► “En este
joven solitario, sin afectos, sin alegrías, debe darse una gran tortura interior,
una disidencia terrible que lo ha conducido a hacerse, interiormente, casi de
modo inconsciente, apóstol y asceta. Su tortura ha comenzado con sus
condiciones físicas: es jorobado y está consumido por enfermedades nerviosas.
Ésta su vida constantemente pura y seria ha hecho, desde luego, que en Turín,
aunque no sea renombrado públicamente tenga, empero, una influencia grandísima
en todos los ambientes socialistas y la sección turinesa siga sus directivas.
Por él todos los jóvenes socialistas tienen una admiración y una fe
entusiastas. Intransigente, hombre de partido, a veces casi feroz, ejercita su
crítica también en contra de sus compañeros, no por polémica personal o
cultural, sino por una necesidad insaciable de sinceridad. En el partido cumple
una función de verdadera moralidad.” | Piero Gobetti, carta
a Giuseppe Prezzolini del 25/VI/1920, Carteggio. 1918-1922

Gramsci jamás creyó en fatalismos materialistas o determinismos
económicos. Para él, el mundo es el escenario de la vida social, en el que los
hombres, con todas sus capacidades espirituales y todas sus energías naturales,
actúan y crean su vida en sociedad. Los hombres, al actuar en el mundo, crean
la cultura, que es la obra humana en la realidad natural. Pueden destruirlo
todo, es posible; pero incluso eso es obra suya y no hay fuerzas ocultas en la
naturaleza que lo obliguen a hacer lo que no quiere o él mismo no decide. Las
llamadas fuerzas productivas de la sociedad, que los marxistas convirtieron en
un fetiche con poderes demiúrgicos, no son sólo “cosas”, fuerzas ciegas de la
naturaleza, sino y sobre todo, inteligencia aplicada, pensamiento organizado y
voluntad de crear y de cambiar en la realidad.
Para Gramsci no es que existan, dualísticamente, por un
lado, la realidad ciega y, por el otro, la inteligencia y el pensamiento
organizado. Mientras el hombre exista, el pensamiento será siempre parte
indisoluble de la realidad. Donde el hombre existe, éste forma parte de la
realidad primaria y siempre será la fuerza motriz y dinámica de la realidad
material. El pensamiento en abstracto, existente por sí mismo, es una necedad;
la empiria que opera ciegamente es un sinsentido.
Estas ideas, por supuesto, las produjo Gramsci en su
contacto con Marx y son fruto de su personal interpretación de las doctrinas
del mismo Marx. Gramsci llegó a él gracias a Benedetto Croce y, también, a los
escritos de Antonio Labriola, reputado introductor del marxismo en Italia. Croce,
a su vez, llegó a Marx debido al hastío que el mismo liberalismo en el que
había nacido intelectualmente le producía y porque, lo que él creía que era su
fruto directo, la democracia, simplemente no lograba digerirla. Croce veía a
Marx inextricablemente ligado a Hegel.
Pero lo que más repudiaba Gramsci, sobre todo el joven
Gramsci, era el materialismo mecanicista y el positivismo del que, pensaba, el
marxismo había sido una víctima propiciatoria. Para el pensador sardo, lo que
Marx predica no es el materialismo, sino la acción de los hombres en la
realidad y los hombres son, ante todo, seres espirituales, espíritu en acción.
Todavía joven, llegó a escribir: “El comunismo crítico no tiene nada en común
con el positivismo filosófico, metafísico y místico de la Evolución de la
Naturaleza. El marxismo se funda sobre el idealismo filosófico, el cual,
empero, no tiene nada en común con lo que ordinariamente se expresa con la
palabra ‘idealismo’, o sea, el abandonarse a los sueños y a las quimeras caras
al sentimiento, el tener siempre la cabeza entre las nubes, sin preocuparse de
las necesidades y de las urgencias de la vida práctica. El idealismo filosófico
es una doctrina del ser y del conocimiento, según la cual estos dos conceptos
se identifican y la realidad es lo que se conoce teóricamente, nuestro mismo
yo.” El joven Gramsci no reconoce en Marx a un filósofo: “Marx –escribía en
efecto– no era un filósofo de profesión y, a veces, dormitaba él también”
(Scritti giovanili. 1914-1918, Einaudi, Torino.)
Ese punto de vista cambió un poco con el tiempo. El pensador
de Ales muy pronto reconoció que la obra de Marx y, en particular su concepción
del materialismo histórico, era no sólo una filosofía con un rol que desempeñar
en la cultura moderna, sino que era, además, la superación de todas las
filosofías; “la parte esencial del marxismo –apuntaba– está en la superación de
las viejas filosofías y también en el modo de concebir la filosofía, lo que se
necesita demostrar y desarrollar sistemáticamente. Desde el punto de vista
teórico, el marxismo no se confunde y no se reduce a ninguna otra filosofía; él
no sólo es original en cuanto supera las filosofías precedentes, sino original,
específicamente, en cuanto abre un camino completamente nuevo, vale decir,
renueva de la cima al fondo el modo de concebir la filosofía” (Quaderni…) Ello
no obstante, para Gramsci sigue siendo esencial en el marxismo su aporte
cultural: la acción del hombre en la historia y su obra transformadora.
Se parte de la realidad, porque vivimos en ella, es cierto,
pero eso es sólo un dato factual, necesario. Es cierto que formamos parte de
esa realidad, pero es sólo el principio y no es lo más importante. Lo
importante es que, estando en la realidad, actuamos sobre ella y la
transformamos de acuerdo con nuestro pensamiento, con nuestras ideas. Estamos
en (inmanencia), pero somos en. “Desde el punto de vista de la investigación
histórica –dice Gramsci en el mismo lugar– se debe tomar en cuenta desde qué
elementos Marx ha partido en su filosofar, cuáles elementos ha incorporado,
volviéndolos homogéneos, etcétera; entonces se deberá reconocer que de estos
elementos ‘originarios’ el hegelismo es el más importante relativamente, en
especial por su propósito de superar las concepciones tradicionales de ‘idealismo’
y de ‘materialismo’. Cuando se dice que Marx adopta la expresión ‘inmanencia’
en sentido metafórico, no se dice nada: en realidad, Marx da al término
‘inmanencia’ un significado propio, lo que quiere decir que él no es un
‘panteísta’ en el sentido metafísico tradicional, sino un ‘marxista’ o un
‘materialista histórico’. De esta expresión ‘materialismo histórico’ se ha dado
el mayor peso al primer miembro, mientras que debería ser dado al segundo:
Marx, esencialmente, es un historicista.”
Gramsci era claramente acrítico del concepto del
historicismo. Para él no se identificaba con el finalismo hegeliano ni de
cualquier otro tipo. No era el fin al que la historia se encamina para su total
culminación. Esta idea no tenía sentido para él. Hay aquí una reivindicación de
un nuevo concepto de la historia: ésta no es más que el registro de la acción
de los hombres sobre su realidad material en el tiempo. Es la obra humana en el
mundo. Es el mundo de los hombres, el cual se significa por ser, ante todo,
espíritu. “Se puede decir –escribía Gramsci– que la naturaleza del hombre es la
‘historia’ (y en este sentido, dado que la historia es igual a espíritu, que la
naturaleza del hombre es el espíritu), si, justamente, se da a la historia el
significado de ‘devenir’, en una ‘concordia discors’ que no parte de la unidad,
sino que tiene en sí las razones de una unidad posible: por ello la ‘naturaleza
humana’ no puede hallarse en ningún hombre particular, sino en toda la historia
del género humano… mientras que en cada individuo se encuentran caracteres
puestos de relieve por la contradicción con los de otros” (Quaderni...)
Si el hombre en el mundo es, ante todo, espíritu, fácil es
colegir que la verdadera ley de la historia es la libertad. Ya el joven Gramsci
había enunciado que “la libertad es la fuerza inmanente de la historia, que
hace explotar todo esquema preestablecido”, de manera que “el desarrollo está
gobernado por el ritmo de la libertad” (Scritti giovanili). El Gramsci maduro
profundiza en el concepto y lo radicaliza hasta hacer del hombre el agente
transformador de la historia. “Posibilidad –escribía– quiere decir ‘libertad’.
La medida de la libertad entra en el concepto del hombre… En este sentido, el
hombre es voluntad concreta, o sea, aplicación efectiva del querer abstracto o
impulso vital a los medios concretos que realizan tal voluntad. Se crea la
propia personalidad: 1) dando una dirección determinada y concreta (‘racional’)
al propio impulso vital o voluntad; 2) identificando los medios que vuelven esa
voluntad concreta y determinada y no arbitraria; 3) contribuyendo a modificar
el conjunto de las condiciones concretas que realizan esta voluntad en la
medida de los propios límites de potencia y en la forma más fructífera”
(Quaderni…)
II
¿Qué es lo que el hombre produce en su paso por la vida en
esa infinita realidad que lo circunda y en la que existe y vive? Es la cultura.
Gramsci tiene muchos conceptos de cultura. Para él, por ejemplo, es todo lo que
el hombre crea en su devenir en la historia; puede ser, también, un conjunto de
reglas del comportamiento; además, un modo de ser de toda una sociedad, que
incluye puntos de vista sobre la vida, apreciaciones de los valores que le son
propios; también todo el catálogo de los hechos históricos que se signifiquen
por la creación de obras de arte, ideas, creencias, religiones o todo tipo de
expresión. Muy a menudo, el pensador de Ales se refiere en esos términos a la
cultura. Pero él tiene un concepto mucho más dinámico y creativo de lo que es
la cultura. En un escrito de juventud afirmaba: la cultura “es organización, disciplina del propio yo interior, es toma de
conciencia de la propia personalidad, es conquista de conciencia superior, por
la cual se logra comprender el propio valor histórico” (Scritti giovanili.)
Poco después, escribía:
“Yo tengo de la cultura un concepto socrático; creo que es pensar bien, cualquier cosa que se piense y, por tanto, un optar bien, cualquier cosa que se haga. Y como sé que la cultura es ella también concepto basilar del socialismo, porque integra y concreta el concepto vago de libertad de pensamiento, del mismo modo quisiera que fuese vivificado desde lo alto, desde el concepto de organización.”En otra ocasión exponía: “Yo doy a la cultura este significado: ejercicio del pensamiento, adquisición de ideas generales, hábitos que deben conectar causas y efectos. Para mí todos son ya cultos, porque todos piensan, todos conectan causas y efectos. Pero lo son empíricamente, primordialmente, no orgánicamente. Por lo tanto, se tambalean, se abandonan, se ablandan o se vuelen violentos, intolerantes, rijosos, según los casos y las contingencias.” Más tarde, ya desde la cárcel, Gramsci reivindica de nuevo la cultura como “la potencia fundamental de pensar y de saberse dirigir en la vida” (Quaderni…)
La cultura es la historia o, mejor dicho, es la historia
realizada, el fruto de la vida de los hombres y es, al mismo tiempo, el modo de
ser de los hombres en la realidad histórica. No se puede existir sin cultura,
sin ser cultos, sin crear culturalmente. Todos los hombres, a su modo, son
cultos, pero todos en diverso grado. El hecho es que todos crean culturalmente.
Pero no todos crean para siempre, für ewig, como diría Goethe (Lettere dal
carcere.) No todos pueden hacerlo. La sociedad en su infinita diversificación
se ocupa de crear y formar a quienes encarga de la función. Esos son los
intelectuales.
Si bien los intelectuales forman una categoría social
perfectamente distinguible por sus características particulares, ellos no
forman una clase social por sí solos. Siempre se crean en el seno de otras
clases y se desarrollan dentro de ellas. No es que necesariamente nazcan en la
misma clase; los intelectuales son continuos migrantes de clases y pueden
identificarse con cualquiera de ellas. Gramsci lo dice así: “Cada grupo social, naciendo en el terreno originario de una función
esencial en el mundo de la producción económica, se crea al mismo tiempo,
orgánicamente, uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y
conciencia de su propia función no sólo en el campo económico, sino también en
el social y el político” (Quaderni…) Se trata de un proceso interno de
división del trabajo: los intelectuales se vuelven “orgánicos” al ocuparse del
desarrollo de ciertos aspectos de la vida intelectual del grupo o clase. “Se puede observar –nos dice– que los
intelectuales ‘orgánicos’ que una nueva clase crea consigo misma y elabora en
su desarrollo progresivo, son en su mayor parte ‘especializaciones’ de aspectos
parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha
alumbrado.”
Todos los aspectos de la vida social tienen su lado
intelectual. La vida en sociedad es, en gran parte, vida intelectual. Por eso,
Gramsci llega a escribir: “Todos los
hombres son intelectuales…; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la
función de intelectuales.” Se trata de una especialización en las diversas
funciones del trabajo intelectual. Esas funciones son de una gran diversidad y
la especialización de los individuos muestra el grado de profesionalización del
trabajo intelectual. Nos dice Gramsci al respecto:
“La actividad intelectual debe ser distinguida en grados incluso desde el punto de vista intrínseco, grados que en los momentos de extremada oposición dan una real y verdadera diferencia cualitativa: en el más alto escalón deberán ubicarse los creadores de las diversas ciencias, de la filosofía, del arte, etcétera; en el más bajo los más humildes ‘administradores’ y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, tradicional, acumulada.”
Para Gramsci es de la máxima importancia subrayar que una
parte de la vida social, quizá la más importante, es, precisamente, la vida
intelectual. Todos los hombres, en diferente grado, son intelectuales. “Cuando
se distingue –nos dice– entre intelectuales y no-intelectuales, en realidad se
hace referencia sólo a la inmediata función social de la categoría profesional
de los intelectuales, vale decir, se tiene en cuenta la dirección en que
gravita el peso mayor de la actividad específica profesional, si en la
elaboración intelectual o en el esfuerzo muscular-nervioso. Eso significa que
si se puede hablar de intelectuales, no se puede hablar de no-intelectuales,
porque no-intelectuales no existen.” Ésa es, acaso, la razón de la enorme
importancia, una importancia vital, que los intelectuales tienen para la
sociedad: si la actividad de ellos fuese totalmente abstracta, es decir,
completamente aislada de la vida social y si ésta no tuviera como parte
inherente un enorme componente intelectual, los intelectuales no tendrían razón
de existir. Pero sucede que la sociedad los necesita, por una parte, para que
cultiven su lado intelectual y lo engrandezcan y, por otra, para que la ayuden
a organizar esa parte importante de su ser.
Los intelectuales son, así, creadores de cultura y
organizadores de la vida social que tiene que ver con su actividad. En un
escrito de la época en la que Gramsci fue encarcelado y que se significa porque
es el más profundo análisis de la función de los intelectuales realizado hasta
entonces (Gramsci fue detenido en 1926), “Alcuni
temi della quistione meridionale”, el pensador sardo nos descubre esa
característica particular de los intelectuales: casi siempre sin que se den
cuenta, son grandes organizadores de la cultura. Y para ello no necesitan tener
puestos burocráticos o alguna forma de poder. Lo hacen espontáneamente, sin que
nadie se lo encargue o se lo indique. Simplemente, por la actividad que
realizan. Surge otro hecho importante: también sin que lo sepan o sean conscientes
de ello, los intelectuales hacen siempre política, intervienen en la política y
determinan muchas cosas de la política. Y eso sin hablar de la enorme gama de
intelectuales, en la que los burócratas deben ser considerados intelectuales.
Sólo refiriéndonos a los intelectuales de altos vuelos, los que están dedicados
sólo al cultivo de las ciencias, la filosofía o las artes, debe decirse que
ellos determinan siempre el rumbo de la vida social, para bien o para mal.
Ese fue el enorme hallazgo de Gramsci. En “La quistione meridionale”, Gramsci hace
por primera vez la distinción entre el intelectual de las sociedades agrarias y
tradicionales y el intelectual de las sociedades urbanas. Al respecto, anota: “El viejo tipo de intelectual era el
elemento organizativo de una sociedad de base campesina y artesanal
prevalentemente; para organizar el Estado, para organizar el comercio, la clase
dominante cebaba un particular tipo de intelectual” ( en La questione
meridionale.) Sin los intelectuales, que son sólo “mandaderos” de la clase
dominante (Quaderni…), la sociedad, sea ésta tradicional o agraria o urbana e
industrial, simplemente no podría funcionar. Decir, con Gramsci, que todos los
hombres son cultos o que todos son intelectuales, en diversos grados, es ya consagrar
la importancia vital de los intelectuales y de la vida intelectual para la
sociedad.
III
La política es parte esencial de la vida de los
intelectuales, así se dediquen a las actividades más abstrusas y aisladas.
Ellos cuentan siempre con los medios o las tribunas desde las cuales
expresarse. Su gran diversidad corresponde a una amplísima división del trabajo
que los hace un elemento omnipresente en la vida social. Ellos tienen
muchísimas posibilidades de manifestarse y hacer presentes sus intereses. Pero
aun pensando en los intelectuales aislados y que sólo viven de su trabajo
individual, ellos son seres privilegiados desde un cierto punto de vista. Son
como los sacerdotes de la vida cívica. Piensan y pueden transmitir a los demás
lo que piensan.
Todos los que sirven al Estado en calidad de burócratas o
empleados realizan una función intelectual, aunque mezquina, y son, por lo
tanto, también intelectuales. De ínfima categoría, si se quiere, pero lo son.
Ningún Estado ni ninguna sociedad pueden funcionar sin esa categoría de
intelectuales. En el sector privado, digamos en las grandes y pequeñas
empresas, el elemento intelectual, cifrado en sus directivos y sus
especialistas, es decisivo para su existencia y su progreso. Hasta en la
sociedad rural se hace presente de modo imperativo el elemento intelectual: sin
curas, sin abogados provincianos, sin poetas lugareños, sin artistas
folclóricos, sin agentes comerciales, nada podría funcionar. Y sería un
despropósito pensar que todo ese montón de pequeños intelectuales no significa
nada en la dirección espiritual y política de la sociedad. Los intelectuales y
lo intelectual están por todos lados.
A veces, los grandes intelectuales son capaces de
transformar toda una época, con sólo desplegar su trabajo especializado. A
Croce, por ejemplo, Gramsci le atribuye haber llevado a cabo la única reforma,
la reforma intelectual, que era posible en el sur italiano (el “Mezzogiorno”,
el “Meridione”). Con él “… ha cambiado la dirección y el método del
pensamiento, ha sido construida una nueva concepción del mundo que ha superado
al catolicismo y a toda otra religión mitológica. En este sentido, Benedetto
Croce ha cumplido una altísima función ‘nacional’; ha separado los
intelectuales radicales del Mediodía de las masas campesinas, haciéndolos
participar en la cultura nacional y europea y, a través de esta cultura, los ha
llevado a ser absorbidos por la burguesía nacional y, por consiguiente, por el
bloque agrario” (“La quistione
meridionale”).
Croce representaba la nueva imagen de la intelectualidad
italiana, que hasta antes de la unificación era, esencialmente, cosmopolita y
nunca había logrado ser nacional. Para Gramsci había faltado una base material
a la cultura nacional italiana o, en todo caso, ella no estaba en Italia. “Esta
‘cultura’ italiana –apunta el pensador de Ales– es la continuación del
‘cosmopolitismo’ medieval ligado a la Iglesia y al Imperio, concebidos como
universales. Italia tiene una concentración ‘internacional’, acoge y elabora
teóricamente los reflejos de la más sólida y autóctona vida del mundo no
italiano. Los intelectuales italianos son ‘cosmopolitas’, no nacionales;
incluso Maquiavelo en El príncipe refleja a Francia, a España, etcétera, con su
esfuerzo por la unificación nacional, más que a Italia” (Quaderni…; también,
Lettere dal carcere.)
Ahora bien, a Gramsci no le interesaban tanto los grandes
intelectuales en lo particular como los grupos de intelectuales o, también, los
intelectuales según sus características (tradicionales, urbanos), en general.
Todos ellos se manifiestan a través de sus relaciones con los demás o con el
grupo social con el cual se identifican. La función de los intelectuales, desde
este punto de vista, es convertirse en conciencia de aquellos a los que quieren
representar, apuntalar su acción en la vida social y ampliar los horizontes de
ese mismo grupo. No se trata de un hecho concertado, habrá que insistir, sino
de algo espontáneo que surge en el desarrollo mismo de la sociedad. Un grupo
social sin intelectuales y, menos todavía, sin vida intelectual, es un absurdo.
Toda clase social se hace de sus propios intelectuales o se atrae a los de los
otros grupos. Los intelectuales tienen la misión específica de ser
representantes espirituales y morales de la sociedad y de los grupos que la
integran.
Para Gramsci la moral tradicional, como conjunto de valores
y prejuicios, es absolutamente repudiable. La moral, al igual que la cultura,
es ante todo una actitud, una condición del ser pensante que es el hombre. El
mundo es el escenario en que vivimos, actuamos y padecemos. Somos espíritu
viviendo en el mundo. Somos, como lo había postulado Kant, seres de fines, que
a través de esos fines nos realizamos. La moral no tiene nada que ver con esos
esperpentos ideológicos que son los prejuicios convertidos en valores y que a
menudo caen en la inhumanidad y, lo peor de todo, en la bestialidad. La moral
es entereza, integridad y, sobre todo, voluntad de hacer y de actuar. El
hombre, como intelectual (y todos los hombres son intelectuales), es un
“bloque histórico de elementos puramente individuales o subjetivos y de elementos de masa y objetivos o materiales con los que el individuo está en relación activa”.
El hombre, siempre concebido como intelectual, es un ser
destinado a transformar al mundo, material y moralmente.
“Transformar al mundo externo –escribe, en efecto–, las relaciones generales, significa potenciarse a sí mismo, desarrollarse a sí mismo. Que el ‘mejoramiento’ ético sea puramente individual es una ilusión y un error: la síntesis de los elementos constitutivos de la individualidad es ‘individual’, pero no se realiza ni se desarrolla sin una actividad hacia lo externo, modificadora de las relaciones exteriores, desde aquellos hacia la naturaleza hasta los que tienen que ver con los demás hombres en diversos grados, en las diferentes formaciones sociales en las que se vive, hasta la relación máxima, que abarca a todo el género humano. Por lo mismo, se puede decir que el hombre es esencialmente ‘político’, pues la actividad para transformar y dirigir conscientemente a los demás hombres realiza su ‘humanidad’, su ‘naturaleza humana’” (Quaderni…)
Para Gramsci, la revolución se cifra en una completa y total
reforma intelectual y moral de la sociedad. Para ello se necesita a los intelectuales
o, por lo menos, que los intelectuales estén de acuerdo con ello. Cuando eso
ocurre, entonces la reforma se pone en marcha, para dar lugar a un nuevo bloque
de fuerzas que miran a transformar a la sociedad. Es por ello esencial para
todo grupo que aspira a imponer su hegemonía hacerse del mayor número de
intelectuales y convertirlos en intelectuales orgánicos. De ellos va a depender
el futuro político del grupo. Gramsci lo dice así:
“Una de las características más relevantes de cada grupo que se desarrolla hacia el dominio [de la sociedad] es su lucha por la asimilación y la conquista ‘ideológica’ de los intelectuales tradicionales, asimilación y conquista que son tanto más rápidas en tanto el grupo dado elabora simultáneamente sus propios intelectuales orgánicos” (Quaderni…)
Atraerse a los intelectuales, en general, va a depender de
que el grupo que se encamina hacia el dominio hegemónico de la sociedad sepa
formar (elaborar) a sus propios intelectuales. Al respecto, se debe anotar que
“no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene una formación de intelectuales que le es propia o tiende a formársela; pero los intelectuales de la clase históricamente (y realistamente) progresista, en las condiciones dadas, ejercen tal poder de atracción que terminan, en último análisis, por subordinarse a los intelectuales de los otros grupos sociales y, por tanto, por crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales con ligámenes de orden psicológico (vanidades, etcétera) y, a menudo, de casta (técnico-jurídicos, corporativos, etcétera)”.
Finalmente, este hecho es tan importante para la definición
de la misma hegemonía social y política del grupo en cuestión, que Gramsci no
duda en hacer depender de que haya una gran formación intelectual ligada al
grupo dominante el modo como se ejerce el poder. Si los intelectuales imponen
abiertamente su presencia, tendremos una dominación que será, ante todo,
intelectual; la ausencia de intelectuales en la política va acompañada, por lo
general, de un ejercicio autoritario y despótico del poder. Gramsci anota al
respecto que la atracción de los intelectuales
“se verifica ‘espontáneamente’ en los períodos históricos en los cuales el grupo social dado es realmente progresista, vale decir, hace avanzar de hecho a toda la sociedad, satisfaciendo no sólo sus exigencias existenciales, sino ampliando continuamente sus propios cuadros por la continua toma de posesión de nuevas esferas de actividad económico-productiva. Apenas el grupo social dominante agota su función, el bloque ideológico tiende a fracturarse y, entonces, a la ‘espontaneidad’ puede sustituirse la ‘constricción’ en formas siempre menos larvadas e indirectas, hasta las medidas de auténtica policía y los golpes de Estado”.
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