Muchas veces hemos escuchado eso de que “la batalla más
importante es contra nosotros mismos”, que el primer paso para cambiar el mundo
y esta sociedad que tanto asco nos produce es erradicar todos esos pensamientos
que desde pequeñes nos inculcaron. Y razón no les falta, después de todo
cualquier persona es socializada en los valores que imperan en el sistema
cultural dominante. De ahí que vea necesario rescatar el pensamiento de Antonio
Gramsci, que sin ser anarquista, creo que es de utilidad para desarrollar
estrategias anti-capitalistas. Pero no solamente esto, también pienso que la
gran contribución de Gramsci al pensamiento radical deriva en su gran
versatilidad, pues a fin de cuentas “cultura” es todo.
De su obra quiero rescatar en estas líneas el concepto de
hegemonía. Para Gramsci todo era política, precisamente porque la estructura—en
términos marxianos—da lugar a una superestructura determinada. Sin entrar en
tecnicismos que poco
aportarían a este debate, cabe resaltar que la cultural,
asimismo, es política en el sentido que los valores que conforman el sistema de
pensamiento imperante en una sociedad está determinado por la ideología que
desde las instituciones los grupos de poder imponen. Para entendernos mejor:
que la sociedad española sea sexista no es baladí, pues muchos son los siglos
de dominación católica que desde las instituciones han ido inculcando
profundamente los valores que rigen dicha religión—o al menos gran parte de la
misma.
Olvidémonos por un momento de que Gramsci era un marxista
bastante próximo al pensamiento de Lenin—o al menos utilizó el pensamiento de
este último como punto de contacto con la teoría marxiana. Lo que me interesa
rescatar aquí, por ser a mi parecer relevante para el movimiento libertario, es
la idea de que el capitalismo no es solamente material—es decir, un modo de
producción, una manera específica de organizar la economía, etcétera. Gramsci
al producir una “extensión” cultural del marxismo nos proporcionó un poderoso
análisis de la sociedad que puede bien ser usado por el movimiento libertario—o
eso pienso yo y eso pretendo aclarar con este texto.
Así pues, para Gramsci la dominación burguesa no solamente
se ejercía en lo material, sino también en lo simbólico o cultural. El modo de
pensar de una sociedad, los valores dominantes, las concepciones sobre el mundo
y cosas… todos estos elementos vendrían dados por la ideología de una clase
dominante. De ahí que en las sociedades capitalistas tengamos gente de clase
obrera que vota a partidos de derecha; o gente humilde que se alía con les
poderoses y entona consignas racistas. La ideología dominante se transforma en
“ideología popular” mediante la institucionalización de dichos valores: la escuela,
el trabajo, el ejército, la familia… todo esto son medios de transmisión de los
valores que rigen una sociedad que esclaviza y explota a la población.
A menudo leemos o escuchamos argumentos simplistas del
estilo: “la masa es boba”, “la gente es estúpida y no piensa”, o “no saben lo
que se reparte.” La gente ni es boba ni desconoce lo que “se está repartiendo”,
simplemente siguen los dogmas de una cultura injusta que ha sido socializada en
sus vidas desde la cuna. Pensemos en el siguiente ejemplo: hace siglos la gente
de Europa pensaba que la tierra era plana. Esto que hoy nos parece delirante
estaba tan inculcado en la mente de la gente que no concebían la existencia de
nuestro planeta de otra forma, tanto que cuando aparecieron las primeras
críticas a esta idea las hogueras empezaron a avivar sus fuegos. Dinámica
parecida es la que nos encontramos hoy día: el capitalismo es “lo que ha habido
toda la vida de Dios.” “Las jerarquías son necesarias.” “Si hay personas ricas
y personas pobres es porque así ha sido siempre, y no puede ser de otra
manera.” Pero hay más argumentos que nos podrían llamar más la atención, sobre
todo aquellos relacionados con el sexismo o el especismo—precisamente porque
estas ideas las tenemos más integradas, por ejemplo la dieta carnívora ha sido
menos criticada que el modo de producción capitalista, de ahí que de alguna
manera sea más fácil ser “anti-capitalista” que “vegana”.
De todo esto se deriva la idea de que para combatir y
terminar con el capitalismo—pero también con todos los demás “-ismos” que nos
esclavizan—haya que ir a la raíz del problema: la mente individual, lo
cultural, lo simbólico. La solución de Gramsci nunca fue totalmente cultural,
pues él dejó bien claro que no basta atacar la educación institucional, sino que
la ofensiva armada es necesaria al fin y al cabo. Pero sea como sea, y dejando
una vez más los aspectos marxistas de Gramsci, hemos de quedarnos con la
crítica cultural y la consciencia plena de que la dominación es sobre todo
cultural.
El movimiento libertario es muy consciente de esto, no digo
lo contrario, de ahí todos los centros sociales okupados, todos los proyectos
comunicativos, todas las redes de solidaridad que organizan mercadillos de
intercambio, etcétera. Sin embargo, una lectura anarquista de Gramsci nos
podría proporcionar un conocimiento más amplio sobre cómo funciona el
capitalismo a nivel cultural—aunque solamente nos servirá de introducción, pues
sinceramente opino que el mejor análisis al respecto es el dado por la Escuela
de Frankfurt, especialmente por Marcuse, otro neo-marxista.
Todo esto nos lleva al eterno debate de si la teoría
marxiana es útil para el anarquismo, pero obviamente esto no interesa al
objetivo de este artículo. Si algo pretendo con esto es animar a les lectores a
revisar una vez más aquelles autores que por ser marxistas—o neo-marxistas—han
quedado olvidados en el arcón de lecturas anarquistas. A Gramsci se le pueden
criticar muchas cosas, pero otras tantas se pueden rescatar y re-leer desde un
prisma libertario. Es precisamente esta “apertura mental” la que debería
caracterizar al pensamiento libertario: el nunca dejar nada de lado y escrutar
todo bajo una lupa crítica, aunque después no nos quedemos con nada—pero sí que
habremos forzado a nuestros esquemas mentales a reafirmarse una vez más.
Los dogmas están para ser derribados.