
conservadoras, pero en el caso español tiene mucho que ver con la aplicación al bloque conservador de sistemas y formas que habían sido creadas por la izquierda social. En los años setenta, ciertos movimientos religiosos de la izquierda quedaron fascinados por cómo en Italia se estaba reconformando una división social entre dos culturas: Comunione e Liberazione, un grupo cercano a los movimientos de Autonomía Operaia, comenzó a teorizar la simetría cultural de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Ambos, sostenía, eran ya movimientos interclasistas y de similares formas y características, a los que únicamente separaba una cierta atmósfera cultural: un vago clericalismo, en un caso, un vago anticlericalismo en el otro. Sostuvo CL que era más fácil transformar la Democracia Cristiana que el Partido Comunista, que podía introducir allí una profunda renovación cultural, estética, moral y política. Varios otros movimientos vieron algo parecido en otros lugares. Estos movimientos cambiaron radicalmente la Iglesia Católica en los años noventa. Acabaron con la vieja estructura episcopal y teológica y la transformaron en la máquina social que hoy es. En la derecha económica y política ocurrió algo parecido: militantes de izquierda, muchos ex-maoistas o ex-comunistas, llegaron a similares conclusiones y políticas: transformar la cultura conservadora con metodología de izquierdas. Leyeron a Hayek y a Popper con una sabiduría gramsciana y elaboraron un programa de hegemonía cultural y simbólica cuidadoso, efectivo, bien armado. No se preocuparon por las elecciones y sí por los colegios, por la prensa, radio y televisión, por las organizaciones y agrupaciones, por los másteres y las redes sociales que formaban. Lo demás vendría después.
La izquierda, también con mucho cuidado, se encargó de
desmontar todos los movimientos sociales que la habían llevado al poder:
corrompió a los militantes obreros convirtiéndolos en liberados sindicales, a
los militantes de barrio en concejales; abandonó todas las asociaciones,
organizaciones de barrio, ongs, (casi todas pasaron a formar parte de la
sociedad civil ligada a lo religioso); construyó los partidos como sindicatos
de cargos políticos; transformó las casas del pueblo en un pueblo de casas (hipotecadas)
con la creencia de que eso era la modernidad; dejó la cultura y los símbolos en
manos de periodistas, cantantes, poetas de la experiencia y novelistas
costumbristas que degradaron el trabajo cultural a suplementos semanales; llenó
de dinero los servicios públicos, pero abandonó todos los movimientos
renovadores que habían entendido los servicios públicos como lugares de
transformación social. En treinta años logró convertir el pensamiento
emancipador en un garabato ideológico de eslóganes vacíos.
[…] Cayo Lara, el coordinador de Izquierda Unida, no
entendía que le despreciase un grupo que había acudido a defender a las
víctimas de un desahucio. No podía entenderlo. Lo comprendo. Para hacerlo
necesitaría repensar de nuevo toda una trayectoria histórica.
Hoy muchos están aterrorizados por los próximos y
predecibles resultados electorales. Pobres optimistas. Si pudiera recomendarles
algo les diría: "toma tus trajes de rebajas de El Corte Inglés, toma tus
cargos y privilegios y, con mucho cuidado, llévalos al punto de reciclaje;
vuelve al curro, si aún lo recuerdas o lo tienes, vuelve a las colas de la
Seguridad Social, vuelve al bar del barrio. Verás que hay esperanza donde crees
que no había nada. Vuelve a confiar en la gente y, con el tiempo, verás que
confían en tí. Vuelve a leer a Gramsci. Vuelve (no, comienza) a leer a Simone
Weil. Es bueno para la tensión. Todo lo demás vendrá por añadidura.