Los motivos de este suceso son varios. En primer lugar, un
cierto “vacío” teórico en lo concerniente a las estrategias de la izquierda,
entendida esta en sentido amplio. En una situación de relativo ascenso de las
coaliciones de izquierda reformista, pasado el momento de la “ilusión de lo
social” que expresó la moda autonomista, las elaboraciones de Thomas ofrecen
una hipótesis de reconstrucción del marxismo, por
la vía de un rescate del pensamiento de Gramsci, con afinidades hacia los nuevos movimientos surgidos en los últimos años: Ocuppy Wall Street, la Primavera Árabe, movimientos anticapitalistas en general. Y a la vez intenta retomar la cuestión “político-estratégica”.
la vía de un rescate del pensamiento de Gramsci, con afinidades hacia los nuevos movimientos surgidos en los últimos años: Ocuppy Wall Street, la Primavera Árabe, movimientos anticapitalistas en general. Y a la vez intenta retomar la cuestión “político-estratégica”.
Un pensamiento que a la vez, se postula como alternativo al
“posmarxismo” que terminó transformado en soporte ideológico de distintas
variantes de proyectos “populistas”, sobre todo en los gobiernos que en
Latinoamérica se conocieron como “posneoliberales”, hoy también en una
situación de decadencia, postulando a su modo también la cuestión de la
centralidad obrera, sin caer en el “obrerismo” temido hasta el absurdo por las
izquierdas británica y francesa.
Desde el punto de vista teórico, Thomas tiene el mérito de
hacer accesible al lector de habla inglesa ciertas conclusiones de los estudios
gramscianos más recientes. En una “cultura marxista” donde la principal
recepción de Gramsci se hizo a través del prisma althusseriano, a diferencia
por ejemplo de Argentina o en parte de América Latina, donde esa contaminación
existió pero no impidió el desarrollo de una tradición propiamente gramsciana
independientemente o no necesariamente marcada por el enfrentamiento con
Althusser.
Analizaremos en este artículo los planteos de Thomas en un
trabajo posterior a la publicación de su libro, que mantiene a su vez
continuidad en los temas y puntos de vista, pero en forma más sintética y
centrada en los conceptos de hegemonía, revolución pasiva y príncipe moderno.
Utilizaremos como base para nuestra argumentación el trabajo “Hegemony, passive
revolution and the modern Prince” 2, en el que el autor polemiza con las más
difundidas lecturas del concepto gramsciano de hegemonía así como contra las
posiciones que ubican a la “revolución pasiva” como el “punto culminante” de la
teoría de Gramsci y a la metáfora del “príncipe moderno”, como sinónimo de
partido político, entendido en el sentido tradicional.
Cuatro deformaciones
de la hegemonía
Thomas sintetiza en cuatro las principales lecturas o usos
sobre el concepto gramsciano de hegemonía.
1- La que difundieran Palmiro Togliatti y el PC italiano, de la hegemonía como consenso (opuesto a coerción) de un grupo social sobre los demás estratos, reduciéndola a una dirección ética, como parte de la “vía italiana al socialismo”.
2- La que asocia la hegemonía a la articulación de distintos elementos heterogéneos en un “sujeto político” de corte populista, que surge en el proceso constitucional italiano de la segunda posguerra y llega hasta Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
3- La que postula la hegemonía como la construcción de consenso en la sociedad civil, opuesta a la coerción estatal y por ende como una teoría “anti-política”, que asocia con ciertos sectores de la Nueva Izquierda de los ‘60 y ‘70, el maoísmo de Europa Occidental y el Eurocomunismo.
4- La lectura “geopolítica” que postula la hegemonía como una versión del realismo político en las relaciones interestatales.
Thomas sostiene que todas estas versiones, construidas sobre
la base de lecturas parciales del proyecto teórico-político de Gramsci, “tienen
en común la reducción de la hegemonía a una teoría general del poder político”,
y en consecuencia, de la gobernabilidad y el orden.
El “encadenado
dialéctico” de la hegemonía
Contra estas posiciones, Thomas propone una “tipología”
alternativa del concepto de hegemonía que une en una “serie” o “encadenado”
dialéctico (dialectical chain), cuatro momentos, entendidos estos en el sentido
hegeliano de planos conceptuales y no como serie temporal.
- La hegemonía como liderazgo social y político. Basándose en la tradición del marxismo ruso y la Tercera Internacional, Gramsci comienza a utilizar el concepto de hegemonía para analizar la formación histórica del poder estatal moderno, llegando en los Cuadernos a la conclusión de que la formación de la modernidad política en Occidente se caracteriza por la ausencia del principio de la hegemonía del movimiento obrero, desarrollada en “Oriente”.
- La hegemonía como proyecto político. Sostiene Thomas que para Gramsci la hegemonía implica la articulación de diferentes modos de liderazgo social, cultural y económico, en un proyecto político global, que debe construirse sobre la base de la inmensa riqueza de los sectores subalternos, el cual se constituye como un “laboratorio político” para el desarrollo de nuevas formas democráticas y emancipatorias de la práctica política.
- El aparato hegemónico. Este momento contiene, según Thomas, lo que usualmente puede considerarse el aporte nuevo de Gramsci al concepto de hegemonía. La identificación de un aparato hegemónico burgués constituido por los diarios, editoriales, instituciones educativas, asociaciones sociales, clubes deportivos y redes culturales, plantea la necesidad de la conformación de una red alternativa de aparatos hegemónicos proletarios, destinada a abrir el camino hacia la abolición de las relaciones sociales de explotación y opresión.
- La hegemonía del movimiento obrero. Este último y decisivo momento del concepto integral de hegemonía que sostiene Thomas, hace al activismo político de Gramsci antes de su encarcelamiento y a la idea presente en los Cuadernos de la centralidad del trabajo como una relación social que sobredetermina todas las restantes relaciones sociales en las sociedades modernas.
La “revolución
pasiva” como antítesis (o fracaso) de la revolución activa
Thomas explica que de 1930 a 1932 Gramsci utiliza el
concepto de revolución pasiva para explicar el proceso del Risorgimento
(conformación el Estado nacional italiano moderno), en el que las clases
dominantes excluyeron a las clases populares de una participación autónoma y
organizada en el proceso de modernización.
Posteriormente, comienza a utilizarlo comparativamente para
analizar otras formaciones sociales, como Alemania, que había tenido un proceso
similar. A partir de 1932, tiende a generalizar el concepto en el sentido de
que este podría tener un carácter internacional y epocal (tomando el ejemplo
del fascismo).
Contra la idea de un Gramsci partidario de “revoluciones
pasivas” permanentes, plantea que la misma debe entenderse como antítesis de la
revolución activa de las clases populares (como sostuviera Gramsci en C15 §
62). O como fracaso o ausencia de hegemonía proletaria y por lo tanto como
aborto o límites de una verdadera revolución que cumpla con sus tareas
históricas que determina los límites del proceso burgués de modernización.
El príncipe moderno
como partido-laboratorio
Llegamos finalmente a la idea en la cual se articulan la
concepción de la hegemonía y la de la revolución pasiva: El Príncipe Moderno.
Aquí Thomas debate contra la idea de que el Príncipe Moderno sería un mero
nombre en clave para el Partido Comunista. Sostiene que por el contrario,
contra el formalismo político propio de la modernidad, en el cual las formas
políticas subordinan el contenido social, el Príncipe Moderno, culmina en la
constitución de un “partido-laboratorio” que es expresión de un contenido que
constitutivamente lo excede:
La consolidación institucional de este proceso en un partido de nuevo tipo, debería por lo tanto, no ser entendida como la formación de un “sujeto político” como un centro unificado de propósito e iniciativa, o un “instrumento” o “máquina” (…) Por el contrario, es una siempre provisional condensación de relaciones de fuerza que continuamente modifica la composición del Príncipe Moderno como un organismo colectivo, y como un expansivo proceso revolucionario en movimiento. Sobre todo, el concepto integral del Príncipe moderno, tanto como una amplia dinámica civilizatoria como un nuevo proceso institucional de transformación social, representa –en un sentido activo– un nuevo tipo de cultura política que debería ser capaz de valorizar el poder constituyente como la base de una nueva organización social.
Hegemonía proletaria
y hegemonía “nacional-popular”
Si bien compartimos las críticas realizadas por Thomas a las
cuatro deformaciones descritas al principio de este artículo, consideramos que
la tipología que ofrece el autor se vuelve un tanto abstracta en función del
último momento que considera clave: el de la hegemonía del movimiento obrero.
Gramsci nunca sostuvo ninguna de las cuatro versiones deformadas que describe
Thomas, pero en lo tocante a la hegemonía de la clase obrera su teoría se
vuelve problemática, si tomamos en cuenta y ponemos en relación las
elaboraciones de los Cuadernos de la cárcel con su posicionamiento
sobre la hegemonía proletaria en la URSS, en el debate entre el bloque Stalin-Bujarin
y la Oposición Conjunta.
Es en ese debate donde Gramsci se orienta hacia una visión
que emparenta la hegemonía con una idea de “política nacional” por encima del
predominio social y político del proletariado. En su carta al CC del PCUS se
puede leer:
… Camaradas, jamás en la historia se ha visto que una clase dominante estuviera en su conjunto en condiciones de vida inferiores a las de determinados elementos y estratos de la clase dominada y sujeta. Esta contradicción inaudita es la que ha reservado la historia para el proletariado (…) Pero el proletariado no puede llegar a ser clase dominante si no supera esa contradicción con el sacrificio de sus intereses corporativos, no puede mantener la hegemonía y su dictadura si no sacrifica, incluso cuando ya es dominante, esos intereses inmediatos a los intereses generales y permanentes de la clase. (…) En la ideología y en la práctica del bloque de oposición renace plenamente toda la tradición de la socialdemocracia y del sindicalismo, la que ha impedido hasta ahora al proletariado occidental organizarse como clase dirigente. Solo una firme unidad y una firme disciplina en el partido que gobierna el Estado obrero puede asegurar la hegemonía proletaria en régimen de NEP, o sea, en el pleno despliegue de la contradicción que hemos indicado3.
Desde una posición “sustituísta” en la cual el grupo
dirigente es el depositario del “punto de vista” de la clase obrera, la
identificación del interés histórico del proletariado con la política
neopopulista de Bujarin-Stalin en 1926, Gramsci realiza un cierto
desplazamiento teórico. De la hegemonía entendida desde la centralidad de la
clase obrera que combina la lucha por la dirección política tanto como por el
predominio social del proletariado se desliza a otra concepción de bloque
obrero-campesino, en el cual la clase obrera es políticamente dominante por
intermediación de la dirección partidaria, pero socialmente subordinada por su
situación histórica concreta.
Esta oposición entre “interés económico corporativo” y hegemonía,
de peso dominante en los Cuadernos(ver por ejemplo C13 §18) tendiente a
oponer el poder social con la dirección política, es uno de los aspectos más
débiles del concepto de hegemonía gramsciano ya que hace difuso precisamente lo
que Thomas resalta: la hegemonía del movimiento obrero. Y asimismo tiene
consecuencias en el tipo de Partido propuesto por Gramsci, lo cual vuelve más
contradictoria la interpretación de Thomas.
Un Príncipe Moderno a
la medida de las “nuevas izquierdas amplias”
Si bien acierta Thomas en señalar que para Gramsci el
Príncipe Moderno no es un mero nombre en clave para referirse al viejo PC, su
imagen de un partido de nuevo tipo abierto al poder constituyente que viene
desde abajo parece más bien destinada a establecer un Gramsci que dialogue con
el legado del autonomismo y los “partidos amplios anticapitalistas” o
neo-reformistas.
Aunque Gramsci postula un partido que al desarrollarse pone
en marcha un movimiento que subvierte toda la estructura de la sociedad, el peso
que tiene en su “modelo” la actividad autónoma de la clase obrera es muy poco,
ya que a diferencia de su período “consiliar”, en los Cuadernos de la
cárcel no se hacen referencias a los consejos obreros, ni a los comités de
fábrica. La única forma “espontánea” de actividad de la clase obrera que
aparece en sus notas sobre el Príncipe moderno, es el sindicalismo, el cual
debe ser superado para establecer una perspectiva realmente hegemónica.
Por este motivo, el Príncipe Moderno, siempre en la visión
de Gramsci, contrariamente a cualquier lectura “expresiva” de la relación entre
contenido social y formas políticas, tiende a abarcar todo el espectro de
actividad de la clase obrera, y de esa forma subsume y supera políticamente las
formas “espontáneas” del movimiento social.
Del partido-clase (“totalitario” en el sentido de que abarca
el conjunto de la actividad de la clase obrera y “de masas” en el sentido
contrario a partido de vanguardia), Thomas realiza una derivación hacia un
partido-movimiento, del cual se mantiene su carácter de movimiento histórico y
su forma “amplia”, pero se identifica con experiencias que poco tienen que ver
con la hegemonía proletaria4 y al mismo tiempo se invierte la relación
entre contenido social y forma política planteada por Gramsci, desplazándose el
eje de lo político a lo social. Dicho sea de paso, no es la primera vez que se
traza este tipo de interpretación, ampliando la concepción de partido de
Gramsci hasta que abarque diversas experiencias de “izquierdas amplias”,
populistas o reformistas. En nuestro país, fue Juan Carlos Portantiero quien
postulara que las formas “antijacobinas” del partido gramsciano le daban ese
carácter popular, que bien podía emparentarse con la experiencia maoísta (Los
Usos de Gramsci).
En la tradición de Lenin y Trotsky, este problema de la
relación entre movimiento social y partido se aborda desde otra óptica, en la
cual el partido (de vanguardia) logra peso de masas a través del desarrollo de
fracciones revolucionarias en los sindicatos y organizaciones de masas y la
política de frente único obrero, cuya máxima expresión son a su vez los
soviets.
Algunas conclusiones
Contra los más difundidos “usos” de Gramsci, que obedecían a
las condiciones en que surgieran la vía italiana al socialismo, el
eurocomunismo y el posmarxismo, Peter Thomas busca establecer una lectura que
tiene como punto fuerte la crítica de esos lugares comunes que constituyen,
como él mismo afirma, una suerte de “Gramsci para principiantes”. Pero la
interpretación que propone en “Hegemony, passive revolution and the modern
Prince”, cae a su vez en otro tipo de “uso”, acorde al espíritu de época
actual: un Gramsci defensor de un partido de nuevo tipo, que expresa en forma
laxa un movimiento social amplio (que incluiría a la clase obrera),
difícilmente asimilable al horizonte político y cultural de Gramsci, así como a
la propuesta teórica de los Cuadernos de la cárcel.
La hipótesis del Príncipe moderno, en tanto
partido-laboratorio, no jerarquiza las tareas preparatorias que van desde las
luchas teóricas, políticas, hasta los combates parciales de la lucha de clases
misma, en las que madura y se desarrolla un partido revolucionario. Y tampoco
las diferentes tendencias en las que se divide el movimiento obrero (y que son
expresión de su heterogeneidad social y política), que hacen a la existencia de
unas fracciones de vanguardia más avanzadas y conscientes que otras.
En este contexto, Thomas, considera el plano del desarrollo
político en términos históricos (la tendencia de la clase obrera a constituirse
en partido), pero haciendo abstracción de la relación entre el carácter de
clase, las formas organizativas y la estrategia que debe tener ese partido para
la conquista del poder obrero. Así, termina descartando la necesidad de un
partido obrero que debe ser centralizado y democrático, es decir, desecha la
teoría leninista de la organización.
Notas
1. Leiden-Boston, Brill, 2009.
2. Thesis Eleven 117, 2013.
3. Disponible en www.gramsci.org.ar.
4. “Por encima de todo, sin embargo, ha sido la experiencia
práctica de los procesos contradictorios de reagrupamiento de la izquierda a
escala internacional –desde las reconfiguraciones de la última década en la
izquierda latinoamericana, al mayor o menor éxito de los partidos de la
coalición en Europa, como Die Linke en Alemania, Izquierda Unida en España,
Syriza en Grecia y el Front de Gauche en Francia, a la emergencia provisional
de nuevas formaciones políticas en todo el norte de África y el mundo árabe–
que ha colocado firmemente la cuestión del partido de vuelta en la agenda
contemporánea. El horizonte comunista por lo tanto ahora se enfrenta a su
propio horizonte de inteligibilidad no simplemente en una discusión sobre la
forma partido, sino en la relación dialéctica entre este tipo de debates
teóricos y las innovaciones organizativas de los movimientos reales de hoy,
parafraseando las palabras ya citadas algunas veces de La ideología alemana,
que están dirigidos a eliminar el actual estado de cosas” (Thomas, “The
Communist Hypothesis and the Question of Organization”, Theory & Event 4,
volumen 16, 2013).
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