
En su interesante texto, La
Religión, la lotería y el opio de la miseria, incluido en sus Conversaciones críticas, Gramsci
establece un interesante paralelismo entre la explícita definición ofrecida por
Balzac de la lotería como “opio de la miseria” y la todavía hoy polémica
definición de la religión como “opio del pueblo”, propuesta por Karl Marx: “La miseria religiosa es a la vez la
expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión
es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón,
así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo”,
escribía Marx en su Contribución a la filosofía del derecho de Hegel, aunque,
en posteriores textos, especialmente en La
ideología Alemana, retomará dicha afirmación para concluir que la religión,
como ya decía Serao acerca de la lotería, ofrece una creciente esperanza que
ensombrece, cuan ilusorio engaño, la vida real, marcada por las dificultades,
las contradicciones y las penurias provocadas por las desigualdades
socio-económicas.
Karl Marx
Karl Marx, gran lector de Balzac, como testimonia Lafargue
en sus memorias y como también puede observarse en algunas de las cartas
escritas por Engels, reelabora la definición balzaquiana de la lotería para
proponer una reflexión acerca de la religión, no en tanto que creencia, sino
como discurso utilizado desde los distintos poderes hegemónicos a modo de
distracción y, por tanto, a modo de narcótico que oculta y dulcifica con
promesas futuras la realidad de los hechos. No se trata de fe religiosa, como tampoco
se trata de la lotería como mero entretenimiento, sino de cómo estos dos
aspectos dejan de ser trazo característico de la individualidad de cada uno, es
decir, dejan de pertenecer a la esfera privada, para convertirse en un
mecanismo discursivo a través del cual regir la conducta, la percepción y el
sistema de valores en el ámbito público. De los textos de Balzac, de Serao y de
Marx se deduce que los tres autores, desde ámbitos y realidades sociales
distintas, comparten la idea de que sea la lotería como la religión, abandonando
el ámbito privado, son el panem et
circenses de la nueva sociedad burguesa-industrial del siglo XIX. En su
ensayo, anteriormente ya mencionado, Antonio Gramsci analiza, a partir de las
palabras de Balzac, el paralelismo entre lotería y religión, paralelismo que
tiene como nexo en común la idea de opio como elemento de distracción
distorsión y, sobre todo evasión: la lotería y la religión, reflexiona el
crítico italiano, parafraseando los versos de Baudelaire, han sido no en pocos
momentos de la historia utilizados “como medios para disfrutar de un paraíso
artificial”, es decir, a modo de promesa futura, capaz de compensar las
penurias sufridas en el presente. No estaba sólo Gramsci en esta afirmación,
años antes Moses Hess sostenía que la religión hace soportable “la infeliz
conciencia de servidumbre” y, añadía, “de igual forma el opio es de buena ayuda
en angustiosas dolencias” Si el opio dulcifica las “angustiosas dolencias”, la
lotería despierta la ilusión de la suerte, de un posible y definitivo cambio de
la persona, mientras que la religión, en particular el cristianismo, se erige
sobre la promesa de la salvación eterna, que se convirtió en excusa y
justificación para los sacrificios terrenales. Como ya demostró Max Weber en su
ensayo La ética protestante y el espíritu capitalista, tras la reforma
luterana y, en especial, a lo largo del siglo XIX, el capital, el trabajo y de
productividad -y no sólo, podría añadirse, en el protestantismo- se
convirtieron en la base conceptual e ideológica sobre la cual se erigía sea el
concepto de progreso como la idea de salvación espiritual, en tanto que
recompensa por los sacrificios realizados en una vida considerada por la
doctrina católica, como una etapa pasajera hacia la vida eterna.
Antonio Gramsci
Si Nietzsche proclamó la muerte de Dios, Schopenhauer el
definitivo corrimiento del velo de Maya, Marx la crítica a la religión, considerada
como “la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión”,
Gramsci propone la filosofía y, por tanto y de acuerdo con Marx, la crítica
como único medio de superación de este opiáceo y falsario halo, así como única
razón válida -una razón que, como dirá también Adorno, está siempre sometida a
la dialéctica de la crítica- en el ámbito de lo público, de lo colectivo. La
religión, a diferencia de la razón filosófica, debe permanecer en el ámbito
privado, en la intimidad de la conciencia individual, pues solamente allí
encuentra espacio la fe, la creencia ciega, tan necesariamente respetable como
imposible de imponer colectivamente. “La filosofía es un orden intelectual”,
escribió Gramsci en 1926, “cosa que no pueden ser ni la religión ni el
sentido común”, dos conceptos generales, “nombres colectivos”, imposibles de
sistematizar racionalmente al pertenecer a las creencias y convicciones
personales e intransferibles de cada individuo. La fe no obliga a la crítica,
ni a la autocrítica; la fe no necesita de demostraciones: no puede obligarse a
creer y, por tanto, no puede obligarse a compartir unos valores y unos
principios que derivan única y exclusivamente de dicha fe. “La filosofía es la
crítica y la superación de la religión y del sentido común”, una superación que
creímos haber realizado y que hoy día, con la reforma educativa y la
reforma de la ley del aborto, vuelve a convertirse en un obstáculo todavía por
superar. Desaparece la filosofía de los planes de estudio y la moral religiosa,
íntima y personal, vuelve a convertirse en ley, en un valor forzadamente
colectivo. Desaparece la reflexión y la crítica, y la religión reaparece en
nombre de unos valores que justifican la pérdida de libertades.
“Por qué llamar a esa
unidad de fe religión, en vez de llamarla ideología o incluso política”, se
preguntaba Gramsci; hoy, ocho décadas más tarde, es necesario volver a hacer la
pregunta: ¿Por qué hablan de religión y no de ideología? La fe religiosa es
íntima, intransferible, se vive y debe vivirse en la intimidad de la conciencia
de cada uno. Es su discurso ideológico el que motiva sus decisiones y sus
reformas, son sus principios políticos los que recortan libertades, los que
recortan nuestras libertades. Crea en Dios, confíe a él sus penas y sus
esperanzas, pero no quiera que yo también lo haga. Así como no me obligan a
jugar a la lotería, no me obliguen a claudicar frente a unos principios que no
son los míos. No me quite la libertad sobre mi cuerpo, pero tampoco sobre mi
intelecto, recuerde la frase de Kant “Atrévete a pensar por ti solo”. Yo no
sólo me atrevo, sino que quiero porque es precisamente está libertad de
reflexión y de decisión la que me hace ciudadana de un sistema democrático,
aconfesional donde las creencias no son leyes. Ya no hay opio que sirve, ni
paraísos artificiales que valgan. Es el tiempo de la filosofía, es decir, el
tiempo de la libertad de decisión.