
Murió el líder político democrático más carismático de las
últimas décadas. Cuando esto sucede en democracia, el carisma crea entre
gobernantes y gobernados una relación particularmente movilizadora, porque
reúne a la legitimidad democrática con una identidad de pertenencia y un
conjunto de objetivos compartidos que van mucho más allá de la representación
política. Las clases populares, habituadas a ser golpeadas por un poder lejano
y represor (las democracias de baja intensidad alimentan ese poder), viven momentos
en los que la distancia entre representantes y representados casi se desvanece.
Los opositores hablan de populismo y autoritarismo, pero raramente logran
convencer a los votantes. Es que, en democracia, el carisma permite niveles de
educación cívica difícilmente alcanzables en otras condiciones.