
En este mes de enero se conmemora un nuevo aniversario del
nacimiento, en la isla mediterránea de Cerdeña, del teórico revolucionario,
promotor de los Consejos de fábrica y diputado comunista sardo, quien, pese a
las prácticas represivas de la Justicia italiana, durante su encierro en la
lúgubre prisión milanesa de San Vittore, no dejó de pensar. Por el contrario,
dando testimonio de que el fascismo podía limitar su vida de hombre pero no
doblegar su férrea
voluntad transformadora, el cofundador de L’Ordine Nuovo logró burlar la censura impuesta por los captores, se sirvió de la palabra para actuar y escribió entonces, entre 1929 y 1935, sus Cuadernos de la Cárcel.
voluntad transformadora, el cofundador de L’Ordine Nuovo logró burlar la censura impuesta por los captores, se sirvió de la palabra para actuar y escribió entonces, entre 1929 y 1935, sus Cuadernos de la Cárcel.
Los Quaderni eran,
en realidad, un conjunto de apuntes preliminares destinados a servir de base
para el desarrollo de una obra que, en su origen, había sido concebida por el autor
con el objeto de que pudiera durar für
ewig (para siempre). En los mismos, Gramsci se ocupa, entre otras
cuestiones, de desarrollar sus conceptos acerca de lo que entendía por
hegemonía y bloque hegemónico. Así, en medio de sus reflexiones en torno del
ejercicio del poder en el modo de producción capitalista, se ocupa de señalar
que la supremacía de un grupo social no puede sustentarse sólo en el dominio de
los aparatos represivos del Estado; sino que también es necesaria la dirección
intelectual y moral de la sociedad, o sea: la hegemonía cultural que esa
dirigencia logra ejercer sobre las clases subordinadas a través del control de
los medios de comunicación, del sistema educativo y de la prédica de las
organizaciones religiosas. A estos efectos, el sector social dominante promueve
la formación de intelectuales orgánicos y se sirve de los mismos para imponer
su concepción del mundo e incidir sobre el modo de pensar de los dominados a
los efectos de que estos vivan su sometimiento y la supremacía de aquéllos como
algo natural. Todo ello, según el filósofo, conduce a conformar un bloque
hegemónico que amalgama a todas las clases sociales en torno de un proyecto de
la burguesía, hasta que, en medio de una lucha de posiciones e iniciativas
políticas transformadoras, se arriba a un período de crisis en el cual aquellos
sectores dominantes ya no logran resolver los problemas colectivos y mantener
su concepción del mundo, para dar paso entonces a que las clases subalternas
puedan crear su propio bloque hegemónico.
Las ideas de Gramsci son amplios caminos que, en términos
sartreanos –al mantenerse muchas de las situaciones estructurales que componían
el fondo del mundo en que vivió–, nos sirven hoy para entender, entre otros
aspectos; la incidencia del poder económico concentrado sobre los medios de
prensa y la educación, a la vez que permitirnos confirmar, una vez más, el
esfuerzo de los intelectuales orgánicos corporativos para brindar una visión
sesgada del mundo en su empeño por construir subjetividades acríticas y
dóciles.
Gravemente enfermo fallece en un hospital de Roma el 27 de
abril de 1937, a los 46 años, luego de haber rechazado una exigencia de
Mussolini para que pidiera perdón –establecida como condición previa para que
pudiera obtener su libertad–. Exigencia a la que responde: “El perdón salvaría mi cuerpo, pero mataría mi alma”.
Murió así un pensador situado, comprometido con su tiempo y
la historia. Murió el hombre, pero su obra, sus ideas –que han incidido en
pensadores latinoamericanos como Pablo Freire, John William Cooke, Ernesto
Laclau o Atilio Boron–, mantienen un valor revitalizado en el terreno de la
filosofía de la praxis que revive en cada lectura de sus obras, en las
prácticas políticas y en los diálogos entre el autor y sus lectores.