- “No podemos no poder” | Gunthers Anders
- “Los medios destruyen los fines” | Günther Anders
- “Toda Ciencia estaría de más si la forma de manifestarse las cosas y la esencia de éstas, coincidiesen directamente” | Karl Marx, ‘Das Kapital’
Nicolás
González Varela [Especial para Gramscimanía]
Terciarización posmoderna, flexibilidad numérica, funcional y salarial: ¿qué significan estos nuevos precarios que llaman tanto la atención de Iglesias? ¿Por qué “aquí y ahora” esta precariedad y qué significa esta determinada precariedad, este homo flexible en el contexto internacional del Capitalismo global? Es un perogrullo pero a estas aplicaciones express de “sociologismo” hay que aclararle una vez más el ABC del método dialéctico: la “cosa misma” no se manifiesta directamente a la reflexión, para captar
su necesidad interna no solo es indispensable el esfuerzo del concepto, sino dar un rodeo. Si cualquiera con solo percibir lo heterogéneo de la realidad captase inmediatamente las conexiones de las cosas ¿para qué serviría la Ciencia?
Terciarización posmoderna, flexibilidad numérica, funcional y salarial: ¿qué significan estos nuevos precarios que llaman tanto la atención de Iglesias? ¿Por qué “aquí y ahora” esta precariedad y qué significa esta determinada precariedad, este homo flexible en el contexto internacional del Capitalismo global? Es un perogrullo pero a estas aplicaciones express de “sociologismo” hay que aclararle una vez más el ABC del método dialéctico: la “cosa misma” no se manifiesta directamente a la reflexión, para captar
su necesidad interna no solo es indispensable el esfuerzo del concepto, sino dar un rodeo. Si cualquiera con solo percibir lo heterogéneo de la realidad captase inmediatamente las conexiones de las cosas ¿para qué serviría la Ciencia?
Con la
“forma de manifestación” que llama poderosamente la atención a Iglesias (“los
de abajo”, gente cada vez más precarizados) ocurre lo mismo que con todas las
formas de manifestación en la sociedad burguesa y su trasfondo oculto, su verborgen
Hintergrund según Marx. El impresionismo de la forma manifiesta se reproduce de
manera directamente espontánea como formas comunes, naturales y corrientes del
pensar; el trasfondo oculto de los nuevos asalariados flexibles tiene que ser
primeramente descubierto, desvelado por la Ciencia. Iglesias tropieza casi con
la verdadera relación de las cosas, pero no la formula conscientemente ni
críticamente sin embargo. Muchos de los contra-argumentos contra la tesis
¿posmoderna? de Iglesias fallan el blanco, porque no se está muy seguro del
punto de partida, que no debe ser otro que la idea de obrero y trabajador
asalariado en Marx. De un lado no se toca en el fondo la evidencia empírica y
material del argumento de Iglesias, la creciente informalidad real a nivel
fenomenológico, no se la explica ni se la “integra” en la lógica del Capital,
repitiendo que siempre fue igual, precariedad hubo y habrá ayer, hoy y mañana,
o recurriendo a argumentos morales y piadosos, con lo que se pierde la
“especificidad” de la precariedad en el Postfordismo (que no es ni la del
primer Capitalismo, ni la del Taylorismo, ni la del Fordismo).Y en segundo
lugar, no se comprende el por qué de estas nuevas formas de precarización
capitalistas, el ¿cui bono? de las transformaciones de la relación
Trabajo-Capital, no se las explica en lo profundo del mecanismo de la relación
de producción y circulación, perdiéndose la preciosa Kritik a la Economía
Política. En cambio de analizar, desmembrar y reconstruir la dialéctica
histórica de la composición técnica y política del obrero asalariado (y los
sectores proletarios), única via regia para entender “materialísticamente” los
nuevos intereses y necesidades de clase, se utiliza el dato real para ilustrar
y confirmar tesis universalmente válidas en todo tiempo y lugar. ¿Dónde está el
análisis concreto de la situación concreta?
El
consentimiento nace siempre en la producción. El nuevo precariado es
inteligible sin el telón de fondo de la larga Era de la Globalización y
“mercancificación” del Mundo (1975-2008), período en el cual la economía se
“desvinculó” de la sociedad civil y tanto los financieros como los economistas
neoliberales intentaron crear una “New Economy” de mercado global basada en la
competitividad y un nuevo individualismo despótico. A fines de los 1980’s, ante
el evidente estancamiento (la Estanflación) capitalista, neoliberales y
libertarianos (aunque la Economía Política era y es Neo-Clásica) clamaban, de
Thatcher a Reagan, de Menem a Aznar, del FMI al Banco Mundial, como salida
mágica de la crisis la “flexibilidad del mercado de trabajo”, o sea: una
“re-regulación”, adoptada a los nuevos horizontes de acumulación. Una solución
postfordista a una crisis fordista indisoluble con los viejos instrumentos del
pasado. La necesaria modificación de la composición orgánica del capitalismo
español (las proporciones entre capital fijo y variable) pasa por una
contrarrevolución violenta pero pasiva, imponiendo una radical transformación
de la estructura socioprofesional de los asalariados. La fórmula ideológica era
sencilla para un slogan de márketing político: si se derrumbaban los costos
laborales introduciendo grados de flexibilidad
(informalidad/precariedad/outsourcing/offshore/inshore), eso sería la única
forma de ser “competitivos” y más “productivos”, ergo, la grandeza de la
nación. La nueva precariedad postfordista tiene muchas dimensiones, no solo el
elemental “trabajar para vivir” de Iglesias: “flexibilidad de los salarios” significaba
acelerar los ajustes a los cambios en la demanda, en particular a la baja; la “flexibilidad
laboral” significa la capacidad fácil y sin costo de las empresas para cambiar los
niveles de empleo, en particular a la baja, lo que implica una reducción de la seguridad
en el empleo y la protección social; “flexibilidad laboral” significaba ser capaz
de mover empleados en todo el interior de la empresa y cambiar estructuras de
trabajo con mínima oposición sindical o costo cero; “flexibilidad en capacidades”
significa ser capaz de ajustar las habilidades de los trabajadores fácilmente a
la necesidad del Profit capitalista y la nueva dinámica de la “formación
permanente” (Lifelong learning). En esencia, la flexibilidad propugnada por los
radicales economistas neo-clásicos, en un contexto de fuerte descenso de la
tasa media de ganancia, significó hacer a los trabajadores sistemáticamente más
inseguros, teorizada por los politólogos académicos como una vertiginosa
“sociedad de riesgo”, afirmando como un arcano religioso que es un precio
necesario para retener la inversión, ser competitivos globalmente (mantra
neoliberal), que vuelva el crédito y el empleo llegue a niveles “naturales”. La
New Economy no es una “desindustrialización” sino una nueva reinvención del
Fordismo, donde el Capital ha re-estructurado la fuerza de trabajo en núcleos
fordistas, hiperfordistas y prefordistas (precisamente los nuevos estratos
precarios).
Con
respecto al obrero-masa, al trabajador asalariado “fordista”, el postfordista
ha perdido la siguientes condiciones de seguridad del viejo modelo en la
relación Capital-Trabajo: 1) Seguridad del mercado laboral: adecuadas
oportunidades de obtener ingresos suficientes para la reproducción de la fuerza
de trabajo, al nivel macro resumido con el lema del estado “Pleno empleo” ; 2) Seguridad
contra el despotismo patronal: contrato escrito de estabilidad, protección
contra el arbitrio del empleador, regulaciones sobre despidos y abusos,
imposición de los costos al empleador; 3) Seguridad laboral: capacidad y la
oportunidad de mantener un nicho en el empleo, barreras a la disolución de la
habilidad profesional, oportunidades para la movilidad “hacia arriba” en
términos de estatus e ingresos; 4) Seguridad en el puesto de trabajo: protección
contra accidentes y enfermedades en el trabajo, a través, por ejemplo, los
reglamentos, la seguridad y la salud, límites a la jornada laboral, las horas
intempestivas, el trabajo nocturno de las mujeres, así como la compensación por
accidentes; 5) Seguridad en la reproducción del conocimiento práctico: oportunidad
de adquirir nuevas habilidades, a través del aprendizaje, la capacitación
laboral, etc., así como la oportunidad de hacer uso de las competencias; 6) Seguridad
en el ingreso: garantía de un ingreso adecuado estable, protegidos a través,
por ejemplo, de la fijación del salario mínimo, indexación de los salarios, seguridad
social integral, impuestos progresivos para reducir la desigualdad y para
complementar los bajos ingresos de los que ingresan en la pirámide salarial; 7)
Seguridad de la representación: poseer una voz “colectiva” en el mercado de
trabajo y dentro del ámbito del empleador, a través, por ejemplo, los
sindicatos independientes, con derecho a la huelga. El primer fenómeno,
causante del nuevo Precariado, es la “mercancificación” de la propia empresa
capitalista, independiente de su tamaño, que ahora se hace más fluida,
hiperconectada, y que se autoflexibiliza a través del Outsourcing, el Inshore y
el Offshore. A través de ellas y estimulados por la nueva regulación estatal
(eufemísticamente llamada “reformas”) se desencadenan los procesos centrales de
flexibilidad capitalista: 1) la numérica, 2) la funcional y 3) la salarial. El
punto clave es que para los propios capitalistas, estas medidas son imperativos
que impone la propia competitividad y la tasa media de ganancia.
Trabajador
posfordista I: la flexibilidad numérica de la fuerza de trabajo: se trata de una
contratendencia básica del Capital en el nivel de la producción, es la que más
ha colaborado con el crecimiento de un nuevo Precariado: se subcontratan los
procesos de trabajos improductivos, reproductivos, secundarios o no-esenciales,
mientras se mantiene un núcleo de asalariados fordistas (“ciudadanos
corporativos”, con contrato indefinido y toda la serie de seguridades del ciclo
anterior), con los que se comparte seguridad, conocimiento y lealtad, las
rentas extraordinarias se descargan en las empresas terciarias (en los
autónomos de segunda generación). Una característica de la flexibilidad numérica
es el uso creciente de mano de obra temporal, que permite a las empresas a
cambiar de trabajo rápidamente, de modo que puedan adaptarse y modificar su
división del trabajo o las proporciones entre capital fixe y variable. Este
nuevo Precariado tiene ventajas de costos: los salarios son más bajos, se evita
el pago nominal de experiencia laboral, los faux frais de gastos a la seguridad
social y así sucesivamente. Y hay menos riesgo, tomando a alguien temporalmente
no significa hacer un compromiso que podría lamentar, por cualquier razón. Obviamente
donde predominan los servicios, la fuerza de trabajo tiende a ser explotada en
torno a proyectos y no a una actividad laboral continua. Esto trae más
fluctuaciones en la demanda de trabajo, haciendo el uso de mano de obra
temporal casi un elemento necesario. También hay factores menos tangibles que
promueven su crecimiento. Las personas con contratos temporales pueden ser (y
son) inducidas a trabajar más duro, a ser explotados de manera extensiva. Los
contratos temporales también conducen a formas de subempleo más fácilmente, no
se pagan los períodos de descanso (fiestas, recesos, vacaciones), por ejemplo,
o se encadenan contratos temporales ad infinitum. Estos estratos de asalariados
pueden ser controlados a través del miedo y la amenaza de despido rápido más
fácilmente que el obrero-masa. Una razón simple de usar más temporales es que
otras empresas lo están haciendo, lo que confiere una ventaja de costos de la
cual no puede escapar un capitalista (o quedará fuera del Mercado). La nueva competitividad
a través del uso de mano de obra temporal es cada vez más importante en el
sistema global, las empresas tratan de emular lo que se hace en otros países,
en especial por lo que hacen los líderes del mercado en su sector (un patrón conocido
como el “efecto dominante”). Así, por ejemplo, el modelo de McDonald conocido
como “Mejores prácticas” (“Best Practice”) implica para su fuerza de trabajo descalificación,
retiro forzoso de los empleados antiguos, acciones antisindicales, salarios más
bajos y altos beneficios empresariales. La esencia del sistema Postfordista es
este nuevo trabajo temporal, flexible. Los estratos de asalariados
postfordistas son parte inseparable de este nuevo proceso de acumulación capitalista
global inédito. Como los nuevos (falsos) creadores de start-ups: el fenómeno de
los autónomos de segunda generación y la figura familiar de la “subcontrata”
(el Outsourcing postfordista), generador del nuevo Precariado, es evidente en
España: las empresas sin asalariados (¡la figura mitológica postfordista del
“emprendedor”!) son las que registraron un mayor crecimiento en el número de
altas entre 1999 y 2007 (un 42,1% frente al 25,7% del total); es más: durante la
última década el porcentaje de empresas con menos de 10 trabajadores se ha
mantenido estable en torno al 94% y más de la mitad no tenía ningún trabajador.
Y
este proceso se ha agravado con la crisis financiera de 2008. España por su
parte se ha convertido en el epítome de un mercado de trabajo de varios niveles
de segmentación, divide et impera, con la mitad de su fuerza de trabajo con
contratos temporales y a su vez dentro de los trabajadores indefinidos, los
funcionarios como aristocracia obrera. En 2010, la OCDE estimaba que el 85% de
los empleos perdidos en España tras la crisis financiera eran temporales,
postfordistas y prefordistas, los asalariados que impresionan ahora a Iglesias.
Gobierno y sindicatos han reaccionado a la presión antes de flexibilidad de la New
Economy mediante la preservación de los valores para los trabajadores fordistas
afiliados y la creación de un tapón (inútil) para los flexibles. Esto no sólo
dio lugar a una fuerza de trabajo de varios niveles, a veces competitivos entre
sí, gran obstáculo para un recomposición política de clase, sino un creciente resentimiento
de los estratos más precarios del proletariado hacia los sindicatos
mayoritarios, CCOO y UGT, que protegen a sus propios miembros, a expensas de
los nuevos estratos asalariados flexibles. Sin sonrojarse un aseso de CCOO
afirmaba que “la economía española debe ser más competitiva, recuperar
productividad. Y en el corto plazo, cuando es difícil cambiar la tecnología o
aumentar la dotación de capital, competir por precio es una estrategia válida.
Lo que hay que ver es como se reparte el esfuerzo y dónde está el límite”. Y
esto puede verse en los costos laborales: en 2012 la rebaja de costes se debe
al ajuste en servicios, dado que la industria (centro de gravedad del núcleo
fordista) fue donde más aumentó el coste laboral neto (+1,7%), mientras los
costes disminuyeron un 1,3% en el sector servicios, lugar de concentración
numérica de los asalariados flexibles. Otra faceta de esta “flexibilidad numérica”
ha sido la incorporación-expansión de la mujer entre el asalariado postfordista,
en especial en los trabajos intermitentes o part-time, “mejores y más baratas” decía un artículo de
la BBC,
Trabajador
posfordista II: la flexibilidad funcional de la fuerza de trabajo: la esencia
de la “flexibilidad funcional” postfordista es hacer posible que las empresas modifiquen
la división del trabajo rápidamente sin costo y que los trabajadores asalariados
puedan le puedan ser modificados turnos entre las tareas, puestos y lugares de
trabajo. Este es un segundo nivel de generación de nuevos estratos proletarios
más precarios. Si la “flexibilidad numérica” genera inseguridad general y sans
phrase en el empleo, la “flexibilidad funcional” es la intensificación de esta precariedad
laboral. El nuevo ciclo nació de nuevo en la producción: con el fortalecimiento
de las prerrogativas de la empresa sobre las modalidades de trabajo, tema central
de la lucha de clases en los años 1970’s y 1980’s, cuando la burguesía arrebató
el control de los sindicatos y las organizaciones profesionales sobre la
empresa. Sometiendo a los asalariados a más despotismo fabril y subordinación,
marcó un avance de la “proletarización”, como señalaba la prognosis marxiana, algo
que, paradójicamente, era necesario para el siguiente paso de flexibilidad y
precarización. Establecer el control administrativo de la división del trabajo en
los centros de producción permitió gestiones para crear soluciones flexibles que
incluye líneas más débiles de progresión profesional y el principio del fin del
obrero-masa (Blue Collar). Una tendencia relacionada es la extensión de los
contratos individuales, como parte de la “contractualización” de la vida
posmoderna. En la sociedad industrial, la norma era un contrato colectivo,
establecido por negociación colectiva con el sindicato, pero a medida que los
sindicatos y la negociación colectiva se han reducido, los contratos
individuales son ahora la norma general. Ellos permiten que las empresas ofrezcan
distintos tratamientos internos en la producción, grados de seguridad y status,
así como para canalizar algunos trabajadores en el universo “fordista”, puestos
de trabajo estables con contratos indefinidos, algunos en un estado de
precariado, y otros como falsos autónomos, pero cuyo efecto societal es un aumento
de las divisiones y jerarquías: la segmentación interna del proletariado. Los
contratos individuales se han convertido en más de una tendencia mundial desde
que la China ¿comunista? promulgó su Ley del Trabajo (1994) y su Ley de
Contrato de Trabajo (2008), que arraigan los contratos de duración determinada
y de amplia flexibilidad. Como China es el mercado de trabajo más dinámico y
más grande del Mundo capitalista, estos acontecimientos marcan el paso a una
fuerza de trabajo mundial de varias capas en la que trabajadores asalariados privilegiados
trabajarán junto a un estrato proletario precario interno y externo crecimiento.
Contratos individuales, precarización y otras formas de flexibilidad externa se
unen en un nuevo mandato, la famosa “terciarización”. El fenómeno que nubla el
juicio de Iglesias sin encontrarle ninguna explicación. O si le encuentra alguna, es precisamente la
equivocada: una suerte de desindustrialización. Durante décadas, la producción
y el empleo en el mundo han estado cambiando a los servicios. El término popular
“desindustrialización” es engañosa, la otra cara ideológica de la pérdida de
centralidad política del obrero industrial, ya que implica una erosión y la
pérdida de la capacidad, mientras que gran parte del cambio ha sido coherente
con los avances tecnológicos y la naturaleza cambiante de la producción. Se
trata no de un “Transfordismo”, sino de un “Hiperfordismo” en la producción. Act
est fabula! Incluso en Alemania, una potencia exportadora que reconocerá
Iglesias, la participación de las manufacturas en la producción y el empleo se
ha reducido a menos del 20%. En Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos,
es mucho más bajo, en España el 14,2%. “Terciarización” resume una combinación
de formas de flexibilidad, en el que la división del trabajo ya no es
rígidamente fordista, los lugares de trabajo se funden en el hogar y en
espacios públicos, las horas de trabajo son fluctuantes, “los de abajo” pueden
combinar varios diferentes status laborales y tienen varios contratos al mismo
tiempo (como el mismo Iglesias). Pero esto no ha cambiado lo central: La
fábrica es el símbolo del Capitalismo industrial, en la que el trabajo fordista
se definía en bloques de tiempo, con la producción en masa y mecanismos de
control directo en los lugares fijos de trabajo (el Management taylorista).
Esto lo diferencia del sistema terciario posmoderno de hoy en día. La
flexibilidad funcional postfordista implica más trabajo para la mano de obra
(paradójico), una difuminación de los lugares de trabajo, lugares de origen y lugares
públicos, y un cambio de control directo a diversas formas de control
indirecto, en el que se implementan los mecanismos tecnológicos cada vez más
sofisticados.
Trabajador
posfordista III: la flexibilidad salarial de la fuerza de trabajo: un imperativo
categórico (en el sentido kantiano) para la Globalización del Capital es la flexibilización
salarial. El término mitifica y oculta una serie de cambios que ha producido
nuevos estratos del precariado posmoderno. En esencia, no solo tiene que ver con
el hecho que el nivel de ingresos global que recibe la mayoría de los
asalariados ha descendido, sino que además ha aumentado la inseguridad de esos
ingresos. Los ingresos sociales se están re-estructurando, para la baja pero
también para la alta. En primer lugar, los salarios en los países industrializados
de la OCDE se han estancado, en muchos países desde hace varias décadas. Las
diferencias salariales se han ampliado enormemente, incluyendo las diferencias entre
trabajadores fijos “fordistas” y los nuevos estratos flexibles. Por ejemplo, en
la industria manufacturera alemana, los salarios de los trabajadores
permanentes han aumentado, mientras que los salarios de los que tienen
contratos “atípicos” han caído. En Japón, los empleados temporales reciben salarios
que son 40% menores de los que se pagan a los asalariados “fordistas” que
realizan trabajos similares. A diferencia de los precarios de otras etapas del
Capitalismo, el asalariado flexible posmoderno se basa en gran medida en
ingresos monetarios, pro lo que puede hablarse de un proceso de
“re-mercancificación” de la fuerza de trabajo, un auténtica revolución
silenciosa que se está llevando a cabo. En cualquier caso, la Globalización
capitalista ha invertido la tendencia de los salarios con respecto los
beneficios. Mientras que el asalariado “fordista” conservó y siguió ganando
toda una serie de beneficios empresariales y privilegios (bonos, licencias médicas
pagadas, seguro médico, vacaciones pagadas, guarderías, transporte subsidiado,
viviendas de protección oficial, etc.) la drástica disminución de su “núcleo”
ha ido perdiendo uno a uno los miembros de su estrato. El nuevo trabajador
asalariado posfordista fue privado de ellos por completo. Es así como la flexibilidad
salarial ha dado forma al nuevo precariado. Las contribuciones del empleador y
la prestación de los beneficios y los servicios han llegado a formar una parte
importante de los costos de mano de obra, sobre todo en los países
industrializados, como en Europa. Frente a la competencia de “Chindia”, las
empresas se han “descargando” sistémicamente esos costes, la externalización y
la deslocalización y por la conversión de más y más mano de obra en el
precariado, en particular mediante el uso de denegaciones provisionales de
derechos. Otro aspecto de la reestructuración del salario “fordista” es el
cambio a una remuneración flexible (entre ellos los famosos “Mini-Job”
alemanes). Una vez más, flexibilidad significa una ventaja para los empresarios
y un mayor riesgo e inseguridad para los trabajadores asalariados. Una de las
demandas de los movimientos obreros del siglo XX era de un salario estable y
predecible. Pero el Capitalismo mundial quiere ajustar los salarios rápidamente
y sin resistencias. Si no puede hacerlo, irá a donde cree que sí lo podrá hacer.
La patronal española, CEOE; por ejemplo, acaba de proponer que una parte de los
sueldos sea “variable y dependa de la situación de la empresa”. Los nuevos
estratos precarios del obrero hiperfordista son los que sufren esta experiencia
radical de flexibilidad laboral. Sus salarios son más bajos, más variables y
menos predecibles. La variabilidad y el riesgo se correlaciona negativamente
con las necesidades personales y con las políticas, acuñan casi genéticamente
un tipo de subjetividad poco antagonista. En España el índice de la llamada
“pobreza laboral” de estos estratos ha crecido en progresión geométrica: en
solo tres años, de 2007 a 2010, la tasa ha aumentado del 10,8% al 12,7%; en
esta línea, el porcentaje de trabajadores con un sueldo igual o inferior al
salario mínimo interprofesional (SMI) ha pasado del 6% al 10,5% en el periodo
2004-2010. Como venimos señalando, el núcleo duro del obrero fordista no ha
sido tocado por la flexibilización posmoderna: era del 5,1% en 2004 y hoy es
del 5,5%. La desigualdad social, la otra cara de la nueva composición del
asalariado posfordista, se explica por el peso relativo que tienen estos
estratos, es decir, aquellos que son inferiores a dos tercios de salario medio
de una economía: eran el 21% del total (calculado sobre el salario bruto
mensual) en 2012, frente al 19% de 2007 o el 18,9% de 2001. Por supuesto, los
nuevos estratos precarios y flexibles del Capitalismo actual son inconcebibles
sin las nuevas transformaciones del Estado burgués, la reducción brutal del
Estado ampliado, del Welfare State post-1945, que en todo tiempo y lugar es un faux
frais para la burguesía. Una larga marcha que comenzó el PSOE en los 1990’s,
que se suspendió temporalmente en el ciclo de la burbuja inmobiliaria y que
parece intentar completarse a partir de la crisis de 2008.
Composición
y Teoría de Partido: si el diagnóstico impresionista de Iglesias sobre “los de
abajo” es confuso y poco concreto, también falla en la necesaria conexión entre
pensar la composición técnica del proletariado y la Teoría del Partido. Primero
deberíamos preguntarnos cuál es la utilidad política de polemizar en torno a la
composición social del asalariado español, del “obrero asalariado”, y en
particular sobre las nuevas precariedades laborales. Aparte del sano intercambio
ideológico, de épater le bourgeois, de ilustración sociológica, la única utilidad
estratégica de la polémica es que sirva en algún punto de orientación hacia una
nueva respuesta organizativa a nivel de Autonomía de Clase, de Teoría de Partido
y de Movimiento. Como decía Günther Anders, nuestras tesis para tener efecto
sobre lo real deben ser Kampfthesen, “tesis militantes”. ¿Ha cambiado la
centralidad política del proletariado industrial con la aparición de estas
nuevas figuras proletarias como sostiene Iglesias? Creemos que no, en absoluto.
El nuevo Precariado, “los que tienen que trabajar para vivir”, como parte del
proletariado, debe tener una relación necesaria e intrínseca entre su
estructura socioprofesional (la materialidad de la posición dentro de la fuerza
de trabajo improductiva) y determinadas actitudes político-ideológicas,
vagamente una conciencia todavía “en-sí”, natural, por defecto, una praxis y
una proyección revolucionaria, seguramente muy diversa de la del obrero fordista
(obrero-masa). De lo que se trata es de entender la estructura de la nueva
fuerza de trabajo ya que allí, en el complejo de producción-circulación, es
donde se constituye la subjetividad, la conciencia económica, el magma de la
mítica constitución de la conciencia, condición para toda futura (RE)
composición política. En la nueva composición de clase posfordista es evidente
que estos nuevos estratos precarios no representan su polo más avanzado, sino
el más débil, el más atrasado políticamente, el segmento que más sufre el
despotismo del Capital.
Si
una de las premisas del análisis de Iglesias era errónea o elaborada a partir
de una forma distorsionada y superficial, hipnotizado con el árbol que no le
deja ver el frondoso bosque, la segunda parte de su posición (que no contestan sintomáticamente
ninguno de sus críticos), su confusa crítica a Izquierda Unida, sí es
pertinente y bienvenida. ¿Puede Izquierda Unida asumir el desafío de traducir
en una recomposición política la nueva composición de clase técnica con que nos
desafía el Capitalismo español y europeo? Las distintas composiciones
“internas” de la clase obrera a lo largo del tortuoso derrotero histórico del
Capital, reclaman nuevas contestaciones a nivel organizativo y táctico. Y aquí
la crítica debe orientarse de manera materialista-histórica. ¿Ha quedado
anclada la izquierda histórica española en un diseño organizativo desfasado,
cristalizado en la vieja forma partido eurocomunista, en el Catch-all-Party
popular-nacional orientado hacia el trabajador fordista? ¿se ha transfigurado
el partido de clase en una maquinaria electoral que vive y late al ritmo de los
ciclos políticos del Capital? ¿los partidos de izquierda son una suerte de Búho
de Minerva, que vuelan después que se esconden el Sol, llegan siempre tarde en
la síntesis con las nuevas composiciones de clase? ¿son un obstáculo para un
recomposición política del proletariado español? Es probable que tanto
sindicatos de clase (CGT, CCOO, UGT)
como la izquierda parlamentaria hayan quedado “esclerotizados” en los
1980’s, en la búsqueda de representación del obrero-masa y de los trabajador de
los servicios públicos (en esa época el Estado era el primer empleador en su
rol keynesiano anticíclico). Lo cierto que los nuevos estratos que genera la nueva
necesidad de acumulación posfordista, que, repetimos: no pueden ser nunca el
núcleo ni el polo más avanzado del proletariado, no se encuentran representados
ni a nivel político ni a nivel económico, y se encuentran “fuera” de la red
social de clase que podía ser efectiva en el modo de producción fordista. La
desafección política, la compleja segmentación del proletariado español, la
baja sindicalización española (alrededor del 15% de la fuerza de trabajo
activa), el estancamiento en el recambio generacional tanto en militantes de
bases como en el grupo dirigente, la pérdida en el diseño organizativo de
alguna relación intrínseca con la nueva composición de clase posfordista, nos
habla de una escisión entre la izquierda institucional y los estratos precarios
posmodernos.
La
problemática de la composición de clase vive, en la Teoría crítica, íntimamente
ligada a la Teoría del Partido. La formación del Partido, es decir: la
exigencia de organización de la actividad práctica y consciente de los
asalariados revolucionarios dentro de la experiencia de lucha, de vida, de
relaciones con el proletariado como clase, con el Capital, con las
instituciones, del militante, debe ser el primer y elemental núcleo conclusivo
del análisis, de nuestras Kampfthesen. El Partido es la síntesis del momento
práctico, activo, consciente y antagonista de la experiencia proletaria. Hay
una estrecha, vital y orgánica dependencia del Partido con la composición de
clase, como puede obviamente deducirse (aunque para muchos, incluido Iglesias y
algunos de sus críticos, no). Pero: ¿qué es la composición de clase? La
composición nos indica dos dimensiones: de un lado la historia de las variadas
determinaciones que la Fuerza-Trabajo asume en cuanto fuerza productiva e
improductiva del Capital (la composición estática y técnica) y del otro lado,
la reconstrucción material de las diversas, siempre recurrentes y siempre
nuevas experiencias de lucha de masas estrictas derivadas del antagonismo. En
este trabajo preliminar, dialéctico y materialista, previo a la gran
estrategia, permite superar en el concepto formal del movimiento (sujetos que
venden su fuerza de trabajo, etc.), otorgarle un espesor biopolítico histórico
concreto ya que la co-investigación materialista sobre la composición social (incluye
un perfil bifronte técnico y político) deduce la relación entre la forma
específica de producción y la forma y las posibilidades de luchas
constituyentes. Nos permite pensar las líneas de acción posibles y
revolucionarias de la recomposición de clase (otro gran tema de Marx). La
“Recomposición de Clase” podemos definirla como el nivel de homogeneidad y de
unidad del ciclo de luchas en el proceso que conlleva el pasaje de una Composición
(Fordista) a otra (Postfordista). Un cortocircuito hoy evidente en el escenario
de la lucha de clases española, parcialmente expresado en las tres velocidades
y tempos de la lucha de clases: la partidaria militante, la
sindical-burocrática y la espontaneísta-movimientista. Esencialmente, ella
comprende la superación de la división capitalista, la creación de una nueva
unidad entre los diversos sectores del proletariado y la extensión de la
frontera de lo que se entiende con el término ‘clase trabajadora’. En términos
gramscianos: Hegemonía y Bloque Histórico.
La
composición de “los de abajo” es cuatridimensional: 1) se refiere a la ‘forma’
del proceso de trabajo (modo de la cooperación capitalista); 2) se refiere al
‘contenido’ del proceso de trabajo (aquí la dimensión de la jornada laboral,
trabajo necesario, etc.); 3) en referencia a los niveles objetivo de las
necesidades (históricamente determinadas en la forma salario); 4) en referencia
al nivel de luchas y de la organización que el movimiento, de fase a fase, crea
y supera. Para Iglesias la constatación empírica, fenoménica, palmaria del
surgimiento y expansión del Precariado, la “mutación genética” de la
composición, cuestiona la “traducción” organizativa ortodoxa en la
forma-partido revolucionario. El partido de cuadros competitivo (con la figura
de la mediación: el militante) es una rémora decimonónica. Muchos creen incluso
que la “recomposición” revolucionaria vendrá, no de la forma-Partido, sino de
movimientos sociales… ¡como la PAH! De alguna manera se ha perdido el Norte de
la estrategia, se ha perdido de vista la propia Teoría revolucionaria. La
pregunta es si esta nueva subjetividad proletaria, “los de Abajo” de
Iglesias, puede generar, en su
espontaneísmo, una clase-parte del proletariado que sea “contra-sí”, es decir,
que en su praxis se oponga a la (su) propia condición proletaria posmoderna,
que se enfrente contra su propio valor de cambio, contra su propio ser
mercancía, por su autoextinción. No se ha visto en el ámbito de la lucha de
clases española este surgimiento subversivo, no hay una deriva espontánea de
los nuevos precarios hacia la recomposición política, por el contrario: el
problema es que la lucha de clases ya no tiene un sentido único, ha
desaparecido su univocidad: al tempo defensivo del núcleo fordista se le oponen
los estratos y clase-parte posfordistas, hiperproletarios, flexibles, en la
actualidad dispersos, fragmentados, descompuestos, tanto que sus componentes ya
no sienten que tienen pertenencia a una clase, ni siquiera de ser una clase.
Los nuevos estratos precarios ni siquiera han podido construir una alianza
táctica con las viejas instituciones del trabajador asalariado fordista. La
misma Izquierda Unida, ni siquiera un partido en el sentido del término sino
una federación de partidos de diverso pelaje, aparece congelada en el horizonte
keynesiano, esclerotizada en las viejas coordenadas del obrero-masa fordista y
en la lógica burguesa de la competencia electoral, ya ha sido “metabolizada”
por el sistema diseñado en la Transición. ¿Izquierda Unida podrá lograr el
sincretismo antagonista (extraparlamentario, partisano, pagano, etc.) que exige
la nueva composición de clase posfordista? ¿En Izquierda Unida la función del
partido de clase se subordina a la estructura del partido competitivo burgués?
La
contrasubjetividad debe ser construida. No es otra cosa que la dialéctica
consciencia-organización organización-consciencia. La dificulta de “traducir” directamente en política y en
respuesta organizativa esta nueva composición de clase (¿esto no es acaso el
Marxismo?) es el gran desafío, ya que no emerge una subjetividad política
unitaria y meridiana extraordinaria (como la etapa de los consejos obreros o de
la institución de los Soviets) de la fase objetiva de la lucha de clases.
Tenemos la tarea pendiente de la recomposición de clase, reconstruir sobre la
nueva articulación técnica de la fuerza-trabajo en el capital variable, de
construir una nueva subjetividad más allá de la impuesta por el fetichismo del
Capital. Un trabajo que no puede ser abandonado a la espontaneidad pero tampoco
al “organizacionismo”, que cree en una Metafísica de la burocracia
revolucionaria sic et simpliciter, independiente de la composición de clase, de
la situación histórica y de las luchas sociales. Quedamos atenazados entre las
dos tendencias especulares: el “Burócrata” y el “Alma Bella”. El “Burócrata”
que debe su existencia a la ciega adhesión a una forma organizativa pensada
bloqueada y privada de proceso y cambio: el “Alma Bella” que vive en la
tranquilidad de quién, evitando actuar, nunca es responsable de errores,
equívocos y tragedias, cómodamente instalada en el Grand Hotel post festum.
Definir
qué es el trabajador asalariado hoy en su triple dimensión, fordista,
postfordista (nuevos precarios) y prefordista, establecer qué tipo de
centralidad política posee hoy, requiere el esfuerzo del concepto, la
comprensión de los cambios tecnológicos (¡las famosas Fuerzas Productivas!) y
organizativos del propio Capitalismo (el “uso capitalista” de la Técnica para
corregir la tendencia histórica el descenso de la tasa media de ganancia); en
segundo lugar aprehender el gobierno “político” de este proceso, austeridad,
recortes (en la reproducción ampliada) y estado mínimo, Workfare State, luego
encontrar la coherencia (y las contradicciones) entre las acciones de gobierno,
administración pública y la transformación tecnológico-organizativa del trabajo
asalariado; en último término, parafraseando a Bologna, aunque se trata de un
círculo virtuoso entre praxis-teoría-praxis, reconocer los grilletes que nos
atan de pies y manos, para hacerlos saltar uno a uno. Finalmente queda claro
que la hipostatización del aspecto fenoménico determina no solo una visión
abstracta del nuevo Capitalismo sino que conduce a la apologética. (Fin)