disciplinas en un haz que va de la filosofía a la pedagogía pasando por la sociología, las ciencias políticas, la economía política y la geografía. Pero más que una recopilación de exégesis sobre la obra de Gramsci, el versado y el neófito encontrarán en Horizontes gramscianos una sólida herramienta para guiarse dentro de las problemáticas que, hoy, sugiere la obra de uno de los autores más citados en todos los espectros del pensamiento heterodoxo en las ciencias sociales.
¿Qué es lo que distingue las lecturas contemporáneas de
Gramsci? En “Los estudios gramscianos hoy”,
Guido Liguori (Universidad de Calabria), presidente de la sección italiana de
la International Gramsci Society, traza un panorama de los “modos distintos y
opuestos en los cuales hoy el legado de Gramsci es estudiado en el mundo”. Las
lecturas filológicas, políticas y culturalistas reflejan la plasticidad de los
usos y abusos del pensamiento del autor sardo en el campo político: de la
derecha neo-conservadora a la izquierda culturalista. Más profundamente, Liguori
muestra cómo y por qué la discusión se centró en la problemática de la producción
de hegemonía a partir de la sociedad civil. Dicha discusión se globalizó a
partir de la academia anglosajona y alcanzó su cenit en los años noventa. Pero
mucho más que una contextualización, Liguori explica las raíces de una lectura
que “presta atención sobre todo a la dimensión cultural y metapolítica del
propio modo de ser, para refundarse y crear un nuevo sentido común. Y esto a
partir de la convicción de que el hombre es sobre todo un animal simbólico y de
que se identifica con su propia cultura” (p. 22). La crítica de estas glosas iconoclastas
es detallada por Liguori en su segunda contribución (“Tres acepciones de “subalterno” en Gramsci”) dónde muestra los
orígenes filológicos de la polisemia de la noción de “subalterno”. Liguori destaca los abusos de
este término, en particular por parte de los autores de los Subaltern Studies y Cultural Studies. Para Liguori estos enfoques comparten dos errores
básicos. En primer lugar, consideran erróneamente a Gramsci como teórico de la
sociedad civil. Liguori recuerda que las consideraciones de Gramsci sobre la
sociedad civil apuntaban a poner en relieve la posición de los componentes de
ésta frente al Estado, y en este sentido, lo que distingue a las clases
subalternas de las dirigentes es su incapacidad de elaborar por sí mismas “una
propuesta de reorganización de la nación entera” ( p. 91) En segundo lugar, en vez
de poner en relieve la dimensión cultural de toda relación de
hegemonía/subalternidad tal como lo subrayaba Gramsci, dichos enfoques acaban
“considerando tal dimensión cultural como la única existente, cancelando
cualquier referencia al “factor” económico, a la división de la sociedad en
clases y a la opresión de clase” (p. 83). Más allá de las evidentes
implicaciones teóricas e ideológicas de estas lecturas, estos usos de Gramsci
responden metodológicamente a una lógica ecléctica muy de moda en nuestros días
y que, en el caso de Gramsci, “pesca de la obra sólo aparentemente fragmentaria
del autor sardo aquello que se puede pescar en un posmoderno supermercado de
las ideas”