
La reflexión teórica en torno al marxismo occidental goza de
plena vigencia en el mundo contemporáneo. En este contexto, el pensamiento de
Antonio Gramsci ha influido enormemente en las consideraciones de dicho campo
de estudio, al haberse configurado como un portavoz innovador en el ámbito del
materialismo histórico. Su aporte ha sido promotor por un lado, de una
renovación hacia el interior de prácticas políticas concretas, y por otro, de
significativas revisiones teóricas sobre el estudio de los análisis
socio-históricos marxistas. En este último plano, sus categorías analíticas han
sido objeto de variadas recepciones que en general saludan la originalidad de
su obra por haber sabido captar la complejidad de las sociedades modernas y
generar a partir de ello un enfoque superador de la izquierda ortodoxa.
En este contexto, Ernesto Laclau, ubicado en el posestructuralismo, propone un trabajo en el que aborda el pensamiento gramsciano en tiempos de crisis del marxismo. A pesar de que celebra la excepcionalidad de su obra, explora ciertas dificultades por las que al mismo tiempo atraviesa. Su tesis señala que Gramsci retrocede en el campo de los estudios marxistas al basar sus estudios en nociones apriorísticas. El presente escrito busca repasar la lectura que Laclau hace de los aportes gramscianos para reflexionar en torno a la adecuación o no adecuación de sus críticas fundamentalmente a partir de dos conceptos claves: el de ideología y el de hegemonía.
En este contexto, Ernesto Laclau, ubicado en el posestructuralismo, propone un trabajo en el que aborda el pensamiento gramsciano en tiempos de crisis del marxismo. A pesar de que celebra la excepcionalidad de su obra, explora ciertas dificultades por las que al mismo tiempo atraviesa. Su tesis señala que Gramsci retrocede en el campo de los estudios marxistas al basar sus estudios en nociones apriorísticas. El presente escrito busca repasar la lectura que Laclau hace de los aportes gramscianos para reflexionar en torno a la adecuación o no adecuación de sus críticas fundamentalmente a partir de dos conceptos claves: el de ideología y el de hegemonía.
Introducción
La obra de Gramsci se ha convertido en un objeto ineludible
en el pensamiento político contemporáneo. Retomando interrogantes que
transitaron largamente la tradición marxista, planteó una renovación en dicho
terreno. Como consecuencia, su producción se basa en la fuerza innovadora de
nuevas categorías analíticas – tales como las de hegemonía, ideología y bloque
histórico – que le han permitido ir más allá de sus antecesores. El atractivo
que su pensamiento creó se debió en parte al hecho de haber sido uno de los
primeros en trabajar la problemática de la lucha de clases articulándola con
aspectos culturales que puedan captar los cambiantes modos de dominación del
estado capitalista. De modo que el punto de partida de este trabajo concibe la
importancia del pensamiento gramsciano, no concentrada de forma circunscripta
al pensamiento del autor, sino por su articulación e intervención en las
reflexiones sobre la política que lejos de agotarse en meras abstracciones, se
expresan también en su eficacia práctica.
Gramsci fue militante revolucionario y activo participante
del comunismo italiano, detenido y condenado a prisión por veinte años. Como
consecuencia de ello escribe gran parte de su obra en condiciones
extremadamente precarias, lo que hace difícil muchas veces sortear ciertos
interrogantes generados por las privaciones que en ese contexto implicaban. Por
caso, en ocasiones era necesario para el pensador recurrir a un lenguaje de
códigos que le permitiera seguir escribiendo pero evitando al mismo tiempo
sospechas que lo dejaran en una situación más difícil aún de la que ya
atravesaba y esto provoca sin duda algunos obstáculos para la lectura de su
obra. En este contexto y bajo el interrogante de las causas del triunfo del
fascismo y el progresivo debilitamiento del movimiento obrero, Gramsci supo
reformular las condiciones teóricas para analizar la compleja relación entre
ideología y política; así se convirtió en uno de los más grandes íconos de la
izquierda y reorientó su pensamiento.
La variada recepción de su obra refleja diversos y por
momentos opuestos usos de ella (Portantiero,
1980). Sobre el uso de categorías teóricas gramscianas aplicadas a análisis
de distintas sociedades, no es posible definir de antemano qué conceptos serán
los más adecuados, puesto que requiere de una investigación pormenorizada de
cada uno de ellos acompañada por una cuidadosa labor de traductibilidad (Aricó,
2005). En el caso del uso de sus categorías para las sociedades
latinoamericanas, ésta se configura como una tarea a la que los intelectuales
deberán necesariamente atender de forma cautelosa en cada caso en particular;
en vistas de dar con dicho objetivo será menester combinar paralelamente un
trabajo creativo pero a su vez rigoroso sobre los conceptos analíticos y la
situación histórica particular (Ansaldi,
1992).
Entre los más polémicos y célebres trabajos que brindan una
particular interpretación de su obra se encuentra la mirada de Laclau
y Mouffe (2006) en Hegemonía y estrategia socialista, escrito publicado en
1985. Sendos pensadores desarrollan un esquema teórico por el que retoman la
noción de hegemonía acorde con las necesidades que su noción de democracia
radical plantea. Como consecuencia, formulan una crítica al pensamiento de
Gramsci, reconociendo en él una incapacidad para superar el reduccionismo del
que es presa el pensamiento marxista. En este contexto y dada la enorme
repercusión que la obra de Laclau y Mouffe tienen hoy en el ámbito de las
ciencias sociales, resulta pertinente explorar posibles omisiones y descuidos
que transita su lectura sobre Gramsci. Por lo tanto, el propósito de este
escrito se centrará entonces en reponer los principales aspectos de dicha
crítica y a partir de allí recuperar posibles respuestas que libren al
pensamiento gramsciano de tales acusaciones. Para esto será un insumo
fundamental por un lado, escritos del propio Gramsci – fundamentalmente los Cuadernos
de la Cárcel –,contribuciones de algunos estudiosos del caso y además una obra
temprana, de 1978, de la misma Mouffe: Hegemonía e ideología en Gramsci,
escrito en el que presenta una visión menos crítica sobre el pensador. En suma,
el estudio sobre el abordaje teórico que propone Gramsci a través de lupa de
pensadores de la talla de Laclau y Mouffe, - cuya enorme influencia en el campo
de las ciencias sociales ha sido notoria en los últimos veinte años - pone en
marcha un desafío que ocupa las prácticas habituales de los cientistas
sociales: el de la traductabilidad de categorías forjadas el siglo pasado a las
sociedades contemporáneas. Las observaciones de Laclau y Mouffe ponen a prueba
la vigencia del pensamiento gramsciano en el contexto de un estado actual en el
que la filosofía política está signada por la crisis de los grandes referentes
de certeza que habían guiado el pensamiento occidental. El presente trabajo
encuentra su principal impulso en el supuesto de que las críticas de Laclau y
Mouffe se erigen sobre la ruina de la actualidad de la obra gramsciana. Es
propósito de este escrito, por lo tanto, discutir sendas críticas por el
consabido efecto que ello puede tener sobre la vigencia de la obra gramsciana.
Ofensiva sobre el
pensamiento de Gramsci
En Hegemonía y estrategia socialista (2006),
Laclau y Mouffe abordan distintas perspectivas del marxismo occidental y
formulan una crítica a su esencialismo filosófico. Tal como se anticipa en el
título de la obra, los autores buscan introducir la noción de una democracia
radical y plural reformulando la estrategia socialista. Tras repasar el aporte
gramsciano, afirman que la operatividad del concepto de hegemonía sólo puede
ser concebida apartándola de sus formulaciones apriorísticas originales. Así es
que hacen de ese concepto una categoría central de su esquema teórico,
enmarcado en la pregunta por la constitución de las identidades políticas en
contextos de precariedad. Este último escenario emerge como consecuencia de la
ausencia de una literalidad trascendente que antaño funcionaba como ordenador
para pensar la legitimidad de todo orden político. Pero los escritores afirman
que en este plano de indeterminación es necesaria cierta fijación, cierta
sutura de lo social, lo cual sería aportado por la hegemonía. Esta última es
presentada como el resultado de un proceso de prácticas articulatorias que las
identidades políticas atraviesan, siempre marcadas por la carencia de
fundamentos últimos capaces de determinar una ontología de lo social.
Herederos del estructuralismo de Saussure, los escritores
conciben al discurso como un terreno primario de constitución de la objetividad,
en el que las identidades que lo componen deben concebirse no aisladamente sino
relacional y diferencialmente. A partir de esto es posible dar cuenta de las
dos lógicas por las que son atravesadas las particularidades: la lógica de la
diferencia y la lógica de la equivalencia. Mientras que la primera se distingue
por el contenido específico que constituye a toda particularidad, la segunda se
caracteriza por aquello que las une, dada la presencia de la totalidad en cada
acto de significación. Dicha totalidad es posible por la presencia de una
exclusión radical, es decir, por la delimitación de una frontera que expresa
una exterioridad común a ella. Ahora bien, puesto que esta última es
inconmensurable, es imposible aprehenderla completamente. Laclau y Mouffe
presentan en este contexto la posibilidad de representarla mediante un
significante vacío que emerja entre las particularidades a partir de una
articulación dada por la lógica equivalencial y diferencial. Traducido a un
orden político, este esquema teórico muestra a las particularidades como
demandas, que debido a una insatisfacción frente a un sistema institucional que
no puede absorber sus peticiones, adquieren cierto nivel de radicalidad que las
convierte en demandas populares. Esta situación implica por un lado, que lleven
su reclamo a un nivel polémico, y por otro, que se vinculan con las demás
demandas por la frustración que comparten.
Sobre la emergencia de una particularidad que adquiera la
representación de todas las demás, los autores señalan que esto se produce en
un marco de contingencia que hace imposible prever cuál será aquella que corra
ese destino. Es decir, que no hay un centro estructural necesario que anticipe
quién simbolizará la unificación de esa cadena porque no hay puntos de
identificación privilegiados pasibles de definirse a priori. Este aspecto
responde a una creciente tendencia de fragmentación y diferenciación de
demandas sostenidas por movimientos que no responden necesariamente a una
cuestión en particular. En el escenario contemporáneo proliferan numerosos
reclamos e identidades vinculados a problemas que van más allá de conflictos
respecto al mercado laboral. Este aspecto está directamente vinculado con la
crítica que Laclau le formula a la obra gramsciana, puesto que su postulado
fundamental se centra en que para las formaciones hegemónicas no existe un
único principio unificante. Su tesis consiste en que en las sociedades
industriales avanzadas, – o también llamadas “posindustriales” – se erosiona la
efectividad de una teoría centrada en la noción de clase social. De acuerdo con
esta perspectiva, esta última, lejos de gozar de una unidad y estabilidad, se
somete a constantes cambios resultantes del proceso de articulación hegemónica.
En esta instancia es en la que se vuelve necesario indagar
sobre la definición que Laclau y Mouffe hacen sobre la contribución de Gramsci.
Mouffe
(1991) compara su pensamiento con ciertas tendencias marxistas que han
influenciado enormemente en el economicismo de la Segunda Internacional,
pasando por Kautsky, Bernstein y Sorel. Afirma que una de las principales
limitaciones de las que el marxismo de ese entonces fue víctima, fue el reduccionismo
al que se sometió a la ideología a partir del pensamiento de Kautsky. En una
propuesta teórica que otorgaba suprema importancia al desarrollo de las
contradicciones de las fuerzas económicas que se desplegarían en la historia y
que derivarían en el colapso del capitalismo, aquella era concebida como una
expresión directa de las clases. Una de las consecuencias más significativas
era que el proletariado debía rechazar todo discurso burgués, inclusive el
concerniente a la democracia. Algunos años más tarde - sigue Mouffe - Bernstein
protagoniza una revisión teórica que ataca la hipótesis kautskiana. Si bien se
identifica a este escritor como el que introdujo la importancia de los
principios morales y extendió la tarea del proletariado a un plano ideológico
que sepa contemplar un ideal ético, señala que termina rompiendo con el
marxismo.
En un marco de desafíos para la izquierda, Laclau y Mouffe
resumen la innovación gramsciana desde dos ejes: por un lado como un pensador
cuya producción responde directamente a las condiciones de atraso del contexto
italiano, pero carente de relevancia para el capitalismo maduro; por otro lado,
desde una visión que rescata su perspectiva estratégica a la hora de entender
la complejidad de las civilizaciones avanzadas. Esto se ve reflejado en un
desarrollo de apertura de las ideas marxistas ortodoxas, que le permitió
generar una serie de categorías adecuadas para pensar tanto sociedades
capitalistas adelantadas como aquellas no tan avanzadas e ir así más allá de la
alianza de clases leninista. Sin embargo, los autores señalan que desde sus
tempranos escritos, Gramsci plantea una significativa compatibilidad con esta
última perspectiva, puesto que se considera que la posibilidad de que la clase
obrera se configure como dirigente depende de su capacidad de generar un
sistema de alianzas para movilizarse contra el capitalismo. Laclau y Mouffe
afirman que es en el momento en que se pasa del plano político al intelectual y
moral, que se efectúa una superación respecto del leninismo. El salto se
produce porque en esta instancia se expresaría desde la ideología tanto una
voluntad colectiva como unificadora del bloque histórico.
Una serie nueva de relaciones entre los grupos, que escapan
a su ubicación estructural en el esquema evolutivo y relacional economicista,
es definida conceptualmente, a la vez que se señala el terreno preciso de su
constitución, que es el de la ideología. (Laclau
y Mouffe, 2006, p. 101)
Los escritores presentan algunas innovaciones respecto de la
concepción de la ideología que se distancia de la vieja visión reduccionista.
Señalan que se trata de un “todo orgánico relacional” que da unidad al bloque
histórico. Esto refiere a un proceso articulatorio por el cual se sueldan
múltiples y a veces heterogéneas voluntades desde una base común, sobre
la cual el aspecto cultural tiene especial relevancia sin la cual no podría
materializarse el vínculo entre dichos elementos. Es decir, que su identidad
solo puede definirse a partir de sus relaciones y no aisladamente. “Ni los sujetos políticos son para Gramsci
“clases” – en el sentido estricto del término – sino “voluntades colectivas”
complejas; ni los elementos ideológicos articulados por la clase hegemónica
tienen una pertenencia de clase necesaria” (Laclau
y Mouffe, 2006, p.102)
Pero más adelante siguen:
Y sin embargo, el conjunto de la construcción gramsciana reposa sobre una concepción finalmente incoherente, que no logra superar plenamente el dualismo del marxismo clásico porque, para Gramsci, incluso si los diversos elementos sociales tienen una identidad tan solo relacional, (. . .) tiene que haber siempre un principio unificante en toda formación hegemónica y éste debe ser referido a una clase fundamental. (. . .) Es decir que la hegemonía de la clase no es enteramente práctica y resultante de la lucha, sino que tiene en su última instancia un fundamento ontológico (Laclau y Mouffe, 2006, p.103 -104)
Dicho esto, los autores afirman la infranqueable determinación
de la economía en el pensamiento gramsciano. La clase obrera quedaría así
atrapada en una ambigüedad que la haría variar entre su tarea de articulación
con una pluralidad de luchas pero dentro de una determinación necesaria. Esta
limitación los lleva a ellos a ir “más allá de Gramsci”, radicalizando el
concepto de hegemonía. Esto se manifiesta en una circunstancia de crisis
orgánica, en la que se presenta un debilitamiento y crisis de las identidades,
marco en el que la guerra de posición gramsciana “muestra sus límites”.
La guerra de posición supone la división del espacio social en dos campos y presenta a la articulación hegemónica como una lógica de movilidad de la frontera que los separa. Ahora bien, resulta claro que este supuesto es ilegítimo: la existencia de dos campos puede ser, en ciertos casos, uno de los efectos de la articulació hegemónica, pero no la condición apriorística de la misma. (. . .) Dicha construcción opera siempre sobre la base de la expansión de la frontera interior de un espacio político dicotómicamente dividido. Éste es el punto en que la concepción gramsciana resulta inaceptable (Laclau y Mouffe, 2006, p.181).
El punto central de la crítica de Laclau y Mouffe al trabajo
de Gramsci es entonces si el concepto de hegemonía debe reducirse a una
pertenencia de clase, por ende, seguiría preso del reduccionismo marxista. Como
bien recuerda Barret
(2003), la principal característica del reduccionismo es dar explicación a
una unidad de análisis determinada (A) invocando otra (B). Esta es la fórmula
que Laclau y Mouffe denuncian en el pensamiento gramsciano: tanto para dar
cuenta de la ideología como de la hegemonía, se recurre a los intereses de
clase. Precisamente, el esquema teórico de Laclau denuncia en el marco del
posestructuralismo la existencia de elementos que no se inscriben
necesariamente en una pertenencia de clase y que forman parte de la
construcción hegemónica que de acuerdo con la propuesta de Gramsci no serían
contemplados.
Observaciones a la
crítica
Hay sin embargo aspectos en el pensamiento político de
Gramsci que apuntan a una interpretación distinta a la recién citada y que
muestra por el contrario a un intelectual que logra superar la concepción
epifenomenológica de la ideología y de la hegemonía.
Las primeras apariciones de la noción de hegemonía se ubican
en Notas sobre la cuestión meridional, en donde Gramsci hace referencia al
proletariado de Turín, definiendo su tarea como la de generar consenso y
movilizar a sectores contra el Estado burgués, incluyendo allí a los campesinos
pero dentro de la concepción leninista de alianza de clases (Mouffe,
1991). Más tarde, en los Cuadernos de la cárcel, esta complejidad aparece compuesta
por la relación de las fuerzas sociales, militares y políticas. Este último
aspecto refiere al desarrollo de la conciencia, que atraviesa tres momentos, a
saber, el primitivo, el económico político y el de la hegemonía1.
Cita Mouffe
(1991) que esta última es un momento:
(. . .) en el cual se alcanza la conciencia del hecho de que los intereses corporativos, tanto en su desarrollo presente como en el futuro, rompen el marco corporativo de los grupos puramente económicos y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. (Mouffe, 1991, p.188)
En este proceso se comprende un distanciamiento de intereses
regionales, corporativos, para por el contrario, concentrarse en lo universal;
lo cual da lugar a la efectivización de un proceso ideológico que permite la
hegemonización de un grupo por sobre otros logrando una unidad intelectual y
moral. Para que esto suceda es necesario que confluyan aspectos no sólo
económicos, sino también políticos, intelectuales y culturales a la vez. Es
decir, que este grupo debe por un lado, saber articular los intereses de otros,
incluyendo esta vez, no sólo a los campesinos, sino también a los burgueses,
por otro lado, ejercer un liderazgo que supere el plano económico, inclusive
desde el Estado. Mouffe señala que este movimiento hace que Gramsci rompe con
la visión economicista del Estado, que se manifiesta en la expansión de su base
social y por ende en sus funciones.
De acuerdo con esta perspectiva, la hegemonía podría
lograrse a partir del transformismo o de la hegemonía expansiva. El primer caso
es el de una revolución pasiva en el que hay una absorción de otros grupos,
esta situación genera por un lado, una neutralización de sus intereses, por
otro, que no puedan oponerse a quienes emergerían como hegemónicos. Para el
segundo caso, por el contrario, hay un consenso que permite una voluntad
nacional popular como cemento de la unidad ideológica. Ahora bien, Mouffe
señala que esta conducción sólo puede ser ejercida por una clase fundamental en
el plano económico. La consecuencia directa sería una sustancial limitación al
espectro de posibles clases hegemónicas y a sus formas. Pero esto se explica,
en efecto, porque quien protagonice esta articulación debe contener como propio
interés la eliminación de toda explotación, algo que sin duda, no pertenece a
los principios de todos los sectores.
Cierto es que Gramsci identifica la relevancia del aspecto
económico al momento de estudiar las sociedades en su complejidad:
El hecho de la hegemonía presupone, sin duda, que se tengan en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se constituya un cierto equilibrio de compromiso, o sea, que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico - corporativo, pero también es indudable que tales sacrificios y el mencionado compromiso no puede referirse a lo esencial, porque si la hegemonía es ético - política no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que ejerce el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica. (Gramsci, 2006, p.402).
Si bien dicho esto, sería necio negar la importancia que
Gramsci otorga al movimiento obrero y al despliegue de las fuerzas económicas,
sería injusto negar al mismo tiempo la intervención de otros aspectos
ampliamente influyentes en su pensamiento, como lo cultural, intelectual y
político. En este sentido, concebir a la ideología como variable dependiente de
la estructura es algo que no parece ser estrictamente un postulado básico de
nuestro pensador:
La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo histórico) de presentar y exponer toda fluctuación de la política y de la ideología como expresión inmediata de la estructura tiene que ser combatida en la teoría como un infantilismo primitivo, y en la práctica hay que combatirla con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas. (Gramsci, 2006, p. 276)
Las bases de la filosofía creadora de la que Gramsci habla
en sus apuntes sobre Croce, se muestran opuestas al esencialismo que Laclau
denuncia. Esto se manifiesta cuando niega la existencia de una realidad “por
sí, en sí y para sí”: lo que tenemos son realidades sujetas a las
modificaciones que los hombres les operan. Además, en el fragmento citado,
Gramsci tilda de “infantilismo primitivo” la visión que propone leer cualquier
variación de la política e ideología como reflejo inmediato de la estructura.
Para dar cuenta de esto menciona al mismísimo Marx, que supo anticipar observaciones
como por ejemplo, el hecho de que la estructura no es estrictamente fácil de
reconocer en el transcurso de su proceso y también la posibilidad de
identificar actos políticos como errores o como recursos administrativos, todos
estos elementos que el materialismo mecánico no admitiría.
Paralelamente, Gramsci (1984a,
1984b, 2006)
logra abordar al capitalismo no sólo como una forma de producción económica,
sino también como una forma de vida. La superestructura cobra en este sentido
vital importancia ya que opera mediante espacios como la familia, la educación
y los ámbitos culturales. Esta idea aparece plenamente respaldada por la misma Mouffe
(1991), quien señala que Gramsci se posiciona desde un punto de vista
alejado de la concepción marxista de la ideología como falsa conciencia. Por el
contrario, lo define como un terreno de disputa en la que los hombres adquieren
conciencia de su posición en un marco en el que se enfrentan distintos
principios hegemónicos. La ideología es entendida como un medio por el cual los
hombres, a través de una determinada visión del mundo2,
adquieren formas de conciencia que impactan en las prácticas cotidianas de toda
sociedad. De este modo, la conciencia es presentada no como algo dado, sino
construido a partir de relaciones ideológicas en las que se inscriben los
sujetos3.
Sobre este último plano operan con significativa relevancia
los intelectuales orgánicos a través de los aparatos hegemónicos4.
Éstos aportan homogeneidad a los grupos sociales; si bien Gramsci admite que,
puesto que no existe actividad humana completamente desligada del pensamiento,
en algún punto todos los hombres son intelectuales, no todos tienen esa función
profesional específica. Éstos deben vincularse con “formas reales de vida” que
no se agoten meramente en la elocuencia. La escuela cumple en esta instancia un
papel fundamental, puesto que es concebida como un espacio de formación de
estas capas de intelectuales en su complejidad y especificidad. Una vez
formados, estos cuadros no se vinculan de forma directa con el mundo de la
producción: su relación está mediada por el tejido social. Se convierten de
este modo en gestores de la hegemonía del grupo dominante, esto es, del
consentimiento de la población. Así, esta perspectiva se aleja de todo reducto
de una concepción reduccionista de ideología5.
Los procesos de desarticulación de la hegemonía existente y
de articulación de una nueva constituyen las bases de la guerra de posición
como estrategia de cambio. De acuerdo con el planteo de Gramsci
(2003), la formación de una nueva voluntad colectiva será entonces tarea
del Príncipe moderno (es decir, del partido político de la clase obrera):
El príncipe moderno, el mito - príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de la voluntad colectiva que tienden a devenir universal y totales.(Gramsci, 2003, p.12).
A este sujeto le compete ser abanderado de la reforma
intelectual y moral, cuyo programa debe contener una reforma económica. Pero el
despliegue del desarrollo del momento político no se centra exclusivamente en
las condiciones económicas; en palabras de Gramsci: "La cuestión
particular del malestar o bienestar económico como causa de nuevas realidades
históricas es un aspecto parcial de la cuestión de las relaciones de fuerzas en
sus diversos grados" (Gramsci,
2003, p.61).
Sobre el papel de la clase obrera que Laclau y Mouffe
también critican, es posible argüir que al trasladar el problema más allá de la
economía, cuando Gramsci refiere a grupos o clases “subalternas” podrían
concebirse entre ellas distintas formas de opresión, cuya existencia supone la
tarea de interpretar los intereses de grupos afines para lograr una
construcción política consensuada.
Gramsci ubica los orígenes del concepto de ideología en la ciencia
de las ideas y explica que termina por expresar cierto sistema de ideas.
Distingue entre las históricamente orgánicas y las arbitrarias: “[las primeras]
tienen una validez que es validez psicológica: organizan las masas humanas,
forman el terreno en el cual los hombres se mueven, adquieren conciencia de su
posición, luchan, etc. En cuanto arbitrarias, no crean más que movimientos
individuales, polémicas, etc.” (Gramsci,
2006, p.364). Las ideologías se definen como una idea de mundo que se
manifiestan en todos los aspectos de la vida: en lo económico, en lo político,
en la cultura y el derecho. Una de las grandes debilidades que Gramsci
identifica de las filosofías inmanentistas, es la de no haber podido generar
una unidad ideológica entre los distintos planos sociales y políticos. Sostenía
que su pensamiento carecía de una organicidad que establezca con solidez y
coherencia esa unión entre los intelectuales y los “sencillos”, el mismo
vínculo que debe existir entre teoría y práctica.
En esta instancia deberían contemplarse un nuevo sentido
común polémico y crítico respecto del pensamiento anterior o todavía existente.
La tarea consistiría entonces en elaborar una nueva filosofía que no se reduzca
simplemente a los intelectuales y que mantenga por el contrario, permanente
contacto con los “sencillos”, con los sectores más marginados, garantizada por
una mediación política. El rol de los partidos políticos es aquí fundamental ya
que operan en la difusión y la dialéctica de intelectual-masa para que formen
parte de una resistencia a un sentido común que le era ajeno. Se deberá buscar
entonces una posición activa y emprendedora que no pierda de vista la necesidad
de insistir en la transmisión de los argumentos fundantes del nuevo sentido
común en un marco de profundo trabajo intelectual. En vista de ello, será necesario
conformar un terreno común en el que se logre establecer un diálogo entre
distintos sectores que no manejen necesariamente un lenguaje intelectual. Esto
implica a la vez superar el registro de las producciones escritas y dar
relevancia también a discusiones orales que logren exponer sistemáticamente una
nueva ideología. Los intelectuales deben comprender las pasiones de los pueblos
y establecer con ellos de este modo, un nexo de intercambios políticos para la
formación de un bloque histórico, de lo contrario, su rol se reduciría a lo
burocrático y formal, convirtiéndose ellos mismos en una casta y no en un
verdadero bloque ideológico.
En esta nueva concepción del mundo son constitutivas tanto
la filosofía, como la política y la economía. Esto implica la existencia de
elementos teóricos pertenecientes a cada uno de dichos campos, pero que a su
vez estén dotados de una articulación y convertibilidad al lenguaje específico
de cada uno de ellos formando así un todo homogéneo. Sobre el sentido común y
la idea del mundo, Gramsci afirma su relevancia cuando ubica allí el punto de
partida para una elaboración crítica. Afirma que aquella pertenece siempre a un
grupo, unido por determinada forma de pensar y actuar como hombre-masa y cuya
elección tiene la fuerza de un acto político. Ahora bien, el pleno conformismo
con ciertas cosmovisiones, no permitirían generar una revisión de lo habido
hasta ahora y que problematice el presente alejándose así de un peligroso
anacronismo.
Crear una nueva cultura no significa sólo hacer
individualmente descubrimientos originales; significa también, y especialmente,
difundir críticamente verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decirlo,
y convertirlas, por tanto, en base de acciones vitales, en elemento de
coordinación y de orden intelectual y moral. (Gramsci,
2006, p.366).
Con esto tenemos que la concepción del bloque histórico es
distinta de la idea de clase homogénea. Justamente para inaugurar un nuevo
orden cultural, es necesario no reflejar mecánicamente la situación social ya
existente, sino generar una trasformación que dé paso a una nueva voluntad
colectiva. Porque la unidad histórica de la dirigencia no se producirá
solamente a partir del aspecto jurídico, sino que resulta de su vinculación con
la sociedad civil6.
De ahí la importancia del estudio sobre la formación de grupos sociales nuevo o
preexistentes y su ligazón con formaciones políticas dominantes.
Reflexiones finales
A lo largo del trabajo se han repasado los principales
aportes del pensamiento político gramsciano a partir de las críticas que el
trabajo de Laclau y Mouffe le imputan. Luego de presentar el esquema teórico
los autores de Hegemonía y estrategia socialista, se ha resumido la recepción
que éstos hacen de la obra gramsciana, que por un lado celebra su originalidad,
pero por otro lado, la acusa de esencialista. Esto último surge de una fuerte
crítica a la centralidad y determinación de la economía y de la clase social,
que de acuerdo con los autores, impacta fuertemente en la idea de hegemonía e
ideología, volviéndolas categorías que no logran sintetizar los problemas del
mundo contemporáneo.
Se ha respondido a esas críticas admitiendo por un lado el
importante rol que la economía cumple para Gramsci en las sociedades modernas,
pero al mismo tiempo se ha argumentado que su pensamiento se distancia de una
concepción epifenomenalista. Muestra de ello, son afirmaciones en las que
expone la relevancia que los intelectuales cumplen en el aspecto cultural y
ético de la construcción de una ideología como proyecto renovador y hegemónico
de una nueva voluntad colectiva. Se ha dicho que la ideología se manifiesta
implícitamente en el plano económico entre tantos otros y la hegemonía
constituiría la tarea de mantener dicha unidad ideológica en el bloque social.
Éste último concepto es fundamental para objetar la crítica a la centralidad de
la clase, puesto que, tal como se repasó en el escrito, el bloque histórico
funciona como un espacio político cuya unidad estará dada no por la firmeza de
una clase fija, sino por el encuentro de múltiples actores en la construcción
de un nuevo proyecto político. Entonces cuando para dar cuenta del proceso de
hegemonía e ideología se recurren a factores que no son meramente económicos,
sino éticos y culturales, ya no parecerían existir argumentos capaces de
sostener el supuesto reduccionismo que se enunció en el primer apartado del
escrito.
En el ámbito de las ciencias sociales, abundan reflexiones
que en lugar de abordar a las sociedades en su complejidad, de analizar
experiencias históricas concretas para poder interpretar el rol de los actores
y buscar vías de acción en situaciones determinadas, quedan estancadas en
consideraciones a las que difícilmente se le pueda atribuir valor político. Se
trata de trabajos que se reducen a un ámbito de discusiones científicas y
saberes que se dicen eruditos pero cuya fertilidad para pensar la política es
escasa. Este en un punto clave en las reflexiones de nuestro pensador.
Polemizando con la filosofía de Benedetto Croce y su definición de la religión,
Gramsci cita la tesis XI a Feuerbach en la que, de acuerdo con su
interpretación, Marx plantea no la exclusión total de todo filosofar
contemplativo, sino la fundamental unión entre teoría y práctica. Croce vendría
a recorrer el camino de forma inversa volviendo a la filosofía especulativa, siendo
considerado esto por Gramsci como una solución ineficaz. En esta instancia se
plantea la inconveniencia de una teoría puramente contemplativa frente a otra
concebida como actividad práctica y capaz de producir una “moral concorde”.
Gramsci constituye un impulso de sucesivas renovaciones
teóricas que anima la fuerza de la filosofía práctica, entendida no como
receptiva y ordenadora, sino como creadora; por esta razón es necesario una
reinterpretación de su obra que en lugar de desestimar su utilidad, pueda
situar su potencial analítico para el estudio de las sociedades contemporáneas.
No se trata entonces de ubicar toda esta serie de inconvenientes en el trabajo
de Laclau y resignarse sin más a contemplarlos como un punto problemático de su
obra, sino de reapropiarse de ellos. Una vez situados en este terreno, la tarea
es comprender su fertilidad e inspirados en él, responder con el compromiso
debido que atañe a los investigadores de las ciencias sociales. En todo caso,
este debate constituye una contribución a los desafíos e interrogantes
pendientes del marxismo cuyas posibles respuestas podrían conducir a soslayar
toda una serie de dudas que, para la izquierda contemporánea, bien podrían
convertirse en palanca de acción.
Referencias
Aricó, J. (2005). La cola del diablo; itinerario de Gramsci
en América Latina. Buenos Aires: Siglo Veintiuno editores. Ir
a este libro
Ansaldi, W. (1992). ¿Conviene o no
conviene invocar al genio de la lámpara? Estudios Sociales. Revista
Universitaria, (2), pp.45-65. Ir
a este artículo
Barret, M. (2003). Ideología,
política, hegemonía: de Gramsci a Laclau y Mouffe en Zizek (comp.) Ideología,
un mapa de la cuestión. Buenos Aires: FCE. Ir a
este libro
Eagleton, T. (1997). Ideología, una
introducción. Barcelona: Paidós. Ir
a este libro
Gramsci, A. (2006). Antología.
Buenos Aires: Siglo Veintiuno editores. Ir
a este libro
Gramsci, A. (1984a).Cuadernos de la
cárcel III. México: Era. Ir
a este libro
Laclau, E y Mouffe, C (2006). Hegemonía
y estrategia socialista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Ir a este libro.
Mouffe, Ch. (1991). Hegemonía e ideología
en Gramsci enAntonio Gramsci y la realidad colombiana. 167-227. Bogotá:
Ediciones Foro Nacional por Colombia.
Notas
1. Gramsci
(2003) señala un primer momento elemental, en el que no se manifiesta
solidaridad entre los intereses de las distintas corporaciones; un segundo, en
el que confluyen los intereses de un grupo social pero aún en el límite de lo
económico; el tercer momento manifiesta una conciencia que pasa de la
estructura a las superestructuras.
2. Esto aparece también como la
construcción de un sentido común como consecuencia de una particular visión del
mundo, como una ideología.
3. Nótese que Gramsci no concibe a
individuos aislados, sino en sociedad. Por eso siempre debe ser entendido como
inmerso en una trama de relaciones en el marco de una comunidad.
4. Sobre el rol de los intelectuales, véase
Gramsci
(1984b). En este trabajo, Gramsci explora diversos aspectos de la relación
de los intelectuales con la cultura: su formación (sobre todo para el caso
italiano), su relación con la lengua, el clero y el derecho, la
distinción de acuerdo con el tipo de población, su rol en la educación,
específicamente en las escuelas y universidades y el periodismo.
5. Mouffe admite que sin embargo, persisten
interpretaciones de Gramsci que insisten en el reduccionismo; el caso más
célebre es el de Poulantzas, quien sostiene una imposición ideológica de una
clase sobre otras.
6. De acuerdo con esta perspectiva, una
revolución no es concebible sino con un fuerte desarrollo en la «cultura» de la
sociedad civil, que acompañe el de las fuerzas productivas. En este sentido, se
hace evidente la distancia entre esta perspectiva y otras, como por ejemplo, la
materializada por el estalinismo (Eagleton,
1997). Serán en todo caso los intelectuales orgánicos, quienes lleven
adelante un trabajo sobre y en el seno de una clase social emergente, donde no
sólo pensadores, sino también activistas, economistas, técnicos y otros
sectores englobados en la sociedad civil, se involucren activamente en la vida
social dando así una batalla cultural