
Decidí comprarlo. Me atendió una cajera que trabajaba sin corazón. No me gustó. Cuando por fin realizamos la transacción me fui todavía un poco desagradado, y con mi nuevo libro debajo del brazo. Unos pasos más adelante me encontré con un amigo, un empresario que vende combustibles y lubricantes. Nos saludamos y nos detuvimos a conversar tal como lo haría cualquiera en la plaza del pueblo, solo que en este caso nos rodearon sus cuatro escoltas taciturnos y atléticos y armados. Mi amigo vestía formal, sin duda un Hugo Boss, y en la mano izquierda traía un maletín ejecutivo Louis Vuitton. No hubo pequeña conversación, fue directo al grano, quiso saber mi credo político. Pero eludí la pregunta, me pareció intrusiva. Entonces me instó para que registrara mi nombre en la planilla que traía entre su attaché con las firmas para el aval del partido Uribe Centro Democrático. Esta era una actitud gramsciana, un ciudadano comprometido que no era indiferente. No solo se quejaba, hacía algo para transformar la colectividad. Entonces me despedí felicitándolo por su pasión política, dándole mis parabienes y con el deseo genuino de que nos encontráramos pronto para conversar de nuevo. En cuanto a mi firma, me hice el pendejo, no firmé nada, preferí darme tiempo para pensar.
Cuando llegué a mi casa empecé a leer, me encontré con un
libro vehemente. El título es un mazazo a la cabeza del lector. La finalidad
del autor es claramente didáctica. Trata de estimular al usuario de la obra
para que rompa la rutina irreflexiva y trabaje con creatividad en pro de la
sociedad. Y hasta utiliza fábulas para ilustrar sus ideas. Pero también recurre
al cristianismo, es razonable, pues escribe en Italia, sobre Italia. Lo hace,
por una parte, como un artilugio literario para dar eficiencia a su narración
al pintar una justicia bien administrada y la noción de que todos somos
iguales; pero también, Gramsci es un exégeta interesante que plantea
interpretaciones novedosas de la Biblia. Además utiliza el caso de Fígaro como
el prototipo del capitalista ejemplar y honesto. Se trata del barbero más
famoso del mundo, el personaje querido en varias obras de teatro y de ópera,
como El
Barbero de Sevilla de Gioachino Rossini . Es una persona que hace su
trabajo con satisfacción y dedicación, pero también con crítica y sentido
social. En suma, es un trabajador contrario a la cajera de la librería a donde
compré mi ejemplar de ‘Odio a los Indiferentes’.
Gramsci es un profesor tierno y erudito que estimula el
pensamiento. Es lógico, se comunica con el proletariado, entonces redacta
columnas breves con mensajes nítidos para personas sin tiempo para leer, puesto
que tienen que trabajar para egoístas capitalistas. Los socialistas aman a sus
familias, por eso afrontan todo lo que afrontan. Era un hombre de familia. La
considera la escuela primigenia a donde se aprende a convivir, a pensar y a
expresar el desacuerdo. Una institución que en una tergiversación de su sentido
se vuelve el centro de gravedad de la propiedad privada, de la riqueza
congénita sin mayores responsabilidades de los “hijos de papá”, expresión que
Gramsci emplea, curiosamente.
Su prosa es incendiaria. Usa oraciones cortas sin aspavientos
literarios, ni retruécano, es muy al punto. Tiene un tono trágico, melancólico,
por momentos, rabioso, pero nunca con desaliento, derrota, ni desesperanza.
Narra en primera persona del plural en tiempo verbal presente, pues la historia
se desarrolla inexorable, así nos hayamos detenido a leer o conversar. Sus
adjetivos y adverbios son definitivos. Domina la economía de las palabras, y
dosifica las ideas sorprendiendo al lector con giros y conclusiones
inesperadas. Claro que, por otro lado, también es posible que su voz literaria
se deba al lirismo propio de los italianos y a su fervor juvenil, pues este
libro es una recopilación de columnas de opinión que publicó entre 1917 y 1918,
a sus veintiséis años, junto con un discurso que dio ante la Cámara en 1925, en
el que también intervino Il Duce, Benito Mussolini. De todos modos, es
coherente la forma y el contenido de la obra. Está empeñado en que a través del
diálogo seamos capaces de construir un mundo mejor: un lugar pacífico y justo,
humano y solidario, equilibrado y productivo, para todos.
Unos conjeturan que a los tres años de edad tuvo una caída
que afectó su columna vertebral, por eso no creció mucho más y quedó con una
deformidad importante; mientras que otros son partidarios de la tesis de que
tuvo una tuberculosis osteoarticular. Vivió con estrechez con siete hermanos,
su madre y su padre, un empleado de la oficina de registro. Y la situación
económica empeoró cuando encarcelaron al padre acusado de peculado, concusión y
falsificación. Entonces Gramsci empezó a trabajar a los doce, y un año más
tarde, cuando liberaron al padre y las finanzas familiares mejoraron, volvió a
estudiar. Es seguro que estas experiencias infantiles forjaron su carácter y
están en la base de su tendencia a identificarse con el desposeído, el enfermo,
el desamparado, el oprimido, la víctima. Pero también era un hombre brillante y
un alumno aventajado con actitud reparatoria, entonces se graduó en periodismo,
literatura y filosofía.
Por su discapacidad no lo reclutaron durante la Primera
Guerra Mundial. También fue testigo de la Revolución Bolchevique, de hambrunas,
huelgas y de la gran epidemia de gripa española. En 1920 colaboró en la
fundación del Partido Comunista de Italia. Y se dice que nunca llegaba puntual
a las reuniones, prefería esperar a que el debate ya estuviera en furor,
entonces, al entrar al salón cogía una silla y se sentaba discreto junto a la
pared para escuchar la discusión. Era un observador cuidadoso. Aconsejaba que
al perorar siempre tratáramos de ponernos en los zapatos del otro. En 1924 fue
elegido diputado al parlamento. Pero en 1926 Mussolini sufrió un atentado,
entonces disolvió los partidos de oposición y suprimió la libertad de prensa.
Encarceló a Gramsci hasta 1937 cuando lo liberó enfermo, seis días antes de
morir, precisamente a causa de una tuberculosis pulmonar.
Sus páginas están hechas con sudor y lágrimas, y hasta la
censura aportó. La raíz de su pensamiento es marxista. Las fuerzas históricas
materiales determinan las conductas y las relaciones humanas en movimientos
dialécticos dados por tensiones entre causas y reacciones, entre burgueses y
proletarios. Además tiene influencia del filósofo Benedetto Croce. El pasado se
relata desde la perspectiva de la actualidad, así se explica y se construye;
mientras que el presente está en desarrollo, y el futuro llegará a ser lo que
hagamos de él. De modo que el aporte gramsciano al marxismo estuvo en
incorporar el libre albedrío al materialismo histórico. Los desafíos sociales
deben encararse inteligentemente, no eludirlos irresponsablemente. No somos
títeres. Debemos hacernos cargo del agotamiento de la cotidianidad. El día a
día parece el único mundo posible, pero no es así, vivir significa tomar
partido, y no hacerlo es ceder ante la fatalidad.
Por último, es inquietante considerar la universalidad de
Gramsci, porque el mundo no siempre es como el centro comercial a donde compré
el libro. En sus páginas reconoce el éxito de las ciencias naturales, mientras
subraya el fracaso de las ciencias humanas. Asegura que los gobernantes
improvisan, y cuando las cosas salen mal afectan a millones, son diletantes con
responsabilidades extraordinarias. Denuncia la crisis de los sistemas de salud
y educativo, junto con la banalización de la cultura, el culto a la pornografía
y la veneración de lo ligero. Se solidariza con las huelgas que buscan
reivindicaciones genuinas. Ataca a los censores que creen que cambian la verdad
borrándola. Invita a la lucha contra la corrupción y a la intransigencia, a la crítica,
a expresar la opinión libre y espontáneamente. Protesta contra las conductas
anticívicas que van en contra del bien común. Insiste en el sinrazón de la
burocracia estéril. Es un pacifista. Se duele del sinsentido de la guerra que
se resiste a desaparecer para siempre. Lo verdadera revolución es la paz.
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