
Traducción del
italiano por Ana María Palos
- […] El hombre se apropia su ser omnilateral de un modo omnilateral y, por tanto, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo, la vista, el oído, el olfato, el gusto, la sensibilidad, el pensamiento, la intuición, la percepción, la voluntad, la actividad, el amor, en una palabra, todos los órganos de su individualidad, como órganos que son directamente en su forma órganos comunes, representan, en su comportamiento objetivo o en su comportamiento hacia el objeto, la apropiación de éste; la apropiación de la realidad humana, su comportamiento hacia el objeto, es la confirmación de la realidad humana; es, por tanto, algo tan múltiple como múltiples son las determinaciones esenciales y las actividades humanas; actuación humana y padecer humano, ya que el padecer, humanamente concebido, es un autodisfrute del hombre. La propiedad privada nos ha vuelto tan estúpidos y unilaterales que sólo consideramos que un objeto es nuestro cuando lo tenemos […] Todos los sentidos físicos y espirituales han sido sustituidos, pues, por la simple enajenación de todos estos sentidos, por el sentido de la tenencia.” / Karl Marx
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Amadeo Vigorelli |
La vida cotidiana como primer nivel de una investigación
sobre las necesidades proletarias. Aquí primero está como fundante, tanto desde
un punto de vista teórico como político. A tales conclusiones provisionales nos
condujo la crítica de un cierto obrerismo, y de aquí debe recomenzar el
análisis. (Cf. A. Vigorelli, “Noi, i soggetti e il ‘politico’. A proposito di
‘bisogni e teoria’”, aut aut, n. 155-56, 1976). Indicar la vida cotidiana como
lugar de investigación no implica sólo el obvio reconocimiento de las
modificaciones históricas acaecidas en este terreno, sino el cambiado papel
estructural asumido en el seno de la función de reproducción social global.
Significa simultáneamente aceptar la hipótesis marxiana de una transformación
subjetiva de la tendencia a la expropiación de la vida cotidiana, que se da
como límite más allá del cual la miseria no figura ya como tal, sino como
riqueza de necesidades, o sea en su significado tendencialmente comunista. (Cf.
K. Marx, Escritos económicos varios, México, 1971, p. 89.)
En este nivel de
autocomprensión teórica, desaparece la objeción racionalista contra el
pensamiento cotidiano, identificado reductivamente con el prejuicio, y se
inicia el proceso de recomposición entre ciencia y vida, que contempla en el
centro el desarrollo de nuevas necesidades de conocimiento en el individuo y en
la sociedad. Ya que: “no pasa de ser una
mentira lo de admitir una base para la vida humana real y otra para la vida” (ibid.,
p. 88), una mentira que la rica individualidad comunista no puede tolerar. Con
la bendición de los viejos y nuevos apologistas de la “ciencia pura”.
Raramente los pensadores marxistas se han sabido elevar a
esta altura de problemas, los únicos, sin embargo, a los que nos estimula hoy
la riqueza del movimiento real. En Lukács, por ejemplo, la extensión
falsamente totalizante del modelo leninista de organización a las condiciones
históricas de la revolución en Occidente, ha acabado por provocar una fatal
escisión entre la conciencia cotidiana, empírica de la clase obrera, y su
autorrepresentación “científica” en la teoría, con la consiguiente reducción a
“prejuicio” o a “irracionalidad” de la práctica espontánea de las masas. (Cf.
F. Cerutti, D. Claussen, H.-J. Krahl, O. Negt, A. Schmidt, Geschichte und
Klassenbewusstsein heute. Eine Diskussion, Amsterdam, 1971.) Por otra parte
quien, como Colletti, denuncia hoy con radicalismo la crisis de la
cientificidad marxista, lo hace a partir de presupuestos empiristas y
positivistas, que la impiden captar juntamente y mantener unidos el aspecto
objetivo de la ciencia marxista y su fundación trascendental, y articular por
consiguiente entre sí la intencionalidad emancipativa del conocimiento y la
radicalidad de las necesidades que la función subjetiva expresa hoy en la
práctica cotidiana real. (Cf. L. Ceppa, “Oggettività scientifica e
capitalismo”, Quaderni piacentini, n. 62-63, 1977.) Por su parte tampoco las teorías
de la vida cotidiana, a menudo sospechosas de idealismo o de mal sociologismo,
han conseguido componer la escisión o al menos indicar las líneas para una
recomposición que se revela hoy cada vez más urgente y necesaria.
Desde Marcuse a Lefebvre (para indicar
dos distintos resultados de la respuesta marxista al desafío de las filosofías
de la existencia) nos han proporcionado todo lo más divisiones sociológicas
fuertemente sintomáticas de un análisis todavía in progress, pero la falta de
elaboración de una teoría materialista del sujeto las priva de una referencia
política concreta de clase. Desde este punto de vista ciertamente no se puede
afirmar que la desconfianza existente por parte marxista con respecto a las
teorías de la vida cotidiana sea sólo la consecuencia de un prejuicio
racionalista. (Cf. H.-J. Krahl, Costituzione e lotta di classe, Milán, 1973.)
Un discurso aparte, entre las teorías de la vida cotidiana,
merece la investigación de A. Heller. Retomando algunas temáticas de la
tardía reflexión lukacsiana (sobre la relación entre pensamiento cotidiano y
objetivaciones genéricas desarrollado en la Estética de 1963) la autora húngara
las desarrolla en dirección fuertemente crítica respecto al pensamiento del
maestro, arribando a una forma de marxismo ético y decisionista muy distante de
las variantes ontológicas y cientifistas hoy dominantes. (Cf. A. Vigorelli,
“Critica del socialismo burocratico e teoria della vita quotidiana nella scuola
di Lukács”, aut aut, n. 157-58, 1977.) Lo que más me interesa en la
investigación de A. Heller es el esfuerzo constantemente dirigido a
redefinir materialistamente el factor subjetivo, bien sea mediante la hipótesis
de una ética marxista basada en una teoría materialista del valor, bien
mediante la construcción de una antropología marxista fundada sobre una teoría
materialista de la necesidad y del deseo. Lo que por el contrario parece poco
resuelto en su elaboración teórica es el discurso sobre el comunismo. Se trata
del problema de la relación entre la “segunda naturaleza”, aquella totalmente
social del trabajo y de la Zivilisation burguesa, y aquella que podríamos
definir como la “tercera naturaleza” comunista. En otros términos la vieja
cuestión de la relación entre necesidad y libertad. La reflexión socioantropológica
deA. Heller parece orientarse hacia la conservación de la “segunda
naturaleza”, como defensa de los recurrentes ataques de la “primera naturaleza”
y del riesgo, históricamente presente, de una regresión antropológica de la
humanidad. Por el contrario, el discurso sobre la revolución de la vida
cotidiana y sobre el comunismo como libre elección de valor, parecía aludir
sobre todo a la necesaria destrucción de la “segunda naturaleza” social
burguesa, como premisa para la construcción, esta vez artificial y utópica, de
la “tercera naturaleza” comunista. (Cf. A. Heller, “Un prologo piú che un
epilogo. Risposte ai critici”, aut aut, n. 159, 1977). No obstante la fuerte
acentuación del factor subjetivo, falta en Heller el claro planteamiento del
problema de una teoría materialista del conocimiento, en ausencia de la cual la
apelación a un tipo de racionalidad que conserva fuertes acentos valorativos
permanece apegada a una idea de filosofía que no sale de un cuadro idealista de
referencia.
Por otra parte, precisamente la construcción de una teoría
materialista del conocimiento, basada en el surgimiento histórico del individuo
social rico y de las nuevas necesidades de conocimiento de las que es portador,
se da hoy como tarea teórica urgente. A nivel metodológico, la cuestión de la
relación entre pensamiento cotidiano y ciencia se presenta entre las primeras y
más decisivas. “Según yo siempre hay que comenzar, y esto vale para los
científicos como para cualquier otro, por cuestiones de la vida cotidiana en la
cual los problemas ontológicos se presentan en un sentido muy burdo”,
amonestaba el viejo Lukács. (Conversaciones con Lukács, W. Abendroth, H.
Heinz Holz, L. KofIer, Alianza Editorial, 1971.) Aun rechazando las
conclusiones de su última investigación, que conduce a la ontologización de la
categoría de subjetividad, me parece importante recoger la sugerencia. (Cf. L.
Boella, “Il rapporto di teoria e prassi nell’ontologia dell’essere sociale.
Note sul marxismo dell’ultimo Lukács”, aut aut, n. 157-58, 1977.) Y ello
siempre que no se haga de vida cotidiana una categoría residual, esencialmente
ahistórica, sino que se la asuma en concreto en su darse como lugar de
producción y reproducción del sujeto proletario, de su “producción [como hombre
social], como un individuo cuyas necesidades se hayan desarrollado lo más
posible, por tener numerosas cualidades y relaciones; su producción como
producto social lo más pleno y universal que sea posible” (K. Marx, Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política. Ed. Siglo XXI, México,
1971, v. 1, p. 361). Antes de proseguir estos desarrollos sugestivos, y a nivel
de apuntes preliminares, pienso que será útil reproducir algunas citas de Marx.
Un primer grupo concierne a las relaciones entre pensamiento
cotidiano y ciencia en el espacio de la crítica de la economía política. “La
economía política clásica tomó de la vida diaria, sin pararse a criticarla, la
categoría del ‘precio del trabajo’, para preguntarse después: ¿Cómo se
determina este precio?” (C. Marx, El Capital. Ed. Fondo de Cultura Económica,
México, 1972, t. 1, p. 450).
De la asunción acrítica de las categorías económicas de la
vida cotidiana, donde “[las formas exteriores] se reproducen de un modo directo
y espontáneo, como formas discursivas que se desarrollasen por su cuenta”
(ibid., p. 454), derivan la aparente solidez de una “ilusión popular” ( op.
cit., t. 1, p. 80, n. 29), y ello corresponde para Marx a la
situación ideológica normal de la economía política burguesa, especialmente en
su versión vulgar, la cual “se limita a traducir, sistematizar y preconizar
doctrinalmente las ideas de los agentes de la producción cautivos de las
relaciones de producción del régimen burgués” (op. cit., t. III, pp. 756-57).
Como es sabido, Marx vincula esta situación ideológica al fenómeno
del fetichismo capitalista, entendido como inversión real de las relaciones
sociales y materiales, como volteamiento real. En la versión de las Teorías
sobre la plusvalía que sintetiza el discurso del tercer libro de El Capital
sobre la “fórmula trinitaria”: “La manera deformada en que se expresa la
verdadera inversión se reproduce, como es natural, en las concepciones de los
agentes de este modo de producción. Es un tipo de ficción sin fantasía, una
religión de lo vulgar” (C. Marx, Teorías sobre la plusvalía. Ed. Cartago,
Buenos Aires, 1975, t. 3, p. 374). En el espacio de una crítica del fetichismo
capitalista, por lo tanto, el procedimiento científico de la crítica de la
economía política se da esencialmente como crítica del pensamiento cotidiano de
los agentes de esta producción, mediante la separación analítica de forma fenoménica
y esencia, apariencia y fundamento material real: “es la ciencia quien ha de
descubrir [la realidad sustancial]” (El Capital, cit., t. I, p. 454). El
desvelamiento producido por la ciencia coincide con la destrucción de la
religión de lo cotidiano, la religión de lo vulgar. Entre pensamiento cotidiano
y ciencia no parece plantearse otra posible relación que no sea aquélla,
antagonista, entre ideología y ciencia.
Un segundo grupo de citas, tomadas de la sección del primer
libro de El Capital dedicada a máquinas y gran industria, obliga a articular
diferentemente el discurso, e impide llegar a simplificaciones apresuradas.
Dejando la esfera de la circulación (“el verdadero paraíso de los derechos del
hombre”, op. cit., t. I, p. 128), para aproximarse a la de la producción, Marx
se ve obligado a dejar a sus espaldas no sólo “todas las ideas jurídicas del
obrero y del capitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de
producción, todas sus ilusiones librecambistas, todas las frases apologéticas
de la economía, vulgar” (op. cit., t. I, p. 452), sino también a revisar
algunos prejuicios sobre la vida cotidiana en su relación con la ciencia (al
menos la de parte obrera, que más le interesa a él y a nosotros). Marxentra
en el infierno de la fábrica, donde el obrero “sabe la suerte que le aguarda:
[que le] curtan [...] su propia pelleja” (op. cit., t. I, p. 129). Aquí el
científico debe luchar ante todo no sólo con la “atmósfera pestilente” y el “hedor
apestoso” (op. cit., t. I, p. 391), sino contra algunos prejuicios inveterados,
que se derivan de su papel social separado. Primero entre todos seguramente es
aquel que identifica la práctica espontánea, las luchas cotidianas de los
obreros con la ideología a la cual contraponer una “ciencia objetiva”.
Afortunadamente Marx no es un discípulo de la école parisienne, y no
leyó Lire le Capital: para él la lucha cotidiana no es un prejuicio, sino un
hilo rojo para interpretar desde el punto de vista obrero el capital. Una
lección ejemplar nos la da el análisis de la lucha entre obrero y máquina: “Hubo
de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese
distinguir la maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a
desviar sus ataques de los medios materiales de producción para dirigirlos
contra su forma social de explotación” (ibid., p. 355).
Tiempo y experiencia enseñan al obrero que si “el instrumento de trabajo” lo “azota” (ibid., p. 358) ciertamente no es “la maquinaria misma” (ibid., p. 366) la responsable de su esclavitud o de su “liberación”, sino su “empleo capitalista” (ibid., p. 367). Las luchas cotidianas enseñan al obrero aquello que para el economista, “atrapado en las relaciones de producción burguesa”, permanecía oculto: ¡aquí el fetichismo tiene un revés potente en la materialidad de los comportamientos y del pensamiento cotidiano por parte obrera! En efecto: “el economista burgués declara lisa y llanamente que el examen de la maquinaria como tal demuestra de un modo preciso que todas aquellas contradicciones palpables son una simple apariencia de la realidad vulgar, pero que no existe de por sí, ni por tanto tampoco en la teoría. En vista de esto, no se molesta por quebrarse más la cabeza y, encima, achaca al adversario la necesidad de no combatir el empleo capitalista de la maquinaria, sino la maquinaria misma” (ibid., p. 367). Aquí la ciencia está obligada, acosada en la lucha por el adversario, a mistificar la relación ordinaria con el pensamiento cotidiano, pero en la lucha los papeles se invierten y el prejuicio ideológico incumbe esta vez a la ciencia.
Tiempo y experiencia enseñan al obrero que si “el instrumento de trabajo” lo “azota” (ibid., p. 358) ciertamente no es “la maquinaria misma” (ibid., p. 366) la responsable de su esclavitud o de su “liberación”, sino su “empleo capitalista” (ibid., p. 367). Las luchas cotidianas enseñan al obrero aquello que para el economista, “atrapado en las relaciones de producción burguesa”, permanecía oculto: ¡aquí el fetichismo tiene un revés potente en la materialidad de los comportamientos y del pensamiento cotidiano por parte obrera! En efecto: “el economista burgués declara lisa y llanamente que el examen de la maquinaria como tal demuestra de un modo preciso que todas aquellas contradicciones palpables son una simple apariencia de la realidad vulgar, pero que no existe de por sí, ni por tanto tampoco en la teoría. En vista de esto, no se molesta por quebrarse más la cabeza y, encima, achaca al adversario la necesidad de no combatir el empleo capitalista de la maquinaria, sino la maquinaria misma” (ibid., p. 367). Aquí la ciencia está obligada, acosada en la lucha por el adversario, a mistificar la relación ordinaria con el pensamiento cotidiano, pero en la lucha los papeles se invierten y el prejuicio ideológico incumbe esta vez a la ciencia.
Consideraciones análogas pueden hacerse a propósito de las
páginas dedicadas a la legislación de las fábricas, o a la lucha por la
reducción de la jornada laboral. La preocupación, que aquí expresa Marx, de
no quedarse por debajo del nivel de socialización producida por la gran
fábrica, y que llega hasta el reconocimiento de la “base técnica” “revolucionaria”
(ibid., p. 407) de la gran industria, no es confundida con una especie de
fetichismo del desarrollo. No existe ningún “en sí” de la producción
capitalista que la ciencia del lado obrero deba “salvar”, fuera de la
dialéctica determinada entre capital y trabajo, como lucha mortal. Es más bien
la lucha cotidiana como negación determinada del uso capitalista de la ciencia
la que pone las condiciones para el desarrollo del individuo social. Es con
posterioridad a esta lucha que la exigencia de “sustituir al individuo parcial,
simple instrumento de una función social de detalle, por el individuo
desarrollado en su totalidad, para quien las diversas funciones sociales no son
más que otras tantas manifestaciones de actividad que se turnan y revelan”
(ibid., p. 408), se convierte en una “cuestión de vida o muerte” (loc. cit.)
para el capital. Del mismo modo, es la lucha a nivel social por la afirmación
de un nivel superior de vida cotidiana lo que permite al individuo proletario,
emancipado de los viejos lazos naturales con la comunidad, poner fin al aspecto
“espantoso y repugnante” que adopta “la disolución de la antigua familia dentro
del sistema capitalista”, y reconocer en el nivel de socialización históricamente
producido “las nuevas bases económicas para una forma superior de familia y de
relaciones entre ambos sexos” (ibid., p. 410). Pero es sobre todo en el
desarrollo de nuevas necesidades de conocimiento por parte del individuo social
“totalmente desarrollado” que se plantean las condiciones para una
recomposición potente entre luchas cotidianas y ciencia por parte obrera, entre
pensamiento cotidiano (como conjunto de prácticas y de comportamientos) y
ciencia. Y si Marx aquí se limita a indicar las “écoles
d’enseignement professionel” (ibid., p. 408), como ejemplos concretos de estas
nuevas necesidades, la miseria empírica de la indicación no nos debe impedir
entender la validez del método. En otra parte (en otras páginas famosas de El
Capital y más aún en los Grundrisse) él va mucho más adelante, hasta llegar a
indicar en la lucha por la reducción al mínimo del tiempo de trabajo
socialmente necesario y en la creación consiguiente de tiempo disponible
liberado del trabajo, el terreno de la transición comunista. Con la creación
del “individuo social” como nueva base y “pilar fundamental de la producción y
de la riqueza” (K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política…, cit., v. 2, p. 228) se comienza a medir sobre el tiempo de vida total
el nivel de la reapropiación comunista, ya que “ya no es [...] el tiempo de
trabajo, la medida de la riqueza, sino el disposable time” (ibid., p. 232).
Aquí la reapropiación del “cerebro social” enajenado, “absorbido por el capital”
(ibid., p. 220) es el único nivel de riqueza hacia el cual pueda dirigirse la
apropiación comunista, porque “no hay nada que el obrero pueda tomar [y decir]:
esto es mi producto, lo guardaré para mí” (ibid., p. 233). De nuevo estrecha
unidad entre necesidades de conocimiento que nacen en el terreno de la lucha
cotidiana y ciencia, tiempo de vida y enriquecimiento genérico. Estamos mucho
más allá de las concepciones del comunismo bruto o de la apologética vulgar
sobre el trabajo como sacrificio: “Un ente meramente negativo nada crea”
(ibid., p. 120), “además del sacrificio es menester que exista alguna otra cosa”
(ibid., p. 122).
Sería aventurado, en este punto, buscar en el hilo conductor
que liga estas citas algo parecido a una nueva definición de “ciencia obrera”.
Y todavía más intentar una concretización política del discurso, en relación a
la nueva fenomenología de la vida cotidiana. La finalidad de estos apuntes es
más modesta: me urge, por un lado, denunciar un vacío de investigación teórica,
por el otro, poner en guardia contra un peligro real. Temas como la vida
cotidiana en la fábrica, el lenguaje de las luchas, las formas del aprendizaje
y de la comunicación obrera, etcétera, raramente han sido objeto de una
adecuada consideración teórica por parte de los marxistas. Entre las pocas
excepciones que recuerdo se encuentran el libro de Negt sobre el
aprendizaje obrero (O. Negt. Coscienza operaia nella società tecnologica, Bari,
1973) y el de Haraszti sobre la vida cotidiana en la fábrica y sobre
el salario socialista (M. Haraszti, Salaire aux pièces, París, 1976).
¡Ciertamente demasiado poco para hablar de una nueva necesidad de teoría! Y sin
embargo esta necesidad es hoy más que nunca una necesidad de las luchas, que
hablan cada vez más el lenguaje de la vida cotidiana. Y aquí nos encontramos
frente a un peligro: el de que una teoría marxista reducida cada vez más a
simple técnica, en ausencia de instrumentos interpretativos nuevos, se limite a
reactivar viejas categorías y a reproponer viejos problemas. Esto se ha visto ya
a propósito del pretendido “irracionalismo” de los jóvenes y de las luchas
autónomas que se han desarrollado en los últimos meses en Italia. El fantasma
del irracionalismo ha sido agitado contra todo comportamiento y toda teoría que
no hablase el lenguaje abstracto de la nueva filosofía de la austeridad, sino
aquel concreto (¡y más antiguo!) de las luchas. Esto no quiere ser una polémica
como fin de sí misma. Al silencio de la teoría tradicional no corresponde
ciertamente una plenitud y una riqueza de prácticas reales que puedan por sí
solas compensar el vacío o el retraso. El riesgo es si acaso el de hacer más
profunda y tal vez definitiva la escisión entre “política cotidiana” y
“política científica”, cayendo en un malentendido culto de lo inmediato. La única
vía parece ser la de una recomposición teórica entre luchas cotidianas y
contenidos del comunismo, que permita desarrollar las nuevas necesidades de
conocimiento como negación determinada de la ciencia enajenada y de la vida
cotidiana enajenada del capitalismo. Verdaderamente aquí
“se vuelve cuestión de vida o muerte el sustituir esa monstruosidad que supone una mísera población obrera disponible, mantenida en reserva para las variables necesidades de explotación del capital por la disponibilidad absoluta del hombre para las variables exigencias del trabajo; el sustituir al individuo parcial, simple instrumento de una función social de detalle, por el individuo desarrollado en su totalidad, para quien las diversas funciones sociales no son más que otras tantas manifestaciones de actividad que se turnan y relevan” (El Capital, cit., t. I, p. 408).
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