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Nicolás de Maquiavello ✆ Eulogia Merle |
gramsciano será sobre todo el de El Príncipe y de El arte de la guerra y no el pensador republicano de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, marcando una escisión que significaría -según Gramsci- “una disidencia trágica” en Maquiavelo que no puede separarse del ideal republicano pero que a la vez comprende que sólo la monarquía absoluta puede resolver los problemas de su época: la fundación de un Estado en una sociedad corrompida.
¿Qué le interesa a Gramsci de El Príncipe dentro del marco de reflexión que ha elegido? La
explicación del fracaso en la constitución del Estado nacional italiano por lo
que califica como el “carácter cosmopolita de los intelectuales” y por la
función universal (y, por tanto, no nacional) que el papado va a cumplir en ese
proceso histórico. Así lo señala en los Quaderni:
“... Las razones de los sucesivos fracasos de crear una voluntad colectiva nacional-popular hay que buscarlas en la existencia de determinados grupos sociales que se forman con la disolución de la burguesía comunal, en el carácter particular de otros grupos que reflejan la función internacional de Italia como sede de la Iglesia y depositaria del Sacro Imperio Romano. Esta función y la posición consiguiente determinan una situación interna que puede denominarse económica-corporativa, es decir, políticamente, la peor de las formas de sociedad feudal, la forma menos progresiva y más estancada. Faltó siempre y no podía constituirse una fuerza jacobina eficiente, precisamente la fuerza que en otras naciones ha suscitado y organizado la voluntad colectiva nacional-popular fundando los Estados modernos...” (p. 1559).
El fracaso del Maquiavelo de El Príncipe, el hecho de que sus prescripciones no hayan encontrado
un jefe capaz de realizarlas es lo que llevó al retraso secular de la
constitución del Estado nacional italiano. Ya el joven Hegel, el primer gran
apologista del pensador florentino, había visto en Maquiavelo “... una seria cabeza política en el sentido
más grande y más noble...” capaz de plantear una solución para el mismo
problema de fragmentación que padecía todavía entonces Alemania.
“... En la época de su desgracia -escribe- cuando Italia se precipitó en su miseria (...) un hombre de Estado italiano, profundamente conmovido por esta situación de miseria general, de odio, de desorden, de ceguera, concibió con fría serenidad la necesaria idea de salvar a Italia mediante su unificación en un Estado...” (Hegel, 1972: p. 120).
Esa idea de fundación de un nuevo Estado es la que Gramsci
recoge de las prescripciones de Maquiavelo; por eso su preocupación casi
exclusiva por El Príncipe como
exponente de lo que llama las “...
cuestiones de gran política: creación de nuevos Estados, conservación y defensa
de estructuras orgánicas en su conjunto; cuestiones de dictadura y hegemonía en
vasta escala, es decir, sobre todo un área estatal...”. Pero esta
preferencia por los temas de El Príncipe
no coloca, en opinión de Gramsci, a ese texto en contraposición absoluta a los Discursos: coincidiendo con un
comentarista de Maquiavelo, Luigi Russo, quien señala que El Príncipe es el tratado de la dictadura (momento de la autoridad
y del individuo) y los Discursos el
de la hegemonía (momento de lo universal y de la libertad), Gramsci escribe:
“... La observación de Russo es exacta, aún cuando en El Príncipe no faltan referencias al momento de la hegemonía o del consenso junto al de la autoridad o de la fuerza. Es justa así la observación de que no existe oposición de principio entre principado y república, sino de que se trata de la hipóstasis de los dos momentos de autoridad y universalidad...” (p. 1564).
A Gramsci, entonces, le interesa El Príncipe como “libro viviente” en el que ideología y ciencia se
fusionan bajo la forma del mito. Para
Gramsci (como para Sorel, en quien se inspiraba para estas consideraciones) la
posibilidad de transformar un pensamiento sobre la política en acción política
devenía en la capacidad de constituir una ideología-mito,
“... una ideología política -escribe- que no se presenta como fría utopía, ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva...” (p. 1556).
Por eso El Príncipe
es un “manifiesto político”, lo que se revelaría claramente en su dramático y
retórico epílogo, exhortando a apoderarse de Italia y a liberarla de los
bárbaros. El Príncipe no era una realidad histórica sino una abstracción doctrinaria,
“el símbolo del Jefe, del condottiero
ideal” que quiere conducir a su pueblo para la fundación de un nuevo Estado.
Pero, en las condiciones modernas, ¿cuál debería ser el carácter del príncipe?
Responder a esa pregunta significa para Gramsci rehabilitar para su presente
las preocupaciones de Maquiavelo y adaptarlas a otra realidad. El Príncipe moderno ya no puede ser una
persona concreta sino un elemento de una sociedad compleja en el cual comience
a concretarse una voluntad colectiva. Ese organismo es el partido político,
“... la primera célula -dice- en la que se resumen los gérmenes de voluntad
colectiva que tienden a devenir en universales y totales...” (Gramsci, 1975: p.
1558).
La función del partido político, del Príncipe moderno, será
entonces la de germen de una nueva voluntad colectiva nacional-popular, además
de organizador de una reforma intelectual y moral capaz de generar una nueva
concepción del mundo. En ese sentido, el antecedente de Maquiavelo es para
Gramsci decisivo: tanto El Príncipe como
personaje, cuanto los jacobinos de siglos después (su “encarnación categórica”)
intentaron expresar ambas dimensiones aunque fracasaron en su tiempo.
“... Es imposible -escribe- cualquier formación de voluntad colectiva nacional-popular si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política. Esto es lo que intentaba lograr Maquiavelo a través de la reforma de la milicia; esto es lo que hicieron los jacobinos en la Revolución Francesa...” (p. 1559).
Para Gramsci, como he señalado, El Príncipe es un manifiesto de partido y no un tratado de teoría
política, por lo que no valen para su análisis “interpretaciones moralistas”.
Maquiavelo funda la autonomía de la política, con principios y leyes diferentes
de la religión y de la moral y ese es un punto fundamental porque innova toda
la concepción del mundo. No se puede, por tanto, juzgar a la política desde las
categorías de la moral, sobre todo desde una moral influida decisivamente por
la religión: la política debe generar sus propios códigos y por eso los
procesos fundacionales implican una reforma intelectual y moral. En un largo párrafo
de los Quaderni, Gramsci reflexiona
sobre estas relaciones:
“... Un conflicto es “inmoral” en cuanto aleja del fin o no crea condiciones que aproximen al mismo (o sea, no crea medios eficaces para su obtención) pero no es “inmoral” desde otros puntos de vista “moralistas”. De tal modo, no se puede juzgar al hombre político por el hecho de que sea más o menos honesto, sino por el hecho de que mantenga o no sus compromisos (y en este mantenimiento puede estar comprendido el “ser honesto”, es decir, ser honesto puede ser un factor político necesario y en general lo es, pero el juicio es político y no moral...” (p. 1709).
En este plano la línea de recuperación que de Maquiavelo va
a hacer Gramsci es notoria. Pero lo que éste se plantea es el problema de los
fines que el primero se proponía al escribir El Príncipe. Para Benedetto Croce, siendo el maquiavelismo una
ciencia, sirve tanto para reaccionarios como para demócratas, así como el arte
de la esgrima sirve a los señores y a los bandidos tanto para defenderse como para
asesinar. Sus reglas implicarían técnicas éticamente neutrales. Pero la pregunta
gramsciana va más allá: ¿a quien le sugiere Maquiavelo el uso de esas reglas? Y
contesta que a quien éste tiene en vista no es a aquellos grupos y personas que
“ya las conocen” sino a quienes “no las
saben”:
“... la clase revolucionaria de su tiempo, el pueblo y la nación italiana, la democracia ciudadana...” (Gramsci, 1975: p. 1600). Y agrega: “... Se puede considerar que Maquiavelo quiere persuadir a estas fuerzas de la necesidad de tener un “jefe” que sepa lo que quiere y como obtener lo que quiere y de aceptarlo con entusiasmo, aún cuando sus acciones puedan estar o parecer en contradicción con la ideología difundida en la época, la religión...” (p. 1600).
En este plano la línea de recuperación que de Maquiavelo va
a hacer Gramsci es notoria. Pero lo que éste se plantea es el problema de los
fines que el primero se proponía al escribir El Príncipe. Para Benedetto Croce, siendo el maquiavelismo una
ciencia, sirve tanto para reaccionarios como para demócratas, así como el arte
de la esgrima sirve a los señores y a los bandidos tanto para defenderse como para
asesinar. Sus reglas implicarían técnicas éticamente neutrales. Pero la pregunta
gramsciana va más allá: ¿a quién le sugiere Maquiavelo el uso de esas reglas? Y
contesta que a quien éste tiene en vista no es a aquellos grupos y personas que
“ya las conocen” sino a quienes “no las saben”: “... la clase
revolucionaria de su tiempo, el pueblo y la nación italiana, la democracia
ciudadana...” (Gramsci, 1975: p. 1600). Y agrega:
“... Se puede considerar que Maquiavelo quiere persuadir a estas fuerzas de la necesidad de tener un “jefe” que sepa lo que quiere y como obtener lo que quiere y de aceptarlo con entusiasmo, aún cuando sus acciones puedan estar o parecer en contradicción con la ideología difundida en la época, la religión...” (p. 1600).
Por fin, en la inspiración de Maquiavelo sobre Gramsci
quedan dos líneas significativas. Una, la que se refiere a la “doble
perspectiva” en la acción política “correspondiente a la doble naturaleza del
Centauro maquiavélico, de la bestia y del hombre, de la fuerza y del consenso,
de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y de la civilización, del
momento individual y del universal (de la Iglesia y del Estado) de la agitación
y de la propaganda, de la táctica y de la estrategia...” (Gramsci, 1975: p.
1576). No es difícil advertir hasta qué punto esta proposición es utilizada por
Gramsci para fundar la relación entre violencia y consenso que construye la
hegemonía, una de las claves de su discurso complejo sobre la política.
La otra línea de Maquiavelo que vuelve en Gramsci es la que
tematiza sobre el “realismo excesivo” en política que conduce a interesarse no
por el deber ser sino por el ser, un error que conduce a considerar a
Guicciardini, un contemporáneo de Maquiavelo, como el “político verdadero”. El
dilema obliga a distinguir entre el diplomático y el político. El primero se
mueve en la “realidad efectiva” porque su actividad no tiende a generar nuevos
equilibrios sino a conservarlos. El segundo, representado por Maquiavelo,
quiere, por definición, crear nuevas relaciones de fuerza y por tanto debe
ocuparse del “deber ser”. Pero en la visión gramsciana la cuestión no debería
ser planteada en esos términos antagónicos: de lo que se trata es de analizar
si el “deber ser” es un acto arbitrario o un acto necesario. Es cierto que el
político no debe moverse sólo en las “realidades efectivas”, sino también en el
“deber ser” que orienta la acción sobre el cambio de la sociedad. Pero habría
dos formas de ese “deber ser”: una, la abstracta y difusa de Savonarola (el
“profeta desarmado”) y otra, la realista de Maquiavelo, ni determinista ni
voluntarista, sino definida como interpretación objetiva y como indicativa de
líneas de acción, aunque no se haya transformado en realidad inmediata. Y
culmina Gramsci su análisis lleno de admiración con estas palabras:
“... El límite y la angustia de Maquiavelo consisten en haber sido una persona privada, un escritor y no el jefe de un Estado o de un ejército, que siendo una sola persona tiene sin embargo a su disposición las fuerzas de un Estado o de un ejército y no únicamente un ejército de palabras. No por ello se puede decir que Maquiavelo fue también un profeta desarmado. (...) Maquiavelo jamás afirmó que fueran sus ideas o sus propósitos los de cambiar él mismo la realidad, sino única y concretamente, los de mostrar como deberían haber actuado las fuerzas históricas para ser eficientes...” (p. 1577).
Bibliografía
Gramsci, Antonio 1975 Quaderni del Carcere (Torino: Einaudi)
Tomo III.
Hegel, G. W. F. 1972 La Constitución de Alemania (Madrid:
Aguilar).
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