- “El nuevo modo de producción capitalista, el Postfordismo, ha transformado una condición laboral en una característica genética” | Sergio Bologna
- “Para poder resistir se necesita un arsenal de nombres sobre los que no quepa duda alguna.” | Elias Canetti

Nicolás González Varela | Un rápido artículo, casi un
pistoletazo de salida, del politólogo Pablo Iglesias, titulado “¿Quiénes
son los de abajo?” en el diario digital “Público”, ha provocado un debate
interesante, estratégico y necesario en la izquierda española. Le han
respondido, desde distintas perspectivas y argumentos, “Nega” desde
la web de Kaos, John
Brown y Guillem
Murcia desde las páginas de “Rebelión”, y finalmente Alfonso Lago Rayón desde el
diario “Mundo Obrero”. Básicamente Iglesias condensaba su idea ¿posmoderna?
¿postmarxista? ¿premarxista? del desfase epocal de la izquierda histórica,
señalando que con la llegada de un nuevo Capitalismo en España y Europa, que no
define ni caracteriza, “el trabajo ha cambiado y una de sus consecuencias ha
sido el progresivo debilitamiento político y social de las clases obligadas a
trabajar para vivir.
El grueso de esos obligados a trabajar para vivir sin muchas comodidades, en la más absoluta precariedad o incluso en la pobreza, ya no puede identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la industria.” Iglesias anuncia la llegada de una nueva subjetividad revolucionaria, el despliegue del espíritu absoluto de San Precario, que ya no se reconoce ni en la liturgia, ni en la simbología ni en la interpelación de la (anquilosada) izquierda viejuna, fordista, adoradora del Blue Collar. El “Precariado” como categoría llegada a reforzar o reemplazar a la de clase marxista (Proletariado) no tiene nada de novedoso en el mercado académico: posee una larga y prestigiosa genealogía, partiendo de la conservadora Hanna Arendt, pasando por el freudomarxismo de Herbert Marcuse, el economista marxista Paul Sweezy, los posmodernos Foucault, Michael Hardt, el filósofo italiano transmarxista Antonio Negri, pasando por el sociólogo Pierre Bourdieu hasta el filósofo liberal Jürgen Habermas y el fin del proletariado fordista anunciado por André Gorz. “Precariado” como categoría fue acuñado por primera vez en textos de sociólogos franceses en los 1980’s, y no por casualidad en esas fechas, ya veremos, para describir trabajadores estacionales, intermitentes o temporales. Los nuevos movimientos sociales y con ideología libertaria enarbolan estos nuevos sujetos revolucionarios desde hace tiempo, pero es a partir de los 1990’s que parece que han resurgido y renacido como símbolos antagonistas y de Aufheben del Marxismo: “Migranti e Precarie!”, emigrantes y precarios, rezaba el cartel de convocatoria al EuroMayDay en Milán 2008; en el cartel para la convocatoria de Hamburgo aparecía desafiante la constelación sagrada de la que habla Iglesias, el nuevo trabajador postfordista y nómada: un limpiador, una cuidadora, un refugiado o inmigrante sin papeles y un trabajador “cognitivo”. El movimiento social contra las relaciones de producción “precarias”, de eso se trata, como el del 15M español, el EuroMayDay o la misma posición de Iglesias, contra la inseguridad, a favor de derechos iguales para todos, tiene el riesgo evidente, a pesar de su popularidad o su grado de movilización y activismo, a no cambiar en absoluto el status quo de las cosas. Es una opinión extendida y contrastada que el Fordismo generó su contrapartida, el obrero-masa, el Blue collar, el famoso trabajador de mono azul (que ni era exclusivamente masculino, ni universalmente sindicalizado: otro mito posmoderno); y es posición bastante extendida y contrastada que el New Capitalism neoliberal, llamémosle Postfordismo, Neofordismo, Loan Production, Toyotismo o como queramos, a partir de 1980’s y acelerado por el derrumbe del capitalismo de estado de la URSS, ha generado un nuevo sujeto todavía para muchos confuso, borroso, inasible con las viejas redes conceptuales del Marxismo “oficial”. Muchas tentativas de definirlo han terminado en el fracaso de incluirlo en una suerte de “No-clase”, se trataría de un No Collar: ni Blue, ni White. Definir el trabajo asalariado posfordista meramente por contraste o exclusión es un grave error teórico pero también político. En algunos países como España e Italia se entiende como precario al trabajador por debajo de determinado ingreso mensual (“Mileuristas”, una perspectiva weberiana), en otros al trabajador integrado pero que no puede salir de un círculo de pobreza infinito (el Working Poor, como en Japón); en Alemania por el contrario se comprende a un trabajador desempleado que ya no puede volver a ingresar en el mercado laboral oficial y externo a toda integración social (muy cercano al Lumpenproletariat marxiano), finalmente en Reino Unido (con el vergonzoso Zero-Hours Contracts, es decir: contratos ¡sin horario!, que ya representa un 10% de la fuerza laboral) no se tiene conciencia del problema… Las relaciones de clases posmodernas parecieran ser confusas, la hegeliana noche donde todos los gatos son negros, y naturalmente desembocamos en pseudocategorías estériles, indiferenciadas, improductivas o sin salida, como “los que trabajan” o “los de abajo” o “todos los que estamos aquí”. La antesala de una variante del Populismo. ¿Es realmente el caso? ¿El proletariado descripto en los términos de Marx ya no representa la negación del Capitalismo? ¿la izquierda histórica ha seguido esta tendencia regresiva y se encuentra en un punto de no-retorno? Iglesias al parecer permanece hipnotizado al nivel de la certeza sensible hegeliana, observa a su alrededor “empobrecimiento”, “pauperismo”, desclasamiento, fragilidad, pérdida de derechos, flexibilidad, ciudadanía clase “B”, muchos trabajos “atípicos” y anuncia por inducción el surgimiento de una novísima subjetividad subversiva: “los de abajo”, una centralidad social que ya no coincide con la vieja Ley de Gravedad newtoniana de Marx.
El grueso de esos obligados a trabajar para vivir sin muchas comodidades, en la más absoluta precariedad o incluso en la pobreza, ya no puede identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la industria.” Iglesias anuncia la llegada de una nueva subjetividad revolucionaria, el despliegue del espíritu absoluto de San Precario, que ya no se reconoce ni en la liturgia, ni en la simbología ni en la interpelación de la (anquilosada) izquierda viejuna, fordista, adoradora del Blue Collar. El “Precariado” como categoría llegada a reforzar o reemplazar a la de clase marxista (Proletariado) no tiene nada de novedoso en el mercado académico: posee una larga y prestigiosa genealogía, partiendo de la conservadora Hanna Arendt, pasando por el freudomarxismo de Herbert Marcuse, el economista marxista Paul Sweezy, los posmodernos Foucault, Michael Hardt, el filósofo italiano transmarxista Antonio Negri, pasando por el sociólogo Pierre Bourdieu hasta el filósofo liberal Jürgen Habermas y el fin del proletariado fordista anunciado por André Gorz. “Precariado” como categoría fue acuñado por primera vez en textos de sociólogos franceses en los 1980’s, y no por casualidad en esas fechas, ya veremos, para describir trabajadores estacionales, intermitentes o temporales. Los nuevos movimientos sociales y con ideología libertaria enarbolan estos nuevos sujetos revolucionarios desde hace tiempo, pero es a partir de los 1990’s que parece que han resurgido y renacido como símbolos antagonistas y de Aufheben del Marxismo: “Migranti e Precarie!”, emigrantes y precarios, rezaba el cartel de convocatoria al EuroMayDay en Milán 2008; en el cartel para la convocatoria de Hamburgo aparecía desafiante la constelación sagrada de la que habla Iglesias, el nuevo trabajador postfordista y nómada: un limpiador, una cuidadora, un refugiado o inmigrante sin papeles y un trabajador “cognitivo”. El movimiento social contra las relaciones de producción “precarias”, de eso se trata, como el del 15M español, el EuroMayDay o la misma posición de Iglesias, contra la inseguridad, a favor de derechos iguales para todos, tiene el riesgo evidente, a pesar de su popularidad o su grado de movilización y activismo, a no cambiar en absoluto el status quo de las cosas. Es una opinión extendida y contrastada que el Fordismo generó su contrapartida, el obrero-masa, el Blue collar, el famoso trabajador de mono azul (que ni era exclusivamente masculino, ni universalmente sindicalizado: otro mito posmoderno); y es posición bastante extendida y contrastada que el New Capitalism neoliberal, llamémosle Postfordismo, Neofordismo, Loan Production, Toyotismo o como queramos, a partir de 1980’s y acelerado por el derrumbe del capitalismo de estado de la URSS, ha generado un nuevo sujeto todavía para muchos confuso, borroso, inasible con las viejas redes conceptuales del Marxismo “oficial”. Muchas tentativas de definirlo han terminado en el fracaso de incluirlo en una suerte de “No-clase”, se trataría de un No Collar: ni Blue, ni White. Definir el trabajo asalariado posfordista meramente por contraste o exclusión es un grave error teórico pero también político. En algunos países como España e Italia se entiende como precario al trabajador por debajo de determinado ingreso mensual (“Mileuristas”, una perspectiva weberiana), en otros al trabajador integrado pero que no puede salir de un círculo de pobreza infinito (el Working Poor, como en Japón); en Alemania por el contrario se comprende a un trabajador desempleado que ya no puede volver a ingresar en el mercado laboral oficial y externo a toda integración social (muy cercano al Lumpenproletariat marxiano), finalmente en Reino Unido (con el vergonzoso Zero-Hours Contracts, es decir: contratos ¡sin horario!, que ya representa un 10% de la fuerza laboral) no se tiene conciencia del problema… Las relaciones de clases posmodernas parecieran ser confusas, la hegeliana noche donde todos los gatos son negros, y naturalmente desembocamos en pseudocategorías estériles, indiferenciadas, improductivas o sin salida, como “los que trabajan” o “los de abajo” o “todos los que estamos aquí”. La antesala de una variante del Populismo. ¿Es realmente el caso? ¿El proletariado descripto en los términos de Marx ya no representa la negación del Capitalismo? ¿la izquierda histórica ha seguido esta tendencia regresiva y se encuentra en un punto de no-retorno? Iglesias al parecer permanece hipnotizado al nivel de la certeza sensible hegeliana, observa a su alrededor “empobrecimiento”, “pauperismo”, desclasamiento, fragilidad, pérdida de derechos, flexibilidad, ciudadanía clase “B”, muchos trabajos “atípicos” y anuncia por inducción el surgimiento de una novísima subjetividad subversiva: “los de abajo”, una centralidad social que ya no coincide con la vieja Ley de Gravedad newtoniana de Marx.
¿Trabajador o
Trabajador Asalariado? La importancia de la desmitificación en el lenguaje
político
Marx
(y Engels) utilizaban raramente la palabra “Clase” (Klasse), y las relaciones
de clases, en cuanto forma específica de mediación social de las relaciones de
producción, eran analizadas con ayuda de conceptos y categorías derivados de la
base material técnico-económica, que expresan las fuerzas productivas. Mucho
menos utilizaban el término Pueblo (Volk), que confundía, adultera, y sigue enmarañando.
A esta red conceptual materialista debe retrotraerse el fenómeno “precario”
posmoderno, para comprenderlo dentro de una totalidad con sentido, una
totalidad que sea una contrapartida. Una totalidad crítica que no puede partir
de una falsa conciencia. Ya que toda consciencia que la totalidad del Capital
se propone desde sí misma es siempre quimérica e ideológica. Y parece un
perogrullo pero debemos repetir aquí que como modo de producción social, el
Capitalismo genera formas enajenadas de manifestación de sus relaciones
económicas, donde tomadas prima facie,
pueden ser no solo superficiales sino contradicciones absurdas, ya que sconden
y deforman su necesaria conexión interna. El Capitalismo no solo es un proceso
de producción de las condiciones materiales de existencia operando en
específicas relaciones histórico-económicas, sino que produce y reproduce estas
relaciones mismas, y junto con ellas, a los “portadores” de este proceso. Esta
representación burguesa “natural” de cosas y personas, es la que es aniquilada
por la Kritik de la Economía
Política. Entre la conciencia de pertenecer en tanto que asalariado a los “de
abajo” y la conciencia de clase “proletaria” en sentido marxiano, hay un
desierto conformado por las formas fenomenológicas velando las estructuras de clase. Iglesias
debería saber la importancia estratégica del discurso y de las metáforas: la
imagen piramidal-espacial de la estructura de la sociedad burguesa
(arriba-abajo) no lleva automáticamente a ningún tipo de salto cualitativo en
la conciencia de clase, precisamente a causa de las formas fenomenológicas de
esta dicotomía, de la oposición entre lo “alto” y lo “bajo” tomados como leyes
dadas, necesarias y objetivas. En la conciencia sociológica dicotómica se
expresa el hecho objetivo de la oposición entre el trabajo y el capital en el
horizonte de experiencia limitado del trabajador. No es, por tanto, un
reflexión de clase, porque la metáfora de la oposición “arriba-abajo” no pueden
entenderse como una contradicción social, determinada por el beneficio
capitalista, y por esa causa los fenómenos situados fuera del horizonte de
experiencia comprendidos con la metáfora piramidal pueden ser
percibidos&confundidos en otro plano. Así, “los de abajo” en el plano de
una empresa y de la sociedad civil está lejos de incluir en su concepto
categorías como explotación, trabajo social, valorización, reproducción o
“consumo forzado”. Es una conciencia falsa, invertida, Marx la denomina verkherten Form, “forma distorsionada”
de representación de lo real. Ahora entendemos porqué Marx habla de una
“inmensa conciencia” (enormes Bewußtsein) cuando el trabajador asalariado
comprende y asume subjetivamente su posición como proletario, no con ser un
integrante de los precarios, de “los de abajo” o de los que “trabajan para
vivir”. De esta forma, la “clase obrera” del capitalismo en cuanto clase
“asalariada” se distinguirá de las clases “trabajadoras” de la sociedades
anteriores, ya que “asalariada” es la expresión que denomina una relación
histórico-vital con el ingreso. Es estratégico entender esta differentia specifica, que en el debate
ha quedado oscura y obliterada, entre “trabajador” y “trabajador asalariado” (Lohnarbeiter),
que no son idénticos en Marx y conduce a una fatal aporia. “Trabajador” o
“Aquellos obligados a trabajar para vivir” (Iglesias) no nos dice nada, salvo
señalar ahistóricamente la categoría central del Trabajo como quintaesencia del
recambio orgánico, mediado socialmente, entre el Hombre y la Naturaleza. “Trabajo
asalariado” nos indica un modo histórico y perecedero de producción, basado en
transformar todo trabajo social en mero trabajo dependiente de un ingreso. Por
eso, el concepto más concreto, el sinónimo histórico-político más preciso y
amplio para esta clase de trabajadores asalariados es la de “Proletariado”,
antítesis y opuesto al concepto de clase de los capitalistas: Burguesía. El Ser
en sentido hegeliano del trabajador asalariado moderno y su significado
histórico político se encuentra encarnado en este sufrido concepto de
proletariado. A su vez, el proletariado industrial (Blue Collar o no), en su larga marcha desde la plebe pasando por la
manufactura hasta la gran industria, la masa de la fuerza de trabajo simple,
empleada productivamente, se presenta como el núcleo de todo el proletariado en
su praxis autónoma, como el núcleo de su interés histórico. De tal manera que el
proletariado del sistema de fábrica, a través de un largo proceso, es el
resultado de un desarrollo que ha introducido el dominio del trabajo abstracto
(subsunción es el término técnico) sobre el trabajo vivo y concreto. Marx decía
con razón que la lógica de la acumulación del Capital es la multiplicación del
Proletariado, pues la tendencia es hacer a la mayor parte de la sociedad “asalariados”,
creadores de valor. El Capital en Marx, y a veces queda obstruido en la
discusión incluso por aquellos defensores de la ortodoxia, se refiere no a una
“cosa” o a un grupo de plutócratas sin alma, sino a una determinada relación de
producción social que pertenece a una determinada formación histórica de la
sociedad. Debemos retener este precioso adjetivo: “determinada”. ¿No es esto la
famosa “abstracción determinada” que Marx no se cansa de subrayar en sus
escritos de juventud, en la Einleitung
de 1857, en los Grundrisse y en Das Kapital? El Capital “es” esta
relación de producción social, una relación cuyo movimiento es una mutación
genética permanente. La tendencia constante y la Ley de desarrollo del modo de
producción capitalista, conviene recordarlo, es separar más y más del trabajo
los medios de producción, así como concentrar más y más en grandes grupos los
medios de producción dispersos, esto es: transformar el trabajo en “trabajo
asalariado” y los medios con que se produce, en “Capital”. Y en España esta
tendencia histórica se cumple como una Ley de bronce natural: nunca existieron
tantos “trabajadores asalariados” como en la actualidad, a la que podemos
considerar la “quinta generación” proletaria desde 1970: 17 millones en la
cúspide del ciclo de crecimiento de 2008, más 3 millones de “falsos autónomos”,
autónomos de segunda generación (quizá la auténtica figura del precario), y 500.000
trabajadores “sumergidos”.[1] A través de periódicas
crisis económicas, el auténtico conatus
del Capital, este desarrollo viene acelerado y extendido, el capitalismo
“expropia” a través de su modo natural de funcionar: con la competencia
salvaje, por medio del crédito y la concentración como un fulcro de la
centralización del capital, pero no solo produce mercancías, decía Marx, sino
reproduce la clase asalariada, transformando a todos los productores directos
en “trabajadores asalariados” (la famosa “proletarización”). Si ahora
analizamos la anatomía del proletariado, no se trata de una clase compacta, como
parece creer Iglesias y algunos de sus críticos, homogénea, sin máculas, sino
de un complejo que, de igual manera que la clase capitalista, tiene como característica
principal ser una “unidad funcional”, una unidad sin uniformidad en el sentido
aristotélico (con conexiones internas “explicatorias”), dado que la gran
industria fuerza tanto a capitalistas individuales como a los asalariados,
tendencialmente, a ser “potencias universalmente intercambiables”, flexibles y
móviles. La clase de los modernos asalariados, relación central de producción (trabajo
asalariado) y contemporáneamente fuerza productiva social (obrero complejo),
incluye una extensa serie de diferenciaciones subjetivas en esta contrastante y
engañosa “unidad”, que, esto es muy importante para el debate, y que no ponen
en cuestión la existencia objetiva de la clase asalariada. Marx ya lo había
notado: diferencias salariales y cualificaciones profesionales son los momentos
dominantes en la diferenciación interior del proletariado. Y a su vez, todas
las “diferenciaciones” (incluyendo la del “Precariado”) son momentos de la
competencia entre los asalariados para mejor vender su “mercancía” especial, su
fuerza de trabajo. La existencia objetiva de la clase de los asalariados, su
unidad en la diferenciación (competencia), se fundamenta (tal como en la de los
capitalistas) sobre una doble competencia: entre los miembros de la misma clase
y entre las clases de obreros y capitalistas. A los primeros el juego de suma
cero implica el continuar viviendo (dignamente o no); en los segundos su destino
se encuentra atado a la tasa de ganancia; a su vez la competencia entre
asalariados es excitada por los capitalistas, pues les refuerza la posición
hegemónica en la lucha competitiva dentro de su propia clase. Competencia y
disponibilidad de la fuerza de trabajo aumentan recíprocamente, por el hecho
que un trabajador asalariado no se encuentra en soledad, se encuentran unidos
en vínculos materiales y existenciales, y esta “unidad” se fundamenta, como ya
vimos, sobre intercambiabilidad de sus miembros, sobre la competencia entre
ellos según las condiciones medias en la competencia con la clase de los
capitalistas. Las condiciones de esta competencia se encuentran determinadas
tanto por la producción progresiva de una relativa superpoblación, “ejército industrial
de reserva”, como consecuencia de la creciente composición orgánica del
capital, de su expansión cíclica y contracciones en época de crisis en el ciclo
industrial. La consecuencia política de esta dinámica de lucha de clases,
decisiva para la situación social de los trabajadores, así como para las leyes
de la población activa capitalista y la determinación de la lógica del mercado
de trabajo a causa de la acumulación capitalista, es la tendencia intrínseca al
empobrecimiento, a generar precariedad (como dice Iglesias, reponedoras mal
pagadas y a tiempo parcial), a aumentar el “pauperismo oficial”. Se trata, dirá
Marx, de una Ley absoluta y general de la acumulación capitalista. Esta
circunstancia es la que originó, defensivamente, la idea en asalariados y
desempleados de agruparse en coaliciones, en uniones fraternas, cooperativas y
sindicatos, para protegerse de estas leyes “naturales” del capitalismo. La
Lucha de Clases es precisamente un tipo de “competencia” radical, en la cual
los trabajadores asalariados han eliminado de la ecuación la perversa
competencia entre ellos mismos, nada más ni nada menos. Y a este respecto
respecto al trabajador es una violencia objetiva, a la que se responde con una
“reacción”, que inicia la lucha de clases. Un orgasmo histórico con todas las
letras, que el nuevo Estado postfordista intenta debilitar o destruir, un
Estado que podemos definir como una “Democracia sin Derechos”.
Articulación
interna de la clase asalariada
Iglesias redescubre que el Precariado “ya no puede
identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la
industria.”, es decir: ya no es, en nuestros términos, reconocible como “proletariado”.
Estamos más allá del proletariado, como sentenciaba hace treinta años un tal Gorz.
Deducimos antes que el mito de la clase obrera como un granítico sujeto social,
sin fisuras y hermético, no es correcto ni puede ser marxista. El proletariado
moderno es un complejo, una “unidad en la diferenciación”, y ya Marx (y Engels)
reconocieron en su praxis política este fenómeno de segmentación derivado de la
propia necesidad de valorización del Capital. El hecho de constatar el
crecimiento de toda una nueva serie de estratos asalariados más precarios que
la generación anterior, nos está diciendo algo muy importante, ya que, tal como
el “capitalista”, el nuevo precario es sólo una “encarnación”, una
personificación determinada de un carácter social que el proceso social de
producción estampa en los individuos. El exponencial crecimiento de los
servicios reproductivos a la acumulación del capital, indica que los costos
gigantescos de la valorización del Capital en el ámbito de la producción, se
han “descargado”, se han externalizado, se han “precarizado” para mejorar el
nivel de ganancia. Y lo mismo con los gastos fatuos del propio Welfare State. La medida estrella de
todas las contratendencias del Capital que nos interesa aquí es la de reducir
los costos de la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo (cargas
sociales), juzgadas responsables directas del coste excesivo de la mano de obra
(competitividad). El mecanismo despótico al nivel nacional ha sido el Outsourcing, la subcontratación, una
figura cotidiana a partir de los 1990’s, se trata de externalizar las
operaciones secundarias de creación de valor (los trabajadores improductivos de
los que hablaba Marx) hacia proveedores y los nuevos “autónomos” de segunda
generación, produciendo un cambio estructural en la misma empresa capitalista. Cada revés económico de la burguesía se atribuyó en parte, justa
o no, a esta falta de flexibilidad y de la falta de “reforma estructural” de
los mercados laborales heredados del pasado. Estas “contratendencias”
del Capital, el “precariado” posmoderno es su producto acabado y más
fenoménico, tuvieron sus consecuencias: si en 1980 los trabajadores se quedaban
un 72% de la renta, en 2011 esa porción es del 60%. No solo eso: la propia
dinámica del crecimiento del Capital orgánico, fixe, y el paralelo aumento de la productividad, hizo que se
produjera un impresionante crecimiento del sector de servicios, de los
trabajadores “reproductivos”, de tal forma que en España se pasa de una
estructura “fordista” del trabajo en 1980, en la cual los trabajadores
agrícolas representaban un 18,6%, los Blue
Collar (industria) un 27,2% y servicios un 44,9%, pasamos en 2011 a una
posmoderna, en la cual los trabajadores agrícolas ahora son 4,5%, los Blue Collar (industria) un 14,2% y
servicios un increíble 74,1%. Un caso paradigmático español de este proceso
revolucionario, por ejemplo, es la evolución de un gran complejo empresarial
fordista como Dragados. El Postfordismo es una gran revolución pasiva
capitalista, generando las condiciones de un fuerte aumento de la productividad
del trabajo y de la ganancia media, como puede constatarse en España, y nuevas
excrecencias, estratos de precarios posmodernos, inéditos en el anterior modelo
de la relación capital-trabajo. La “gran fábrica” se hace minimalista, pero no
menos decisiva para la definición del proletariado, la ganancia media ya no
depende de las “economías de escala” sino con pequeñas cantidades de
mercancías, sin stock y con llegada inmediata al mercado, la cadena se hace hiperproductiva
e hiperconectada. Se elimina todo excedente de la etapa obesa del Fordismo. Es
el Capitalista colectivo el que “exige” un proletariado fraccionado,
estratificado, fragmentado. Sería de obligada referencia sobre el tema volver a
Marx, a ese brevísimo e interruptus
fragmento sobre las clases sociales en el (poco leído) tomo III de Das Kapital dedicado al proceso global
de la producción capitalista, donde se “revela” el Capital en su complejidad y
totalidad. Es una escasa y apretada página y media, poco conocida, olvidada,
dentro de la sección VII, “Los réditos y sus fuentes”, utiliza el término Die Klassen para referirse al conjunto
de las tres formas de propiedad (fuerza de trabajo, capital y tierra) a la que
le corresponden tres fuentes de ingreso específicas: salario, ganancia y renta
agraria, a partir de cada forma de propiedad e ingreso es que Marx define las
clases puras (“grandes clases”) del modo capitalista de producción: trabajadores
asalariados (Lohnarbeiter), capitalistas (Kapitalisten) y terratenientes
(Grundeigentümer). A este entramado objetivo, lógico-histórico, que relacionan
e interconectan a las clases, Marx lo denomina öekonomische Gliederung, “Articulación económica”, pero aclara
inmediatamente que nunca en la Historia real y material se destaca “con pureza
esa articulación económica de las clases”, y en cada clase aparecen “grados
intermedios y de transición” (Mittel –und Übergangsstufen) en especial en
ciudades y grandes urbes, que “encubren por doquier las líneas de demarcación”,
es decir que la propia dinámica de valorización en su complejidad material
produce una acción natural de vertuschen,
“ocultamiento” de la pureza clasista de cada clase fundamental. Marx habla de
esto como un mecanismo necesario de “infinita fragmentación” (unendliche
Zersplitterung) “de los intereses y posiciones en que la división del trabajo
social desdobla a los obreros”. El Capital simplemente aprovecha, como un
efecto de composición, la segmentación de los trabajadores asalariados para, a
través de lo político, transfigurarlos en trabajadores divididos. La brecha
entre este conciencia-de-sí y al conciencia-para-sí solo la puede cerrar, solo
la puede recomponer una organización
particular: el partido. No es entonces extraño la perplejidad de
Iglesias por fenómenos “naturales” del Capital, pauperismo, precariedad,
flexibilidad, que ya Marx consideraba problemáticos de comprender y aprehender
desde la inocencia de la certeza sensible. Como decíamos, el (su valorización) Capital
“exige” un proletariado infinitamente fraccionado, microestratificado,
fragmentado. En este aspecto nada nuevo bajo el Sol. Para tal descripción de
esa “unidad diferenciada” Marx utilizaba una categoría específica materialista,
no la de un nivel de “estabilidad” con relación a un tiempo histórico pasado
(Taylorismo, Fordismo) o con relación a los privilegios históricos de la
aristocracia obrera de un momento dado, sino enlazada con la valorización del
Capital: la de “Estrato” (Schicht) o “Fracción de Clase” (Klassenfraktion), que
tienen un significado manifiestamente descriptivo y clasificatorio:
no-político. Marx estableció dentro del concepto, varias categorías y
subcategorías, empezando por la de producción material e inmaterial,
asalariados de la ciudad y el campo, trabajadores de la gran industria,
trabajadores a domicilio y trabajadores adventizos, trabajadores de artículos
de lujo; atravesando transversalmente éstas Marx agrega las siguientes:
diferencias de cualificaciones y diferencias salariales. De aquí se genera una
estratificación “dentro” del proletariado moderno, según su ingreso, que deriva
del proceso de acumulación capitalista: en el extremo superior se encuentra la
aristocracia obrera (identificada en la época de Marx con los trabajadores
ligados a la distribución del gas de ciudad en Londres y agrupada en sindicatos
profesionales), y en el último extremo, antes de la superpoblación relativa,
los estratos precarios (que comprende todos los asalariados que tienen una
ocupación intermitente o tienen salario en estaciones o épocas determinadas).
Aparte de estas “diferenciaciones”, de esta constante mutación genética de la
unidad del trabajador asalariado en la autovalorización capitalista, Marx
enumera la de diferencias nacionales en el interior de la clase (competencia
internacional), la que es importante para nuestra discusión es la diferencia en
relación con la creación de valor, muy importante para entender la realidad del
precariado posmoderno de Iglesias. Marx identifica trabajadores asalariados
“reproductivos”, de comercio y de “servicios”, obreros “improductivos” ocupados
en la esfera de la circulación, que no crean “valor” sino colaboran con su
creación. (Continuará)
Nota
[1] Según el INE, De los 17 millones
de trabajadores asalariados, un 40% estaban empleados en empresas de +250
trabajadores, y menos de mil empresas empleaban a más de 3,6 millones.