búsqueda de una
alianza con una facción radicalizada del movimiento nacionalista catalán,
incluso con una facción que destila un discurso anticapitalista, es una táctica
sumamente peligrosa para PODEMOS, sobre todo teniendo en cuenta la topografía
etno-nacional profundamente diversa, y la acumulación de fracturas
etno-nacionales y de clase en la sociedad catalana. Semejante alianza con el
flanco izquierdo del movimiento nacionalista catalán alienaría a amplios
sectores de la clase obrera desproporcionadamente castellano-hablante de la
región (cf. Pallarés 2010; Martínez y Barceló 2014) – precisamente el segmento
de la sociedad catalana que ya ha demostrado ser la principal base social de
apoyo a PODEMOS en las recientes elecciones europeas. Por otra parte, en
términos electorales, esta táctica también resultaría peligrosa en tanto que la
mayoría de los nacionalistas catalanes son muy propensos a ver “Podem” como una
mera “sucursal” de un partido español, cuando ya disponen de un amplio abanico
de opciones electorales “independientes de Madrid”. Pero lo más importante,
esta táctica alienaría a posibles partidarios en el resto de España, sobre todo
entre aquellos que, comprensiblemente, temen que la secesión de Cataluña
dañaría aún más el tejido social y económico de su país.
Es comprensible que los intelectuales y activistas
comprometidos con el campo de la resistencia al dominio neoliberal, sin
embargo, se sientan tentados por los cantos de sirena de quienes actúan sobre
las bases de la “nacionalidad” y la “lengua”, simplemente debido a su capacidad
demostrada de movilizar segmentos mesocráticos de la sociedad en cifras
impresionantes -pero gracias, también, en una parte sustancial, a la propaganda
de la TV3 del gobierno regional-. La impresionante capacidad de movilización de
elementos de las clases medias catalanas está en marcado contraste con la
apatía de las todavía durmientes clases trabajadoras plebeyas, alienadas y
fragmentadas (Martínez y Miley 2013).
Mas concluyamos con una advertencia para aquellos
interesados en la creación de frentes efectivos de resistencia a las fuerzas
plutocráticas del neoliberalismo coordinadas a escala mundial que actualmente
tiranizan el planeta y que, sin embargo, piensan que en el contexto español
esto puede realizarse mejor mediante la forja de una alianza táctica con un
socio menor que ejecuta un guión escrito por los elementos mesocráticos de la
sociedad catalana en búsqueda de una utopía secesionista. La advertencia
proviene del gran historiador marxista y estudioso del nacionalismo, Eric J.
Hobsbawm, quien nos recuerda:
“La llamada de la etnicidad o el idioma no surte en absoluto ninguna orientación para el futuro, ni siquiera cuando se forman nuevos estados sobre la base de estos criterios. Se trata meramente de una protesta contra el statu quo o, con más precisión, contra ‘los otros’ que amenazan el grupo étnicamente definido. Porque, a diferencia del fundamentalismo que, pese a lo estrecho y sectario de su atractivo real, saca su fuerza de la pretensión de verdad universal, teóricamente aplicable a todos, el nacionalismo por definición excluye de su ámbito a todos los que no pertenecen a su propia ‘nación’, es decir, la vasta mayoría de la raza humana. Asimismo, si bien el fundamentalismo puede, al menos en cierta medida, apelar a lo que queda de una verdadera costumbre y tradición o bien a una práctica antigua incorporada en la práctica religiosa, como hemos visto, el nacionalismo en si mismo es hostil a las formas reales del pasado o bien surge de entre sus ruinas” (1990: 176).
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Polanyi, Karl. 1944. The Great Transformation. Boston, MA:
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Streeck, Wolfgang. (2011). “The Crises of Democratic
Capitalism,” The New Left Review, 81, Sept.-Oct., 5-29.
Notas biográficas
►Dr. Enric
Martínez-Herrera | Último empleo como profesor en la
Universidad Pompeu Fabra y Affiliated Lecturer (honorario) de la Universidad de
Cambridge. Ph.D. en CC. Políticas y Sociales del Instituto Universitario
Europeo (Florencia) y Maestría en Análisis de Datos en CC. Sociales por la
Universidad de Essex. Ha sido investigador post-doctoral “J. William Fulbright”
en la Universidad de Maryland, investigador “M. García Pelayo” del Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, investigador “B. de Pinós” en la UPF,
investigador visitante en las universidades de Cambridge, Edimburgo y Lovaina
(Leuven), y profesor de la Universidad de Saint Louis y la Universidad Autónoma
de Madrid. Su agenda de investigación se centra en las instituciones, las
políticas públicas y el comportamiento político en perspectiva comparada,
recibió el premio nacional de N. “Pérez-Serrano “(ahora el premio” Juan J. Linz
“) en Derecho Constitucional y Ciencia Política, y es autor de cerca de 40
publicaciones académicas internacionales y nacionales.
►Dr.
Thomas Jeffrey Miley | Profesor de Sociología Política en la
Universidad de Cambridge. Recibió su PhD. en Ciencias Políticas de la
Universidad de Yale, y ha sido investigador “M. García Pelayo” del Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales. Sus intereses de investigación incluyen
los nacionalismos, la política de migración comparada, y la teoría democrática.