
La libertad intelectual se mide, entre otras cosas, por la
capacidad de decidir qué se consume, intelectualmente hablando. La capacidad de
elegir es la capacidad de discernir. Es también la capacidad de eliminar. Estar
sometido a las modas intelectuales, a las novedades editoriales, a los afanes
conmemorativos o a los predominios discursivos y bibliográficos de comunidades
específicas (en las universidades esos predominios suelen estar acompañados de
poder y de intolerancia) no constituye un buen indicio de libertad. Existe el
riesgo de perderse en el maremagnum
de las novedades, pero también existe el riesgo de estancarse en una situación
conocida y cómoda.