La interrogante posee diversas aristas. En el plano más
general, hace referencia a la capacidad del pensamiento del pasado para
insertarse como un fermento activo en el tiempo presente. El problema pudiera
darse por saldado con una reflexión del tipo: "La importancia de una u
otra forma de pensamiento teórico está vinculada a su capacidad de explicar la
época con respecto a la cual constituye una expresión conceptual. El presente,
a su vez, requiere ser comprendido y explicado desde sí mismo." En otros
términos, los hechos nuevos no se dejan tender en el lecho de Procusto de los
libros viejos. No obstante, este es sólo un momento del problema, que tendería
al absoluto si Cratilo tuviera razón y, efectivamente, no fuera posible bañarse
siquiera una vez en el mismo río. Pero ocurre que las aguas corren, y el río, a
pesar de
esta dialéctica ingenua de la sensoriedad (o del empirismo del más corto aliento), sigue siendo el mismo en su otredad, o, por el reverso, deviene otro en su mismidad.
esta dialéctica ingenua de la sensoriedad (o del empirismo del más corto aliento), sigue siendo el mismo en su otredad, o, por el reverso, deviene otro en su mismidad.
El siguiente momento está relacionado con la determinación
de la medida en que el pasado vive en la contemporaneidad, en que la
contemporaneidad es pasado y forma una unidad indisoluble con él; o, desde otra
perspectiva, en que la cualidad sometida a estudio por uno u otro
pensador ha sido rebasada por su propio movimiento. De la manera más abstracta,
es posible afirmar que Gramsci vive porque este fin de milenio -si nos atenemos
a la división cronológica convencional de la historia- se inscribe por entero
en las determinaciones esenciales de lo que Marx llamara formación
antagónica de la historia humana: la forma de organización de las relaciones
sociales que se articula en torno al antagonismo entre los hombres y los grupos
humanos en el proceso de producción y reproducción de su vida material y espiritual. Con
más determinación, vive porque se inserta, igualmente por entero, en la forma
de sociedad en que este antagonismo adquiere su máxima expresión: la
sociedad capitalista, el modo de producción social (es decir, el modo
de producción de los nexos sociales, de la propia sociedad, de formas
históricas específicas de subjetividad humana, incluida la cultura) que tiene
su alfa y su omega en el proceso de conversión en mercancías de todos los
productos del trabajo humano, y de la propia fuerza de trabajo, y en la
enajenación de las relaciones sociales con respecto a sus propios productores.
No cabe duda de que el capitalismo de nuestros días se
presenta en una forma diferente del capitalismo que estudió y contra
el cual luchó Gramsci. Sin embargo, ¿es diferente su sustancia? E, incluso, ¿ha
sido superada por la historia toda la diversidad de formas de su existencia y
de vías posibles para su superación revolucionaria examinadas o propuestas por
Gramsci?
Mi respuesta es categóricamente negativa. A través de sus metamorfosis
históricas, el capital continúa siendo el mismo río en el que se ven obligados
a sumergirse -o, con más propiedad, a intentar sumergirse, cada vez con menos
éxito- masas crecientes de población, el fuego heraclíteo que se transforma en
todas las cosas y en el cual todas las cosas se transforman, de la misma forma
(¡curiosa manera ésta de adquirir actualidad un símil milenario!) en que el oro
se transfigura en mercancías y las mercancías -incluida la fuerza de trabajo-
se transfiguran en oro..., o en papel moneda, o en aquellos otros papeles
llamados acciones, títulos del tesoro y otras virtualidades.
En términos más concretos, el capitalismo sigue siendo el
régimen de la esclavitud asalariada y de la marginación social, de la sumisión
de la sociedad y los individuos a las leyes de la producción de plusvalía;
sigue siendo la forma de organización de las relaciones entre los hombres que
se construye sobre la contradicción flagrante entre el carácter social de la
producción y el carácter privado de la apropiación; el espacio de la
concentración y centralización progresiva de la riqueza, la propiedad y el
poder; de la reproducción cada vez ampliada del Estado como una maquinaria de
violencia material y espiritual sobre los seres humanos, acorazada (invirtamos
la expresión gramsciana) de hegemonía cultural e ideológica; de la igualdad
formal ante la ley de grupos sociales e individuos profundamente desiguales por
su posición en el sistema de la producción social y las formas y cuotas de
apropiación de la riqueza; de la conversión de los productos de la actividad en
fuerzas hostiles e incontrolables que oprimen a sus propios productores.
El punto de partida
Desde este punto de vista, la cuestión de la actualidad de
Gramsci adquiere la forma de la interrogante acerca de la medida en que su
pensamiento logró aprehender -o participar en la aprehensión- de la sustancia
del modo capitalista de producción social, en particular, de su forma
superior y dominante de existencia, elimperialismo; de revelar las contradicciones
inmanentes e inducidas (por la acción revolucionaria) de su
desarrollo e indicar vías factibles para la organización del sujeto o los
sujetos revolucionarios que habrán de demoler su vetusto edificio y levantar
sobre sus ruinas un nuevo modo de producción social, es decir, una forma nueva,
comunista, de producción y organización de la sociedad y la cultura humanas.
De manera cada vez más acentuada, la obra y la imagen de
Gramsci se han ido convirtiendo, ante todo, en armas de la crítica al marxismo
vulgar y a consabidos vicios del "socialismo real". Ello es muy
saludable, y convengo en que es preciso desandar sin descanso este camino: no
cabe duda de que muchas de sus preocupaciones, avisos y advertencias conservan
una vigencia inestimable para el estudio crítico de la experiencia histórica
del socialismo y constituyen valiosas referencias para el trazado de la
estrategia de construcción socialista, incluso en circunstancias históricas muy
diferentes.
Sin embargo, apelando a Gramsci, no sólo se ha combatido el
marxismo vulgar y las deformaciones del "socialismo real", sino
también, de manera encubierta o descubierta, el propio ideal comunista. Con
harta frecuencia, mediante un complejo ejercicio de omisiones, discriminaciones
y desplazamientos de sentido, el análisis que pone en juego el arsenal de
categorías que articulan su pensamiento desemboca en una crítica indistinta y
abstracta al "socialismo como tal", o en un ensañamiento sádico y, en
ocasiones, masoquista, con la historia del movimiento revolucionario mundial,
aplaudido incluso por impúdicos cancerberos del capitalismo. No sólo se
convierte a Gramsci en un intelectual de gabinete, a imagen y semejanza de
algunos de sus exégetas, dejando como puro trasfondo y colorido biográfico el
hecho de que su gabinete más duradero fue la celda de la prisión a la cual lo
arrojaron la lucha antifascista y su intransigencia comunista, sino también se
mella -diríase mejor, se embota- el filo anticapitalista de su vida y de su
obra y su capacidad de crítica al pensamiento burgués y a las falacias e
ilusiones del reformismo y el oportunismo. En otros términos, tras la virtud
que encierra la visión gramsciana -crítica, antidogmática- del proceso de
reorganización socialista de la sociedad, de la conquista de la hegemonía
proletaria y del "pueblo dirigente" (la democracia), de lo que él
llama "sociedad civil" y de la disolución de la dictadura, se oculta
la posibilidad -es decir, la realidad- de desdeñar, excluir o dejar en una
indeterminación tendenciosa su condición eminente de comunista, de enemigo
irreconciliable del intelectualismo "desinflado e incoloro", que
sigue siendo -utilizo sus palabras- un "peso muerto en nuestro
movimiento"; de combatiente anticapitalista y de forjador de la subjetividad
revolucionaria; la honda raigambre marxista y leninista -sobre todo leninista-
de su pensamiento, orientado a la crítica teórica y práctica de la civilización
capitalista, en particular, del llamado capitalismo avanzado, en la época del
imperialismo. Andando por esta vía, Gramsci no tarda en convertirse en un
teórico funcional al sistema de dominación capitalista, cuyas apelaciones al
carácter revolucionario de la clase obrera, al genio inconmensurable de Lenin o
a la imposibilidad de ser marxista sin traducir esa actitud en acción política
partidista, se presentan como resabios epocales o, en el mejor de los casos,
como deslices de juventud.
Frente a este desenfoque -llamémosle así- es preciso hacer
hincapié en el hecho de que, en sus determinaciones esenciales, la obra de
Gramsci se empina sobre el cimiento de la concepción marxista de la historia,
en particular, de la formación social capitalista y de la Revolución Comunista,
y constituye una forma específica de su existencia, un momento peculiar de su
producción y reproducción, incomprensible al margen del estudio de los
restantes momentos lógicos e históricos de esta concepción.
Parto aquí del supuesto de que el marxismo no es,
simplemente, el conjunto de las obras de Marx y Engels, sino un modo específico
de producción espiritual, o, de forma más precisa, de producción teórica; un
proceso social de producción, distribución, circulación y consumo social de
ideas sobre el antagonismo social -centrado, insisto, en la forma capitalista
de este antagonismo- y sobre la estrategia y la táctica de su superación
revolucionaria; un proceso histórico contradictorio que engendra de sí las más
variadas formas, en correspondencia con las condiciones de tiempo y lugar en
que transcurre, cuyas diferencias y oposiciones resultan enteramente
explicables a partir de la propia dialéctica de este movimiento.
La obra gramsciana constituye precisamente un momento del
devenir histórico del pensamiento comunista; su finalidad inmanente es
contribuir a forjar la conciencia revolucionaria del proletariado y de las
restantes clases, sectores y grupos sociales oprimidos por el capital, someter
el capitalismo a una crítica teórica integral, con vistas a su supresión
histórica como totalidad -es decir, como régimen de producción de plusvalía
y de dominación y hegemonía ideológica de la burguesía-, en la forma de una
sociedad de productores libres. Su marxismo es radical, excluyente de todo
género de "sostenes heterogéneos",(1) distante, como una galaxia de
otra, del pensamiento conciliador, transigente y ecléctico que encharca muchas
escrituras escurridizas que en nuestros días se llaman "de
izquierda".
El punto de partida de los estudios gramscianos con
fines revolucionarios, es el reconocimiento de la forma peculiar, francamente
leninista, en que se funden en su vida y su obra la más estricta fidelidad al
espíritu del marxismo y la radicalidad de su enfrentamiento político al
capitalismo, por una parte, y el recelo racional hacia toda letra y la búsqueda
creativa ante lo inédito de las circunstancias, por otra.
Marx, Lenin, Gramsci
En balde se ha acusado a Gramsci de subjetivista, o se le ha
exaltado como tal. Nada en su obra indica el establecimiento -tan
característico en los escritos de sus epígonos vulgares- de una contraposición
abstracta entre lo subjetivo y lo objetivo, que hiperboliza el primer momento
de la oposición y convierte el otro en una especie de telón de fondo.
Unicamente una interpretación naturalista del marxismo o, por el contrario, una
interpretación voluntarista de la historia (ignorantes, por demás, de la
impronta que dejó el marxismo de Lenin en el movimiento revolucionario
mundial), ha podido ver subjetivismo en su insistencia en el decisivo papel de
la subjetividad en la historia, en particular, en el desarrollo de los procesos
revolucionarios, en su énfasis en la relación cultura-revolución, en la
necesidad de conjuntar lo que separa la sociedad antagónica: la cultura y el
movimiento revolucionario.
No cabe duda de que Gramsci pone sus mayores empeños
teóricos en el estudio y la crítica de lo que denomina, utilizando la conocida
metáfora de Marx, "superestructuras", y en el análisis de la cultura
espiritual, la intelectualidad y su papel en el proceso revolucionario, las
creencias populares, el "sentido común", las sensibilidades, los
aparatos de hegemonía ideológica, la subjetividad revolucionaria. Pero ello no
implica, como se ha sugerido -y como se quiso alguna vez hacer ver con respecto
a Lenin-, que Gramsci haya despreciado en modo alguno la importancia del estudio
científico de los procesos objetivos del desarrollo del capitalismo mundial (en
particular, económicos), que incluyen la subjetividad como un momento orgánico
y establecen las posibilidades efectivas de su organización.
Con Marx -escribe- la historia sigue siendo dominio de las
ideas, del espíritu, de la actividad consciente de los individuos aislados o
asociados. Pero las ideas, el espíritu, se realizan, pierden su arbitrariedad,
no son ya ficticias abstracciones religiosas o sociológicas. La sustancia que
cobran se encuentra en la economía, en la actividad práctica, en los sistemas y
las relaciones de producción y de cambio. La historia como acaecimiento es pura
actividad práctica (económica y moral).(2)
La historia -Gramsci lo sabe- es a la par un proceso
histórico natural y la actividad del hombre que persigue sus fines; o, en la
forma de una síntesis, es el proceso histórico natural de la actividad del
hombre que persigue sus fines. Proceso sujeto a leyes que se producen y se
realizan a través de la actividad de los individuos, las comunidades, los
grupos y clases sociales, quienes, lejos de constituir un momento pasivo, un
simple instrumento de la astucia de una razón espiritual o económica,
constituyen sus propios productores, sus propios creadores. Conciencia y
voluntad organizadas, sí, pero organizadas en correspondencia con el sistema de
determinaciones económicas, políticas y sociales producidas y reproducidas por
la propia actividad humana, y susceptibles de ser transformadas por ella. Poner
el acento en la investigación del momento subjetivo del entramado
histórico no significa, insisto, ignorar la importancia de los llamados
"factores objetivos" de este entramado. Significa no fetichizarlos.
Significa enfrentarse a las tendencias objetivistas, por lo general de corte
academicistas, que ya en época de Gramsci comienzan a usurpar el nombre de
marxismo. Significa asumir la condición de pensador revolucionario, la posición
leninista que pone todo su empeño en la organización de la subjetividad revolucionaria,
frente al "curso natural" del desarrollo capitalista.
En la perspectiva gramsciana -marxista, en general-, toda la
teoría y la práctica de lucha anticapitalista y de construcción socialista debe
partir de un estudio concienzudo del capitalismo en sus determinaciones
esenciales, y del análisis concreto de las peculiaridades lógicas e históricas
en que tiene lugar la acción revolucionaria en cada momento y lugar. (Algo
análogo ocurre, a propósito, con el estudio científico de las "superestructuras",
cuyo "punto de referencia y de 'causación' dialéctica, no mecánica"
se encuentra, según Gramsci, en la "estructura".)(3)
A contrapelo del enfoque que sugiere la idea de un pensador
ajeno a cuestiones económicas y poco ducho en la materia, el espíritu universalista
de Gramsci evidencia un vivo interés por la ciencia económica y los métodos de
investigación que la caracterizan, por las relaciones y diferencias de
principio existentes entre la economía clásica y la teoría -no sólo económica-
de Marx, por cuestiones tan vitales desde el punto de vista de la dialéctica
como la naturaleza de las leyes y regularidades de la ciencia económica, su
comienzo lógico necesario y las peculiaridades de las abstracciones científicas
mediante las cuales se aprehenden los hechos económicos.(4)
En lo que concierne a la Economía Política marxista, Gramsci
no sólo pone de manifiesto su conocimiento de las ediciones críticas más
recientes -en su época- de El Capital y de diferentes compendios de
la obra de Marx, publicados con fines divulgativos para los más diversos
sectores de lectores -cuya revisión considera necesaria-, sino formula también
una serie de sugerencias sobre la forma apropiada de elaborar estos compendios,
sobre el método correcto de exposición, desde el punto de vista de las
necesidades del aprendizaje y de las exigencias culturales de la época.
El conocimiento por parte de Gramsci de la doctrina
económica de Marx -el hombre que "significa la entrada de la inteligencia
en la historia de la humanidad"-(5) resulta evidente por los más diversos
fragmentos de sus escritos y adquiere una peculiar relevancia en sus apuntes
sobre la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, tratada, en
esencia, de forma mucho más culta que como se hace de ordinario en la
actualidad. (Como veremos en breve, Gramsci confiere a la acción de esta ley un
papel decisivo en el desencadenamiento de la crisis integral del capitalismo y
en la preparación de las condiciones objetivas de la revolución.) En todo caso,
al margen de la posible discusión acerca de la extensión y profundidad de sus
conocimientos de Economía Política marxista (de "economía crítica"),
lo cierto es que nada en la obra de Gramsci hace suponer otra actitud que la de
su aceptación plena. Sin temor a exagerar, es posible afirmar que Gramsci asume
en su integridad (es decir, como totalidad) la concepción marxista del modo
capitalista de producción como fundamento objetivo de la diversidad de formas
(instituciones, organizaciones, modos de actividad social) políticas, sociales
e ideológicas que le son consustanciales y como determinación objetiva de las
correspondientes formas de la voluntad revolucionaria, ese "elemento
perturbador" de los movimientos del capital.
Otro tanto puede decirse con respecto a la concepción
leninista del imperialismo, que Gramsci asume explícitamente en diversos
artículos y a la cual hace reiterados honores en los Cuadernos de la
cárcel.
Nunca como hoy es tan necesario poner énfasis en la relación
de continuidad histórica entre el pensamiento de Lenin y el pensamiento de
Gramsci y en el entusiasmo intelectual de Gramsci ente la figura y la obra de
Lenin, en su solidaridad incondicional con la rebeldía bolchevique ante el
llamado "curso natural de los acontecimientos", enraizada en la comprensión
del papel insustituible de lo que se ha dado en llamar factor subjetivo,
subjetividad, organización de la subjetividad anticapitalista en la forma de un
partido revolucionario, presto a conquistar la hegemonía en el interior de la
clase obrera y a expandirla a la sociedad toda. Nunca como hoy, primero, porque
ha alcanzado niveles insospechados la campaña teórica y publicitaria dirigida a
dividir y contraponer la obra y la vida de los grandes pensadores
revolucionarios de nuestra época y, segundo, de manera más concreta, porque
Lenin sigue siendo el más horripilante de los fantasmas que recorren el mundo
del capital, la personalidad más temida por los apologistas del mercado
capitalista y la "libertad" de empresa, el "hombre más odiado
del mundo -para utilizar las palabras de Gramsci-, igual que un día lo fue
Carlos Marx."(6) Lenin, el imperdonable.
En mi opinión, el problema de la relación existente entre el
pensamiento de Gramsci y el de Lenin constituye, a un tiempo, la encrucijada en
la que se bifurcan las diversas interpretaciones de la vida y de la obra del
primero, y el foco que arroja luz sobre su lugar en la historia del movimiento
revolucionario y el pensamiento comunista, y sobre todo posible acercamiento a
sus escritos con el objetivo de encontrar ideas que faciliten una lectura
revolucionaria de la realidad actual.
No es este el lugar para abordar con detenimiento el tema de
la relación de continuidad orgánica entre Lenin y Gramsci. Llamaré
apenas la atención, primero, sobre la correspondencia existente entre los
intentos, cada vez más frecuentes, de convertir a Gramsci en un teórico inocuo
para el sistema de dominación burgués, y la pretensión de distanciarlo de la
posición política de Lenin, supuestamente "más dura", con respecto a
problemas tan medulares como el papel del partido en la lucha revolucionaria,
la dictadura del proletariado y la democracia socialista; y segundo, sobre la
creciente acentuación de la tendencia, desde posiciones con frecuencia
vergonzantes, a excluir, o reducir al mínimo posible, toda referencia a Lenin
de muchos escritos -y, en ocasiones, antologías- que se proponen reconstruir el
pensamiento gramsciano con una visión "menos dura",
"humanista". Frente a la usanza de contraponer y dividir el
pensamiento de ambos gigantes del movimiento revolucionario mundial, habrá que
repetir con Palmiro Togliatti, que "la aparición y el desarrollo del
leninismo en la escena mundial fue el factor decisivo de toda la
evolución de Gramsci"(7), y, con Héctor Agosti, que "el rasgo
distintivo del marxismo gramsciano es su giro leninista".(8) Ahora bien,
tanto la concepción marxiana del capitalismo, como la concepción leniniana de
su fase imperialista son asumidas por Gramsci de forma muy diferente a la
manera habitual en que lo hace el marxismo vulgar, es decir, copiando la forma
externa del discurso y superponiendo esquemas congelados sobre los hechos
históricos concretos. En estas concepciones, Gramsci ve expresiones teóricas
concentradas de la esencia de procesos en desarrollo histórico, en
permanente metamorfosis, que demandan para su comprensión la incorporación
permanente de nuevas categorías y algoritmos de pensamiento, generados por el
propio movimiento objetivo del capitalismo, en calidad de especificaciones,
concomitancias, modalidades, transfiguraciones de aquellas esencias. Su genio,
como el de Lenin, se revela, ante todo, en la forma peculiar en que realiza el
salto mortal desde la teoría clásica a las condiciones concretas de la lucha
revolucionaria en Italia y, en general, en los países con un elevado nivel de
desarrollo capitalista; es decir, el salto desde la expresión teórica de la
esencia de los procesos estudiados a las condiciones históricas específicas en
que se desarrolla la acción revolucionaria, tomando en cuenta el enorme caudal
de experiencias culturales, políticas e históricas del movimiento obrero
europeo, particularmente del italiano, y las peculiaridades coyunturales de la
lucha de clases. Baste reparar, en este sentido, en el importante viraje
operado en la reflexión de ambos revolucionarios a raíz de la forma tortuosa e
imprevisible en que se extendía, se apagaba -o parecía hacerlo- y volvía a
encenderse la chispa de la Revolución de Octubre en Occidente. Con miras
internacionales, Lenin piensa desde la dirección de una revolución triunfante
en un "eslabón débil" del capitalismo, acosada por fuerzas
infinitamente superiores y enfrentada a la formidable tarea de conquistar la
hegemonía proletaria desde el poder alcanzado en minoría y hacer salir de la
prehistoria de la humanidad a millones de hombres y mujeres de los pueblos que
integraron la Unión Soviética y abrirles las puertas del reino de la libertad
que ellos mismos habrían de construir; Gramsci lo hace desde la lucha
antifascista directa -en libertad y en la cárcel-, enfrentado a la tarea
igualmente formidable -que considera obligada en las condiciones de la lucha
anticapitalista en el interior de las naciones imperialistas, en sus
"eslabones fuertes", donde el Estado se presenta de manera acentuada
como "hegemonía acorazada de coerción"- de avistar las vías para
ganar la hegemonía proletaria en la oposición, antes del asalto definitivo a la
maquinaria coercitiva del Estado. Se trata, de un mismo modo de pensamiento
enfrentado a problemas y tareas a la par idénticas y diferentes.
Justamente el tránsito del capitalismo a la fase imperialista
de su desarrollo es lo que exige, según Lenin y Gramsci, la creación de nuevas
modalidades de lucha, de nuevas instituciones de las clases trabajadoras y de
nuevas formas de articulación de las relaciones entre las masas y el partido
revolucionario. Por consiguiente, la clara comprensión científica de este
tránsito constituye una condición imperiosa para la proyección de la estrategia
y la táctica del partido comunista.
Más allá de uno u otro énfasis, Gramsci manifiesta una
adhesión cabal a la esencia de la teoría leninista de imperialismo, centrada en
el estudio del proceso de negación de la libre competencia que determina su
tendencia fundamental y de la correspondiente formación y expansión de los
monopolios financieros como sujetos fundamentales de la economía capitalista.
El imperialismo -escribe- es "el período histórico de los monopolios
nacionales e internacionales... La afirmación de esta tesis es la afirmación de
la existencia, a escala mundial, de las premisas económicas, de las condiciones
objetivas necesarias e indispensables para el advenimiento del
comunismo."(10) Con esta determinación fundamental -asociada al proceso de
concentración y centralización creciente de la riqueza, bosquejado por Marx en
sus célebres consideraciones sobre la tendencia histórica de la acumulación
capitalista-, están conectadas las restantes determinaciones de este nuevo
"período histórico": "el predominio del capital financiero sobre
el capital industrial, de los bancos sobre las fábricas, de la bolsa sobre la
producción de mercancías, del monopolio sobre el capitán de
industria",(11) la unión del capital bancario y el capital industrial en
la forma del capital financiero, con la correspondiente formación de una
oligarquía, o "clase financiera", y la fusión de éste con el poder
estatal, convertido por esta vía en una poderosa palanca de la acumulación del
capital;(12) la formación temprana de agrupaciones monopolistas
internacionales; la mundialización del poder de la burguesía, asociada a la
creciente exportación de capitales y al nuevo reparto territorial del mundo,
plagada de contradicciones destructivas para el capitalismo; la acentuación de
los efectos económicos, políticos, sociales e ideológicos de la ley del
desarrollo desigual del capitalismo en las condiciones del imperialismo, que
subyace en la base de su visión peculiar de la estrategia y la táctica
revolucionarias en las condiciones del "capitalismo avanzado";(13) el
fortalecimiento de la burocracia estatal y, en general, la formación y la
extensión de las más diversas capas parasitarias; la expansión de la
especulación financiera como momento necesario de la reproducción ampliada de
los capitales individuales; el papel de la guerra y las crisis en el
fortalecimiento de los monopolios y del Estado imperialista y en la preparación
de las condiciones objetivas para la revolución socialista; las peculiaridades
del capitalismo monopolista en las condiciones de la guerra imperialista, que
acentúa la tendencia hacia la reglamentación estatal de la producción y la
distribución de la riqueza y convierte al Estado en un interventor permanente y
necesario en el proceso de producción, "en propietario único del
instrumento de trabajo", que "asume todas las funciones tradicionales
del gerente", "en la máquina impersonal que compra y distribuye las
materias primas, que impone un plan de producción, que compra los productos y
los distribuye".(14)
En este punto de la exposición, quisiera llamar la atención
sobre dos momentos importantes en la comprensión del imperialismo en Gramsci.
El primero se refiere a lo que Lenin llama capitalismo monopolista de Estado,
"la fusión en un solo mecanismo de la fuerza gigantesca del capitalismo
con la fuerza gigantesca del Estado, mecanismo que enrola a decenas de millones
de personas en una sola organización [...]."(15) Se ha sugerido que,
respecto a sus trabajos de los años 1919-1921, la comprensión gramsciana del
proceso de interpenetración de la oligarquía financiera y los representantes
políticos de la burguesía (entre los monopolios y el Estado) y de los
mecanismos estatales en la economía parece debilitarse en las Tesis de
Lyon y en los Cuadernos de la cárcel.(16) Sin embargo, a mi juicio,
no existen evidencias de que Gramsci haya abandonado nunca su visión sobre esta
problemática. De ello hablan de forma palmaria, por ejemplo, las
consideraciones de losCuadernos de la cárcel sobre el Estado capitalista
en las condiciones que dimanan del fordismo, dominado, al igual que toda
la superestructura capitalista, "más directamente" por la economía
(Se trata, escribe Gramsci, del Estado liberal, "pero no en el sentido de
liberalismo aduanero o de la efectiva libertad política, sino en el sentido más
profundo y fundamental de la libre iniciativa y del individualismo económico
que conduce con sus propios medios, como "sociedad civil", por
su propio desarrollo histórico, al régimen de la concentración industrial y de
los monopolios.")(17); y sus apuntes "Acciones, obligaciones,
títulos de Estado", en los que reflexiona sobre el papel económico asumido
por el Estado durante la Gran Depresión de los años treinta. En estas
condiciones, el Estado se ve promovido "por necesidades económicas
inevitables", "a una función de primer orden en el sistema
capitalista, como empresa (holding estatal) que concentra el ahorro que se
pone a disposición de la industria y de la actividad privada, y como inversor a
medio y largo plazo".(18) Una vez asumida esta función, el Estado ya no
puede "desinteresarse de la organización de la producción y el cambio,
dejarla, como antes, a la iniciativa de la concurrencia y a la iniciativa
privada," "se ve necesariamente llevado a intervenir para controlar
si las inversiones realizadas por su trámite son bien administradas,"
necesita reorganizar el aparato productivo "para desarrollarlo
paralelamente con el aumento de la población y de las necesidades
colectivas."(19) Ello es así, incluso, en el caso de que las oscilaciones
y transfiguraciones de la política económica imperialista ofrezcan la forma
externa de una reencarnación del liberalismo -agua pasada incapaz de mover
ningún molino en la época del imperio de los monopolios financieros- en las
relaciones entre el Estado y las empresas capitalistas.
Así, pues, lo que se opera en los Cuadernos de la
cárcel es, antes bien, un desplazamiento de la reflexión de Gramsci,
enraizado en la concepción leniniana del capitalismo monopolista de Estado,
hacia el problema de la organización de la subjetividad revolucionaria en las
condiciones en que aquél constituye la relación económico-política dominante
del capitalismo. En este sentido, resultan muy sugerentes las reflexiones de
Gramsci, de indudables resonancias marxianas, sobre la conquista y
consolidación de la hegemonía burguesa "desde la fábrica" por parte
de la oligarquía financiera, con el concurso decisivo del Estado burgués, sobre
los efectos políticos, sociales, éticos y psicológicos de los nuevos métodos de
producción y trabajo característicos de los monopolios financieros, incubados
en la potencia emergente del imperialismo mundial, que denomina con el epíteto
de americanismo y que, con sus propias palabras, constituye,
"entre otras cosas, el mayor esfuerzo colectivo realizado hasta ahora
por crear, con rapidez inaudita y con una conciencia de los fines jamás vista
en la historia, un nuevo tipo de trabajador y de hombre": el "gorila
amaestrado", portador de una "moral de productores
capitalistas".
Taylor expresa con cinismo brutal la finalidad de la
sociedad americana: desarrollar en el trabajador, en un grado máximo, las actitudes
maquinales y automáticas, destruir el viejo nexo psico-físico del trabajo
profesional calificado que exigía una cierta participación activa de la
inteligencia, de la fantasía, de la iniciativa del trabajador, y reducir las
operaciones productivas al mero aspecto físico maquinal [...] Ocurrirá
inevitablemente una selección forzada: una parte de la vieja clase trabajadora
será despiadadamente eliminada del mundo del trabajo, y tal vez incluso del
mundo tout court.(20)
A lo anterior están asociadas, según Gramsci, las nuevas
formas de organización de las plantas productivas hasta el puesto de trabajo
conocidas como "fordismo", los "salarios altos", llamados a
contribuir a la selección de "un personal coherente con el sistema",
las llamadas "iniciativas puritanas" de los industriales
norteamericanos (la lucha contra el alcoholismo y contra la "irregularidad
de las funciones sexuales", como agentes destructores de la fuerza de
trabajo al servicio del capital), la actividad legislativa y judicial del
Estado en el proceso de amaestramiento de los obreros, "si la iniciativa
privada de los industriales resulta insuficiente o si se desencadena una crisis
de moralidad demasiado profunda y amplia en las masas trabajadoras", la
separación progresiva entre "la moralidad-costumbre de los trabajadores y
la de los demás estratos de la población."
El segundo momento se relaciona con el internacionalismo y
con lo que en época de Lenin y Gramsci se dio en llamar cuestión
nacional. Con una fuerza inusitada para la época, Gramsci llama la
atención sobre el incipiente proceso de desnacionalización -y de freno a los
impulsos históricos incipientes o inconclusos hacia la unificación nacional-,
inherente como tendencia al desarrollo del imperialismo, asociado a la fusión
de los monopolios y el Estado nación de la burguesía financiera, la cual se
hace "nacionalista" por cuanto encuentra en este Estado el principal
garante de su dominación, y una coraza y una punta de lanza contra los
monopolios enclavados en otros países, pero que tiende a "desagregar a la
nación, a sabotear y a destruir el aparato económico" en la medida en que
su fuerza expansiva se ve refrenada por la estrechez nacional. "El Estado
nacional ha muerto", afirma Gramsci, siguiendo con una lógica implacable
el hilo ya entonces previsible del desarrollo del imperialismo hacia una
"fase de unidad del mundo", o con más precisión, de reparto económico
y político del mundo; y lo hace de forma tan categórica que aún en nuestros
días, en los que su prognosis ya ha comenzado a hacerse realidad, encuentra
fuerte resistencia entre muchos teóricos aferrados a las apariencias y a las
formas extrínsecas de las instituciones políticas. Si es cierto, opina Gramsci,
que "los Estados nacionales, en su soberanía e independencia, se convierten
en una esfera de influencia, un monopolio en manos extranjeras", si
"el régimen de la libre competencia ha sido abolido por la fase
imperialista del capitalismo mundial, elparlamento nacional ha finalizado su
tarea histórica", es decir, ha perdido su función propiamente nacional.
En tales condiciones, la nación se impone como un baluarte
de la lucha por el socialismo. "Si se estudia -escribe- el esfuerzo
realizado desde 1902 hasta 1927 por los mayoritarios [los bolcheviques] se ve
que su originalidad consiste en una depuración del internacionalismo,
extirpando de él todo elemento vago y puramente ideológico (en sentido malo)
para darle un contenido de política realista."(21) Esta política
internacionalista realista implica una atención muy seria a la "cuestión
nacional", el trazado de una estrategia y una táctica de lucha que, sin
perder de vista la totalidad internacional que la engloba, parta de la
situación nacional y de la correlación de fuerzas nacionales.
[...] Una clase de carácter internacional, en cuanto guía estratos sociales estrictamente nacionales (los intelectuales) e incluso, muchas veces, menos aun que nacionales, particularistas y municipalistas (los campesinos), tiene que 'nacionalizarse' en cierto sentido, y este sentido no es, por lo demás, muy estrecho, porque antes de que se formen las condiciones de una economía según un plan mundial es necesario atravesar múltiples fases en las cuales las combinaciones regionales (de grupos de naciones) pueden ser varias.(22)
No hay sombra aquí de la conocida visión
"internacionalista" difusa que se da la mano con el cosmopolitismo
burgués y hace el juego al transnacionalismo imperialista, sobre la base de una
concepción abstracta y desabrida de la unidad internacional que sólo ve en las
naciones barreras, estrecheces, resabios ideológicos de la burguesía. Sin
dudas, insiste Gramsci, "toda acción proletaria debe estar subordinada al
internacionalismo y coordinada con él; ha de ser capaz de tener carácter
internacionalista."(23) Sin embargo, en la nación y en la cultura
nacional, Gramsci descubre fortificaciones de la lucha revolucionaria que es
preciso conquistar, defender, vigorizar y transformar en bastiones del
internacionalismo de los trabajadores. Frente a la actitud utilitaria y astuta
de la burguesía respecto a la nación y a los "valores patrios", la
clase obrera se ha convertido en la "única clase nacional" e
internacional a un tiempo, en la única fuerza social cuyas luchas expresan la
afirmación de la nación y, a la par, de las tendencias históricas hacia la
integración de las naciones en pie de igualdad. Sin independencia nacional, sin
autodeterminación de las naciones no hay internacionalismo revolucionario ni
socialismo posibles. La internacionalización de las luchas contra el capital supone
como un momento orgánico la lucha por una independencia nacional que permita
"devolver a la nación una personalidad histórica independiente".
"Unicamente el Estado proletario, la dictadura proletaria, puede hoy
detener el proceso de disolución de la unidad nacional," como regresión
absoluta de la historia que favorece las aspiraciones de dominio mundial de la
"clase financiera".(24)
El nudo gordiano
Detengámonos en la comprensión gramsciana de la crisis del
capitalismo y de su vínculo con las leyes inmanentes de la producción
capitalista, en particular, con la ley de la tendencia decreciente de la cuota
de ganancia (o tasa de beneficio), y con la acción revolucionaria encaminada a
la conquista de la hegemonía y el poder político. Quizá en ningún otro momento
de la obra de Gramsci se exprese con más claridad su concepción sobre la
identidad dialéctica existente entre lo objetivo y lo subjetivo en el proceso
histórico y en la acción revolucionaria.
Con frecuencia, en los estudios sobre Gramsci, su concepción
de la crisis del capitalismo se reduce a la idea de la crisis de hegemonía, muy
importante, sin dudas, pero insuficiente para comprender en toda su riqueza
este genuino punto nodal de su pensamiento. La posibilidad de provocar una
crisis orgánica en la hegemonía burguesa, como objetivo estratégico de la lucha
revolucionaria, se haya vinculada en Gramsci, primero, al desarrollo de la
"infraestructura" de la sociedad burguesa, a los altibajos y vaivenes
del proceso de producción de plusvalía y, con particular fuerza, a los límites
lógicos e históricos esenciales del modo capitalista de producción; y, segundo,
a la actividad del partido revolucionario, a su capacidad de desagregar la
fuerzas de la burguesía y quebrantar sus aparatos de hegemonía, producir
consenso popular en torno a su liderazgo en la forma de una amplia alianza de
clases populares, y capitalizar, sobre esta base, las crisis económicas que
constituyen una condición de existencia del capitalismo.
Ya desde sus escritos precarcelarios, Gramsci se mostraba
convencido de que
la agravación de las crisis nacionales e internacionales que destruyen progresivamente el valor de la moneda prueba que el capital ha llegado a una situación extrema; el actual orden de producción y distribución no consigue ya satisfacer ni siquiera las exigencias elementales de la vida humana [...](25)
Estas crisis se hayan asociadas de forma indisoluble a las
regularidades objetivas del proceso de producción de plusvalía, en especial, a
la acción preeminente de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia.(26)
En una época en que la degradación de la economía vulgar no
había alcanzado los niveles actuales de virtuosismo, que la han llevado a
convertir esta ley en un desecho, o a refutarla de manera superficial, mediante
la apelación a estadísticas espurias o parciales, en los Cuadernos de la
cárcel, Gramsci se pronuncia decididamente contra los teóricos que, con una
orientación dogmática y economicista, la interpretan de forma absoluta y
unilateral, y la convierten en un mito "popular energético y
propulsivo". Pero la crítica gramsciana, de ascendencia leniniana, nada
tiene que ver con la negación chata e insulsa de toda determinación económica
de los procesos históricos, en particular, de la lucha revolucionaria. Gramsci
se pronuncia contra la idea vulgar de que "todo progreso técnico determina
inmediatamente, como tal, una caída de la tasa de beneficio, cosa errónea,
porque El Capital afirma sólo que el progreso técnico determina un
proceso de desarrollo contradictorio, uno de cuyos aspectos es la caída
tendencial."(27) La ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia, insiste Gramsci -como todas las leyes que rigen el organismo social-
se manifiesta de manera en extremo contradictoria, a través de un entramado de
fuerzas que apuntan en direcciones diferentes y opuestas.
En nuestros días, sin embargo, la idea vulgar predominante
es justamente la opuesta a aquella otra, a saber, la creencia -la fe, diríamos-
en la infinitud del proceso de desarrollo científico técnico impulsado por el
desarrollo capitalista, es decir, en que las fuerzas productivas sociales
pueden desarrollarse ad infinitum en los marcos del modo capitalista
de producción y contrarrestar como un móvil perpetuo los efectos de la ley de
la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Esta visión apologética,
exponente acabado de la más moderna economía vulgar, que hunde sus raíces en el
siglo pasado, apenas merece la consideración de Gramsci, quien no pierde de
vista ni por un segundo que la perspectiva marxista no es la del desarrollo de
las fuerzas productivas, consideradas como una suerte de sustancia-sujeto
autosuficiente en sí y por sí, a la manera de las construcciones filosóficas
especulativas, sino la del modo de producción en su conjunto, la del ensamblaje
contradictorio y dinámico de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción, la de la totalidad de las relaciones sociales, en las que la
política, la educación, la cultura y, en general, la subjetividad humana juegan
un papel decisivo.
A diferencia del fetichismo científico tecnológico
preponderante en los estudios más recientes del capitalismo contemporáneo, que
convierten la llamada tecnociencia en el principal sujeto del desarrollo
económico y social, Gramsci, en estricta concordancia con la doctrina económica
de Marx, propone explicar las innovaciones tecnológicas a partir de las
determinaciones fundamentales del proceso de producción capitalista en cada
época de su desarrollo histórico, y constata que, si bien, por una parte,
"el progreso técnico permite una dilatación de la plusvalía, por la otra
determina, a causa del cambio que introduce en la composición del capital, la
caída tendencial de la tasa de beneficio."(28)
En el espíritu del marxismo clásico, la perspectiva
gramsciana no es la de los avatares de los capitales individuales que logran
aumentar la productividad del trabajo por encima de la media social, mediante
la introducción y monopolización de unos u otros adelantos científicos y
técnicos y el aumento correspondiente del tiempo de trabajo adicional de los
asalariados. Gramsci advierte que, aunque en el proceso de producción, el
capitalista individual, como resultado de los avances científico-tecnológicos y
del consecuente incremento de la productividad del trabajo,
logra temporalmente aumentar la producción de plusvalía relativa,
para el capitalista social medio, es decir, para la producción
capitalista en su conjunto, el aumento de la composición orgánica del capital
social que lleva aparejada la introducción de nueva tecnología, acentúa la
tendencia a la caída de la cuota de ganancia.
El progreso técnico es precisamente a la empresa individual
la chance de aumentar la productividad del trabajo por encima de
la media social, y realizar, por tanto, beneficios excepcionales, pero, en
cuanto que el progreso en cuestión se socializa, esa posición inicial se pierde
gradualmente y funciona la ley de la media social del trabajo, la cual baja los
precios y los beneficios a través de la concurrencia: en este punto se tiene
una caída de la tasa de beneficio, porque la composición orgánica del capital
se muestra desfavorable.(29)
Como vemos, Gramsci no opera con tendencias económicas
abstractas, sino se mueve en el complejo tejido de las fuerzas sociales contradictorias,
vivas, sujetas a las veleidades del tiempo, a la acción de los sujetos
económicos, políticos e ideológicos. Pero no se pierde en la multiplicidad ni
otorga igual peso y valor a cada una de estas fuerzas: "La caída de la
tasa de beneficio se presenta como el aspecto contradictorio de otra ley, la de
la producción de la plusvalía relativa, y la una tiende a dominar a la otra con
la previsión de que la caída de la tasa de beneficio prevalecerá."(30)
En la ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia Gramsci, aprecia un
proceso dialéctico por el cual el empuje molecular progresivo lleva a un resultado tendencial catastrófico en el conjunto social, resultado del que parten otros empujes aislados progresivos, en un proceso de superación continua que, sin embargo, no puede preverse que haya de ser infinito aunque se disgregue en un número muy grande de fases intermedias de medida e importancia varias.(31)
La odisea del capital y de sus personificaciones, los
capitalistas, radica en agenciárselas para contrarrestar la tendencia
"catastrófica" de esta ley implacable. Para ello se sirven de todas
las vías a su alcance, incluida "la intervención legislativa: defensa de
las patentes, de los secretos industriales, etc., intervención que, de todas
maneras, tiene que ser limitada a algunos aspectos del progreso técnico, aunque
sin duda tenga un peso nada despreciable."(32) (Apuntemos, a propósito,
que esta referencia a la "intervención legislativa" como forma de
contrarrestar la caída de la cuota de ganancia no aparece explícita en El
capital.) Particular interés presenta, en este sentido, la conexión que
establece Gramsci entre la ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia y los "métodos de producción y trabajo" conocidos como
taylorismo y fordismo,(33) los cuales considera "una lucha continua,
incesante" para eludirla, "manteniendo una posición de superioridad
sobre sus concurrentes", "mediante la multiplicación de las variables
en las condiciones del aumento progresivo del capital constante".(34)
Desde una óptica marxista, las "variables"
propuestas por Gramsci -"entre las más importantes"-(35) ofrecen
tantas dudas y preguntas como respuestas. Así, no cabe duda de que las
variables 5 y 6 ("utilización cada vez más amplia de subproductos" y
"utilización de las energías caloríficas desperdiciadas"), actúan
efectivamente, de forma unívoca, como elementos tendientes a aumentar la cuota
de ganancia, en la medida en que contribuyen a reducir el capital constante.
Sin embargo, respecto a la variable 1, es evidente que la introducción de
máquinas cada vez "más perfectas y refinadas" no es privativa del
"método" fordista de producción, sino constituye una
condición sine qua non de la producción capitalista en todas las etapas
de su desarrollo; lo cual exige una explicación de la influencia de esta
"variable" sobre la acción de la ley. Asimismo, la utilización de
"metales más resistentes y de mayor duración", y la "disminución
del desecho de materiales de fabricación" (variables 4 y 5) representan,
exclusivamente, modificaciones en el valor de uso y no hacen explícito su nexo
con la composición orgánica del capital. (¿Se referiría Gramsci, en el primer
caso, al aumento del tiempo de amortización del valor de la maquinaria de los
capitalistas individuales y, por esta vía, al consecuente ahorro de capital
constante? Aun así, sería preciso apuntar que contra este factor se manifiesta
el desgaste apreciativo acelerado de la maquinaria: aunque los metales
empleados sean más resistentes y se incremente su valor de uso, su plazo de
sustitución se acorta de manera inexorable en virtud de la forma capitalista de
su utilización.)
No menos problemática resulta la variable 3, referida a la
creación de "un tipo nuevo de obrero especializado, con altos
salarios". Sin dudas, el incremento del salario nominal de los
obreros constituiría un factor contrarrestante de la ley de la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia si ello implicara un
aumento real del valor de la fuerza de trabajo de éstos: en este
caso, el incremento del capital variable se traduciría en una disminución de la
composición orgánica del capital, con el consecuente aumento de la cuota de
ganancia. Sin embargo, es conocido que, en dependencia del contenido real de
trabajo contenido en la unidad de dinero, el salario nominal de los obreros
puede aumentar al tiempo que desciende el valor de su fuerza de trabajo,
tendencia esta que se convierte en dominante con el desarrollo del monopolio
capitalista sobre la masa de dinero. La observación de Gramsci, no obstante,
invita a la realización de estudios económicos concretos que permitan despejar
la posibilidad de que el incremento salarial pueda obrar como factor
contrarrestante de la acción de la ley.
Por otra parte, presenta sumo interés la visión gramsciana
de la relación existente entre el progreso científico-técnico y la acción de la
ley en términos de costos: "Con cada una de estas innovaciones el
industrial pasa de un período de costes crecientes (o sea, de disminución de la
tasa de beneficio) a un período de costes decrecientes, en la medida en que
consigue disfrutar de un monopolio de iniciativa que puede durar
(relativamente) mucho."(36) Según esta fórmula, el crecimiento de los
costos equivaldría a una manifestación más clara de la ley de la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia; en tanto que el decrecimiento de los
costos implicaría el predominio de los factores contrarrestantes a la acción de
la ley. No obstante, más bien que hablar en este caso de costos en general, lo
correcto sería hacer referencia a los costos del capital constante.
Nada revela aquí el enfoque subjetivista que, con
frecuencia, se ha endilgado a los análisis gramscianos. En la
acción inexorable de la ley de la tendencia decreciente de la cuota
de ganancia, Gramsci identifica el límite lógico objetivo del modo
capitalista de producción; o, con más propiedad, identifica este límite en el
carácter insoluble de la contradicción existente entre la acción de esta ley y
la acción de las tendencias no menos objetivas que la contrarrestan, resumidas
por Gramsci, con no poca temeridad (a fin de cuentas, no ha dado una forma
definitiva a su estudio) en la producción de una plusvalía relativa
creciente.
Sin duda, este resumen deja fuera del campo visual momentos
varios como el abaratamiento de los elementos del capital constante, el
comercio exterior y el aumento del capital por acciones, factores
contrarrestantes de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia
que, a todas luces, no pueden ser subsumidos -al menos por entero- bajo la
acción de la ley de producción de plusvalía relativa. Pero, en este caso, lo
decisivo es el énfasis gramsciano en la importancia que esta ley adquiere con
la entronización del capitalismo monopolista y el consecuente monopolio de la
ciencia y la tecnología, y su insistencia, más explícita y enfática que en la
obra de Marx, en los límites lógicos e históricos de la acción de los factores
contrarrestantes, en particular, de la propia ley de producción de plusvalía
relativa.
Según Gramsci, dos barreras resultan infranqueables para el
capital y para sus posibilidades de producir plusvalía relativa: por una parte,
"técnicamente por la extensión y la resistencia elástica de la
materia"; y, por otra, "socialmente por la medida soportable de paro
en una determinada sociedad."(37) ¿Resultaría descabellado colegir, tras
la nebulosa expresión "la extensión y la resistencia elástica de la
materia", una referencia temprana a los límites en que la naturaleza puede
ser puesta al servicio y explotada por el capital? Tal vez. Sin embargo, en
relación con el análisis del taylorismo y el fordismo, Gramsci utiliza una
expresión análoga, en la cual se introduce un matiz que parece alejar este
sentido: "límite extremo de resistencia del material".(38) ¿A qué
material se refiere? ¿Cuál sería este límite?
Mucho más definido y poderoso resulta el "segundo
límite", "la medida soportable de paro", la inevitable
acentuación -que, en nuestros días, ha alcanzado niveles irracionales- de los
efectos sociales de la ley de la población inherente al sistema de producción
capitalista, asociada, entre otros factores, a la innovación tecnológica, en
particular, al proceso de automatización iniciado con la Primera Revolución
Industrial y acelerado como consecuencia de la colosal concentración de
recursos en manos de los monopolios financieros.
En la nota sobre el taylorismo y el fordismo, Gramsci
establece dos nuevas barreras infranqueables para el capital: "el límite
de la introducción de nuevas máquinas automáticas, o sea, el límite constituido
por la relación última entre hombres y máquinas" (es decir, probablemente,
la relación última en que es posible sustituir la fuerza de trabajo por el
trabajo maquinizado, incluido el automatizado, sin desatar una sobreproducción
crónica y un nivel de desempleo insostenible en términos políticos) y "el
límite de saturación industrial mundial".(39)
Ahora bien,
no es completamente exacto decir que la ley relativa a la disminución de la tasa de beneficio, si estuviera establecida de un modo exacto como creía su autor, "significaría, ni más ni menos, el final automático e inminente de la sociedad capitalista". Nada de automático, ni mucho menos de inminente. Esa inferencia se debe simplemente al error de haber examinado la ley de la caída de la tasa de beneficio aislándola del proceso en el cual ha sido concebida, y aislándola no con fines científicos de mejor exposición, sino como si fuera válida de un modo "absoluto", y no como término dialéctico de un proceso orgánico más amplio.(40)
El límite objetivo último de la producción de
plusvalía (es decir, la inacción de los factores o variables contrarrestantes
de la acción de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia)
estará dado "cuando toda la economía mundial sea capitalista y haya
conseguido un cierto grado de desarrollo; o sea, cuando la 'frontera móvil' del
mundo económico capitalista haya alcanzado sus columnas de Hércules."(41)
De hecho, la dilatación de las fronteras del modo de producción capitalista,
que en la obra de Marx se presentaba como una de las contradicciones internas
de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia -que "busca
una solución en la expansión del campo externo de la producción"-,(42)
Gramsci la presenta como una contratendencia a la acción de la ley.
Así, pues, Gramsci fija límites lógicos e históricos
insalvables para la expansión mundial del capitalismo: justamente el marasmo
inevitable de este proceso constituye el punto de inflexión donde comienza a
manifestarse con fuerza resolutoria la ley de la tendencia decreciente de la
cuota de ganancia frente a sus factores contrarrestantes. Gramsci no duda que,
en esencia, el capitalismo ya ha llegado a esta etapa de su desarrollo
histórico, con independencia de las estratagemas con que la oligarquía
financiera y el Estado imperialista se esfuercen por dilatarla.
De ello dan fe las violentas sacudidas económicas y las
guerras permanentes con las que se ve obligado a solucionar sus contradicciones
de forma temporal, y la acentuación de su carácter parasitario, "del caos,
de la gangrena que amenaza con sofocar la sociedad de los hombres, que ya
corrompe y disuelve la sociedad de los hombres."(43) A propósito, son
numerosos los momentos en que Gramsci pone de manifiesto su gran interés por
los procesos objetivos de la crisis del capitalismo -en particular, de la Gran
Depresión-: la acentuación del desarrollo desigual entre los diferentes países
y el desequilibrio entre unas y otras industrias, la inflación, la emigración
masiva de los trabajadores, la caída del mercado de las acciones y sus nexos
con el proceso de expropiación del ahorro de la población, las reacciones psicológicas
de los poseedores de acciones; la quiebra del parlamento, la intervención
económica y el fortalecimiento de las funciones represivas del Estado y de su
autoritarismo, el parasitismo administrativo. Y, como resultado, la pérdida de
arraigo popular de las ideologías dominantes, que anuncia una genuina crisis
orgánica del sistema capitalista.
La crisis orgánica -escribe Rafael Díaz-Salazar-, que
implica una retirada del apoyo de las masas a la clase dominante ante la
incapacidad de ésta para acoger y satisfacer nuevas demandas, puede alargarse
por mucho tiempo. Son múltiples las posibilidades de reacción ante dicha
crisis, que van desde una prolongación de la misma ante una sociedad inerte y
débil que deja que la situación se pudra y se extienda el caos, hasta el
desarrollo de una guerra civil, pasando por otras modalidades como la reacción
de la clase dominante -recomponiendo su hegemonía en la sociedad civil o
utilizando la sociedad política para imponer un tipo de dictadura-, la
insurrección revolucionaria de las masas, o bien una
solución cesarista -regresiva o progresiva- ante el equilibrio de las
fuerzas antagónicas.(44)
Ahora bien, según Gramsci, "la crisis consiste
precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno
ocurren los más diversos fenómenos morbosos", incluida una "tremenda
reacción de la clase propietaria y de la casta de gobierno". A mi juicio,
en el vasto rompecabezas de los escritos gramscianos, en este punto entronca
orgánicamente la concepción de Gramsci sobre el partido revolucionario, en
esencia leninista, como organización llamada a "dar forma" a las
"energías caóticas" de las masas, en la época de la formación y
consolidación del capitalismo monopolista.
La espada de
Alejandro
Huelga demostrar que Gramsci no alberga ilusiones de ningún
tipo con respecto al accionar natural de los mecanismos económicos. Según su
firme convicción, la contradicción entre la ley de la tendencia decreciente de
la cuota de ganancia y sus factores contrarrestantes sólo puede configurar un
"nudo gordiano, irresoluble normalmente". Se precisa aquí "la
intervención de una espada de Alejandro".(45)
La simple alusión a un nudo gordiano en el proceso de
desarrollo capitalista, lleva implícita la oposición al pensamiento y la acción
medrosos de las corrientes socialdemócratas y reformistas en general, poderosas
ya en época de Gramsci, que confían la superación del capitalismo al curso
espontáneo de los acontecimientos e impugnan la intervención de todo género de
espadas de modernos Alejandros, y evidencia la posición del revolucionario
comunista que dedica todas sus energías a forjar el acero de esta espada y
adiestrar a los hombres y mujeres que habrán de blandirla. Gramsci conoce que
la más poderosa de las fuerzas objetivas de la civilización humana es la
subjetividad. A fin de cuentas, desde una óptica revolucionaria, lo objetivo no
es otra cosa que lo objetivado, las fuerzas activas de los seres humanos
transformadas en objetividad, la forma objetiva de existencia de la
subjetividad.
El análisis gramsciano de la ley de la tendencia decreciente
de la cuota de ganancia (y, en general, de la crisis del capitalismo) puede ser
resumido en la siguiente idea conclusiva: "[...] La contradicción
económica se convierte en contradicción política y se resuelve políticamente en
una inversión de la práctica."(46) Las leyes de la economía capitalista
ponen límite como posibilidad al movimiento del capital.
La realidad de este límite es la acción organizada de la voluntad
revolucionaria.
Gramsci no ignora que, considerada de forma abstracta, la
tendencia económica del desarrollo del imperialismo apunta hacia la
concentración creciente que tiende a la configuración de un monopolio único;
sin embargo, al igual que Lenin,(47) frente a la absolutización de esta
tendencia, con sus inevitables consecuencias desmovilizadoras de la voluntad
revolucionaria, insiste en el error que supone separar "la política del
imperialismo de su economía", y de no tomar en consideración la acción
interventora de la voluntad revolucionaria, encaminada a cortar de raíz todo
desarrollo "natural" del capitalismo.
Los mayores aportes de Gramsci a la visión leninista de la
lucha revolucionaria en la época de imperialismo se encuentran vinculados a su
comprensión de las importantes modificaciones operadas bajo el comando de la
oligarquía financiera en la naturaleza del Estado y, en general, de las
"superestructuras" de la formación social capitalista. Gramsci tiene
plena conciencia de que el Estado burgués, por una parte, es un "tutor
vigilante de la clase propietaria" en general, una maquinaria que
representa los intereses de la totalidad de la burguesía (y de sus
intelectuales asalariados), y, por otra, ha caído "en manos de
esta colosal coalición capitalista", surgida con la fusión del
capital industrial y el capital bancario, y se ha convertido, por esta vía, en
un momento orgánico del proceso de reproducción del capital financiero, es
decir, en un órgano de la voluntad política precisamente de la oligarquía
financiera. En términos de sujetos económicos y políticos, la idea de la fusión
del capital financiero y el poder estatal se traduce de la siguiente forma:
"[...] La clase financista y la clase política son la misma cosa, o dos
aspectos de la misma cosa".(48)
[...] Teóricamente, el Estado parece tener su base político-social en la "gente modesta" y en los intelectuales, cuando en realidad su estructura sigue siendo plutocrática y resulta imposible romper los vínculos con el gran capital financiero; por lo demás, el Estado mismo se convierte en el más grande organismo plutocrático, en la holding de las grandes masas de ahorro de los pequeños capitalistas. [...] No es, por otra parte, nada contradictoria la existencia de un Estado que se base a la vez políticamente en la plutocracia y en el hombre de la calle, como lo prueba un país ejemplar como Francia, donde precisamente no se comprendería el dominio del capital financiero sin la base política de una democracia de rentistas pequeño-burgueses y campesinos.(49)
Este doble carácter del Estado propio del "capitalismo
avanzado" -representante de la burguesía en general e, incluso,
del "hombre de la calle", y de la oligarquía financiera en
exclusiva-, sólo resulta comprensible si se toma en consideración el complejo
engranaje de las relaciones de dominación que le son inherentes, su
intervención ideológica y cultural en el aseguramiento de una estructura
determinada de la producción material y de la apropiación de la riqueza social,
en el establecimiento de la hegemonía (es decir, en esencia, la subordinación
ideológica) de la clase burguesa, en particular, de la oligarquía financiera,
sobre aquel "hombre de la calle", mediante la creación y el
fortalecimiento de las más diversas "superestructuras"
gubernamentales y no gubernamentales, el control de los aparatos escolar,
editorial, comunicacional, religioso, sindical, y cualesquiera otros que
participen en la producción de imágenes, representaciones, creencias, valores,
convicciones, concepciones del mundo. En las condiciones de los países
imperialistas, ello confiere una notable resistencia al sistema de dominación
burgués frente a las inevitables crisis económicas y a los ataques frontales de
los partidos revolucionarios.
En mi opinión -el consenso sobre este punto parece bastante
generalizado- en esta concepción se revela con la mayor fuerza la originalidad
del marxismo de Gramsci, aquello que lo convierte en un momento relevante para
la comprensión del capitalismo en su fase imperialista y para la organización
de la subjetividad revolucionaria. Sin lugar a dudas, la visión gramsciana de
hegemonía, que desarrolla y ramifica la visión leninista, y, vinculado a ello,
su concepción de la guerra de posiciones como forma de lucha encaminada a
alcanzar "una concentración inaudita de hegemonía", con
vistas a la conquista del poder del Estado ("ampliado",
"resistente") en los países con un determinado grado de desarrollo
capitalista,(50) sobre todo en épocas de reacción burguesa, constituyen una
derivación orgánica del concepto leninista de desarrollo desigual del
capitalismo -que incluye la idea del desarrollo desigual de las
transformaciones políticas y culturales-, y representan una sugestiva
referencia para el pensamiento marxista sobre la Revolución Comunista en la
actualidad. Es comprensible, en este sentido, que estos hayan sido los momentos
más tratados y analizados en la ya copiosa bibliografía gramsciana: una vez que
el pensamiento revolucionario ha aprehendido estas categorías, no es posible ya
dejar de ordenar ý comprender los hechos empíricos y proyectar la acción
subversiva sin tomarlas en cuenta con toda seriedad. Tanto más cuanto que,
según el criterio audaz de Gramsci, heredero de la visión de Lenin,
el Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión de dominio del patrimonio nacional. [...] Es necesario dar forma y disciplina permanente a esas energías desordenadas y caóticas, absorberlas, componerlas y potenciarlas, hacer de la clase proletaria y semiproletaria una sociedad organizada que se eduque, que consiga una experiencia, que adquiera consciencia responsable de los deberes que incumben a las clases llegadas al poder del Estado.(51)
Ni uno sólo de los pasajes de Gramsci ofrece fundamento
alguno a los intentos recientes de descalificar el papel de los partidos genuinamente
revolucionarios en la lucha anticapitalista, con epítetos despectivos del
tipo de "vanguardias iluminadas", en momentos -paradójicamente- en
que se fortalece la partidocracia burguesa como órgano de la dominación de los
monopolios transnacionales y en que la "vanguardia" política de la
oligarquía financiera transnacional extiende sus tentáculos hacia todos los
rincones del planeta. Defensor a ultranza del centralismo democrático, es
decir, antiburocrático, como principio rector de la acción del partido
revolucionario, Gramsci no hace concesiones a las tendencias
pseudodemocráticas, en esencia anarquistas y desmovilizadoras, que diluyen la
importancia práctica de lo que valora como "elemento principal de
cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un
conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más
[...], dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y
disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva",
estrechamente asociado a un "elemento medio" que lo ponga en contacto
"no solamente 'físico' sino también moral e intelectual" con las
masas partidistas, es decir, la intelectualidad orgánica.(52)
La firmeza de la posición de Gramsci en relación con la
necesidad de una vanguardia revolucionaria que guíe las luchas por la conquista
de la hegemonía y el poder, e instaure el Estado de los Consejos, se extiende,
incluso, a su actitud ante la llamada "personalización del mando",
ante los "jefes" revolucionarios, acrisolados en el transcurso de la
lucha revolucionaria, capaces de constituirse en "el momento más
individualizado de todo un proceso de desarrollo de la historia pasada".
Por su fuerza y precisión conceptual, por la concentración de ideas que en él
se realiza, por el olvido intencional en que han caído estas ideas y por su
ingente actualidad, vale la pena transcribir el siguiente fragmento de su
artículo "Jefe", escrito a raíz de la muerte de Lenin, y en honor
suyo:
El que algunos socialistas que siguen llamándose marxistas y
revolucionarios digan que quieren la dictadura del proletariado, pero no la
dictadura de los "jefes", la personalización del mando; que digan,
esto es, que quieren la dictadura, pero no en la única forma en que es
históricamente posible, basta para revelar toda una orientación política, toda
una preparación teórica "revolucionaria". [...] El problema esencial
consiste en la naturaleza de las relaciones que los jefes o el jefe tengan con
el partido de la clase obrera, y de las relaciones que existan entre ese
partido y la clase obrera. ¿Son relaciones jerárquicas, de tipo militar, o lo
son de carácter histórico y orgánico? El jefe, el partido, ¿son elementos de la
clase obrera, son una parte de la clase obrera, representan sus intereses y sus
aspiraciones más profundas y vitales, o son una excrecencia de ella, una simple
sobreposición violenta?(53)
Tampoco ninguno de los pasajes de su obra evidencia un
apartamiento de la concepción del partido comunista expresada de forma
inequívoca en sus escritos de juventud: "El Partido tiene que seguir
siendo el órgano de la educación comunista, el foco de la fe, el depositario de
la doctrina, el poder supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas
organizadas y disciplinadas de la clase obrera y campesina."(54) Si es
cierto, como piensa Gramsci, que la lucha por la hegemonía cultural e
ideológica de los trabajadores requiere cohesión y disciplina, ninguna
organización popular contribuirá a este empeño de forma más efectiva que un
partido revolucionario de vanguardia que, como un "dispositivo de
guerra", resulte capaz de "encarnar la consciencia revolucionaria
vigilante de toda la clase explotada, atraer la atención de toda la masa, hacer
que sus directivas sean directivas de ésta, obtener su confianza para
convertirse en su guía y cabeza reflexiva" y "dar una dirección al
conjunto de los movimientos."(55) Según Gramsci, si "las fuerzas
obreras y campesinas carecen de coordinación y de concentración
revolucionaria", ello se debe a que los organismos directivos del Partido
"han mostrado que no entienden absolutamente nada de la fase de desarrollo
que atraviesa en el período actual la historia nacional e internacional, y que
no comprenden nada de la misión que incumbe a los organismos de lucha del
proletariado revolucionario", a que este partido asiste como espectador al
desarrollo de los acontecimientos, [...] no lanza ninguna consigna que puedan
recoger las masas y que pueda dar una dirección general, unificar y concentrar
la acción revolucionaria."(56)
Ahora bien,
el partido político de la clase obrera se justifica en la medida en que, centralizando y coordinando enérgicamente la acción proletaria, contrapone un poder revolucionario de hecho al poder legal del Estado burgués y limita la libertad de iniciativa y de maniobra de éste; si el partido no realiza la unidad y la simultaneidad de los esfuerzos, si el partido resulta ser un mero organismo burocrático, sin alma y sin voluntad, las clase obrera tiende instintivamente a constituir otro partido y se desplaza hacia las tendencias anarquistas, las cuales se dedican precisamente siempre a criticar ásperamente la centralización y el funcionarismo de los partidos políticos.(57)
Todo el problema radica, por consiguiente, en la capacidad
del partido comunista para establecer un nexo orgánico con las masas, para
desarrollar la iniciativa de éstas y constituir un vehículo para su
autogobierno, vincularse a sus diferentes formas de organización -consejos,
sindicatos, comités de barrio, comisariatos urbanos, etc.-, desarrollar un
sistema de democracia obrera y campesina e instaurar una genuina dictadura del
proletariado, "expansiva, no represiva".(58) El partido, ha de ser el
"resultado de un proceso dialéctico en el cual convergen el movimiento
espontáneo de las masas revolucionarias y la voluntad organizativa y directiva
del centro."(59)
Notas
1 Ver: Antonio Gramsci. El materialismo histórico y la
filosofía de Benedetto Croce, La Habana, Edición Revolucionaria, 1966, p. 161.
2 Gramsci y la filosofía de la praxis (selección de
textos), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997, p. 16.
3 Idem., p. 68.
4 Ver: Gramsci y la filosofía de la praxis (selección
de textos), ed. cit., pp. 114-123. Ver también: Antonio Gramsci. Antología,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 323-324.
5 Gramsci y la filosofía de la praxis (selección de
textos), ed. cit., p. 15.
6 Antonio Gramsci. Antología, ed. p. 52.
7 Cit.
por: Christine Buci-Glucksmann. Gramsci y el Estado (Hacia una teoría
materialista de la filosofía), Siglo Veintiuno Editores, 1986, p. 177.
"Los Quaderni -enfatiza Buci-Glucksmann- deben ser "leídos" como
una continuación del leninismo, en otras condiciones históricas y con otras
conclusiones políticas. Ello implica que toda tentativa de oponer Gramsci a
Lenin, en una especie de desplazamiento a la izquierda, para algunos, y a la
derecha, para otros […] no puede conducir sino a una nueva forma de idealismo.
[…] Quien dice continuar a Lenin enuncia una relación productiva y creadora que
no se agotará jamás en la sola aplicación […] del leninismo, sino más bien en
una traducción y desarrollo del leninismo. Ibíd., p. 25.
8 Héctor P. Agosti. "Prólogo" a Antonio
Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, ed. cit.,
p. 10.
9 La grandeza política de los bolcheviques -escribe
Gramsci- está en haber "sabido soldar la doctrina comunista con la
conciencia colectiva del pueblo ruso… en haber, en una palabra, traducido
históricamente a la realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura
del proletariado." Cit.
por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 211.
10 Cit.
por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 193.
11 Idem.,
p. 393.
12 "En la fase imperialista del proceso histórico
de la clase burguesa -escribe Gramsci-, el poder industrial de cada fábrica se
desprende de la fábrica y se centraliza en un trust, en un monopolio, en un
banco, en la burocracia estatal." Antonio Gramsci. Antología, ed.
cit., p. 80.
13 Como apunta Christine Buci-Glucksmann, "la
estrategia de la guerra de posición, la forma en que a través de ésta se
plantea la cuestión de la hegemonía para la clase obrera y para el partido
comunista (el príncipe moderno), responden claramente a los aspectos más
desarrollados del capitalismo. La reflexión gramsciana parte esta vez de los
'eslabones fuertes' de la cadena imperialista, evitando todo catastrofismo
economicista. Al situar la reflexión sobre el fascismo en el terreno de la
'guerra de posición' esboza el comienzo de un período histórico 'nuevo',
marcado por dos hechos principales: una reorganización del capitalismo a escala
mundial y una intervención creciente del Estado en la economía, con todos los
efectos que ello entraña en los 'aparatos de hegemonía'." Op. cit., p.
399.
14 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 70.
15 Vladimir Ilich Lenin. "La Guerra y la
Revolución", en: O. C., t. 32, 1985, p. 90.
16 Sobre la posición de Gramsci al respecto en la época
inmediatamente posterior al triunfo de la Revolución de Octubre, puede juzgarse
por el siguiente retrato de la oligarquía financiera emergente, en sus diversas
transfiguraciones y concomitancias económicas y políticas: "El capitán de
industria se ha convertido en barón de industria, y su nido está en los bancos,
en los salones, en los pasillos ministeriales y parlamentarios, en las bolsas.
El propietario del capital se ha convertido en una rama seca en el campo de la
producción. Como ya no es indispensable, como sus funciones históricas se han
atrofiado, se convierte en un mero agente de policía, y pone directamente sus
"derechos" en las manos del Estado para que éste los defienda sin
piedad. […] Consecuencias: aumento de la fuerza armada policiaca, aumento
caótico de la burocracia incompetente, intento de absorber a todos los
descontentos de la pequeña burguesía ávida de ocio, y creación, con esa
finalidad, de organismos parasitarios hasta el infinito."
17 Cit
por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 394.
18 El interés, no sólo teórico, sino también práctico,
de Gramsci por esta problemática puede constatarse por la relación de formas
específicas en que se manifiesta esta función económica del Estado en su propio
país: "creación italiana de los varios Institutos de Crédito mobiliario, de
reconstrucción industrial, etcétera; transformación de la Banca comercial,
consolidación de las Cajas de ahorro, creación de nuevas formas en el ahorro
postal, etc." Antonio Gramsci. Antología, p. 473.
19 Ibíd. "Se alude a estos elementos -añade
Gramsci- por ser los más orgánicos y esenciales, pero hay también otros más que
llevan a la intervención estatal, o la justifican teóricamente: la agravación
de los regímenes aduaneros y de las tendencias autárquicas, los premios, los
dumping, las operaciones de salvamento de las grandes empresas a punto de
quiebra o en peligro: en sustancia, y como ya se ha dicho, la
"nacionalización de las pérdidas y de los déficit industriales", etc.
20 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., pp. 351-352.
"El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la
filosofía de la práctica (en su manifestación política), ya en la formulación
de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más
reciente [Lenin], la situación internacional tiene que considerarse en su
aspecto nacional. Realmente la relación 'nacional' es el resultado de una
combinación 'original' única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y
concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla.
Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de
partida es 'nacional', y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la
perspectiva es internacional y no puede ser sino internacional. Por tanto, hay
que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase
internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y la
directivas internacionales. Ibíd., p. 351.
21 Ibíd., p. 352.
22 A continuación, Gramsci escribe: "Cualquier
iniciativa que en cualquier momento, y aunque sea transitoriamente, llegue a
entrar en conflicto con ese ideal supremo, tiene que ser inexorablemente
combatida; porque toda desviación del
camino que lleva directamente al triunfo del socialismo internacional, por
pequeña que sea, es contraria a los intereses del proletariado, a los intereses
lejanos o inmediatos, y no sirve más que para dificultar la lucha y prolongar
el dominio de la clase burguesa." Ibíd., pp. 52-53.
23 Ver: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., pp.
184-185.
24 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 71.
25 Las ideas vinculadas a la ley de la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia, se vieron beneficiadas por la lectura de
un conjunto de apuntes que puso a mi disposición el profesor y amigo Rafael
Cervantes Martínez, quien, en plena medida, puede considerarse su coautor.
26 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 446.
27 Ibíd., p. 444.
28 Ibíd., p. 446.
29 Ibíd., p. 445.
30 Ibíd., p. 447.
31 Ibíd.
32 En de Gramsci, esta ley se encontraría "en la
base del americanismo, o sea, sería la causa del acelerado ritmo de progreso de
los métodos de trabajo y de producción, y de modificación del tipo tradicional
de obrero." Ibíd., p. 449.
33 Ver: Ibíd., pp. 446, 448.
34 He aquí estas "variables": 1) "Las
máquinas constantemente introducidas son más perfectas y refinadas; 2) los
metales más resistentes y de mayor duración; 3) se crea un tipo nuevo de
obrero, monopolizado mediante salarios altos; 4) disminución del desecho de
materiales de fabricación; 5) utilización cada vez más amplia de subproductos
cada vez más numerosos, o sea, ahorro de desechos que antes eran inevitables,
ahorro posibilitado por la gran dimensión de la empresa; 6) utilización de las
energías caloríficas desperdiciadas: por ejemplo, el calor de los altos hornos,
que antes se perdía en la atmósfera, se introduce en sistemas de tuberías y
calienta las habitaciones, etc." Ibíd., p. 448.
35 Ibíd., p. 448.
36 Ibíd., p. 445.
37 Ibíd., p. 449.
38 Ver: Ibíd. Es necesario acotar que, según una
lectura plausible del texto, Gramsci asocia "el límite de saturación
industrial mundial" con la disminución de la tasa de aumento de la
población, es decir, con el hecho supuesto de que el capital, "al
difundirse el industrialismo", habrá de encontrarse con menos masa de
trabajo excedente, con menos población para explotar. Ver: Ibíd. En realidad,
el límite en este caso lo pone la capacidad del capital de convertirse en
condiciones de producción, las posibilidades efectivas de inversión productiva
de capital. En términos económicos, no es la falta de brazos lo que detiene al
capital, sino la lógica inmanente de su reproducción.
39 Ibíd., p. 447.
40 Ibíd., p. 445.
41 Ver: Carlos Marx. El capital, t. 3, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, p. 267.
42 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 71.
"Aumenta morbosamente el número de los que no producen -precisa Gramsci-,
superando todos los límites admisibles por la potencialidad del aparato de
producción. […] Las horas no pagadas del trabajo obrero no sirven ya para
incrementar la riqueza de los capitalistas: sirven para alimentar la avidez de
la ilimitada muchedumbre de los agentes, los funcionarios, los ociosos, y para
alimentar a los que trabajan directamente para esa turba de inútiles parásitos.
[…] La producción de ahorro es "función" de la clase
parasitaria." Ibíd., p. 70.
43 Rafael Díaz-Salazar. El proyecto de Gramsci,
Ediciones Hoac, pp. 238-239.
44 Ibíd., p. 445.
45 Ibíd.
46 Vladimir Ilich Lenin. "Prefacio al folleto de
Bujarin 'La economía mundial y el imperialismo'", en: O.C., t. 27, p.103.
47 Antonio Gramsci. Los intelectuales y la organización
de la cultura, Editorial Lautaro, Buenos Aires 1960, p. 87. Con mirada aguda, y
pese a los espejismos de la época que presentaban el fascismo como un
movimiento pequeño-burgués, Gramsci, entre los primeros, revela la íntima
conexión existente entre el poder del Estado fascista y el imperio de los
monopolios financieros "[…] El fascismo actual -escribe- representa
típicamente el neto predominio del capital financiero en el Estado."
Idem., p. 397.
48 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 474.
49 Para Gramsci, como para todo genuino revolucionario,
la lucha política es, en esencia, una lucha por el poder del Estado. Nada más
alejado de su posición comunista que los recientes llamados de ciertas izquierdas
a renunciar a la toma del poder, a permanecer como fuerzas permanentes de
oposición al capitalismo, en nombre de la construcción de una hegemonía
abstracta, en condiciones ideales que no existen ni existirán por largo tiempo
en ningún rincón del planeta.
50 Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., pp. 59-60.
51 Ibíd., p. 348.
52 Ibíd., p. 150.
53 Ibíd., p. 60.
54 Ver: Ibíd., p. 73-74. Más adelante, Gramsci apunta:
"La existencia de un Partido Comunista cohesionado y fuertemente
disciplinado, que coordine y concentre en su comité ejecutivo central toda la
acción revolucionaria del proletariado, a través de sus núcleos de fábrica, de
sindicato, de cooperativa, es la condición fundamental e indispensable para
intentar cualquier experimento de Soviet." Ibíd., pp. 76. Y: "Es sin
duda muy difícil que una clase pueda llegar a la solución de sus problemas y a
la consecución de las finalidades inscritas en su existencia y en la fuerza
general de la sociedad sin que se constituya una vanguardia que conduzca a esa
clase a la consecución de aquellos fines." Ibíd., p. 178.
55 Ibíd., p. 72.
56 Ibíd., p. 74.
57 Ibíd., p. 153.
58 Ibíd., p. 144.
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