
La celebridad intelectual de Gramsci es póstuma. Contrariamente
a Marx, Engels, Kautsky, Lenin y a otros grandes teóricos del socialismo que publicaron,
si no todos, los más importantes y conocidos de sus escritos; la intensa actividad
periodística desarrollada entre 1914 y 1926 por el joven ardo, que se volvió en
los años veinte el principal dirigente del recién fundado Partido Comunista Italiano,
no le valió el reconocimiento por la envergadura teórica y originalidad intelectual
de su pensamiento. No porque amigos y próximos colaboradores ignorasen o subestimasen
el alcance de la producción escrita del fundador de Ordine Nuovo. Al contrario,
después de la muerte de Gramsci, el 27 de abril de 1937 en una clínica de Roma donde
Mussolini lo dejara debilitar dos años sin ningún tratamiento médico para su grave
enfermedad circulatoria, Piero Sraffa (ya radicado en Cambridge, donde se volvería
mundialmente conocido por sus escritos de teoría económica), recibió dos cartas;
en una de ellas Palmiro Togliatti le solicitó que anotase por escrito “todo lo que
Gramsci le había comunicado, a propósito de la utilización de sus escritos publicados
e inéditos y de las cartas de la prisión”.
En la otra carta, el futuro senador comunista Ambrosio Donini
pidió a Sraffa que aconsejase a Tania Schucht (cuñada y principal eslabón del ilustre
prisionero con el resto del mundo durante sus últimos aíios de vida) salir de Italia
lo más rápido posible y hacer llegar a manos seguras (las de su hermana Giulia,
viuda de Gramsci, y las de Togliatti, ambos en Moscú) los manuscritos que la posteridad
consideraría como una de las más densas, profundas y originales obras políticas
del siglo XX. Hasta 1948, Togliatti y sus amigos (veteranos de la guerra de España,
de la guerra mundial contra el nazi-fascismo y de la revuelta de los ‘partigiani’ contra Mussolini y los “ocupantes”
alemanes) pudieron cumplir con su deber de ejecutores del testamento intelectual
de Gramsci.
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