Nicolás González Varela | Especial para Gramscimanía
- “Todo acto de violencia es un acto político” | Friedrich Engels
- "Todos los conceptos materialistas contienen una acusación y un imperativo" | Herbert Marcuse
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El hombre mono con el hueso
Odisea del Espacio 2001 ✆ Stanley
Kubrick
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Nada del mito del “buen salvaje”, nada del ridículo Homo Rousseau. Se trataría de una adaptación creada por nuestros antecesores por un mecanismo neutro de la famosa selección natural descubierta por Darwin. Si lo analizamos, se trata de un corolario derivado del egotismo inconsciente y la competencia interpersonal, causas que se nos presentan como sui generis, ahistóricas, amorales, presociales y apriorísticas. Básicamente reza así: el señorío de la Naturaleza por el hombre (el proceso civilizatorio) presupone (previa conditio sine qua) el señorío del hombre sobre el hombre. El dominio, la explotación, la lucha de clases no es ya una función social, sino un efecto secundario, una variante y una herencia atenuada de una forma natural y primitiva de adaptarnos al medio ambiente y de un ciego impulso antropófago (utilización de los enemigos vencidos) sublimado. Esta hipótesis, llamada en el mundo anglosajón como “Deep Roots Theory of War” (DRTW) −poco más o menos “Teoría de las raíces profundas de la guerra”− disfrazada de evidencia y certeza, es sostenida por toda la genealogía conservadora, liberal y reaccionaria, de Maquiavelo a Hobbes, pasando por Malthus, Dühring, Nietzsche hasta Heidegger, Foucault y Fukuyama, pero apuntalada recientemente también por científicos “serios” y pesos pesados de la divulgación científica como Steven Pinker, Edward O. Wilson, Jared Diamond, Richard Wrangham y David Brooks. En el mítico Estado de Naturaleza, tal como lo esbozó toscamente Hobbes, lo cotidiano es el mecanismo pulsional de atacar y dominar a otro grupo, como señala Pinker en su reciente best-seller Better Angels of Our Nature, en español traducido como Los ángeles que llevamos dentro.[2] El declive de la violencia y sus implicaciones. El “hombre, lobo del hombre” es una “maldición hereditaria” (según Wilson en su libro The Social Conquest of the Earth, ganador del prestigioso premio Pullitzer)[3] misteriosa, un cultural development, al mejor estilo teológico de la de Noé sobre la raza negra, que la Humanidad no puede hacer desaparecer ni con las mejores utopías. La DRTW no aborda sólo la agresión humana violenta en general, sans phrase, sino una manifestación cooperativa y particular de la misma, que implica ataques de un grupo contra otro: somos visceralmente violentos ahora, y lo éramos mucho más antes del advenimiento de la Civilización occidental. La DRTW es extremadamente popular, una doxa liviana pero muy fácil de entender y argumentar, la difunden los medios de comunicación y la misma academia la legitima. Y no es raro, dada la aplastante evidencia cuantitativa que nos muestra que desde hace milenios nuestra especie de simios no para de matarse unos a otros. Obama mismo la sostuvo cuando le entregaron el Premio Nobel de la Paz en 2009: “War, in one form or another, appeared with the first man”, lo peor es que nadie se escandalizó.[4] Pero la pregunta es: ¿cui bono? ¿a quién beneficia? Se trata de delicada manipulación ideológica, una inoculación “laica” del pecado original que legitima, en última instancia, la Weltanschauung, la cosmovisión neoliberal. La Humanidad está encerrada, ad eternum, entre las gruesas paredes del “Fight Club”.
Aunque
la supuesta universalidad de la guerra en la Historia humana y su ascendencia
inevitable sobre nosotros pueda ser satisfactoria para la opinión pública
burguesa y el sentimiento popular, sin embargo tal “universalidad científica”
carece de todo apoyo empírico, es “falseable” con mucha facilidad. A contracorriente,
surge una fuerte contra-evidencia de la mano de muchas investigaciones: por
ejemplo, la llevada a cabo por dos antropólogos, Douglas Fry y Patrik Söderberg
de la Abo Akademi University en Finlandia. En el trabajo publicado en
la prestigiosa revista Sciencie,
titulado crípticamente como “Agresiones letales en banda móviles de pastoreo y
sus consecuencias para el origen de la guerra”, demuele los cimientos de la
ideología burguesa de la DRTW. Reconocen que han encontrado, en sus trabajos de
campo, hechos que contradicen abiertamente las aserciones que los grupos de
pastoreo primitivos se comprometen regularmente en guerras de coaliciones
contra otros grupos. Fry&Söderberg se focalizan en las bandas móviles que
recolectan forraje, denominadas de “cazadores-recolectores”, esencialmente
errantes y nómadas, cuyo estudio hoy en día nos proporciona una ventana abierta
al origen de la evolución humana. Nuestros antepasados vivieron como ellos
antes de la aparición del género Homo,
hace unos dos millones de años hasta hace tan sólo unos 10.000 años, cuando los
humanos comenzaron a cultivar la tierra, domesticar animales y establecerse en
sociedades complejas y jerárquicas que dieron origen al Estado. Para este
ambicioso estudio, Fry&Söderberg
examinaron los datos sobre dominio y violencia entre veintiún sociedades
nómadas y móviles basadas en la observación de etnógrafos, incluyendo la Aranda
y Tiwi de Australia, Kaska, Cooper Inuit y Montaggnais de los EEUU; Botocudo de
América del Sur; Kung, Hadza y Mbuti de África; finalmente la Vedda y
Andamanese de Asia del Sur. Contabilizaron un total de ciento cuarenta y ocho
eventos con agresiones letales en estas sociedades primitivas, los
investigadores distinguieron entre la violencia que envuelve a la gente del
mismo grupo (o que con frecuencia están relacionados); y la violencia entre
personas de diferentes grupos. También distinguieron entre la violencia que envuelve
a un perpetrador y la víctima y la violencia que involucra a dos o más asesinos
y a dos o más víctimas. Estas distinciones son cruciales para “deconstruir” la
ideología de la DRTW, ya que la guerra es por definición una actividad
cooperativa y grupal. Por supuesto, como suponíamos, la DRTW contabiliza todas
las formas de violencia mortal, no la violencia grupal, como evidencia empírica
de su teoría. De las veintiún sociedades estudiadas por Fry&Söderberg, en
tres no observaron ningún tipo de muerte violenta, en diez no existía violencia
mortal perpetrada por más de un asesino. Exclusivamente en seis sociedades los
etnógrafos pudieron registrar muertes violentas que involucraban a dos o más ejecutores
y a dos o más víctimas; pero de este grupo, una sociedad primitiva, la Tiwi de
Australia, contabilizaba y explica la mayor parte de esa violencia grupal.
Algunos
datos de interés de la investigación: el 96% de los asesinos grupales eran
hombres. Aquí no hay mucha sorpresa. Pero lo que sí era chocante se reflejaba
sin embargo en el móvil final de la guerra fratricida: nada más que dos
víctimas, de las ciento cuarenta y ocho contabilizadas, provenía de una pelea
intergrupal malthusiana por “recursos”, generada por un entorno de escasez,
como un territorio de caza, pozos de agua o árboles frutales. Nueve episodios
de agresión letal involucraban a esposas asesinando a sus mujeres; tres
involucraban algún tipo de “ejecución” de un individuo del grupo por otros
miembros del grupo (faltas de honor o de lealtad); siete casos involucraban la
ejecución de “otros”, foráneos y extraños, como colonizadores, misioneros o miembros
de otras etnias o tribus. La mayoría de los asesinatos que analizaron Fry&Söderberg,
fueron categorizados como “miscellaneous personal disputes”, o sea: disputas
personales sobre cosas variadas, como celos, robos, insultos, pequeños hurtos,
etc.; a su vez, la causa específica más común de la violencia letal en la que participaban
activamente uno o varios autores, era una acción de venganza por un ataque
anterior.
¿Conclusión
novedosa y sorprendente? No mucho: Fry&Sordeberg en realidad corroboraban,
con más base documental y datos fidedignos, la teoría de la guerra esbozada por
la antropóloga Margaret Mead en un ensayo de 1940 titulado sugestivamente: “Warfare Is Only
an Invention—Not a Biological Necessity” (“La guerra es solamente una
invención –no una necesidad biológic”). Tomando como trabajo de campo
sociedades recolectoras más simples, en su caso los Lepchas y los Eskimos, con
similares características a las de los aborígenes australianos Tiwi, que eran proclives
a actividades guerreras, Mead rechazó la idea reaccionaria que la guerra es una
consecuencia sociológica inevitable de la civilización o el precio inamovible
de la conquista de la Naturaleza por el hombre. Pero, contra el Darwinismo
social más tosco, también rechazó la noción que la guerra es innata (una
“necesidad biológica”, una pulsión creativa de la Vida), señalando, al igual
que Fry&Söderberg, que muchas (la mayoría) sociedades no se involucran en
la violencia intergrupal organizada. Mead, otra vez como Fry y Söderberg, no
encontró ninguna evidencia de lo que podría llamarse la teoría malthusiana de
la guerra, que sostiene que la guerra es la consecuencia inevitable de la
competencia por los recursos en un entorno de escasez. La guerra era una
invención social, como el mercado, el matrimonio, enterrar a los muertos bajo
tierra o la escritura. En lenguaje moderno: la guerra es un “meme” clasista,
como diría Richard Dawkins.[5] Y Mead daba otra pista
preciosa sobre la cuestión, la violencia mortal como actividad grupal y
cooperativa, “coaliciones políticas”, se daba cuando se desarrollaba el Estado,[6] cuando las sociedad se
dividían en estamentos y clases (la desigualdad era “inventada”), pero jamás
podía derivarse fatalmente de una supuesta naturaleza humana perenne, sino “de
la propia naturaleza de la Historia”. Como había comentado Marx en sus estudios
etnológicos, la “relación política” es la negación de la primitiva relación
colectiva, disolución de la Gens, la
cual a su vez comprendía en una forma más o menos indivisa tanto las relaciones
personales como las impersonales. La individualidad se escinde de los vínculos
no-despóticos de la comunidad primitiva, tal la premisa para la guerra como
coalición asesina. Para Mead la violencia letal y cooperativa, política y
clasista, puede surgir en cualquier sociedad, desde las más simples hasta las
más complejas. Una vez que surge, y es una herramienta rápida y eficaz para la
acumulación de tierras, mujeres y riqueza, para apropiarse del excedente local
y el externo, la guerra a menudo se perpetúa a sí misma instalándose en el
Estado y en la reproducción social; a su vez los ataques de un grupo generan
represalias y ataques preventivos de los demás. Las intuiciones de Mead, que ya
habían sido sugeridas por filósofos y antropólogos en el siglo XVIII y XIX,
fueron plenamente confirmadas por antropólogos contemporáneos como, por
ejemplo, Sarah Blaffer Hrdy, Douglas Fry, Brian
Ferguson, Jonathan
Haas y Matthew
Piscitelli. El debate sobre los orígenes de la guerra, y la subyacente
Antropología negativa reaccionaria que le subyace, es de vital importancia, ya
que la DRTW nos inculca que la violencia letal, la competición agonal y la
voluntad de poder son una manifestación permanente y necesaria de la Naturaleza
humana. Es la confirmación del dominio de Robinson sobre Viernes, abrazarnos a
que siempre hemos conquistado, explotado, luchado y asesinado, y lo seguiremos
haciendo, así que no tenemos más remedio que adaptarnos a lo inevitable. Carecemos
de un progreso “moral”, cooperativo, empático, no hay interés creciente en el
prójimo (ni individual, ni colectivo), el amour
propre, el l'amour de soi, el
individualismo metodológico y el egoísmo controlado y encausado en el
Capitalismo global ¿no es acaso el mejor del mundos posibles, como decía
Leibniz? Parafraseando la crítica de Marx a Darwin, diríamos que es
sorprendente cómo estos científicos redescubren, entre los aborígenes
recolectores, la sociedad primitiva y la vida nómada salvaje, la misma sociedad
burguesa actual, con su división alienada del trabajo, la competencia ciega y
feroz, la lucha por los mercados mundiales, la guerra de exterminio y
conquista, la “lucha por la existencia” malthusiana y el romántico bellum omnium contra omnes, la guerra de
todos contra todos de Hobbes. (Fin)
Notas
[1] Rousseau, Jean-Jacques: Lettre a
Mgr. de Beaumont, Archevêque de Paris, 1762: “Le principe fondamental de toute
morale, sur lequel j'ai raisonné dans tous mes écrits et que j'ai développé
dans ce dernier avec toute la clarté dont j'étais capable, est que l'homme est
un être naturellement bon, aimant la justice et l'ordre ; qu'il n'y a point de
perversité originelle dans le coeur humain, et que les premiers mouvements de
la nature sont toujours droits.” La carta era una respuesta al arzobispo de
París que había condenado su libro Émile, ou De l’éducation.
[2] Pinker, Steven; Los ángeles
que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones; Paidós, Barcelona, 2012; la verió original
en inglés es de 2011.
[3] Wilson, Emund, O.; The Social Conquest of Earth; Liveright,
New York-London, 2012; el apartado 8 del capítulo II del libro se titula
precisamente “War as Humanity’s Hereditary Curse”; Wilson es el principal
promotor de una ciencia multidisciplinar, la Sociobiología, véase su tratado
clásico: Sociobiology. The New Synthesis;
Harvard University Press, 1975: Wilson acuñó el concepto de “Culturgen” para
explicar los procesos evolutivos de la Humanidad, el equivalente al “Meme” de
Dawkins.
[4] “La Guerra, en una forma u otra,
aparece con el primer hombre”; véase su discurso: “Remarks by the President at the Acceptance of
the Nobel Peace Prize”.
[5] El neologismo “Memes” fue creado
por Dawkins por su semejanza fonética con el término “genes” (acuñado en 1909
por Wilhelm Johannsen para designar las unidades mínimas de transmisión de
herencia biológica) y, por otra parte, para señalar la similitud de su raíz con
memoria y mímesis. Según Dawkins, nuestra naturaleza biológica se constituye a
partir de la información genética articulada en genes, y nuestra cultura se
constituye por la información acumulada en nuestra memoria y captada
generalmente por imitación (mímesis), por enseñanza o por asimilación, reproducción
del sistema social en la que el Estado es una figura clave, que se articula en “memes”. Véase su obra más popular: Dawkins, Richard: El gen egoísta; Barcelona; Salvat
Editores, 2000.
[6] La primera evidencia
arqueológica de violencia letal en grupo, de guerra, data de 13.000 años a.C.,
en un yacimiento en la región de Jebel Sahaba, en el moderno Sudán, cerca del
Río Nilo.
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