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Collage de Antonio Gramsci ✆ Stefania Morgante |
José Antonio Gómez Di
Vincenzo | Esta serie de apuntes que por no contar el
escriba con un influjo creativo innovador llamaremos simplemente, “Apuntes
Gramscianos”, tratará de resumir y acercar al lector, las categorías
conceptuales más destacadas en el pensamiento del marxista sardo y si es
posible, el modo de articularlas para acceder de mejor manera a sus planteos
teorico-prácticos.
Se trata de una introducción, de un abrir puertas al lector
interesado. De ninguna manera se pretende aquí desarrollar toda una serie de
debates de una extraordinaria riqueza y vigencia en el campo marxista actual,
sobre todo dentro del contexto latinonamericano. Tarea por demás álgida y
agotadora que requeriría hilar demasiado fino, apelar a una serie de
conocimientos previos en el lector y a una debida contextualización que de no
estar presente en su bagaje de saberes, imploraría desarrollos sumamente extensos
y disonantes en este tipo textual virtual de entradas blogueanas. Igual, de
ninguna manera dejaremos de mencionarlos, a menos, al pasar.
Como es sabido, Antonio Gramsci se convirtió en uno de los referentes más importantes del marxismo del siglo XX por repensar algunas de las relaciones entre las categorías marxianas con el objeto de ajustarlas a una praxis revolucionaria adecuada para el contexto de la Italia de su época. Resulta fundamental pues no perder de vista, desde el vamos, que su actividad intelectual tiene por objeto revolucionar las condiciones materiales de existencia, transformar el mundo mediante los cambios estructurales necesarios y no desde el mundo de las ideas.
El sardo veía que una revolución socialista al estilo de la
emprendida por los bolcheviques en Rusia no era posible en formaciones sociales
donde la denominada Sociedad Civil se había desarrollado al son de un
capitalismo mucho más asentado y enriquecido por las transformaciones
estructurales y las rearticulaciones superestructurales que trae consigo.
Como sea, es necesario tener siempre presente que Gramsci
jamás pensó o planteó, como sugieren algunas lecturas livianas o acorazadas por
cierto velo burgués, que revolucionar la sociedad capitalista era posible desde
meras transformaciones culturales llevadas a cabo sólo a nivel
superestructural. Las lecturas de un Gramsci que vuelve a poner a Hegel sobre
sus pies son tan desacertadas como aquellas que buscan en él un paragua
intelectual para emprender una “batalla cultural”, un modo de promover una
lucha en el plano de las ideas para dejar todo como está (lectura que a mi
entender y dicho sea de paso, se encuentra muy en boga en el discurso de los
reproductores acríticos enrolados en cierto pensamiento de clausura nacional).
Las relaciones dialécticas entre coerción y consenso, entre
dirección intelectual y moral y dominio, entre hegemonía y dominación siempre
deben ser conceptualizadas y firmemente atadas a las bases materiales de producción
y reproducción de la vida social, en síntesis, a la estructura de relaciones de
producción. Este tópico constituye el punto clave de la reflexión gramsciana y
resulta de una preeminencia fundamental para entender los procesos que se dan
en nuestras formaciones sociales latinoamericanas.
Entonces, desde nuestra mirada, Gramsci jamás podrá ser
bautizado con el agua bendita del subjetivismo o el idealismo. Era un marxista
que tenía muy clara la centralidad de la producción dentro de la dialéctica de
relaciones capitalistas como modo de acceder a los vericuetos de una formación
social para su trasformación revolucionaria. La vuelta de tuerca respecto al
pensamiento decimonónico no es una puesta de cabeza sino una compleja
reconceptualización del panorama intelectual heredado de los padres fundadores
del socialismo.
Hay una noción que es importante tener presente desde el
comienzo cuando se accede al pensamiento del marxista sardo, la idea ampliada
del Estado; esto es: “Estado = Sociedad Política + Sociedad Civil, es
decir, hegemonía acorazada de coerción”.
Además de los mecanismos de coerción intervienen en la
reproducción del sistema formas de consenso para la construcción de hegemonía.
Gramsci no es ingenuo en esto, jamás dejó de ver que para la reproducción
del capitalismo además de la coerción física por parte del Estado y la
económica de parte de la lógica de funcionamiento del sistema mismo,
intervienen toda una serie de mecanismos de transmisión ideológica tendentes
a lograr un consenso, una conformidad en la visión del mundo. Esto aporta
bases más sólidas a la dominación capitalista y hace mucho más complejo el paso
al socialismo.
Cuando uno hace historia, resulta evidente que a pesar de
los cimbronazos que se dan a nivel estructural y de las luchas emprendidas
desde las vanguardias, el capitalismo logra reajustar las relaciones en las
categorías como para seguir adelante a pesar de las contradicciones. No hay
pues una teleología o un mecanismo que lleve inexorablemente al socialismo.
Existe todo un entramado ideológico que se articula con el sedimento de las
relaciones económicas y reafirma el orden existente. El marxista italiano
pretende ir mucho más allá del reduccionismo economicista y el mecanicismo
propios de la Segunda Internacional para hacer de la praxis revolucionaria un
accionar más complejo que el que sólo pretende la “toma del palacio de
invierno”.
Ahora bien, para llegar al punto culminante de su
pensamiento, en los Cuadernos de la Cárcel, el sardo realizó todo una
progresión conceptual acerca del Estado.
Por empezar, Gramsci parte de la crítica a la clásica idea
de un Estado como mero unificador que recompone jurídicamente y políticamente
el orden burgués asegurando su continuidad (la llamada concepción estructural
del Estado), un Estado desde donde la clase dominante sólo opera por coerción,
casi como si existiera un complot burgués por tener atados de pies y manos a
los proletarios.
Gramsci consideraba que si el anterior planteo era correcto,
entonces resultaba justificable la idea de la toma del Estado para la
transformación de las relaciones sociales que lo sostienen, que sería posible
ir al socialismo mediante la conquista del Estado, el reemplazo del viejo
Estado burgués por el nuevo Estado proletario, con instituciones proletarias al
estilo de los soviets. El Estado socialista deberá resultar, entonces, de la articulación
de los diversos Consejos de fábrica en un Consejo Ejecutivo Central, al cual
deberán sumarse los Consejos de Campesinos. Tomar el poder, tomar el palacio de
invierno y ya.
Sin embargo a pesar de tomar distancia respecto al
pensamiento mecanicista, Gramsci no se aleja del leninismo y conserva tres
componentes estratégicos: una teoría de la revolución como creación de un
Estado nuevo partiendo de las masas, que ejerce la dictadura en vinculación
con su poder hegemónico; una teoría del imperialismo, como etapa superior
del capitalismo, que crea otras condiciones nacionales/ internacionales; y una
teoría del partido como fuerza dirigente de la revolución. Pero para adecuar el
juego de estos tres componentes dentro de una estrategia revolucionaria en el
contexto italiano repiensa las relaciones entre Estado, Sociedad Civil y
Política y el rol del partido y los intelectuales en la lucha contrahegemónica.
De aquí resulta la idea de ampliación del concepto de
Estado. El sardo nota que existe todouna praxis política verdadera y
eficazmente revolucionaria capitalista, en una formación social donde el
desarrollo capitalista de las fuerzas productivas va de la mano con un
perfeccionamiento complejo de las instituciones a nivel superestructural y que
sobreviene en la conformación de un sólido “bloque histórico”, que
torna más compleja la lucha revolucionaria socialista.
Gramsci va a sostener que las superestructuras de la
Sociedad Civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna. Así, el
marxista sardo, además de repensar el rol del Estado, reconceptualiza el
concepto de Sociedad Civil concebido sólo como el lugar donde tienen lugar las
relaciones económicas al estilo hegeliano o contractualista. Gramsci rompe la
escisión tajante entre Estado y Sociedad Civil y busca poner en relación
dialéctica (no mecánica ni siguiendo la teoría del reflejo) a las estructuras
con las superestructuras.
Lo logra al complejizar el concepto de Sociedad Civil, al
poner también allí la producción y reproducción de ideología (no sólo de la
vida material por la economía). Con esto, el marxista italiano logra hacer
notar que en la Sociedad Civil, también se encuentra presente el plano de las
superestructuras, que la producción es producción ampliada. Esto constituye
todo una novedad dentro del pensamiento marxista y pretende elucidar otras
cuestiones que el contexto capitalista desarrollado plantea.
Como se ha dicho ya, Gramsci expresa estas reflexiones
contra las concepciones marxistas dogmáticas, economicistas-mecanicistas,
propias de la Segunda Internacional, que esperaban contemplativamente que las
contradicciones de la estructura desembocaran en la revolución socialista, y
creían que dichas contradicciones serían aprehendidas en forma inmediata por
las masas, gracias a un proceso unidireccional y directo y a la luz de la razón
llevada por los apóstoles del comunismo.
Como quiera que sea y resumiendo, entonces… Para Gramsci, en
la Sociedad Civil tenemos, además de relaciones sociales de producción,
acumulación, distribución y consumo, donde epistémicamente resulta central el
acceso a la comprensión del rol de la producción, superestructura
ideológica, es decir, producción y reproducción en el plano de las ideas.
Del Estado estructural- instrumentalista pasamos, entonces,
a la idea del Estado ampliado-orgánico, una relación no mecanicista entre
Estado y clase. En la visión del marxista sardo el Estado, en definitiva, no
puede ser concebido como un organismo de una facción de clase (la burguesía
dominante) sino como la expresión universal de toda la sociedad incorporando también
la mirada, los significados y las luchas de las clases subalternas. Con esta
vuelta de tuerca sobre el pensamiento marxista mecanicista, Gramsci complejiza
el análisis y resuelve las tensiones entre subjetivismo y objetivismo,
estructura y superestructura y sujeto-sociedad al integrar la sociedad política
y la sociedad civil en una totalidad.
La burguesía en el capitalismo desarrollado no se reproduce
en el poder sólo gracias a la existencia de un aparato de coerción (Estado en
sentido restringido como política de gobierno), sino que logra mantener su
poder y acrecentarlo mediante una compleja red de instituciones y organismos
que operan en el seno de la Sociedad Civil. Estas asociaciones a través de la
figura del intelectual orgánico tienen dos propósitos: organizar y expresar su
propia unidad como clase, cohesión, y establecer el consenso de las clases
subalternas, para la reproducción del sistema de dominación, hegemonizar.
En resumen y para ir culminando, decimos que el sardo, siguiendo
a los clásicos, dice que el Estado es en esencia coerción, dictadura,
dominación, retoma los elementos aportados por el desarrollo de la teoría
marxista hasta ese momento pero va un poco más lejos en la comprensión de la
cuestión. Lo hace implantando los conceptos de consenso, de dirección, de
hegemonía, que completan o complementan la manera de supremacía de las clases
dominantes en los capitalismos desarrollados. No sólo se trata de dominio por
coerción física y económica sino también, de producción de consenso, hegemonía
y dirección intelectual y moral.
Tomado la metáfora de la guerra Gramsci sostendrá que el
Estado, en el sentido restringido, es la trinchera avanzada de un sistema,
mientras que la hegemonía, en las sociedades capitalistas desarrolladas, tiende
a garantizarse fundamentalmente desde la producción intelectual de consenso
en la Sociedad Civil. Ahora bien, esas funciones de coerción y consenso diferenciadas
teóricamente como características de los ámbitos de la sociedad política
(Gobierno, instituciones del Estado) y de la Sociedad Civil, no pierden la
especificidad que el pensamiento clásico en filosofía política les había
otorgado, aunque en el pensamiento gramsciano, en la práctica se interrelacionan,
advirtiéndole, por ejemplo, que elementos de la sociedad política, como el
derecho, la educación, operan como factores de consenso que se reproducen en
la Sociedad Civil.
En efecto, el derecho se constituye como un formidable
ejemplo del planteo gramsciano. Las leyes tienen como función coaccionar al
sujeto para que cumpla con los requerimientos propios de la producción
capitalista. Pero también, junto al cumplimiento de lo que no se obtiene por
el consentimiento, también aportan y sedimentan ciertos modos de ver el mundo,
valores compartidos por toda la sociedad, naturalizando ciertas prácticas. De
este modo, el derecho cumple una función integrativo/educadora, además de la
eminentemente represiva.
Las escuelas, las instituciones, los medios de comunicación,
los sindicatos, las parroquias y clubes sociales no operarían como sostienen
los althusserianos como meros aparatos ideológicos de Estado, son más bien
desde la óptica gramsciana, organismos donde se reproducen ideológicas y
políticas de la Sociedad Civil cuyo funcionamiento se deslinda de los dictados
gubernamentales en la medida en que son espacios abiertos a la lucha de clases.
La imagen del Estado como un Leviatán que lo devora y abarca
todo es deudora de una concepción del “Sujeto único”, cuyas decisiones imponen
su curso a la historia. Por ello, no puede aceptarse el enfoque según el cual
el Estado, en el sentido restringido de aparato gubernamental, no representa
sino un aspecto de las actividades superestructurales; el Estado integral, en
sentido gramsciano (sociedad política y sociedad civil), engloba el conjunto de
actividades superestructurales. Hay dialéctica entre coerción y consenso; entre
sociedad civil y Estado. Por este motivo, Gramsci se opone a la disociación
liberal de Sociedad Civil y Sociedad Política y dedica los mejores esfuerzos a
estudiar sus imbricaciones y relaciones mutuas. De lo que se trata es de ganar
posiciones en la Sociedad Civil para emprender una praxis contrahegemónica
desarticulando en consenso e ir logrando a partir de allí los cambios estructurales
que permitan ir al socialismo.
Para ampliar el lector puede consultar entre otros:
Anderson, p., (1987-88), Las
antinomias de Gramsci. Cuadernos del Sur Nº 6 y Nº7; Editorial
Tierra del Fuego, Buenos Aires.
Bobbio, N., (1976), Actualidad
del pensamiento político de Gramsci. Editorial Grijalbo, Barcelona.
Buci-Glucksmann, C., (1980a.), "Entrevista com Christine Buci-Glucksmann". Revista
Mexicana de Sociologia, v. XLII, n. 1, págs. 289-301.
Buci-Glucksmann, C., (1980b.), Gramsci e o Estado: por uma teoria
materialista da filosofia. Paz e Terra, Rio de Janeiro.
Cohen, J., y Arato, A., (2000), Sociedad civil y teoría política. Fondo de Cultura Económica,
México D.F.
Coutinho, C., (1999), Gramsci. Um estudo sobre seu pensamento político. Civilização
Brasileira, Rio de Janeiro.
Thwaites Rey, M., (1994), Gramsci mirando al sur. Sobre la hegemonía en los 90. K&ai
Editor, Colección Teoría Crítica, Buenos Aires.