- Lenin quien logra establecer una visión mucho más clara, compleja y "virtuosa" de qué resolución plantear a la contradicción entre Estado obrero y clase obrera evitando la alternativa de ubicar a esta en un rol subordinado, a diferencia por ejemplo de Antonio Gramsci, que de todos modos, consideraba a Lenin el teórico de la hegemonía por excelencia.

Juan Dal Maso & Fernando
Rosso | Luego de la degeneración estalinista, el
nombre de Lenin fue interesadamente asociado a decenas o cientos de
"mitos". Fue acusado de ser portador de un pensamiento
"rígido", de pretender reglamentar "desde afuera" al
movimiento obrero, y por lo tanto, "sustituirlo". Fue estigmatizado
como un "estatista" incurable que veía en la dictadura del
proletariado el fin último de todo combate y por supuesto, por esta misma
razón, un antidemocrático, responsable en última instancia (y en primera) de la
aberración estalinista.
Se vulgarizó y tergiversó la teoría leninista de la organización, es decir, su concepción de partido, que debía ser altamente disciplinado, en el sentido de una reglamentación obediente y burocrática; inflexible, entendido como formas organizativas muertas y rutinarias; "profesional", en el peor sentido del término.
Se vulgarizó y tergiversó la teoría leninista de la organización, es decir, su concepción de partido, que debía ser altamente disciplinado, en el sentido de una reglamentación obediente y burocrática; inflexible, entendido como formas organizativas muertas y rutinarias; "profesional", en el peor sentido del término.
Los folletos y libros que escribió a lo largo de su vida, y
que documentan sus batallas desmienten uno a uno estos mitos (una muy buena
selección está en las obras recientemente editadas por el Instituto del
Pensamiento Socialista).
Si, como afirma Gramsci, manifestando su odio a los
indiferentes, ser partidista es sinónimo de estar vivo; Lenin fue el hombre más
vital del siglo XX. Y esa vitalidad se "siente" a lo largo de toda su
obra. Desde las polémicas contra los populistas y economicistas, hasta "el
último combate del Lenin". Haber sido el más partidista de la causa obrera
es un pecado imperdonable que hace difícil la operación de
"canonizar" o "academizar" a Lenin.
Desde el "Qué hacer" donde sentenciaba,
polarizando con los econimicistas, que la conciencia "espontánea" de
la clase obrera era limitadamente "tradeunionista" o sindicalista,
hasta sus escritos después de la revolución de 1905 donde afirmaba que la clase
obrera era "intuitiva y espontáneamente socialdemócrata" (en ese
momento todos los socialistas se llamaban socialdemócratas).
Desde la férrea lucha por la formulación del primer artículo
de los estatutos en torno a quién debía ser considerado miembro del partido en 1903,
donde Lenin peleaba por el mayor compromiso y control de quienes pretendían
formar parte; hasta sus planteos al calor de 1905 donde proponía "adoptar
formas orgánicas menos rígidas, más ‘libres’, más lose" (En alemán: flojo,
suelto).
Estos son sólo ejemplos, en nada más y nada menos de dos
cuestiones caras el pensamiento leninista como la conciencia y el partido.
Desde una lógica formal pueden verse como afirmaciones contradictorias, pero en
realidad expresan un pensamiento dinámico, vivo y abierto a las tendencias de
la realidad. La realidad del movimiento obrero y de masas, que expresaban lo
más vivo y más "real" de la sociedad rusa de su tiempo y no a las
"irreales", opacas y conservadoras estructuras burocráticas de una
burguesía que había nacido cobarde.
Si hay un objetivo que cruza permanentemente el itinerario
de Lenin es el combate contra todos los obstáculos burocráticos que se
interponen al desarrollo revolucionario del movimiento obrero y de las masas.
Es una lucha contra todo tipo de regimentación.
La pelea contra los economicistas no se basaba en una
lectura estática de los presuntos límites "naturales" de la clase
obrera, trágicamente incapaz de adoptar una conciencia política independiente.
Por el contrario, apuntaba a derrotar a aquellos que pretendían encorsetarla en
esos límites, porque hay que elevar a la vanguardia del proletariado a la lucha
general, política y no reabajarla al nivel de lo que es funcional a la
burguesía liberal, es decir, sólo a la defensa de sus intereses corporativos.
Eso era adaptarse a la división ideológica impuesta por la burguesía que le
permite sostener su hegemonía: la separación entre la economía y la política.
Desde esta óptica el ¿Qué hacer? no era una lucha contra la
la espontaneidad, sino y si se quiere, una lucha por el desarrollo de la
espontaneidad que no es más que la "forma embrionaria de lo
consciente". Los economicistas pretendían mantener a lo embrionario en ese
estado, sin que desarrolle todas las potencialidades que esa misma forma contiene.
A la vez lo "espontáneo" no es "natural", sino un producto
de la actuación de todas las instituciones burguesas sobre la conciencia del
proletariado y las masas. Como se afirma acá "Ya hemos dicho que la
sociedad burguesa toda es un gigantesco elemento de desnaturalización y
descomposición del movimiento revolucionario". Toda esa
"(a)normalidad" estalla en momentos de crisis y revolución y desata
abiertamente las tendencias de la "guerra civil larvada" que
cotidianamente enfrenta al capital y al trabajo.
Y con el mismo ímpetu presentó batalla para revolucionar por
completo la "vieja forma partido", con el auge revolucionario de
1905, porque, justamente, las viejas formas de organización podían convertirse
anacrónicamente en una traba burocrática para del cauce revolucionario que
adoptaba el movimiento de las masas. En este mismo sentido pueden entenderse
sus combates por los soviets (o "por todo el poder a los soviets")
cuando estos eran expresión más o menos directa de una nueva forma de estado,
de un nuevo poder constituyente, creado por las propias masas en el combate;
como su incipiente lucha contra los soviets, cuando se deslizaban
peligrosamente bajo dirección conciliadora, hacia convertirse en órganos de
apaciguamiento, de contención y moderación reaccionaria; es decir una
institución más, "ad hoc" y molesta, pero institución al fin, del
orden y la "legalidad" burguesa ("Pues tanto peor para el
gobierno y para los soviets (...) porque eso significa que no son más que nulidades,
marionetas y que el poder efectivo no está en sus manos". Sobre las
consignas, julio de 1917)
Luego de la revolución y con los bolcheviques en el
gobierno, la misma lógica y el mismo objetivo político y estratégico guiaba sus
concepciones sobre la de "democracia" y el estado, una de las
cuestiones más discutidas por los marxistas a lo largo del siglo XX y una de
las puertas de entrada a capitulaciones varias.
“Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero
ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: ‘Para qué defender, y
frente a quién defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es
obrero?’ No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión (...) En nuestro
país, el Estado no es, en realidad obrero,
sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas
cosas. (Bujarin: ¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?) y aunque el camarada
Bujarin grite desde atrás. “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le
responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los soviets que acaba
de celebrarse y en él encontrará la respuesta.
Pero hay más. El programa de nuestro partido – documento que
conoce muy bien el autor de El abecé del comunismo- vemos ya que nuestro Estado
es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle -¿cómo
decirlo?- esta lamentable etiqueta o cosa así. Ahí tenéis la realidad del
período de transición. Pues bien, dado ese género de Estado, que ha
cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿se
puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales
del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde
el punto de vista teórico. Esto nos llevaría al terreno de la abstracción o del
ideal que alcanzaremos dentro de quince o veinte años, aunque yo no estoy
seguro de que lo alcancemos precisamente en ese plazo. Tenemos ante nosotros
una realidad, que conocemos bien si no perdemos la cabeza, si no nos dejamos
llevar por disquisiciones de intelectuales, o por razonamientos abstractos, o
por algo que a veces parece ‘teoría’ pero que, en la práctica, es un error, una
falsa apreciación de las peculiaridades del período de transición. Nuestro
estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe
defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para
defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan
nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúa a través de una combinación
original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, del “enlazamiento”
con nuestros sindicatos.
Porque el concepto de ‘enlazamiento’ incluye que es
necesario saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este
poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado
organizado en su totalidad”.
Superando la tradición del constitucionalismo burgués, que
se propone limitar el poder, mediante la división de poderes, haciendo
abstracción de que es una mera subdivisión del mismo poder de la clase
explotadora, Lenin es clarísimo en su posición de articular fuerzas sociales e
instituciones políticas para que la “hegemonía” de la clase obrera no se
transforme en una sustitución de la clase obrera por el aparato estatal
presionado por millones de campesinos.
Y en ese sentido, la “hegemonía” en la que está pensando
Lenin contiene un sistema de contrapesos al mismo tiempo muy complejo (por las
fuerzas sociales que se propone articular) y muy sencillo (por su claridad de
cuáles son los problemas a resolver) entre la vanguardia y las masas de la
clase obrera y entre la clase obrera de conjunto y el campesinado, que a su vez
debe expresarse en la relación entre las organizaciones obreras y el estado.
Desde este punto de vista, es totalmente reduccionista y
sobre todo falsa, la lectura ampliamente
difundidad que presenta a Lenin como un mero teórico de la "alianza de
clases" de características "pre-hegemónicas", cuando es Lenin
quien logra establecer una visión mucho más clara, compleja y
"virtuosa" de qué resolución plantear a la contradicción entre Estado
obrero y clase obrera evitando la alternativa de ubicar a esta en un rol
subordinado, a diferencia por ejemplo de Antonio Gramsci, que de todos modos,
consideraba a Lenin el teórico de la hegemonía por excelencia.
Por eso los innumerables propagandistas antimarxistas de la
"autonomía de la política" hacen a Lenin críticas superficiales, al
desconocer esta concepción leninista que articula fuerzas sociales e
instituciones en un sistema de contrapesos. La autonomía de la política era
perfectamente conocida por Lenin, pero estaba integrada en un pensamiento sobre
el Estado que concebía como un objetivo el "fin de la política" con
el fin de la sociedad de clases, no en el sentido de que se terminasen los
diferendos, los debates y controversias, sino en el de que la
"especificidad de la política" como un "oficio" separado de
las masas trabajadoras con su consiguiente necesidad de una casta política,
sería superada históricamente.