- “Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad” | Maquiavelo, 1997: cap. XVIII
![]() |
Nicolás de Maquiavello ✆ Eulogia Merle |
Fabián Bosoer | La
Argentina termina el siglo XX con un presidente constitucional que, al concluir
su segundo mandato, no sólo se habrá convertido en quien más tiempo
ininterrumpido gobernó en la completa historia de nuestro país sino que,
además, nos deja planes de gobierno hasta el año 2010. Permítaseme, por un
instante, y tan solo a manera de presentación de mi argumento, hacer un rápido
cálculo con arriesgadas proyecciones y temerarias comparaciones: en el momento
en que Carlos Menem ha puesto como horizonte final de sus ambiciones
refundacionales al año 2010, se cumplirá el segundo centenario del hito que dio
nacimiento a nuestro país como nación independiente y faltarán apenas tres años
para que se cumplan los 500 de la redacción de El Príncipe por Nicolás
Maquiavelo, un antiguo secretario de la cancillería de la República de
Florencia obsesionado por la “unidad nacional”, representada por la unidad del
estado.
Propongo, entonces, un breve y apretado recorrido por un
andarivel de la teoría política moderna, desde Maquiavelo, cinco siglos atrás,
hasta nuestros días, para abordar la
problemática de la legitimidad estatal y sus discursos de legitimación en
este fin de siglo. Y lo haré tomando como tema central la cuestión de la decisión política que se resume en la constitución argumental de El Príncipe como vector de un proceso de formación -o transformación- de un estado nacional.
este fin de siglo. Y lo haré tomando como tema central la cuestión de la decisión política que se resume en la constitución argumental de El Príncipe como vector de un proceso de formación -o transformación- de un estado nacional.
Pero también, al mismo tiempo, de lo que ocurre con el poder
político cuando esa investidura del campo estatal se disuelve o es interpelada
fuertemente desde dentro y desde fuera de sus estructuras visibles y sus
representaciones simbólicas. El Príncipe nos habla, en efecto, de la génesis
del estado moderno, desde el establecimiento de aquello que será definido
cuatro siglos después por Max Weber como “una comunidad humana que reivindica
con éxito el monopolio del uso legítimo de la violencia física en un territorio
determinado”, hasta lo que Antonio Gramsci describiría como la “formación de
una voluntad colectiva nacional-popular”.
En la trama que nos describe Maquiavelo vemos la
confluencia, el resultado, de procesos de secularización, centralización y
despersonalización del poder político y, sobre todo, de los fundamentos de su
legitimidad. En el origen de tales procesos de unificación política hay -hubo
en todos los casos- un Príncipe; aquel personaje que logró concentrar recursos,
destacarse entre los otros príncipes, imponer su autoridad y establecer su
esfera de dominio territorial, administrativo y simbólico. Esto es, su carácter
“soberano” y el principio constitutivo, entonces, de la “soberanía estatal”.
Pero El Príncipe nos habla también de la crisis del estado
moderno; del conflicto entre el poder establecido, “lo stato”, y las fuerzas
sociales, económicas, políticas que actúan en su interior o sobre éste.
Por eso es que hay siempre varias lecturas posibles de El
Príncipe de Maquiavelo; como justificación de un orden, o como tratado de la
regeneración política, o bien, como radiografía descarnada del poder y del
“hombre político”.
La constante vigencia de Maquiavelo y de El Príncipe radica precisamente,
entre otras cosas, en que se lo encuentra en “la entrada” y en “la salida” de
la realidad estatal, del fenómeno histórico al que llamamos “estado-nación
soberano”.
Allí nos internamos para iluminar sobre lo que sucede con el
poder y con la política cuando se resquebrajan las investiduras formales de las
instancias de decisión, cuando entra en crisis la normalidad institucional y
jurídica y se sacuden las estructuras de poder, cuando se cuestiona a la
política como mera gestión o acumulación de saberes técnicos y administrativos.
Es entonces cuando puede verse nítidamente que la lucha por el poder es la
lucha por la decisión política.
Por eso se encontrará la atracción por Maquiavelo y por la
tradición maquiavelista en cada momento histórico de crisis y transición. Tiempos
de crisis son siempre “tiempos maquiavelistas”. En los años ’40, bajo el fragor
de la segunda guerra mundial, lo explicó así James Burnham:
“En una transición revolucionaria, la lucha por el poder, que durante los años de estabilidad social a menudo no es manifiesta o se expresa en formas indirectas y carentes de dramatismo, se manifiesta en forma imperiosa. El maquiavelismo se interesa en la política, esto es, en la lucha por el poder. Parece por lo tanto natural que su primera aparición, así como su primer renacimiento, guarde relación con la revolución social. Las crisis revolucionarias hacen que los hombres o, cuando menos, un cierto número de hombres, manifiesten su disconformidad con lo que en tiempos normales pasa por ser pensamiento político o ciencia política; a saber, apologías disfrazadas del status quo o sueños utópicos en el futuro, y los llevan a enfrentarse con las consecuencias reales del poder: algunos porque desean comprender con más claridad la naturaleza del mundo del cual forman parte, y otros porque desean asimismo saber si de alguna manera podrían tomar parte en el gobierno de ese mundo y realizar, cuanto menos en parte, sus ideales” (1986).
Por eso, hoy también, frente a una crisis del estado que se
manifiesta no solamente como una crisis funcional sino como una crisis de
sustancia material y simbólica; frente a procesos de “desmonopolización de la
violencia legítima” y “deslegitimación del poder estatal”, aparece Maquiavelo
revisitado.