
Gramsci articula dominación y hegemonía. La dominación se
expresa en formas manifiestamente políticas implementadas específicamente desde
el aparato estatal. Dichas formas no excluyen la coerción y represión,
particularmente en tiempos de crisis que ponen en peligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude a un modo de ejercer la dominación desde un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales”. Es precisamente por ello que la hegemonía interactúa directamente con lo cultural, articulando los procesos culturales, particularmente los de la vida cotidiana, con las distribuciones (accesos y exclusiones) específicas del poder.
particularmente en tiempos de crisis que ponen en peligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude a un modo de ejercer la dominación desde un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales”. Es precisamente por ello que la hegemonía interactúa directamente con lo cultural, articulando los procesos culturales, particularmente los de la vida cotidiana, con las distribuciones (accesos y exclusiones) específicas del poder.
Gramsci explicita que ni la dominación-hegemónica ni la
hegemonía dominante pueden lograrse exclusivamente a través de la coerción. La
producción y la reproducción de las relaciones sociales —y políticas—
constituyen una intrincada madeja de múltiples (y complejas) formas, donde las
ideologías desempeñan un papel decisivo, que se expresa concentradamente en un
determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería, en
esta relación, según palabras de Gramsci, la personificación de la “hegemonía
acorazada de coerción”; un componente del poder político que efectiviza en su
accionar la relación de poder subordinante de la clase del capital sobre la del
trabajo y —a partir de allí—, sobre el conjunto de la sociedad. Pero este
accionar no se limita a lo coercitivo-represivo, abarca también lo educativo
normativo, y en esta labor lo ideológico-político ocupa un lugar medular.
Esta dimensión del accionar del Estado abre puertas a una
ampliación de la concepción respecto de su papel en la sociedad y, por tanto,
en los procesos de su transformación: no es solamente un aparato
superestructural represivo del que habría que apropiarse para luego destruirlo.
En condiciones políticas que posibilitan los procesos de transformaciones
sociales en democracia, como las que existen hoy en Latinoamérica, el Estado
—en manos de representantes del poder popular emergente—, resulta un
instrumento clave para impulsar —junto con el gobierno—, cambios radicales, en
primer término, erigiéndose en sustento institucional del modelo de país que se
desea construir (y que se construye).
Resulta vital la articulación de este poder con el que se ha
ido construyendo y se construye desde abajo por los sectores populares
organizados y constituidos en actor colectivo.
Como se evidencia en los procesos venezolano, boliviano, y
quizá en el ecuatoriano, el acceso al Ejecutivo abre puertas para dirigir
ventajosamente resortes claves del Estado. Es posible impulsar modificaciones
sociales, económicas y culturales desde la superestructura política, cuando
estas son gestadas y construidas desde abajo, a partir de la protagónica
participación de los movimientos sociales, sus organizaciones socio-políticas y
el pueblo todo. La combinación pueblo organizado-Estado popular como estructura
sociopolítica de la herramienta ejecutiva de un gobierno popular alternativo,
conforman —reforma constitucional mediante— una tríada social,
político-institucional y jurídica centrada en el protagonismo y la
participación de los de abajo, que es a la vez cimiento y fuerza vital para
potenciar cambios sociales trascendentes en los ámbitos local, nacional, y
regional latinoamericano.
Lo regional y lo continental constituyen ámbitos vitales
para la transformación de nuestras sociedades en el contexto de la globalización.
Pero ello no alude solo ni principalmente a una dimensión geográfica, sino a un
complejo, multifacético y diverso ámbito de transformación donde se producen
interdefiniciones que influyen sobre el todo y sobre cada una de las partes.
Es importante comprender que esa realidad plural
interconectada e interdependiente impone ritmos colectivos a los que —en aras
de respetarlos— hay que saber acomodar (articular) los procesos locales. Se
puede “empujar” un poco la marcha del proceso, cuidando de no acelerarlo
unilateralmente al punto tal que ello implique desprenderse del conjunto, poner
en riesgo la construcción y el
En tal caso, el aceleramiento unilateral podría frenar,
quebrar y hasta impedir el proceso colectivo de cambio en vez de fortalecerlo.
Una de las artes de la política consiste en desarmar las estrategias del
enemigo para dividir el proceso emancipador y las fuerzas sociales y políticas
que lo impulsan; en ese empaño resulta mucho más productivo y adecuado apostar
a la profundización de todo lo que unifica, cohesiona y posibilita avanzar de
modo conjunto, en vez de remarcar lo que diferencia y separa.
Hegemonía cultural y
proyecto alternativo
El concepto hegemonía cultural resulta un importante
instrumento analítico porque —como rescata Polleri—, revoluciona la forma de
entender la dominación y la subordinación en las sociedades actuales. Sobre esa
base, abre las puertas a la crítica social ya que posibilita ir más allá del
diagnóstico. En esto radica, precisamente, su importancia
práctico-transformadora.
Ciertamente, quienes detentan la dominación material ejercen
también la dominación espiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente
el sistema consciente de creencias, significados y valores impuestos, es decir
la ideología dominante, sino el conjunto de procesos sociales vivido y
organizado por esos valores y creencias específicos. Modificar los modos
prácticos en que transcurren los procesos sociales, en los que se forman,
reafirman o modifican los valores, etc., constituye la base de la posibilidad
del cambio y de la construcción de una hegemonía popular. Esta solo puede ser
tal si se constituye (construye) como un nuevo tipo de hegemonía, es decir, con
lógicas diferentes de la que se quiere combatir y superar.
Esto significa, por un lado, que la construcción de la
hegemonía popular implica siempre la deconstrucción simultánea
(teórico-práctica) de los modos de existencia de la hegemonía de dominación.
Resulta importante en este empeño transformar, por ejemplo, las viejas
prácticas y modalidades de construcción jerárquicas y verticalistas presentes
todavía en las organizaciones sociales y políticas, en el relacionamiento entre
compañeros, en las miradas y análisis de la realidad, en las actitudes y
conductas cotidianas, buscando siempre que los “gestos” públicos sean
coherentes con las conductas privadas, y viceversa.
Construir una hegemonía cultural alternativa propia,
significa entonces -a tono con lo expresado-, desarrollar prácticas y
postulados radicalmente diferentes a los de la hegemonía que se busca
desplazar. No puede limitarse a buscar vías para imponer una nueva ideología de
dominación-hegemonía. Construir una nueva civilización humana, liberadora,
justa solidaria y ecológicamente sustentable no será una realidad si los
cambios se limitan a ser la contracara del capital, a dar vuelta la tortilla;
no se trata de construir una contra-hegemonía, sino de construir una cultura y
conciencia políticas radicalmente diferentes, superadoras de discriminaciones,
jerarquizaciones y exclusiones de cualquier tipo, y también de todo pensamiento
único.
El primer paso está al alcance de la mano: consiste en hacer
del funcionamiento y los modos de organización y relacionamiento interno y
externo de los movimientos sociales y políticos, ámbitos pedagógicos de gestión
de lo nuevo. No hay que olvidar que, como estableciera el Che, el ejemplo es la
base material-espiritual de toda fuerza de cambio.
Hegemonía y disputa
del sentido común
La hegemonía constituye un cuerpo de prácticas y
expectativas en relación con la totalidad de la vida, no se limita al ámbito de
lo ideológico y sus formas de control y dominio. En su múltiple dimensión
cultural, la hegemonía constituye un “sentido de la realidad”, sentido que
busca imponer —culturalmente— como “natural” a través de los modos de
producción y reproducción cotidianas de vida, transformándolo en parte del
llamado sentido común acerca del deber ser de la realidad social de la que se
es parte. Tanto es así que R. Williams afirma que “en el sentido más firme, [la
hegemonía] es una cultura, pero una cultura que debe ser considerada asimismo
como la vivida dominación y subordinación de clases particulares”. [Polleri,
2003] Disputar ese “sentido” es, por tanto, parte vital en la imprescindible
disputa político-cultural por el cambio social que es necesario desplegar en
todo momento.
Hay que tener en cuenta que la hegemonía dominante no es
estática ni inmodificable, por el contrario, existe como proceso vivo
articulador de hegemonía y dominación, proceso que es continuamente renovado,
modificado y relegitimado. Del mismo modo lo son también las resistencias que
suscita. De ahí que la hegemonía política y cultural no sea nunca absolutamente
dominante. El propio concepto de hegemonía lo indica: se trata de una
supremacía sobre otro u otros que existen como subordinados, dominados y /o
rebeldes. Estas fuerzas subordinadas-rebeldes constituyen el bastión social,
político y cultural para la construcción de una hegemonía alternativa.
El desarrollo de una estrategia de poder popular llama a
potenciar los embriones de hegemonía propia, desarrollándolos articuladamente
en un proceso colectivo de construcción de hegemonía alternativa que le permita
al campo popular convertirse en un bloque o fuerza popular hegemónica.
“Guerra de
posiciones”
Es fundamental tener en cuenta que las formas de interacción
de la cultura y la política constituyen elementos claves que intervienen en la
definición de la correlación general de fuerzas en una sociedad dada, en uno u
otro sentido. Las fuerzas sociales en pugna están en constante confrontación,
modificación o afianzamiento de capacidades de dominación y, sobre todo, de
hegemonía. Se produce por tanto, una viva y constante interdefinición de las
fuerzas y sus capacidades de acción (supremacía sobre la otra parte), en cuya
dinámica desarrollan una interrelación política compleja. Esto es lo que
Gramsci denominó -desde una perspectiva político-cultural- “guerra de
posiciones”.
Construir poder desde abajo, significa, precisamente,
desarrollar esa “guerra de posiciones” en lo ideológico, lo político y lo
cultural. Es decir, organizar y desarrollar batallas político-culturales que
—además de deslegitimar al capital— vayan afirmando a través de prácticas
diferentes a las instauradas por el capital, que otro mundo es posible,
mostrando en las experiencias y construcciones de los movimientos sociales que
la sociedad buscada existe ya en ellas, esbozada en pequeños logros.
Son los logros palpables y evidentes de las construcciones
cotidianas los que constituyen la muestra más fehaciente de que es posible ese
otro mundo. Ellos evidencian que, para existir ese otro mundo necesita ser
creado, diseñado y construido entre todos, desde abajo, en articulación de
procesos crecientes de participación en la definición del curso de la vida
individual y social, es decir, mediante la confluencia de procesos de
empoderamiento individuales y colectivos.
Son nuevas formas de decisión y gobierno de lo propio en el
campo popular que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales,
bases para el desarrollo político-social de las conciencias y de las culturas
sumergidas y oprimidas, para la creación y creciente acumulación de un nuevo
tipo de poder participativo-consciente —no enajenado desde abajo—, articulado
con múltiples y entrelazados modos de vida solidarios encaminados a la
transformación global integral de la sociedad. Esto significa: La lucha por la
construcción de una hegemonía cultural alternativa, no se define exclusivamente
en el terreno de la batalla cultural, sino anudada al campo de la construcción
política, económica, ética y social.
La lucha política, la lucha por el poder, es un complejo
proceso histórico en el cual —del entrecruzamiento de fuerzas sociales,
políticas y culturales—, se constituye y fortalece la fuerza político-social
capaz de crear y erigir alternativas en todos los terrenos en los que el bloque
dominante realiza su hegemonía. Dirigir los esfuerzos hacia su construcción y
consolidación, atendiendo a las peculiaridades de cada momento político,
avanzando en la articulación, organización y el empoderamiento colectivo en
cada ámbito en que se manifiesta la lucha, es el desafío ideológico-cultural,
intelectual y práctico más importante de la hora actual.
Nota
(1) En el capitalismo el poder es una suerte de macro
interrelación social (interrelación de interrelaciones) que sintetiza política
y socialmente a favor de los intereses del capital las relaciones sociales
levantadas a partir de la oposición estructural capital-trabajo. Esta oposición
instaura -desde los cimientos- el carácter de clase de las interrelaciones
entre los polos que conforman dicha contradicción, de las luchas por la
hegemonía y la dominación, y de las luchas de resistencia y oposición a ello.
En este antagonismo concreto se desarrollan dinámicas que configuran y definen
en cada momento una determinada correlación de fuerzas (de clase) a favor de
uno u otro polo, correlación que actúa (se hace sentir) en toda la sociedad.
Bibliografía
Gramsci, Antonio. 2001. Cuadernos de la cárcel. Edición
crítica completa a cargo de Valentino Gerratana. Ediciones ERA-Universidad
Autónoma de Puebla, México.
Giacomini, Ruggero. 2001. Antonio Gramsci. Centro “Juan
Marinello”, La Habana.
Polleri, Federico. 2003. “El concepto de hegemonía cultural
en la lucha revolucionaria”, tomado de: www.gramsci.org.ar
Marx, Carlos y Engels, Federico. La ideología alemana. Obras
Escogidas en tres Tomos, Tomo I, Editorial Progreso, Moscú (1976).
Rauber, Isabel. 2006. Sujetos Políticos. Desde Abajo,
Bogotá.
Rauber, Isabel. 2005. “Movimientos sociales, género y
alternativas populares en Latinoamérica y El Caribe”, publicado en Itinéraires No,
77, IUED, Ginebra.
Rauber, Isabel. 2004. Movimientos sociales y representación
política. Articulaciones. Ciencias Sociales, La Habana.