
La unidad histórica de las clases dirigentes se produce en
el Estado, y la historia de esas clases es esencialmente la historia de los
Estados y de los grupos de Estados. Pero no hay que creer que esa unidad sea
puramente jurídica y política, aunque también esta forma de unidad tiene su
importancia y no es solamente formal: la unidad histórica fundamental por su
concreción es el resultado de las relaciones orgánicas entre el Estado o
sociedad política y la "sociedad civil". Las clases subalternas, por definición, no se han unificado
y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en "Estado": su
historia, por tanto, está entrelazada con la de la sociedad civil, es una
función "disgregada" y discontinua de la historia de la sociedad
civil y, a través de ella, de la historia de los Estados o grupos de Estados.
Hay que estudiar, por tanto: 1) la formación objetiva de los grupos sociales subalternos, por el desarrollo y las transformaciones que se producen en el mundo de la producción económica, su difusión cuantitativa y su origen a partir de grupos sociales preexistentes, de los que conservan durante algún tiempo la mentalidad, la ideología y los fines; 2) su adhesión activa o pasiva a las formaciones políticas dominantes, los intentos de influir en los programas de estas formaciones para imponer reivindicaciones propias, y las consecuencias que tengan esos intentos en la determinación de procesos de descomposición, renovación o neo-formación; 3) el nacimiento de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consentimiento y el control de los grupos subalternos; 4) las formaciones propias de los grupos subalternos para reivindicaciones de carácter reducido y parcial; 5) las nuevas formaciones que afirmen la autonomía de los grupos subalternos, pero dentro de los viejos marcos; 6) las formaciones que afirmen la autonomía integral, etc.
La lista de esas fases puede precisarse todavía con fases
intermedias y combinaciones de varias fases. El historiador debe observar y
justificar la línea de desarrollo hacia la autonomía integral desde las fases
más primitivas, y tiene que observar toda manifestación del "espíritu de
escisión" soreliano. Por eso es también muy complicada la historia de los
partidos de los grupos subalternos, puesto que tiene que incluir todas las
repercusiones de las actividades de partido, en todo el área de los grupos
subalternos en su conjunto y sobre las actitudes de los grupos dominantes, y
tiene también que incluir las repercusiones de las actividades --mucho más
eficaces por estar sostenidas por el Estado-- de los grupos dominantes sobre
los subalternos y sobre sus partidos. Entre los grupos subalternos, uno
ejercerá o tenderá a ejercer una cierta hegemonía a través de un partido, y hay
que precisar esto estudiando los desarrollos, también, de todos los demás
partidos en cuanto incluyan elementos del grupo hegemónico o de los demás
grupos subalternos que sufren esa hegemonía.
Se pueden construir muchos cánones de investigación
histórica partiendo del examen de las fuerzas innovadoras italianas que
llevaron al Risorgimento nacional: esas fuerzas han tomado el poder, se han unificado
en el Estado moderno italiano, luchando contra otras fuerzas determinadas y con
la ayuda de determinados auxiliares o aliados; para convertirse en Estado
tenían que subordinarse o eliminar unas de ellas y obtener el consentimiento
activo o pasivo de las demás. El estudio del desarrollo de estas fuerzas
innovadoras desde el estadio de grupos subalternos hasta el de grupos
dirigentes y dominantes tiene, por tanto, que buscar e identificar las fases a
través de las cuales dichas fuerzas han conseguido la autonomía respecto de los
enemigos a los que tenían que derrotar, y la adhesión de los grupos que las han
ayudado activa o pasivamente, en la medida en que todo ese proceso era
históricamente necesario para que dichas fuerzas se unificaran en Estado. El
grado de conciencia histórico-política al que habían llegado progresivamente
esas fuerzas innovadoras en las diversas fases se mide precisamente con esos
dos metros, y no sólo con el que refleja su separación respecto de las fuerzas
anteriormente dominantes. Por lo común se recurre sólo a este criterio, y así
se tiene una historia unilateral, o no se entiende, a veces, nada, como en el
caso de la historia de la península a partir de la era de los municipios. La
burguesía italiana no supo unificar alrededor suyo al pueblo, y ésta fue la
causa de sus derrotas y de la interrupción de su desarrollo.
También en el Risorgimento ese estrecho egoísmo impidió una
Revolución rápida y vigorosa como la francesa. He aquí una de las cuestiones
más importantes y la causa de las mayores dificultades al hacer la historia de
los grupos sociales subalternos y, por tanto, al hacer historia sin más
(pasada) de los Estados.
La historia de los grupos sociales subalternos es
necesariamente disgregada y episódica. No hay duda de que en la actividad
histórica de estos grupos hay una tendencia a la unificación, aunque sea a
niveles provisionales; pero esa tendencia se rompe constantemente por la
iniciativa de los grupos dirigentes y, por tanto, sólo es posible mostrar su
existencia cuando se ha consumado ya el ciclo histórico, y siempre que esa
conclusión haya sido un éxito. Los grupos subalternos sufren siempre la
iniciativa de los grupos dominantes, incluso cuando se rebelan y se levantan.
En realidad, incluso cuando parecen victoriosos, los grupos subalternos se
encuentran en una situación de alarma defensiva (esta verdad puede probarse con
la historia de la Revolución francesa hasta 1830 por lo menos). Por eso todo
indicio de iniciativa autónoma de los grupos subalternos tiene que ser de
inestimable valor para el historiador integral; de ello se desprende que una
historia así no puede tratarse más que monográficamente, y que cada monografía
exige un cúmulo grandísimo de materiales a menudo difíciles de encontrar.
Antonio Gramsci, Cuadernos de
la Cárcel, XXIII, Ed. Crítica del Instituto Gramsci, a cargo de Valentino
Gerratana, Ediciones ERA, Universidad Autónoma de Puebla, México, Primera
edición en español, 1999, Pág. 191-193